Mateo, Marcos y Lucas, nos narran, con la diferencia de algunos ligeros matices, el acontecimiento de la Transfiguración. Jesús había hablado a sus discípulos de su inminente pasión y muerte. Y para que no vacilasen en la fe, invita a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con Él al monte Tabor, precisamente los tres que verían su agonía en Getsemaní.
En el Tabor les mostró el Señor su gloria y
esplendor, a la vez que Moisés y Elías se aparecían hablando con Jesús. Allí se
transfiguró delante de ellos. Su rostro brillaba como el sol, y sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún
batanero del mundo, según precisa plásticamente el evangelista San Marcos.
Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús:
Señor, qué bien estamos aquí. Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías. Pero aquello no era más que un breve
episodio. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube, que
decía: Éste es mi Hijo amado en quien tengo puestas todas mis complacencias.
Escuchadle.
Esta voz les confortaría en el momento de la
prueba. Nunca la podrían olvidar. Sobre todo, Pedro, que escribirá más tarde:
Esta voz traída del cielo, la oímos nosotros, estando con Él en la montaña
sagrada.
La voz del Padre es apremiante. Si Jesús es el
Amado en quien tiene puestas todas sus complacencias, quiere decir que sólo se
complacerá el Padre en nosotros en cuanto nos parezcamos a Jesús, en cuanto le
imitemos, en cuanto reflejemos su imagen, y reproduzcamos sus gestos y
palabras.
Sólo se complacerá el Padre en nosotros, si
escuchamos a Jesús, que es su Palabra, pues, como dice la Carta a los hebreos,
en múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres en
tiempos de los profetas, pero ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el
Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y es el reflejo de su gloria.
San Juan de la Cruz comenta agudamente estas
palabras: Como el Padre nos dio a su Hijo -que es una Palabra suya, que no
tiene otra- todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no
tiene más que hablar. Que Dios ha quedado ya como mudo, porque lo que hablaba
antes en partes a los profetas, ya lo ha hablado en Él todo, dándonos el todo
que es su Hijo. Sería pues una desconsideración ir pidiendo a Dios nuevas
revelaciones, puesto que todo nos lo tiene revelado ya en su Hijo: Éste es mi
Hijo amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias. Escuchadle.
Algunos Santos Padres aportan una curiosa
interpretación a la Transfiguración. Jesús, dicen, siempre estaba
transfigurado, su divinidad irradiaba siempre a través de la envoltura de la
naturaleza humana, su rostro siempre estaba resplandeciente -"ese halo
luminoso que despiden las almas más santas"-, pero los discípulos, enredados
en problemas de preeminencias, enfrascados en pequeños detalles, mezclados
entre multitudes, entretenidos en pequeñas cosas, no podían vislumbrar el
brillo del rostro de Jesús.
Bastó que dejaran el espesor del valle, que
subieran a la montaña, que dejaran aparte sus minúsculas preocupaciones, que se
purificaran los ojos, que miraran más fijamente, sin estorbos, al rostro de
Jesús, para que descubrieran el fulgor de su mirada, el rostro siempre radiante
de Jesús.
Dice un autor que si el hombre mirara con
frecuencia al cielo, acabarían naciéndole alas. Y otro más prosaico afirma que
al que sólo mira al suelo le salen cuatro patas. Pero Dios nos dio los ojos
para mirar a lo alto.
Comentando este pasaje de la transfiguración
de las Sagradas Escrituras Mons. Straubinger nos dice, sobre las ultimas
palabras de este evangelio: “Este es mi Hijo el amado, en quien me complazco,
escuchadlo a Él”. Si a cualquier pueblo, culto o salvaje, si dijera que la voz
de un dios había sido escuchada en el espacio, o que se había descubierto un
trozo de pergamino con palabras enviadas de otro planeta… imaginemos la conmoción
y el grado de curiosidad que esto produciría, tanto en uno como en la
colectividad. Pero Dios Padre hablo para decirnos para decirnos que un hombre
era su Hijo, y luego nos hablo por medio de ese hijo y enviado suyo diciendo
que sus palabras eran nuestra vida. ¿Dónde están pues sus palabras? Y ¡Como las
devoran todos! Están en un libro que cuesta poco y que casi nadie lo lee, ¿Qué distancia
hay de esto al tiempo anunciado por Cristo para su segunda venida, EN QUE NO
HABRA FE EN LA TIERRA? Estas ultimas palabras son muy ciertas porque la fe ha
disminuido mucho en los actuales tiempos y nos encontramos en un mundo donde la
fe ya no tiene cabida, un mundo cada vez mas incrédulo, egoísta, mas ateo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario