viernes, 15 de enero de 2016

"CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS por S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE"

Carta Pastoral nº 12
LA AUTORIDAD

Una vez más, la Providencia nos da la alegría de encontramos reunidos en este oasis de Sebikhotane para pensar juntos en los problemas del apostolado que son los nuestros, a títulos diversos y diferentes responsabilidades. Pero sabemos que no hay en definitiva, más que un solo apostolado, una sola Misión, y es aquella que Nuestro Señor ya había recibido de parte de su Padre: Sicut misit me Pater et ego mitto vos (Como mi Padre me envió, así os envío; Jn. XX, 21). La Iglesia es quien nos transmite fielmente esta misión apostólica; todos participamos en esta misión de la Iglesia; evidentemente, el Obispo de una manera particular, puesto que transmite el mandato a los sacerdotes. Pero la fuente es la misma, la vida idéntica, el ideal que realizar, único.

Tener una fe viva y profunda en ese mandato, que os ha sido dado especialmente a vosotros, que tenéis una responsabilidad más importante que vuestros compañeros, ya que de una u otra manera tenéis que dirigir y es sobre eso es que quisiera insistir durante unos instantes.

Tened un concepto y una visión verdaderamente sobrenatural de la autoridad que revestís, hecha a la vez de una humildad sincera, de una convicción profunda de vuestra deficiencia, y a la vez de una firme confianza en el socorro divino para el ejercicio de vuestras responsabilidades.

Evitemos minimizar nuestra autoridad, ya sea primeramente por timidez, por carencia de la virtud de fortaleza, por laxitud, o bien sea por alguna falsa concepción de la autoridad. Igualmente, evitemos el autoritarismo, que solamente tiene confianza en sí mismo. En efecto, se encuentran superiores que, con el pretexto de confiar en sus colaboradores, los abandonan completamente con la responsabilidad de sus cargos, sin ejercer ningún control y evitando pedir información. Si, por desgracia, surgen los problemas se declaran inocentes, pues – dicen – que no sabían nada.

Otros superiores, imbuidos de una concepción igualitarista, estiman que son simplemente los primeros de un grupo de compañeros. Soportan difícilmente que se les pida hacer uso de su responsabilidad. Queriendo hacer prueba de humildad, sin duda, no se dan cuenta de que subestiman el mandato que se les ha dado no para sí mismos, sino para el bien común. Poco a poco les cuesta obtener una correcta sumisión de sus colaboradores que se habrán habituado a un descrédito de la autoridad.

Para terminar, también vemos superiores muy disminuidos de su mando, y bastante convencidos de su predestinación a ser superiores gracias a sus cualidades y sus aptitudes. Éstos, generalmente no tienen confianza en sus subordinados, y quieren que todo pase por el tamiz de su juicio. Convierten la vida de sus inferiores en algo muy pesado, cuando no intolerable, evidentemente con motivos muy nobles o convencidos de que son los únicos competentes.

Tengamos pues cuidado de no caer en uno u otro de estos casos puesto que, a la larga, paralizan el desarrollo apostólico de una comunidad creando situaciones difíciles. Una visión clara y justa de la autoridad no confirmará en la humildad, sin menoscabar nuestra responsabilidad y el carácter propiamente divino de la autoridad. Si consideramos que la autoridad que tenemos no como una cualidad que nos deben, sino por el contrario, una atribución de la que no somos dignos, siempre estaremos dispuestos a ser desposeídos de ella. Si sabemos respetar la autoridad como algo divino, nos cuidaremos mucho de no despreciarla. Es a través de ella que la voluntad de Dios se manifiesta. Y la voluntad de Dios es el pan de las almas verdaderamente cristianas: "Meus cibus est ut faciam voluntatem Patris mei" (mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre).

A fin de evitar que nuestra propia voluntad ocupe el lugar de la de Dios, esperaremos para los momentos más oportunos para comunicar a nuestros colaboradores las decisiones, los deseos o las advertencias que sean necesarias realizar A estos pocos consejos quisiera añadir dos avisos. Insisto de nuevo para que los superiores tengan la preocupación de dar un reglamento a su comunidad, reglamento sin dudas adaptado con la autorización del superior religioso, pero reglamento que no omita la oración. Dad el ejemplo de la oración y no creáis que vuestro ejemplo es inútil. Aunque fuerais los únicos en hacerlo no lo dejéis. Sufro verdaderamente al saber que algunos sacerdotes de la diócesis ya no se recoge en la meditación y en la oración.

Otro aviso, menos espiritual, concierne a vuestra actitud en los eventos políticos actuales. No os mezcléis en las luchas políticas partidarias. No debemos pronunciamos a favor o contra de ninguna agrupación, pues las etiquetas corresponden poco a lo que son. Esto, no impide sin embargo, recordar constantemente la doctrina de la Iglesia en materia política y social en vista al respeto de los derechos de la persona humana, de la familia, de la asociación privada frente a las tendencias socializantes. Y si nos esforzamos por mostrarnos cada vez más sacerdotes; continuaremos trabajando verdaderamente para la gloria de Dios y por la salvación de las almas.

MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

(Carta Circular a los compañeros, nº 57,Sebíkhotane, 26 de abril de 1957)

CONTINUA...

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