¿QUE ES LA SEUDO RESTAURACION?
Napoleón
introdujo por la fuerza este código liberal en toda Europa, y hoy
todos
los Estados, anteriormente católicos, tienen una constitución liberal que
implica un cambio cultural y social, con la transformación de los modelos de
vida del país. (14)
En la
Iglesia, que, a diferencia de la sociedad temporal, ha recibido la promesa de
la indefectibilidad, está por producirse la misma situación, según una
interesante analogía: Se comprende fácilmente que los modernistas a quienes
falta la visión sobrenatural, busquen recuperar la reacción según el ejemplo
histórico de que disponen.
Después
de los excesos en la teología, en la moral y en la liturgia de la época de
Pablo VI, que provocaron fuertes reacciones, la Revolución busca dar un paso
atrás, en ciertos dominios.
El Card.
Ratzinger lo declara oficialmente, y con autoridad en la famosa entrevista de
la revista Jesús (noviembre de 1984) publicada con la mención “texto
aprobado por S. E. Card. Ratzinger el 1 de octubre”; uno de los subtítulos
afirma:” ¿Restauración? Sí, si esto significa un nuevo equilibrio”.
“Si por restauración se entiende una
vuelta al pasado, entonces no es posible restauración alguna: La Iglesia se
encamina hacia el cumplimiento de la Historia, fijos los ojos en el Señor. Pero
si por “Restauración” se entiende la búsqueda de un nuevo equilibrio, después
de las exageraciones de una apertura al mundo sin discernimiento, después de
las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo,
entonces, sí, esta “restauración” es deseable, además, está en marcha...”
“El problema de los años sesenta era el
de adoptar los mejores valores representados por dos siglos de cultura
«liberal» (15). Porque hay valores que habiendo nacido fuera de la Iglesia,
pueden, una vez enmendados, encontrar su lugar en su visión del mundo, esto se
ha hecho. Pero hoy el ambiente es diferente, demasiadas cosas han empeorado,
respecto a lo que justificaba un optimismo tal vez ingenuo. Es necesario buscar
nuevos equilibrios.”
§ 2-
Joseph de Maistre “profeta” contra toda Pseudo-Restauración
Los
méritos de Joseph de Maistre, a pesar del silencio oficial, son muy grandes.
Como
verdadero maestro del pensamiento, supo ver y creer en la lógica de la
Revolución.
Su
diagnóstico tiene el mérito de estar entre los primeros y más definidos de la
historia; supo prever con certeza sus trágicos desarrollos, y, como buen
contrarevolucionario, prever también la pseudo-restauración napoleónica.
A) La Restauración
A partir
de 1792, por fidelidad al Rey depuesto y por no prestar juramento a la
Constitución liberal, el senador de Maistre se marcha, sin pensarlo dos veces,
al exilio (se refugia en Lausanne en 1793).
En 1797,
estando en Suiza, publica su “Considerations sur la France”. Este
libro
explosivo despertó providencialmente de las ilusiones y torpezas, a los medios
católicos y monárquicos, que, con total ceguera, esperaban una futura
reconciliación entre la secta revolucionaria y los soberanos caídos. Este libro
pronto resultó el texto fundamental de los círculos contra-revolucionarios, haciendo
de su autor el principal teórico de la reacción legitimista, preparando las
condiciones doctrinales y psicológicas de lo que debió ser, 17 años más tarde,
la “Restauración”. En el campo contrario, el ensayo fue leído atentamente por
el mismo Bonaparte que, captando la gravedad del peligro, obligó al gobierno de
Saboya a prohibir su difusión en el Reino de Cerdeña. Después intentó por la
diplomacia alejar al Conde de Maistre de las cortes europeas.
Por
paradójico que esto pueda parecer, los principales obstáculos a la obra de J.
de Maistre vinieron precisamente de las Casas Reales, convencidas como estaban
de poder “salvar lo que sea posible” únicamente
cediendo a todos los compromisos, y con el pretexto de mantener la misma
distancia con los “opositores extremistas”; en
realidad, estaban tan ansiosos en mantener el diálogo con sus enemigos
revolucionarios e inmovilizar así a sus amigos contra-revolucionarios, temiendo
que una defensa intransigente de los principios arruinara la precaria alianza
con los herederos de los jacobinos. Bien pronto el Conde comprendió que la
ceguera de los soberanos hacía que la Revolución consiguiera “hacerse amar por aquellos mismos de quienes era la peor enemiga, y esa
misma autoridad que la Revolución busca inmolar, la abraza estúpidamente antes
de recibir el golpe fatal” (J. de Maistre).
Él llegó
a convencer al mismo Zar para que se adhiriese a la liga antinapoleónica
dirigida por Austria, que poco después, derrotó a los ejércitos de Bonaparte
haciendo así posible la tan deseada Restauración.
B) Las decepciones de la “Restauración”
Esta
“Restauración” precisamente defraudó amargamente las esperanzas del Conde, que
para apresurarla había afrontado exilio, pobreza e incomprensiones. De Maistre
ante todo luchaba porque los principios cristianos fueran restaurados, para
restablecer el lazo entre Dios y las naciones luchando contra las tendencias y
los gérmenes de disolución que habían engendrado la Revolución; por el
contrario, las Casas Reales de Europa, se limitaban a reponer en el trono a los
soberanos legítimos, pero sin curar el mal revolucionario, y, además, aceptando
numerosas “reformas liberales” como el Código
Napoleonico. Por otra parte, las decisiones del histórico Congreso de Viena que
cimentaron el futuro de Europa, indignaron profundamente al Conde. De Maistre
entendía muy bien que la “Restauración” basada,
no sobre la fe sino sobre la diplomacia y las fuerzas políticas, no iba a
resistir mucho tiempo a la influencia revolucionaria. La evidente debilidad de
las monarquías restauradas mostraba claramente que no había cesado la
infiltración masónica de las Cortes Reales, sino que, por el contrario, había
progresado.
“Sería un grave error el creer que el
Rey de Francia ha sido repuesto en el
trono de sus antepasados: en efecto, él
ha subido al trono de Bonaparte. Al principio la Revolución fue democrática,
luego oligárquica, hoy es monárquica, pero ella sigue su camino.”. La política restauradora, según de Maistre, no golpeaba
el corazón del monstruo de numerosas cabezas, no destruía las raíces de la
subversión, sino que se limitaba a oponer una revolución nueva y “moderada” a
la antigua revolución radical: y con estas palabras lapidarias afirmaba: “La Contra-Revolución no será
una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución”. Es decir, el
restablecimiento integral del Orden Cristiano.
En 1817
por fin el conde regresó a su Patria, llegó a París donde fue acogido con
entusiasmo por los medios monárquicos que en él veían al profeta de los
principios de la “Restauración”, mientras que, paradójicamente, era recibido
con cierta frialdad por Luis XVIII que temía las críticas corrosivas a la
Constitución de 1814, en la cual el Rey Borbón había mantenido importantes
“reformas” revolucionarias.
La
Divina Providencia le hizo encontrar a otro gran enemigo de Napoleón, el
venerable padre Pío Brunone Lanteri, fundador de las “Amistades Cristianas”, la más
influyente asociación contrarrevolucionaria de la época que lo admitió como
miembro en 1817; desde allí trazó una especie de breve manifiesto-programa en
su carta al Conde Stolberg.
En medio
del embarazoso silencio de los discípulos de la Restauración que
habían
fundado la “santa alianza” sobre un compromiso entre
las diferentes Casas Reales y la secta masónica, basada en una religiosidad
deísta y un interconfesionalismo equívoco, el mensaje del Conde fue recibido
como una teoría irrealista, mientras que en ese tiempo el revolucionario
Talleyrand, con su diplomacia de ilusionista conseguía hacerse seguir incluso
por los reaccionarios. Por el contrario, el Conde de Maistre, por su
intransigencia lúcida y realista, era despreciado, item más,
por la
realeza que, sin embargo, él había defendido. Él se daba cuenta que los
abandonos de los gobiernos de la “Restauración” apresuraban la crisis de los
Tronos y el regreso con fuerza de la tempestad revolucionaria y escribía: “... La Revolución es más
terrible que en los tiempos de Robespierre: creciendo se ha perfeccionado. No
ha sido vencida, sino que sigue en pie: avanza, corre, se eleva...”. La historia le daría la
razón. 24
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