SANTA GERTRUDIS
«Sería muy de mi agrado que mis
amigos me juzgasen menos cruel.
Deberían tener la delicadeza de
pensar que no uso de severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágalo
por amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para acrecentar su
gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento más leve los contrariara.»
UN LLAMADO AL
ALMA
Hace ya mucho tiempo vengo tratando este tema profundamente
espiritual y necesario en nuestras vidas como católicos debido a los malísimos
tiempos que se están viviendo, en donde las fuentes espirituales que brotan de
no sé dónde están debilitando las almas por su muy bajo contenido espiritual en
detrimento de las verdaderas fuentes de agua cristalina y pura se están perdiendo
mas no por ello se están destruyendo sino, que al contrario, siguen llevando
esa energía espiritual pura y sólida capaz de fortalecer al católico que de
buena voluntad las busque y llene su alma no de algarrobas como es la falsa
espiritualidad o la espiritualidad flaca. Nuevamente les recomiendo encarecidamente
leer con atención estos escritos espirituales de dom vital para el bien de
vuestras almas. Padre Arturo Vargas Meza
Vamos
a resumir con brevedad este trabajo, a fin de poner de relieve conclusiones
prácticas.
La
voluntad divina es la regla suprema de nuestra vida, la norma del bien, de lo
mejor, de lo perfecto; cuanto más se conforma con ella, más se santifica el
alma.
Existe
la voluntad de Dios significada a la que corresponde la obediencia. Para
nosotros religiosos, su principal manifestación es la Santa Regla con las
órdenes de los Superiores. De parte de Dios es la dirección estable y permanente,
y en cuanto a nosotros, el trabajo normal y de todos los días. La obediencia
será, pues, el gran medio de santificación.
Existe
también el beneplácito divino, al cual corresponde la conformidad de nuestra
voluntad. Este se manifiesta por los acontecimientos; se nos presenta como ellos,
variable, imprevisto, a veces desconcertante; en el fondo, es un querer de
Dios, siempre paternal y sabio. La Regla está hecha para la Comunidad; el
beneplácito divino corresponde más a nuestras necesidades personales, y lejos
de suplantar a la Regla, añade a la acción de ésta la suya propia, siempre
beneficiosa y con frecuencia eficaz, y a veces hasta llega a ser decisiva. El verdadero
espiritual se adhiere con amor a toda voluntad de Dios, sea significada o de
beneplácito, de suerte que pueda recoger todos los frutos de santidad que
aquélla le proporciona.
La
conformidad nacida del temor, o la simple resignación, produce desde luego
efectos saludables; nadie hay que no pueda y deba practicarla. La conformidad,
fruto de la esperanza, es más elevada en su causa y más fecunda en sus resultados
y es accesible a todas las almas piadosas. La conformidad que produce el amor
divino es sin comparación la más noble, la más meritoria, la más dichosa;
transformada en hábito forma el camino de las almas adelantadas. Es esta conformidad
perfecta, amorosa y filial la que hemos estudiado bajo el nombre de abandono.
El
Santo Abandono eleva en nosotros a su más alto grado, y con tanta fuerza como
suavidad, el desasimiento universal, el amor divino, todas las virtudes. En la
cadena más poderosa y más dulce para hacer nuestra voluntad cautiva de la de
Dios en una unión del todo cordial, de una humilde confianza y de una afectuosa
intimidad. El abandono es por excelencia el secreto para asegurar la libertad
del alma, la igualdad del espíritu, la paz y la alegría del corazón. Nos
procura un agradable reposo en Dios, y lo que aún vale más, es que El es el
artista de nuestras más encumbradas virtudes, el mejor maestro de la santidad.
Llevándonos de la mano de concierto con la obediencia, nos guía con seguridad
por los caminos de la perfección, nos prepara una muerte feliz y nos eleva a pasos
agigantados a las cumbres del Paraíso. Es el verdadero ideal de la vida
interior. ¿Qué alma, por poco clarividente que sea, no aspirará a tal estado
con todas sus fuerzas? Si se conociera mejor su valor, ¿podría uno ser
indiferente en tender a él, acercarse, establecerse firmemente y hacer en él,
de continuo, nuevos progresos? Seguramente que sin pagar el precio debido no podremos
obtenerlo, más una vez posesionados de este tesoro, ¿no recompensa con usura nuestro
trabajo? ¿Qué hemos de hacer, pues, para conseguirlo?
Ante
todo el abandono, según lo hemos visto, exige tres condiciones, y trataremos de
hacemos indiferentes por virtud a los bienes y a los males, a la salud y a la
enfermedad, a las consolaciones y a las sequedades, a todo lo que no es Dios y su
santa voluntad, a fin de que Él pueda disponer de nosotros a su agrado sin
resistencia de nuestra parte. Y puesto que la naturaleza tiene sus raíces más
profundas en el orgullo y la independencia, consagraremos nuestros más
exquisitos cuidados a la obediencia y a la humildad.
Empeño
nuestro ha de ser crecer cada día en la fe y confianza en la Providencia. El
acaso no es más que una palabra. Dios es quien dirige los grandes
acontecimientos del mundo y los menores incidentes de nuestra vida. Se sirve de
las causas segundas, pero éstas no obran sino bajo su impulso. Quieran o no,
los malos como los buenos no son en sus manos sino simples instrumentos;
reservándose El recompensar a los unos y castigar a los otros; quiere, sin embargo,
hacer servir sus virtudes y sus defectos para nuestro adelantamiento
espiritual, y ni los mismos pecados podrán estorbarle en sus designios; están
ya previstos por El y los ha hecho entrar en sus planes. Ahora bien, Aquel que
todo lo ha combinado y que es el Soberano Dueño de los hombres y de los
acontecimientos, es también nuestro Padre infinitamente sabio y bueno, es
nuestro Salvador que ha dado su vida por nosotros, es el Espíritu de amor
ocupado por completo en nuestra santificación. Sin duda, se propone su gloria, más
no la cifra sino en hacernos buenos y felices. Buscará, pues, en todo el bien
de su Iglesia y de nuestras almas. Piensa sobre todo en nuestra eternidad. Nos
ama como Dios, y de la manera que Él sabe hacerlo, pura y sinceramente; y si crucifica
en nosotros al hombre viejo, es para dar la vida al hijo de Dios; aun cuando
castiga con alguna dureza, su amor es quien dirige su mano, su sabiduría regula
los golpes. ¡Pero no siempre lo entendemos así y a veces la conducta de la Providencia
nos irrita y desconcierta! Pudiera entonces decirnos el buen Maestro como a
Santa Gertrudis: «Sería
muy de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.
Deberían tener la delicadeza de
pensar que no uso de severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágalo
por amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para acrecentar su
gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento más leve los contrariara.»
Jesús,
instruyendo a su fiel esposa, «La hizo comprender poco a poco que todo cuanto
sucede a los justos viene de mano de Dios; que los sufrimientos, las humillaciones
son de un precio incomparable y constituyen los más preciados dones de su Providencia;
que las enfermedades espirituales, las tentaciones, las faltas mismas vienen a
ser, por medio de su gracia, poderosos instrumentos de santificación. Le mostró Jesús cómo escucha las oraciones de sus amigos, aun en aquellas ocasiones en
que se creen olvidados o rechazados; cómo a sus ojos la intención avalora sus
actos; cómo -en los fracasos- los buenos deseos pasan y son considerados como
obras. Le reveló también la elevada perfección de un abandono completo al
divino beneplácito, y la alegría que halla su corazón al ver un alma entregarse
ciegamente a los cuidados de su Providencia y de su amor.»
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