No queremos, hermanos que ignoréis lo tocante
a la suerte de los muertos, para que no os
aflijáis como los demás que no tienen esperanza
LA EXPIACIÓN DEL PECADO. — Todo pecado causa en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa simplemente no complace a Dios y su expiación sólo dura algún tiempo; más el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier falta.
LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO. — Como si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del purgatorio. En esta obra, que es una especie de redención de cautivos, hay también cristianos que se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente, no sólo a sus propias satisfacciones, sino también a los sufragios de que se podían beneficiar después de muertos; acto heroico de caridad que no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia; dicho acto da a Dios mucha gloria y, en el caso de un retardo temporal de la bienaventuranza, merece a su autor el estar más cerca de Dios para siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la gloria. Y, si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó por los difuntos, como antes lo hizo la Sinagoga. Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de gracias, así también honraba con súplicas el de los demás hijos, que quizá no estuviesen aún en los cielos. Diariamente se pronunciaban en los Misterios sagrados los nombres de unos y otros con el doble fin de la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero, los incluyó a todos en una fiesta y en una mención común, así de igual manera hacía conmemoración general de los difuntos en todas partes y todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares. Tampoco faltaban sufragios, observa San Agustín, a los que no tenían parientes ni amigos; ésos tenían para remediar su desamparo, el cariño de la Madre común.
MISA DE LOS DIFUNTOS
La
Iglesia Romana tenía antiguamente doble tarea en este día en su servicio diario
para con la divina Majestad. La memoria de los difuntos no la permitía olvidar
la Octava de todos los Santos. El oficio del segundo día de esta Octava
precedía al de los difuntos; a la hora de Tercia de todos los Santos, seguía la
Misa correspondiente; y después de Nona del mismo oficio, ofrecía el Sacrificio
del altar por los difuntos. En nuestros días, solicitada por la caridad para con
las pobres almas más numerosas y más desamparadas, las dedica hoy todas sus
Horas canónicas y sólo después de Nona a la que sigue la misa solemne de los
difuntos, vuelve a tomar el oficio de los Santos en las. Vísperas del dos de
noviembre. En cuanto a la obligación de guardar fiesta el día de
ánimas, era sólo de semiprecepto en Inglaterra, donde se permitían los
trabajos más necesarios; en muchos lugares el cese del trabajo no excedía la
mitad del día; en otros se prescribía únicamente la asistencia a la misa. París
observó durante algún tiempo el dos de noviembre como fiesta de primera
obligación: en 1673 el arzobispo Francisco de Harlay mantenía aún en sus
estatutos el mandato de guardarle hasta el mediodía. Hoy ni en Roma existe ya
la obligación.
Dales,
Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. Salmo: A
ti, oh Dios, te corresponden loores en Sión, a ti se te darán votos en
Jerusalén: escucha mi oración, a ti irán todos los hombres.
Oh
Dios, Criador y Redentor de todos los fieles: concede a las almas de tus
siervos y siervas el perdón de todos los pecados; para que, por nuestras
piadosas súplicas, consigan la indulgencia que siempre ansiaron. Tú, que vives.
Lección
de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios (I Cor., XV, 51-57).
Hermanos:
He aquí un misterio que os digo: Todos resucitaremos ciertamente, pero no todos
seremos transformados. En un momento, en un pestañear de ojos, al son de la
última trompeta: porque sonará la i trompeta, y los muertos resucitarán
incorruptos: y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto
corruptible se revista de incorrupción: y que esto mortal se revista de
inmortalidad. Mas, cuando esto mortal se hubiere vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra escrita: Fue absorbida la muerte por la
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es
la Ley. Mas gracias a Dios, que nos dio la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
MUERTE Y RESURRECCIÓN. — Mientras el alma, al salir de este mundo, suple en el purgatorio la insuficiencia de sus expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a la tierra para cumplir la sentencia lanzada contra Adán y su raza en el principio del mundo. Pero la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el alma del cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta original; más en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fue formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir en muy distintas condiciones. Es que, en efecto, la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios ni los que están sujetos a la corrupción aspirar a la inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de San Ignacio de Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco de la tumba para dejar en él lo que tenía de corruptible, la forma del primer Adán con su flaqueza y su pesadez; más, por virtud del nuevo Adán, que le vuelve a formar a su propia imagen, saldrá completamente celestial y espiritualizado, ágil, impasible y glorioso. Gloria al que sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte y hacer de su victoria nuestra victoria.
Dales,
Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. 7. El justo
dejará eterna memoria: no temerá la mala fama.
Absuelve,
Señor, a las almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de
pecado. J. Y, socorriéndolos tu gracia, merezcan evitar el
juicio de la venganza. Y gozar de la dicha de la luz eterna.
SECUENCIA
1. El día de la Ira, el día aquel disolverá al
mundo
en ceniza: testigo es David con la Sibila.
2.Cuánto temor habrá entonces, cuando se presente
¡el Juez a discutir todo con rigor!
3. La trompeta, lanzando su son por las tumbas
de la tierra, llevará ante el trono a todos.
4. Se pasmarán muerte y naturaleza, cuando resucite
la criatura, para responder al Juzgador.
5. Abriráse el libro escrito, en que está todo
contenido,
por el que será juzgado el mundo.
6. Cuando, pues, se siente el Juez, aparecerá todo
lo oculto: nada quedará sin vengar.
7. ¿Qué diré entonces, desgraciado? ¿Qué patrono
invocaré, cuando apenas el justo estará seguro?
8. Rey de majestad tremenda, que a los buenos
salvas gratis, sálvame a mí, fuente de piedad.
9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy de tu camino
la causa: no me pierdas en aquel día.
10. Buscándome, te sentaste cansado: me redimiste
sufriendo la cruz: no sea Inútil tanto trabajo.
11. Justo Juez de la venganza, da la gracia del
perdón antes del día de la cuenta.
12. Gimo como verdadero reo: con la culpa enrojece
mí cara: perdona, oh Dios, al que suplica.
13. Tú, que absolviste a María y escuchaste al J
buen ladrón, a mí esperanza me diste. -j
14. Mis plegarias no son dignas: pero tú haz,!
bueno y benigno, que no arda en fuego perenne.
15. Colócame entre las ovejas, y apártame de los
cabritos, poniéndome a la parte diestra.
16. Refutados los malditos, aplicadas las crueles
llamas: llévame con los benditos.
17. Ruégote humilde y sumiso, el corazón, como
ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi fin.
18. Lacrimoso día aquel, en que surgirá del polvo
el hombre para ser juzgado reo.
19. Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso
señor Jesús, dales el descanso. Amén.
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio según S. Juan
(Jn.,
V, 25-29).
En
aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: En verdad, en verdad os
digo, que ha llegado la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios: y, los que la escucharen, vivirán. Porque, como el Padre tiene la
vida en sí mismo, así dio también al Hijo el tener la vida en sí mismo: y le
dio poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto,
porque llega la hora en que, todos los que están en los sepulcros, oirán la voz
del Hijo de Dios; e irán los que obraron bien, a la resurrección de la vida y
los que obraron mal, a la resurrección del juicio.
Señor
Jesucristo, Rey de la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de
las penas del infierno y del profundo lago: líbralas de la boca del león, para
que no las absorba el tártaro, ni caigan en lo obscuro: sino que el abanderado
San Miguel las presente en la luz santa: Que prometiste en otro tiempo a
Abraham y a su descendencia, y Ofrecérnoste,
Señor, hostias y preces de alabanza: tú acéptalas por aquellas almas cuya
memoria celebramos hoy: hazlas, Señor, pasar de la muerte a la vida: Que
prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia. La fe, cuyas obras
practicaron, es garantía para las almas del purgatorio de la recompensa
postrera y la que hace a Dios propicio ante los dones ofrecidos en favor de
ellas.
Suplicamoste,
Señor, mires propicio estas hostias que te ofrecemos por las almas de tus
siervos y siervas: para que, a quienes diste el mérito de la fe cristiana, les
des también el premio. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Es
verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas
partes te demos gracias a ti, Señor santo. Padre omnipotente, Dios eterno, por
Cristo nuestro Señor. En quien brilló para nosotros la esperanza de una
resurrección bienaventurada, de suerte que a quienes contrista la certeza de
tener que morir, los consuele la promesa de la futura inmortalidad. Porque a
tus siervos. Señor, la vida se les cambia, no se les quita: y, desmoronada la
casa de esta terrestre morada, alcanzan en los cielos una mansión eterna. Y,
por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y
con todo el ejército de la celeste milicia, cantamos el himno de tu gloria,
diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
Al Agnus Dei, la petición del descanso para los difuntos suple a la de la paz por los vivos.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales
el descanso.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales
el descanso.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales
el descanso sempiterno.
Brille
para ellos, Señor, la luz eterna: Con tus Santos para siempre: porque
eres piadoso. J. Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para
ellos la luz perpetua. Con tus Santos para siempre: porque eres piadoso.
Rogamoste,
Señor, hagas que la oración de los que te suplicamos, aproveche a las almas de
tus siervos y siervas: para que las libres de todos los pecados y las hagas
participantes de tu redención. Tú, que vives.
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