CAPITULO XXIV:
LA PSICOLOGIA DE CRISTO: SUS CONTRASTES
Vamos a tratar ahora el tema de la psicología de
Nuestro Señor, pero cuando nos acercamos a este santuario extraordinario que es
el alma de Nuestro Señor hay que tener mucho cuidado. Cuando empleamos el
término psicología, es evidente que se trata sobre todo del estudio del alma de
Nuestro Señor, de sus sentimientos interiores, de sus disposiciones, de sus
actitudes interiores y de su vida interior. De este modo entramos en un mundo
que es preciso meditar. No basta meditar
sobre la divinidad de Nuestro Señor, como ya hemos hecho, o sobre su unión con
su Padre y con el Espíritu Santo, sino que tenemos que encontrar una lección y
un ejemplo en esta aproximación al alma humana de Nuestro Señor. La realidad es
que Nuestro Señor es realmente el modelo y el ejemplar de todos los hombres.
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que todos hemos sido creados a
imagen de Nuestro Señor Jesucristo y a imagen de su santa alma y de su cuerpo.
Cuando Dios decidió en el plan eterno (no se
trata del tiempo sino de la eternidad) crear a la humanidad, ¿cuál fue el
modelo? Evidentemente, fue la humanidad de Nuestro Señor. Todos hemos sido
creados en función de Nuestro Señor Jesucristo, para Nuestro Señor Jesucristo y
para ser miembros de su Cuerpo místico. Es, pues, el modelo de nuestra
humanidad. Evidentemente, cuando tratamos el problema de Nuestro Señor, nos
sentimos inclinados a decir: sí, Nuestro Señor es un caso extraordinario y un
caso único, de modo que hay que estudiarlo como un caso que no es normal. Pues
no, precisamente eso sería una ilusión. No sólo no es un caso anormal sino que
es el caso normal, porque es el modelo de toda criatura, el primogénito
de toda criatura y el ejemplar de toda criatura. No se trata pues de un caso
anormal, sino de todo lo contrario.
El alma de Nuestro Señor, no por haber sido
asumida directamente por Dios deja de ser un alma humana. Quizás no ha habido
nunca un alma tan humana como la de Nuestro Señor Jesucristo, porque por su
divinidad, por su omnipotencia y por toda la influencia que Dios tuvo sobre
este alma extraordinaria, la hizo la más humana que pueda existir, la más
hermosa, la más profunda y la más luminosa, y esto en todas las posibilidades
del alma humana. Dios le dio, pues, a este alma posibilidades que ningún alma
humana poseerá jamás. Nunca habrá un alma tan privilegiada como la de Nuestro
Señor, ni en la inteligencia, ni en la voluntad, ni en su corazón, ni en todas
sus disposiciones interiores. Sin embargo, este alma es, por supuesto, un alma
humana.
Por eso vale la pena que intentemos conocer ese santuario,
que es el alma humana de Nuestro Señor, para procurar descubrir que Dios al
crearla quiso que fuese nuestro modelo y nuestro ejemplar. Nuestra alma será
tal como Dios la concibió y la quiso en la medida en que se parezca a la de
Nuestro Señor. Estudiar el problema de la psicología de Nuestro Señor es
estudiar igualmente sus contrastes, y polos tan distantes entre sí que nos
podemos preguntar cómo pudo haber tal unidad en la Persona de Nuestro Señor
Jesucristo. Este alma reunía elementos casi incompatibles: lo increado y lo
creado, lo eterno y lo mortal, la omnipotencia y la debilidad de la criatura, y
la sabiduría infinita de Dios y la ciencia y la sabiduría limitada del alma
humana. ¿Cómo pudo Dios reunir en un solo ser humano cosas tan extraordinarias:
al mismo tiempo la alegría perfecta y continua y el sufrimiento más espantoso;
la paz más serena y la tristeza más profunda? Estos extremos nos parecen
incompatibles y sin embargo es lo que se ha realizado en el alma de Nuestro
Señor.
Por supuesto, cuando nos acercamos a este alma tenemos la
impresión de que no hay nada que estudiar ni aprender, pues jamás podremos
alcanzar esta perfección. A veces nos vemos inclinados a pensar que sería mejor
meditar el alma de la Santísima Virgen, de san José y de los santos que están
mucho más cerca de nosotros, porque son criaturas semejantes a nosotros, pero
que el alma de Nuestro Señor está muy por encima de nosotros, porque está
iluminada por la divinidad. Desde luego, el alma de Nuestro Señor tenía la visión
beatífica desde el momento de su concepción: desde que la Santísima Virgen
pronunció su Fiat, el alma de Nuestro Señor Jesucristo fue creada y se
halló inmediatamente en posesión de la visión beatífica .
¿Cómo explicar, pues, que esta Persona, que tenía la visión
beatífica, viviese al mismo tiempo como nosotros? Los que conocieron a
Nuestro Señor en Palestina, lo veían como cualquier otro viajero, como
cualquier otro compañero de camino y como cualquier otro comensal; y la mejor
prueba de esto es la sencillez de sus discusiones y de las entrevistas que
relata el Evangelio. Este alma tenía la visión beatífica, pero en definitiva,
la Persona era Dios mismo, con todo el poder y la infinidad de Dios. Son cosas
extraordinarias. Sin embargo, si reflexionamos aunque sólo sea un poco, eso es
precisamente lo que Dios quiere que realicemos.
Nuestro Señor tomó ese alma y ese
cuerpo para darle gloria a su Padre y para que toda la creación le dé gloria, y
para unir en Sí mismo, siendo Dios, la eternidad y todas las criaturas
espirituales y materiales. Todo se reúne en este microcosmos que es Nuestro
Señor Jesucristo. De este modo, toda la creación, por Nuestro Señor, le daba
gloria a su Padre. Y es también por nosotros que se encarnó Nuestro Señor, vino
a la tierra y quiso ser nuestro modelo. Quiso, pues, que seamos como El.
Quiso que también nosotros participásemos a todas estas
cosas que pueden parecer casi imposibles de asimilar, que nosotros nos hagamos
dioses. El mismo lo dijo. Esto, evidentemente, en una medida muy pequeña, pero
sin embargo, por una participación a la gracia santificante que animaba este
alma de Nuestro Señor, para que también nosotros tengamos por anticipado la
visión beatífica a través de la fe. La fe está totalmente orientada a la visión
beatífica, es una etapa y un medio temporal, que en cierto modo es ya una
visión Las almas santas, cuanto más
poseen la fe más cerca están de esta visión. Dios les da a veces un rayito de
la visión beatífica para elevarlas aún más. Ese fue el caso de san Pablo cuando
dice que fue levantado hasta el tercer cielo. ¿Cómo? No lo sabe. ¿Fue en su
espíritu? ¿Fue en el cuerpo? No lo sabe. Lo único que sabe es que comprendió y
vio cosas que la palabra humana es absolutamente incapaz de traducir. Sin duda,
vio un rayito de esta visión beatífica que Nuestro Señor tenía en toda su
plenitud.
Tenemos que procurar encaminarnos hacia ese fin, pues para
esto nos ha querido hacer participar Nuestro Señor a su gracia y, por el mismo hecho,
a todas sus virtudes. La meditación sobre el alma de Nuestro Señor tendría que
darnos el deseo inmenso de que cada día vaya poseyendo más la nuestra; que
podamos ser, en cierto modo, humanidades complementarias para Nuestro Señor. Dios quiso al
crearnos que seamos realmente almas y cuerpos que Nuestro Señor pueda, en
cierto modo, invadir, asumir su dirección y cantar la gloria de su Padre Dios y
llenarlas del Espíritu Santo. Dios nos ha creado para que Nuestro Señor tome
realmente posesión de nuestras almas y que sea El quien mande y quien tome
realmente la dirección. Es lo que hace y lo que ha querido por el bautismo.
Cuando a un alma se le da el bautismo, el Espíritu Santo, el
Espíritu de Nuestro Señor, toma realmente posesión de ella. «Retírate de
este niño, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu Santo». Realmente es el
Espíritu de Nuestro Señor. Es todo un programa de vida y un programa de
espiritualidad muy enriquecedor, desde luego, y al mismo tiempo muy consolador
para nosotros. Dios nos ha dado realmente todo lo necesario para que nuestra
psicología se convierta en otra psicología de Nuestro Señor, para que nuestra
alma se convierta en otra alma de Nuestro Señor, para que nuestro cuerpo se
convierta en otro cuerpo de Nuestro Señor y para que el Verbo se encarne, en
cierto modo, de nuevo en nosotros para llevarnos a nuestro fin. Nuestro fin es
la gloria de Dios, la visión beatífica, el gozo eterno.
Por esto nos gusta pedirle a la Santísima Virgen que nos
adentre un poco en este sagrario que es el alma de Nuestro Señor. Nos resulta
realmente difícil imaginar lo que eso puede ser, pero ahí están las palabras de Nuestro Señor y manifiestan en primer lugar la
realidad primordial que se halla en Nuestro Señor: su unidad.
CONTINUA...
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