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viernes, 13 de noviembre de 2020

La Parusía. Padre Juan Rovira. Mártir de la Guerra civil Española.

 


LA PARUSIA (PRIMERS PARTE)

Es este nombre griego derivado del verbo pareimi, “estar presente”, y significa presencia, advenimiento, y con él se designa en los Libros Sagrados del Nuevo Testamento el Segundo Advenimiento de Cristo Señor Nuestro para juzgar a los hombres. De la Parusía no sabemos otra cosa sino lo que se nos dice en los Libros Santos.

Realidad de la Parusía

Cristo, el Mesías y Redentor prometido al género humano al principio de los tiempos (Gn. 3, 15) es el Verbo de Dios que se hizo carne (Jn. 1, 14) y habitó entre los hombres y padeció y murió por la salud de los hombres en la plenitud de los tiempos, y el mismo Cristo que subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, vendrá desde allí a juzgar a los hombres en el fin de los tiempos.

Dos son, pues, las Venidas de Cristo; la una en la plenitud de los tiempos; la otra al fin de los tiempos; la primera para enseñar al hombre con sus palabras y con su ejemplo, para padecer y morir por el hombre, para salvar a los hombres; la segunda para juzgar a los hombres y dar a cada uno según sus obras, a los buenos premio eterno porque guardaron sus santos mandamientos y a los malos pena eterna porque no los guardaron. Esta Segunda Venida de Cristo es un artículo de nuestra santa fe, que se contiene en aquel artículo del Credo: “Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”, y se predice en muchos textos de la Sagrada Escritura, de los cuales bastará traer algunos.

Así, San Pablo habla de las dos venidas (Heb. 9, 28). Cristo se ofreció una vez para quitar los pecados de muchos; la segunda vez fuera del pecado, esto es, sin ser expiación por el pecado, aparecerá a los que esperan en Él, para su salvación; y el mismo Cristo dice en San Mateo (16, 27): el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras. Y después de la Ascensión de Cristo, según se refiere en el libro de los Hechos de los apóstoles (1, 10-11),

mientras estaban los discípulos mirando al cielo, entre tanto que Él se iba, he aquí que dos varones con vestidos blancos se pusieron junto a ellos y les dijeron: “Varones de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá, así como le habéis visto subir al cielo.” Así, pues, como Cristo subió al cielo el día de la Ascensión, así ha de volver a venir, y este es el Segundo Advenimiento, la Parusía.

Hora de la Parusía

Cuanto, al tiempo y hora de la Parusía, cuatro cosas se nos dicen en las Sagradas páginas: a) Lo primero, que será pronto. b) Lo segundo, que no es inminente. c) Lo tercero, que su hora es desconocida. d) Lo cuarto, que será súbita e inesperada.

1º) Que será pronto, se nos dice en la epístola de Santiago (5, 8): “Tened también vosotros paciencia, confirmad vuestros corazones porque la venida del Señor se acerca.” Y más claro en el Apocalipsis (22, 20). Así dice el que da testimonio de estas cosas: “Ciertamente vengo en breve.” Mas estas palabras: se acerca, pronto, en breve, han de entenderse relativamente, parece indicarlo San Pedro en su segunda carta (3, 8): “No se os esconda esto, carísimos, que un día delante del Señor, es como mil años y mil años como un día”.

2º) De aquí, pues, se deduce ya que la Parusía, aunque hubiera de ser pronto o en breve, no por eso era inminente. Y esto es lo que dice el Apóstol San Pablo en su segunda carta a los fieles de Tesalónica. Por lo visto algunos habían alborotado a los Tesalonicenses o por medio de falsas revelaciones, o tal vez por medio de cartas, anunciándoles y persuadiéndoles la proximidad inminente de la Parusía o Segundo Advenimiento del Señor, y turbándoles con estos prenuncios y predicciones.

San Pablo les escribió una carta en la que les dice (2 Tes. 2, 1-2): “Os rogamos, hermanos, que cuanto, a la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con Él, no os mováis fácilmente de vuestro sentir ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabras, ni por cartas enviadas a nombre nuestro; como si el día del Señor estuviese cerca.” Y luego, en los versos siguientes, les prueba que esta venida no es inminente, porque antes de ella han de suceder otras cosas que allí pone: la apostasía y la rebelión, y la manifestación del hombre del pecado, y se remite a las enseñanzas que sobre esto les habrá dado de palabra.

Y el mismo Cristo dice expresamente que antes de su Advenimiento y de la consumación se ha de predicar su Evangelio en todo el mundo (Mt. 24, 14). “Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo en testimonio a todas las gentes, y entonces vendrá la consumación.” Así, pues, los Apóstoles no miraban como inminente la venida del Señor. En realidad, ellos ignoraban el tiempo de la Parusía, puesto que:

3º) La hora de la Parusía es ignorada de todos, como dice el mismo Cristo (Mt. 24, 36): “Aquel día y aquella hora nadie la sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, sino sólo el Padre.” Claro está que Cristo, Hijo de Dios, y un solo Dios con el Padre, que recibe del Padre toda la naturaleza divina y el entendimiento y la ciencia divina y, en fin, todo lo que tiene el Padre (Jn. 16, 15), sabe y conoce también el tiempo y la hora de la Parusía. Y si se dice que no lo sabe, como en San Marcos (13, 32), ha de entenderse que no lo sabe para comunicarlo y revelarlo a los hombres, según lo declaró ya San Gregorio Magno (590-604) contra los agnoetas. Porque siendo Él, como es, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, Él comunica a este Cuerpo Místico la potestad, la doctrina y la gracia.

Mas este conocimiento del tiempo de la Parusía no lo comunica ni lo revela y, por lo tanto, este conocimiento no pertenece en modo alguno al depósito de la revelación. De donde se sigue que los Apóstoles que, como tales, no predicaban sino lo contenido en el depósito de la revelación, la doctrina que habían recibido de Cristo, no pudieron en modo alguno, ni en sus enseñanzas apostólicas, ni en sus escritos inspirados señalar o precisar el tiempo y hora de la Parusía.

Recientemente con este motivo se suscitaron algunas opiniones erróneas o inexactas que motivaron algunas decisiones de la Santa Sede. Porque unos, fundándose quizá en el texto citado de San Marcos (13, 32) o, más bien, en las sentencias u opiniones de algunos Santos Padres, pretendieron limitar la extensión de la ciencia humana de Cristo.

 

Contra los cuales la Suprema Congregación del Santo Oficio dio el decreto del 5 de junio de 1918, en el cual, entre otras, prohíbe enseñar esta proposición: “No es cierta la sentencia que afirma que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que desde el principio conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y futuras, o sea todo lo que Dios conoce por la ciencia de visión.” Luego, al contrario, podemos afirmar con certeza que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que desde el principio conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y futuras.

El otro error se refiere a las afirmaciones de los Apóstoles y, en especial, de San Pablo acerca de la Parusía. Dijeron, pues, algunos, que los Apóstoles y, en particular San Pablo, en sus escritos inspirados, aunque sin enseñar ningún error, expresaban o podían expresar su propio sentir acerca de la proximidad de la Parusía. Mas la Comisión Bíblica Pontificia, en sus respuestas del 18 de junio de 1915, dio las siguientes decisiones:

 

1ª) Que a ningún exégeta católico le es permitido afirmar que los Apóstoles, si bien bajo la inspiración del Espíritu Santo no enseñan error alguno, expresan no obstante sus propios sentimientos humanos, en los que puede deslizarse error o engaño.

 

2ª) Que, considerada de una parte la verdadera noción del ministerio apostólico y la fidelidad de San Pablo en su misión apostólica, y de otra parte, el dogma de la inspiración, según el cual todo lo que afirma, enuncia o insinúa el escritor sagrado, lo afirma, enuncia e insinúa el Espíritu Santo; examinados, además, los textos de las cartas de San Pablo y su modo de hablar, que concuerda con el de Cristo Señor Nuestro, debe afirmarse que San Pablo en sus escritos no dijo nada que no esté conforme con aquella ignorancia del tiempo de la Parusía, que, según dijo Cristo, es propia de los hombres.

 

3ª) Que en ningún modo hay que rechazar como rebuscada o destituida de todo fundamento la interpretación tradicional fundada en la recta inteligencia del texto griego y en la interpretación de los Santos Padres, y en especial de San Juan Crisóstomo, sobre el capítulo cuarto de la primera carta a los Tesalonicenses, en los versículos 15-17. Es de advertir que en este texto se fundaban principalmente los de la opinión contraria que rechaza la Comisión Bíblica. Describe este texto la Parusía, y dice así: “El mismo Señor, con imperio y con voz de Arcángel y con trompeta de Dios, bajará del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Después nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire” (1 Tes. 4, 16-17).

 

De este texto pretendían deducir que San Pablo pensaba que la Parusía había de ser muy pronto viviendo todavía él o viviendo los Tesalonicenses, a quienes escribía la carta. Mas el texto griego no dice: “Nosotros, los que vivimos”, los que quedamos, sino que lo dice en participio: “Nosotros, los vivientes”, esto es, los que vivieren, los que quedaren. No dice, pues, ni insinúa que la Parusía había de ser pronto o que él o los Tesalonicenses habían de verla.

 

4ª) Por último, la hora de la Parusía será también súbita e inesperada. El día del Señor vendrá como el ladrón. Así lo dicen San Pedro, 2 Pe. 3, 10, y San Pablo, 1 Tes. 5, 2, y San Juan en su Apocalipsis, 16, 15, y el mismo Cristo, en su Evangelio, compara el tiempo de la Parusía con los días de Noé y con los días de Lot, Lc. 16, 26-30: “Y como sucedió en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre. Comían y bebían, tomaban esposas y se casaban, hasta el día que entró Noé en el arca: y vino el diluvio, y los hizo perecer a todos. Y asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban. Mas el día que salió Lot de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Así, pues, será el día en que apareciere el Hijo del hombre” (Mt. 24, 38-39). Será su venida inesperada como un lazo que vendrá sobre todos los que habitan en la tierra (Lc. 21, 35); será súbita como el rayo que sale del Oriente y se muestra hasta el Occidente (Mt. 24, 27; Lc. 17, 24).

 

Podría sí preguntarse cómo es que la venida de Cristo podrá ser inesperada, siendo así que han de precederle tantas señales como veremos luego. A esto se responde que será inesperada, según dice el mismo Cristo, como fue inesperado el diluvio en los tiempos de Noé. Porque no faltaban ciertamente entonces señales y predicciones del diluvio. Y el mismo Noé que se lo anunciaba y que por orden de Dios construía aquella gran arca, para salvarse en ella con su familia y los animales, qué otra cosa era sino una predicción viviente y continua del castigo de Dios.

Pero los hombres no hicieron caso de aquellas predicciones (2 Pe. 3, 20) y se fueron acostumbrando a ellas, y así cuando vino el diluvio les cogió desprevenidos. Y esto mismo sucederá con el advenimiento de Cristo que, al ver las señales próximas de su venida, la mayor parte de los hombres, acostumbrados a juzgar de las cosas con criterio meramente natural, mirarán aquellas señales como fenómenos de la naturaleza, como efectos de la corrupción y perversidad humana, y así la venida de Cristo les cogerá de improviso y desprevenidos.

Señales de la Parusía

Aunque Cristo Señor Nuestro dijo que la hora de su Venida era desconocida, dio, con todo, a sus discípulos, y en ellos a nosotros, algunas señales por las que pudiese de algún modo vislumbrarse la proximidad de su Venida. Estas señales son de diversas clases; las unas remotas, las otras próximas; unas en el cielo, otras en la tierra; unas en la naturaleza, otras en la sociedad humana. Hablaremos primero de las remotas y generales, luego de las próximas y más especiales y determinadas.

Señales remotas

Señales remotas de la venida de Cristo son:

 

1ª) Las guerras, hambres, pestes, terremotos, de las cuales, dice: “Oiréis guerras y rumores de guerras: mirad que no os turbéis, porque es menester que todo esto acontezca, más aún no es el fin. Porque se levantará gente contra gente y reino contra reino, y habrá pestilencias y hambres y terremotos. Y todas estas cosas son los comienzos de los dolores.” (Mt. 24, 6-7; Mc. 13, 7-8; Lc. 21, 9-11).

 

2ª) Las persecuciones y martirios de los Apóstoles y de los Siervos de Dios, de que dice: “Entonces os entregarán para ser afligidos y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.” (Mt. 24, 9; Mc. 13, 13; Lc. 21, 12).

 

3ª) Los escándalos y persecuciones y martirios, los odios y discordias: “Y muchos entonces serán escandalizados, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.” (Mt. 24, 10; Mc. 13, 12; Lc. 21, 16-19).

 

4ª) La seducción de los falsos profetas, como fue, por ejemplo, Mahoma: “Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos.” (Mt. 24, 11).

 

5ª) “Consecuencia de todo esto será el acrecentarse la maldad y el enfriarse la caridad: Y por haberse acrecentado la maldad se enfriará la caridad de muchos. Mas el que perseverare hasta el fin, este será salvo.” (Mt. 24, 12, 13).

 

6ª) “Jerusalén será destruida y será hollada y conculcada por las gentes hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.” (Lc. 21, 20-24).

 

7ª) La predicación del Evangelio por todo el mundo: “Y será predicado este Evangelio en todo el mundo, en testimonio a todas las gentes; y entonces vendrá la consumación.” (Mt. 24, 14).

P. Juan Rovira S.J.

 

Juan Rovira nació en Palma de Mallorca el 4 de octubre de 1877. Entró en la Compañía de Jesús el 25 de noviembre de 1895. Cursó Filosofía en Veruela (Zaragoza), Tortosa y Granada, obteniendo el grado académico en 1904. Estudió Teología en Tortosa, donde fue ordenado sacerdote el 26 de julio de 1909. Entre 1912 y 1914 se formó en el Instituto Bíblico de Roma. En 1916 enseñó Antiguo Testamento en el Colegio Máximo de Sarriá, Barcelona, además de hebreo y Arqueología bíblica. Entre 1916 y 1920 tuvo a su cargo las lecciones sacras en la iglesia del Sagrado Corazón. En 1928 fue enviado a Tortosa teniendo como Superior al P. Audí, su compañero en el martirio, sucedido el 5 de septiembre de 1936.

 

 

 

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