LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE. — Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios! Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderlo y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Y esto será el fin, como dice el Apóstol: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de' toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas. Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre, pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como Él es la de Dios. Las virtudes de los santos son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa.
CONFIANZA. — /Dichosos los invitados a las bodas del Cordero Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran! Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna. Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestros pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".
INTROITO
Alegrémonos todos en el Señor, al
celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se
alegran los Ángeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos,
justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. J. Gloria al Padre.
Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos, ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?
Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has
concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad:
suplicamoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada
abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Lección del Libro del Apocalipsis del
Ap. San Juan (Apoc., VII, 2-12).
En aquellos días he aquí que yo, Juan,
vi subir del nacimiento del sol a otro Ángel, que tenía el sello del Dios vivo:
y clamó con gran voz a los cuatro Ángeles a quienes se había ordenado dañar a
la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los
árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el
número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las
tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la
tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De
la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados.
De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil
señalados, "e la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar,
doce mil señalados. De la tribu de Zabulón, doce mil señalados. De la tribu de
José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después
de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes
y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del
Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con
gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al
Cordero. Y todos los Ángeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de
los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron
a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y
poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. j Amén.
LOS DOS EMPADRONAMIENTOS. —El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación. San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: ¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa. Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los réprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Ángeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.
GRADUAL
Temed al Señor, todos sus Santos:
porque nada falta a los que le temen. J. Y a los que busquen
al Señor no les faltará ningún bien. Aleluya, aleluya. J. Venid
a mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.
Continuación del santo Evangelio según
S. Mateo
(Mt„ V, 1-12).
En aquel tiempo, viendo Jesús a las
turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus
discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los
pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados
los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran:
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que han hambre y sed de
justicia: porqueellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque
ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque
ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos
de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de
ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os
maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo,
por mí: alegraos y gozaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los
cielos.
Las almas de los justos están en la
mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los
necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.
El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.
Ofrecemoste, Señor, estos dones de
nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos
y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados
hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
La Iglesia pide en la Poscomunión que esta
fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus hijos los honren
asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.
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