Carta Pastoral nº 12
LA AUTORIDAD
Una vez más, la Providencia
nos da la alegría de encontramos reunidos en este oasis de Sebikhotane para
pensar juntos en los problemas del apostolado que son los nuestros, a títulos
diversos y diferentes responsabilidades. Pero sabemos que no hay en definitiva,
más que un solo apostolado, una sola Misión, y es aquella que Nuestro Señor ya
había recibido de parte de su Padre: Sicut misit me Pater et ego mitto vos (Como
mi Padre me envió, así os envío; Jn. XX, 21). La Iglesia es quien nos transmite
fielmente esta misión apostólica; todos participamos en esta misión de la
Iglesia; evidentemente, el Obispo de una manera particular, puesto que
transmite el mandato a los sacerdotes. Pero la fuente es la misma, la vida
idéntica, el ideal que realizar, único.
Tener una fe viva y
profunda en ese mandato, que os ha sido dado especialmente a vosotros, que
tenéis una responsabilidad más importante que vuestros compañeros, ya que de
una u otra manera tenéis que dirigir y es sobre eso es que quisiera insistir
durante unos instantes.
Tened un concepto y una
visión verdaderamente sobrenatural de la autoridad que revestís, hecha a la vez
de una humildad sincera, de una convicción profunda de vuestra deficiencia, y a
la vez de una firme confianza en el socorro divino para el ejercicio de
vuestras responsabilidades.
Evitemos minimizar nuestra
autoridad, ya sea primeramente por timidez, por carencia de la virtud de
fortaleza, por laxitud, o bien sea por alguna falsa concepción de la autoridad.
Igualmente, evitemos el autoritarismo, que solamente tiene confianza en sí
mismo. En efecto, se encuentran superiores que, con el pretexto de confiar en
sus colaboradores, los abandonan completamente con la responsabilidad de sus
cargos, sin ejercer ningún control y evitando pedir información. Si, por
desgracia, surgen los problemas se declaran inocentes, pues – dicen – que no
sabían nada.
Otros superiores, imbuidos
de una concepción igualitarista, estiman que son simplemente los primeros de un
grupo de compañeros. Soportan difícilmente que se les pida hacer uso de su
responsabilidad. Queriendo hacer prueba de humildad, sin duda, no se dan cuenta
de que subestiman el mandato que se les ha dado no para sí mismos, sino para el
bien común. Poco a poco les cuesta obtener una correcta sumisión de sus
colaboradores que se habrán habituado a un descrédito de la autoridad.
Para terminar, también vemos superiores
muy disminuidos de su mando, y bastante convencidos de su predestinación a ser
superiores gracias a sus cualidades y sus aptitudes. Éstos, generalmente no
tienen confianza en sus subordinados, y quieren que todo pase por el tamiz de
su juicio. Convierten la vida de sus inferiores en algo muy pesado, cuando no
intolerable, evidentemente con motivos muy nobles o convencidos de que son los
únicos competentes.
Tengamos pues cuidado de no caer en uno
u otro de estos casos puesto que, a la larga, paralizan el desarrollo
apostólico de una comunidad creando situaciones difíciles. Una visión clara y
justa de la autoridad no confirmará en la humildad, sin menoscabar nuestra
responsabilidad y el carácter propiamente divino de la autoridad. Si
consideramos que la autoridad que tenemos no como una cualidad que nos deben,
sino por el contrario, una atribución de la que no somos dignos, siempre
estaremos dispuestos a ser desposeídos de ella. Si sabemos respetar la
autoridad como algo divino, nos cuidaremos mucho de no despreciarla. Es a
través de ella que la voluntad de Dios se manifiesta. Y la voluntad de Dios es
el pan de las almas verdaderamente cristianas: "Meus cibus est ut
faciam voluntatem Patris mei" (mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre).
A fin de evitar que nuestra propia
voluntad ocupe el lugar de la de Dios, esperaremos para los momentos más
oportunos para comunicar a nuestros colaboradores las decisiones, los deseos o
las advertencias que sean necesarias realizar A estos pocos consejos quisiera
añadir dos avisos. Insisto de nuevo para que los superiores tengan la
preocupación de dar un reglamento a su comunidad, reglamento sin dudas adaptado
con la autorización del superior religioso, pero reglamento que no omita la
oración. Dad el ejemplo de la oración y no creáis que vuestro ejemplo es
inútil. Aunque fuerais los únicos en hacerlo no lo dejéis. Sufro verdaderamente
al saber que algunos sacerdotes de la diócesis ya no se recoge en la meditación
y en la oración.
Otro aviso, menos espiritual, concierne
a vuestra actitud en los eventos políticos actuales. No os mezcléis en las luchas políticas
partidarias. No debemos pronunciamos a favor o contra de ninguna agrupación,
pues las etiquetas corresponden poco a lo que son. Esto, no impide sin embargo,
recordar constantemente la doctrina de la Iglesia en materia política y social
en vista al respeto de los derechos de la persona humana, de la familia, de la
asociación privada frente a las tendencias socializantes. Y si nos esforzamos
por mostrarnos cada vez más sacerdotes; continuaremos trabajando verdaderamente
para la gloria de Dios y por la salvación de las almas.
MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE
(Carta Circular a los compañeros, nº 57,Sebíkhotane, 26 de abril de 1957)
CONTINUA...
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