LA PARUSIA (PRIMERS PARTE)
Es este nombre griego derivado del verbo pareimi, “estar presente”, y significa presencia, advenimiento, y con él se designa en los Libros Sagrados del Nuevo Testamento el Segundo Advenimiento de Cristo Señor Nuestro para juzgar a los hombres. De la Parusía no sabemos otra cosa sino lo que se nos dice en los Libros Santos.
Realidad de la Parusía
Cristo,
el Mesías y Redentor prometido al género humano al principio de los tiempos (Gn.
3, 15) es el Verbo de Dios que se hizo carne (Jn. 1, 14) y habitó entre los
hombres y padeció y murió por la salud de los hombres en la plenitud de los
tiempos, y el mismo Cristo que subió a los cielos y está sentado a la diestra
del Padre, vendrá desde allí a juzgar a los hombres en el fin de los tiempos.
Dos son,
pues, las Venidas de Cristo; la una en la plenitud de los tiempos; la otra al
fin de los tiempos; la primera para enseñar al hombre con sus palabras y con su
ejemplo, para padecer y morir por el hombre, para salvar a los hombres; la
segunda para juzgar a los hombres y dar a cada uno según sus obras, a los
buenos premio eterno porque guardaron sus santos mandamientos y a los malos
pena eterna porque no los guardaron. Esta Segunda Venida de Cristo es un
artículo de nuestra santa fe, que se contiene en aquel artículo del Credo:
“Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”, y se predice en
muchos textos de la Sagrada Escritura, de los cuales bastará traer algunos.
Así, San
Pablo habla de las dos venidas (Heb. 9, 28). Cristo se ofreció una vez para
quitar los pecados de muchos; la segunda vez fuera del pecado, esto es, sin ser
expiación por el pecado, aparecerá a los que esperan en Él, para su salvación;
y el mismo Cristo dice en San Mateo (16, 27): el Hijo del hombre ha de venir en
la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus
obras. Y después de la Ascensión de Cristo, según se refiere en el libro de los
Hechos de los apóstoles (1, 10-11),
mientras
estaban los discípulos mirando al cielo, entre tanto que Él se iba, he aquí que
dos varones con vestidos blancos se pusieron junto a ellos y les dijeron:
“Varones de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así vendrá, así como le habéis visto subir al
cielo.” Así, pues, como Cristo subió al cielo el día de la Ascensión, así ha de
volver a venir, y este es el Segundo Advenimiento, la Parusía.
Hora de la Parusía
Cuanto,
al tiempo y hora de la Parusía, cuatro cosas se nos dicen en las Sagradas
páginas: a) Lo primero, que será pronto. b) Lo segundo, que no es inminente. c)
Lo tercero, que su hora es desconocida. d) Lo cuarto, que será súbita e
inesperada.
1º) Que será pronto, se nos dice en la
epístola de Santiago (5, 8): “Tened también vosotros paciencia, confirmad
vuestros corazones porque la venida del Señor se acerca.” Y más claro en el
Apocalipsis (22, 20). Así dice el que da testimonio de estas cosas:
“Ciertamente vengo en breve.” Mas estas palabras: se acerca, pronto, en breve,
han de entenderse relativamente, parece indicarlo San Pedro en su segunda carta
(3, 8): “No se
os esconda esto, carísimos, que un día delante del Señor, es como mil años y
mil años como un día”.
2º) De aquí, pues, se deduce ya que
la Parusía, aunque hubiera de ser pronto o en breve, no por eso era inminente.
Y esto es lo que dice el Apóstol San Pablo en su segunda carta a los fieles de
Tesalónica. Por lo visto algunos habían alborotado a los Tesalonicenses o por
medio de falsas revelaciones, o tal vez por medio de cartas, anunciándoles y
persuadiéndoles la proximidad inminente de la Parusía o Segundo Advenimiento
del Señor, y turbándoles con estos prenuncios y predicciones.
San
Pablo les escribió una carta en la que les dice (2 Tes. 2, 1-2): “Os rogamos, hermanos, que cuanto,
a la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con Él, no os mováis
fácilmente de vuestro sentir ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabras,
ni por cartas enviadas a nombre nuestro; como si el día del Señor estuviese
cerca.” Y luego, en los versos siguientes, les prueba que esta venida no
es inminente, porque antes de ella han de suceder otras cosas que allí pone: la
apostasía y la rebelión, y la manifestación del hombre del pecado, y se remite
a las enseñanzas que sobre esto les habrá dado de palabra.
Y el
mismo Cristo dice expresamente que antes de su Advenimiento y de la consumación
se ha de predicar su Evangelio en todo el mundo (Mt. 24, 14). “Y será predicado este Evangelio
del reino en todo el mundo en testimonio a todas las gentes, y entonces vendrá
la consumación.” Así, pues, los Apóstoles no miraban como inminente la
venida del Señor. En realidad, ellos ignoraban el tiempo de la Parusía, puesto
que:
3º) La hora de la Parusía es
ignorada de todos, como dice el mismo Cristo (Mt. 24, 36): “Aquel día y aquella hora nadie la sabe, ni
siquiera los ángeles del cielo, sino sólo el Padre.” Claro está que
Cristo, Hijo de Dios, y un solo Dios con el Padre, que recibe del Padre toda la
naturaleza divina y el entendimiento y la ciencia divina y, en fin, todo lo que
tiene el Padre (Jn. 16, 15), sabe y conoce también el tiempo y la hora de la
Parusía. Y si se dice que no lo sabe, como en San Marcos (13, 32), ha de
entenderse que no lo sabe para comunicarlo y revelarlo a los hombres, según lo
declaró ya San Gregorio Magno (590-604) contra los agnoetas. Porque siendo Él,
como es, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, Él comunica a este Cuerpo
Místico la potestad, la doctrina y la gracia.
Mas este
conocimiento del tiempo de la Parusía no lo comunica ni lo revela y, por lo
tanto, este conocimiento no pertenece en modo alguno al depósito de la
revelación. De donde se sigue que los Apóstoles que, como tales, no predicaban
sino lo contenido en el depósito de la revelación, la doctrina que habían
recibido de Cristo, no pudieron en modo alguno, ni en sus enseñanzas
apostólicas, ni en sus escritos inspirados señalar o precisar el tiempo y hora de
la Parusía.
Recientemente
con este motivo se suscitaron algunas opiniones erróneas o inexactas que
motivaron algunas decisiones de la Santa Sede. Porque unos, fundándose quizá en
el texto citado de San Marcos (13, 32) o, más bien, en las sentencias u opiniones
de algunos Santos Padres, pretendieron limitar la extensión de la ciencia
humana de Cristo.
Contra
los cuales la Suprema Congregación del Santo Oficio dio el decreto del 5 de
junio de 1918, en el cual, entre otras, prohíbe enseñar esta proposición: “No es cierta la sentencia que
afirma que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que desde el principio
conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y futuras, o sea todo lo
que Dios conoce por la ciencia de visión.” Luego, al contrario, podemos
afirmar con certeza que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que desde el
principio conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y futuras.
El otro
error se refiere a las afirmaciones de los Apóstoles y, en especial, de San
Pablo acerca de la Parusía. Dijeron, pues, algunos, que los Apóstoles y, en
particular San Pablo, en sus escritos inspirados, aunque sin enseñar ningún
error, expresaban o podían expresar su propio sentir acerca de la proximidad de
la Parusía. Mas la Comisión Bíblica Pontificia, en sus respuestas del 18 de
junio de 1915, dio las siguientes decisiones:
1ª) Que
a ningún exégeta católico le es permitido afirmar que los Apóstoles, si bien
bajo la inspiración del Espíritu Santo no enseñan error alguno, expresan no
obstante sus propios sentimientos humanos, en los que puede deslizarse error o
engaño.
2ª) Que,
considerada de una parte la verdadera noción del ministerio apostólico y la
fidelidad de San Pablo en su misión apostólica, y de otra parte, el dogma de la
inspiración, según el cual todo lo que afirma, enuncia o insinúa el escritor
sagrado, lo afirma, enuncia e insinúa el Espíritu Santo; examinados, además,
los textos de las cartas de San Pablo y su modo de hablar, que concuerda con el
de Cristo Señor Nuestro, debe afirmarse que San Pablo en sus escritos no dijo
nada que no esté conforme con aquella ignorancia del tiempo de la Parusía, que,
según dijo Cristo, es propia de los hombres.
3ª) Que
en ningún modo hay que rechazar como rebuscada o destituida de todo fundamento
la interpretación tradicional fundada en la recta inteligencia del texto griego
y en la interpretación de los Santos Padres, y en especial de San Juan
Crisóstomo, sobre el capítulo cuarto de la primera carta a los Tesalonicenses,
en los versículos 15-17. Es de advertir que en este texto se fundaban
principalmente los de la opinión contraria que rechaza la Comisión Bíblica.
Describe este texto la Parusía, y dice así: “El mismo Señor, con imperio y con voz de Arcángel y
con trompeta de Dios, bajará del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán
primero. Después nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con
ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire” (1 Tes.
4, 16-17).
De este
texto pretendían deducir que San Pablo pensaba que la Parusía había de ser muy
pronto viviendo todavía él o viviendo los Tesalonicenses, a quienes escribía la
carta. Mas el texto griego no dice: “Nosotros, los que
vivimos”, los que quedamos, sino que lo dice en participio: “Nosotros, los vivientes”, esto es, los que vivieren,
los que quedaren. No dice, pues, ni insinúa que la Parusía había de ser pronto
o que él o los Tesalonicenses habían de verla.
4ª) Por
último, la hora de la Parusía será también súbita e inesperada. El día del
Señor vendrá como el ladrón. Así lo dicen San Pedro, 2 Pe. 3, 10, y San Pablo,
1 Tes. 5, 2, y San Juan en su Apocalipsis, 16, 15, y el mismo Cristo, en su
Evangelio, compara el tiempo de la Parusía con los días de Noé y con los días
de Lot, Lc. 16, 26-30: “Y como sucedió en los días de Noé, así será en los días
del Hijo del hombre. Comían y bebían, tomaban esposas y se casaban, hasta el
día que entró Noé en el arca: y vino el diluvio, y los hizo perecer a todos. Y
asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían y bebían, compraban y
vendían, plantaban y edificaban. Mas el día que salió Lot de Sodoma llovió
fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Así, pues, será el día en
que apareciere el Hijo del hombre” (Mt. 24, 38-39). Será su venida inesperada
como un lazo que vendrá sobre todos los que habitan en la tierra (Lc. 21, 35);
será súbita como el rayo que sale del Oriente y se muestra hasta el Occidente
(Mt. 24, 27; Lc. 17, 24).
Podría
sí preguntarse cómo es que la venida de Cristo podrá ser inesperada, siendo así
que han de precederle tantas señales como veremos luego. A esto se responde que
será inesperada, según dice el mismo Cristo, como fue inesperado el diluvio en
los tiempos de Noé. Porque no faltaban ciertamente entonces señales y
predicciones del diluvio. Y el mismo Noé que se lo anunciaba y que por orden de
Dios construía aquella gran arca, para salvarse en ella con su familia y los
animales, qué otra cosa era sino una predicción viviente y continua del castigo
de Dios.
Pero los
hombres no hicieron caso de aquellas predicciones (2 Pe. 3, 20) y se fueron
acostumbrando a ellas, y así cuando vino el diluvio les cogió desprevenidos. Y
esto mismo sucederá con el advenimiento de Cristo que, al ver las señales
próximas de su venida, la mayor parte de los hombres, acostumbrados a juzgar de
las cosas con criterio meramente natural, mirarán aquellas señales como fenómenos de la naturaleza,
como efectos de la corrupción y perversidad humana, y así la venida de Cristo
les cogerá de improviso y desprevenidos.
Señales de la Parusía
Aunque
Cristo Señor Nuestro dijo que la hora de su Venida era desconocida, dio, con
todo, a sus discípulos, y en ellos a nosotros, algunas señales por las que
pudiese de algún modo vislumbrarse la proximidad de su Venida. Estas señales
son de diversas clases; las unas remotas, las otras próximas; unas en el cielo,
otras en la tierra; unas en la naturaleza, otras en la sociedad humana.
Hablaremos primero de las remotas y generales, luego de las próximas y más
especiales y determinadas.
Señales remotas
Señales
remotas de la venida de Cristo son:
1ª) Las
guerras, hambres, pestes, terremotos, de las cuales, dice: “Oiréis guerras y rumores de
guerras: mirad que no os turbéis, porque es menester que todo esto acontezca, más
aún no es el fin. Porque se levantará gente contra gente y reino contra reino,
y habrá pestilencias y hambres y terremotos. Y todas estas cosas son los
comienzos de los dolores.” (Mt. 24, 6-7; Mc. 13, 7-8; Lc. 21, 9-11).
2ª) Las
persecuciones y martirios de los Apóstoles y de los Siervos de Dios, de que
dice: “Entonces os
entregarán para ser afligidos y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las
gentes por causa de mi nombre.” (Mt. 24, 9; Mc. 13, 13; Lc. 21, 12).
3ª) Los
escándalos y persecuciones y martirios, los odios y discordias: “Y muchos entonces serán
escandalizados, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.”
(Mt. 24, 10; Mc. 13, 12; Lc. 21, 16-19).
4ª) La
seducción de los falsos profetas, como fue, por ejemplo, Mahoma: “Y muchos falsos
profetas se levantarán y engañarán a muchos.” (Mt. 24, 11).
5ª)
“Consecuencia de todo esto será el acrecentarse la maldad y el enfriarse la
caridad: Y por haberse acrecentado la maldad se enfriará la caridad de muchos.
Mas el que perseverare hasta el fin, este será salvo.” (Mt. 24, 12, 13).
6ª)
“Jerusalén será destruida y será hollada y conculcada por las gentes hasta que
se cumplan los tiempos de las naciones.” (Lc. 21, 20-24).
7ª) La
predicación del Evangelio por todo el mundo: “Y será predicado este Evangelio
en todo el mundo, en testimonio a todas las gentes; y entonces vendrá la
consumación.” (Mt. 24, 14).
P. Juan Rovira S.J.
Juan
Rovira nació en Palma de Mallorca el 4 de octubre de 1877. Entró en la Compañía
de Jesús el 25 de noviembre de 1895. Cursó Filosofía en Veruela (Zaragoza),
Tortosa y Granada, obteniendo el grado académico en 1904. Estudió Teología en
Tortosa, donde fue ordenado sacerdote el 26 de julio de 1909. Entre 1912 y 1914
se formó en el Instituto Bíblico de Roma. En 1916 enseñó Antiguo Testamento en
el Colegio Máximo de Sarriá, Barcelona, además de hebreo y Arqueología bíblica.
Entre 1916 y 1920 tuvo a su cargo las lecciones sacras en la iglesia del
Sagrado Corazón. En 1928 fue enviado a Tortosa teniendo como Superior al P.
Audí, su compañero en el martirio, sucedido el 5 de septiembre de 1936.
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