viernes, 6 de marzo de 2020

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


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SANTA GERTRUDIS
«Sería muy de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.
Deberían tener la delicadeza de pensar que no uso de severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágalo por amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para acrecentar su gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento más leve los contrariara.»

UN LLAMADO AL ALMA
Hace ya mucho tiempo vengo tratando este tema profundamente espiritual y necesario en nuestras vidas como católicos debido a los malísimos tiempos que se están viviendo, en donde las fuentes espirituales que brotan de no sé dónde están debilitando las almas por su muy bajo contenido espiritual en detrimento de las verdaderas fuentes de agua cristalina y pura se están perdiendo mas no por ello se están destruyendo sino, que al contrario, siguen llevando esa energía espiritual pura y sólida capaz de fortalecer al católico que de buena voluntad las busque y llene su alma no de algarrobas como es la falsa espiritualidad o la espiritualidad flaca. Nuevamente les recomiendo encarecidamente leer con atención estos escritos espirituales de dom vital para el bien de vuestras almas. Padre Arturo Vargas Meza
Vamos a resumir con brevedad este trabajo, a fin de poner de relieve conclusiones prácticas.
La voluntad divina es la regla suprema de nuestra vida, la norma del bien, de lo mejor, de lo perfecto; cuanto más se conforma con ella, más se santifica el alma.
Existe la voluntad de Dios significada a la que corresponde la obediencia. Para nosotros religiosos, su principal manifestación es la Santa Regla con las órdenes de los Superiores. De parte de Dios es la dirección estable y permanente, y en cuanto a nosotros, el trabajo normal y de todos los días. La obediencia será, pues, el gran medio de santificación.
Existe también el beneplácito divino, al cual corresponde la conformidad de nuestra voluntad. Este se manifiesta por los acontecimientos; se nos presenta como ellos, variable, imprevisto, a veces desconcertante; en el fondo, es un querer de Dios, siempre paternal y sabio. La Regla está hecha para la Comunidad; el beneplácito divino corresponde más a nuestras necesidades personales, y lejos de suplantar a la Regla, añade a la acción de ésta la suya propia, siempre beneficiosa y con frecuencia eficaz, y a veces hasta llega a ser decisiva. El verdadero espiritual se adhiere con amor a toda voluntad de Dios, sea significada o de beneplácito, de suerte que pueda recoger todos los frutos de santidad que aquélla le proporciona.
La conformidad nacida del temor, o la simple resignación, produce desde luego efectos saludables; nadie hay que no pueda y deba practicarla. La conformidad, fruto de la esperanza, es más elevada en su causa y más fecunda en sus resultados y es accesible a todas las almas piadosas. La conformidad que produce el amor divino es sin comparación la más noble, la más meritoria, la más dichosa; transformada en hábito forma el camino de las almas adelantadas. Es esta conformidad perfecta, amorosa y filial la que hemos estudiado bajo el nombre de abandono.
El Santo Abandono eleva en nosotros a su más alto grado, y con tanta fuerza como suavidad, el desasimiento universal, el amor divino, todas las virtudes. En la cadena más poderosa y más dulce para hacer nuestra voluntad cautiva de la de Dios en una unión del todo cordial, de una humilde confianza y de una afectuosa intimidad. El abandono es por excelencia el secreto para asegurar la libertad del alma, la igualdad del espíritu, la paz y la alegría del corazón. Nos procura un agradable reposo en Dios, y lo que aún vale más, es que El es el artista de nuestras más encumbradas virtudes, el mejor maestro de la santidad. Llevándonos de la mano de concierto con la obediencia, nos guía con seguridad por los caminos de la perfección, nos prepara una muerte feliz y nos eleva a pasos agigantados a las cumbres del Paraíso. Es el verdadero ideal de la vida interior. ¿Qué alma, por poco clarividente que sea, no aspirará a tal estado con todas sus fuerzas? Si se conociera mejor su valor, ¿podría uno ser indiferente en tender a él, acercarse, establecerse firmemente y hacer en él, de continuo, nuevos progresos? Seguramente que sin pagar el precio debido no podremos obtenerlo, más una vez posesionados de este tesoro, ¿no recompensa con usura nuestro trabajo? ¿Qué hemos de hacer, pues, para conseguirlo?
Ante todo el abandono, según lo hemos visto, exige tres condiciones, y trataremos de hacemos indiferentes por virtud a los bienes y a los males, a la salud y a la enfermedad, a las consolaciones y a las sequedades, a todo lo que no es Dios y su santa voluntad, a fin de que Él pueda disponer de nosotros a su agrado sin resistencia de nuestra parte. Y puesto que la naturaleza tiene sus raíces más profundas en el orgullo y la independencia, consagraremos nuestros más exquisitos cuidados a la obediencia y a la humildad.
Empeño nuestro ha de ser crecer cada día en la fe y confianza en la Providencia. El acaso no es más que una palabra. Dios es quien dirige los grandes acontecimientos del mundo y los menores incidentes de nuestra vida. Se sirve de las causas segundas, pero éstas no obran sino bajo su impulso. Quieran o no, los malos como los buenos no son en sus manos sino simples instrumentos; reservándose El recompensar a los unos y castigar a los otros; quiere, sin embargo, hacer servir sus virtudes y sus defectos para nuestro adelantamiento espiritual, y ni los mismos pecados podrán estorbarle en sus designios; están ya previstos por El y los ha hecho entrar en sus planes. Ahora bien, Aquel que todo lo ha combinado y que es el Soberano Dueño de los hombres y de los acontecimientos, es también nuestro Padre infinitamente sabio y bueno, es nuestro Salvador que ha dado su vida por nosotros, es el Espíritu de amor ocupado por completo en nuestra santificación. Sin duda, se propone su gloria, más no la cifra sino en hacernos buenos y felices. Buscará, pues, en todo el bien de su Iglesia y de nuestras almas. Piensa sobre todo en nuestra eternidad. Nos ama como Dios, y de la manera que Él sabe hacerlo, pura y sinceramente; y si crucifica en nosotros al hombre viejo, es para dar la vida al hijo de Dios; aun cuando castiga con alguna dureza, su amor es quien dirige su mano, su sabiduría regula los golpes. ¡Pero no siempre lo entendemos así y a veces la conducta de la Providencia nos irrita y desconcierta! Pudiera entonces decirnos el buen Maestro como a Santa Gertrudis: «Sería muy de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.
Deberían tener la delicadeza de pensar que no uso de severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágalo por amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para acrecentar su gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento más leve los contrariara.»
Jesús, instruyendo a su fiel esposa, «La hizo comprender poco a poco que todo cuanto sucede a los justos viene de mano de Dios; que los sufrimientos, las humillaciones son de un precio incomparable y constituyen los más preciados dones de su Providencia; que las enfermedades espirituales, las tentaciones, las faltas mismas vienen a ser, por medio de su gracia, poderosos instrumentos de santificación. Le mostró Jesús cómo escucha las oraciones de sus amigos, aun en aquellas ocasiones en que se creen olvidados o rechazados; cómo a sus ojos la intención avalora sus actos; cómo -en los fracasos- los buenos deseos pasan y son considerados como obras. Le reveló también la elevada perfección de un abandono completo al divino beneplácito, y la alegría que halla su corazón al ver un alma entregarse ciegamente a los cuidados de su Providencia y de su amor.»



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