CAPITULO V
COACCIONES BENEFICAS.
“No consideres que estás
forzado sino a qué estás obligado; si es al bien o si es al mal.”
San Agustín, Epístola 93.
El liberalismo, como vimos,
hace de la libertad de acción, definida en el capítulo precedente como exención
de toda coacción, un absoluto y un fin en sí. Dejaré al Card. Billot el cuidado
de analizar y refutar esta pretensión fundamental de los liberales.
“El principio fundamental
del liberalismo, escribe, es la libertad de toda coacción, sea cual sea, no
sólo de aquella que se ejerce por la violencia y que únicamente alcanza los
actos externos, sino también de la coacción que proviene del temor de las leyes
y de las penas, de las dependencias y de las necesidades sociales, en una
palabra, de los lazos de cualquier tipo que impiden al hombre actuar según su
inclinación natural. Para los libera-les, esta libertad individual es el bien
por excelencia, el bien fundamental e inviolable, al cual todo debe ceder,
excepto, quizás, lo que es requerido para el orden puramente mate-rial de la
ciudad; la libertad es el bien al cual todo lo demás está subordinado; ella es
el fundamento necesario de toda construcción social. Card.Billot
Ahora bien –continúa el Card. Billot–,
“ese principio del liberalismo es absurdo, antinatural y quimérico”. He aquí el
análisis crítico que él desarrolla; lo resumiré comentándolo libremente. Ese
principio es absurdo: incipit ab absurdo. Comienza en la absurdidad al
pretender que el bien principal del hombre es la ausencia de toda atadura que
pueda molestar o restringir la libertad. El bien del hombre, en efecto, debe
ser considerado como un fin; lo que es deseado en sí. Ahora bien, la libertad,
la libertad de acción, no es más que un medio, no es más que una facultad que
puede permitir al hombre adquirir un bien. Todo en ella depende de su uso: será
buena si se usa para el bien, mala si se usa para el mal. No es, por lo tanto,
un fin en sí y ciertamente no es el bien principal del hombre.
Según los liberales, la coacción
constituye siempre un mal (salvo para garantizar un cierto orden público). Pero
es claro, al contrario, que la prisión es un bien para el mal-hechor, no solo
por garantizar el orden público, sino para el castigo y la enmienda del culpable.
De igual manera la censura de la prensa, que es practicada incluso por los
liberales contra sus enemigos, según el adagio (¿liberal?) “no hay libertad
para los enemigos de la libertad”, es en sí misma un bien, no sólo para
asegurar la paz pública, sino para defender la sociedad contra la expansión del
veneno del error que corrompe los espíritus.
Por lo tanto se debe afirmar que, la
coacción no es en sí misma un mal, e incluso que es, desde el punto de vista
moral, quid indifferens in se, algo en sí mismo indiferente; todo
dependerá del fin para el cual se la emplee. Es, por otra parte, la enseñanza
de San Agustín, Doctor de la Iglesia, quien escribe a Vicente:
“Ya ves, si no me engaño, que no hay
que considerar el que se obligue a alguien. Lo que hay que saber es si es bueno
o malo aquello a que se le obliga. No digo que se pue-da ser bueno a la fuerza,
sino que el que teme padecer lo que no quiere, abandona el obstáculo de su
animosidad o se ve impelido a conocer la verdad ignorada. Por su temor, rechaza
la falsedad que antes defendía, o busca la verdad que ignoraba, y así llega a
querer mantener lo que antes no quería.”
He intervenido personalmente varias
veces en el Concilio Vaticano II para protestar contra la concepción liberal de
la libertad que se aplicaba a la libertad religiosa, concepción según la cual,
la libertad se definiría como la ausencia de toda coacción. He aquí lo que
declaraba entonces:
“La libertad humana no puede ser
definida como una liberación de toda coacción pues destruiría toda autoridad.
La coacción puede ser física o moral. La coacción moral en el campo religioso
es utilísima y se encuentra a lo largo de todas las Sagradas Escrituras: ‘el
temor de Dios es el comienzo de la sabiduría’.” “La declaración contra la coacción, en el N° 28, es
ambigua y, bajo ciertos aspectos, falsa. ¿Qué queda de la autoridad paternal de
los padres de familias cristianas sobre sus hijos? ¿De la autoridad de los
maestros en las escuelas cristianas? ¿De la autoridad de la Iglesia sobre los
apóstatas, los herejes, los cismáticos? ¿De la autoridad de los jefes de Estados
católicos sobre las falsas religiones que traen con ellas la inmoralidad, el racionalismo,
etc.?”
Me parece que no se puede reafirmar
mejor el primer calificativo de absurdo que el Card. Billot atribuye al
principio del liberalismo, sino citando al Papa León XIII:
“No
podría decirse ni pensar mayor ni más perverso contrasentido que el pretender exceptuar
de la ley al hombre, porque es de naturaleza libre.”
Equivale a decir: Soy libre, luego,
¡deben dejarme libre! El sofisma subyacente queda patente al explicar un poco:
soy libre por naturaleza, dotado de libre albedrío, luego, ¡soy libre también
respecto de toda ley, de toda coacción ejercida por la amenaza de penas! A
menos que se pretenda que las leyes deban estar desprovistas de toda sanción.
Pero eso sería la muerte de las leyes: el hombre no es un ángel, ¡no todos los
hombres son santos! Espíritu moderno y
liberalismo Quisiera hacer aquí una observación. El liberalismo es un error
gravísimo cuyo origen histórico ya hemos visto. Pero hay un espíritu moderno
que, sin ser francamente liberal, representa una tendencia al liberalismo. Lo
encontramos desde el siglo XVI en autores católicos no sospechosos de simpatía
con el naturalismo o el protestantismo. Ahora bien, no hay duda que es una nota
de ese espíritu moderno el considerar que: “Soy libre mientras no haya ley que
venga a limitarme.”Sin duda, toda ley limita la libertad de acción, pero el
espíritu de la Edad Media, es decir el espíritu del orden natural y cristiano
del cual hablábamos antes, siempre ha considerado la ley y sus coacciones
primeramente como una ayuda y una garantía de la verdadera libertad, no como
una limitación. Cuestión de acentuación, pensarán. Yo diré: ¡no! cuestión
esencial que marca el principio de un cambio fundamental de mentalidad; un
mundo dirigido hacia Dios, considerado como fin último, a alcanzar cueste lo
que cueste, un mundo orientado enteramente hacia el Soberano Bien, deja lugar a
un mundo nuevo centrado sobre el hombre, preocupado por las prerrogativas del
hombre, sus derechos, su libertad.
CONTINUA...
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