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jueves, 24 de octubre de 2019

LOS DIEZ MANDAMIENTOS COMETADOS POR SANTO TOMAS DE AQUINO



16. 3) Lo tercero que la caridad opera consiste en ser un socorro contra las adversidades. En efecto, a quienes poseen la caridad no los daña ninguna adversidad, sino que ésta se les transforma en algo saludable: Rom. 8, 28: "Todas las cosas concurren para el bien de los que aman a Dios". Ciertamente, aun las cosas adversas y difíciles le parecen dulces al que ama, tal como entre nosotros lo vemos patente.
17. 4) El cuarto efecto [de la caridad] es que conduce a la dicha. En efecto, únicamente a los que posean la caridad se les promete la eterna bienaventuranza.
Porque sin la caridad todo es insuficiente. II Tim IV, 8: "Ya me está preparada la corona de la justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez, y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida".
18. Y es de saberse que sólo según la diferencia de la caridad es la diferencia de la bienaventuranza y no según alguna otra virtud. En efecto, hubo muchos que fueron más abstinentes que los Apóstoles; pero éstos aventajan a todos los demás en bienaventuranza en virtud de la excelencia de su caridad, porque, según el Apóstol —Rom. 8, 23—, poseyeron las primicias del espíritu. Así es que la diferencia de la bienaventuranza proviene de la diferencia de la caridad.
Y así se manifiestan los cuatro efectos que produce en nosotros la caridad.
Pero aparte de ellos hay algunos otros producidos por ella, que no se deben olvidar.
19. 5) En primer lugar, en efecto, produce la remisión de los pecados. Y esto lo veremos claramente por nosotros mismos. En efecto, si alguien ofende a otro, y luego lo ama íntimamente, en virtud de este amor a él perdona el ofendido la ofensa. De la misma manera, Dios les perdona los pecados a los que lo aman. I Pedro IV, 8: "La caridad cubre una muchedumbre de los pecados". Y bien dice "cubre", porque éstos no los ve Dios para castigarlos. Pero aunque diga que cubre una multitud, sin embargo, Salomón dice —Prov 10,
12— que "la caridad cubre la totalidad de los pecados".
Y esto es lo que manifiesta sobre todo el ejemplo de la Magdalena —Luc 7, 47—: "Le son perdonados sus muchos pecados". Y en seguida dice por qué: "porque ha amado mucho".
20. Pero quizá diga alguno: Luego basta la caridad para lavar los pecados, y no se necesita la penitencia.
Pero se debe considerar que no ama en verdad el que no se arrepienta verdaderamente. En efecto, es claro que cuanto más amamos a alguien, tanto más nos dolemos si lo ofendimos. Y este es uno de los efectos de la caridad.
21. 6) Igualmente causa la iluminación del corazón.
Como dice Job —37, 19—: "todos estamos envueltos en tinieblas". En efecto, con frecuencia ignoramos qué debemos hacer o desear. Pero la caridad enseña todo lo que es necesario para la salvación. Por lo cual dice San Juan, 2, 27: "Su unción os lo enseña todo". En efecto, donde hay caridad, allí está el Espíritu Santo, que lo conoce todo y nos conduce por el camino recto, como se dice en Salmo 142, 10. Por lo cual dice el Eclesiástico —2, 10—: "Los que teméis a Dios, amadle, y vuestros corazones serán iluminados", esto es, conociendo lo necesario para la salvación.
22. 7) Igualmente produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, nadie posee en verdad el gozo si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desea algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtenga. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Por el contrario, quien ama a Dios lo posee, y por lo mismo el ánimo de quien lo ama y lo desea en El descansa. "El que permanece en la caridad, en Dios permanece, y Dios en él", como se dice en I Juan 4, 16.
23. 8) Igualmente produce una perfecta paz. En efecto, ocurre que frecuentemente se desean las cosas temporales; pero ya poseyéndolas, aún entonces el ánimo del que las desea no descansa; por el contrario, poseyendo una cosa, desea otra. Isaías 57, 20: "Pero el corazón del impío es como un mar proceloso que no puede aquietarse". Y también Isaías 57, 21: "No hay paz para los impíos, dice el Señor". Pero no ocurre así habiendo Caridad para con Dios. Porque quien ama a Dios, goza de perfecta paz. Salmo 118, 165: "Mucha paz tienen los que aman tu ley; no hay para ellos tropiezo".
Lo cual es así porque sólo Dios basta para satisfacer nuestros deseos: Dios, en efecto, es más grande que nuestro corazón, como dice el Apóstol (I Juan 3, 20), y por eso dice San Agustín en sus Confesiones (L. I): "Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". Salmo 102, 5: "El sacia tus deseos de todo bien".
24. 9) Igualmente la caridad hace al hombre de gran dignidad. En efecto, todas las criaturas están al servicio de la Divina Majestad (porque todas han sido hechas por El), como están al servicio del artesano las obras de sus manos; pero la caridad convierte al siervo en libre y amigo. Por lo cual les dice el Señor a los Apóstoles —Juan 15, 15—: "Ya no os llamo siervos...sino amigos".
25. Pero ¿acaso no es siervo Pablo, ni los demás Apóstoles, que se firman siervos? Pero es de saberse que hay dos clases de servidumbre.
La primera es la del temor; y ésta es aflictiva y no meritoria. En efecto, si alguien se abstiene del pecado por el solo temor de la pena, no por eso merece, sino que todavía es siervo. La segunda es la del amor. En efecto, si alguien obra no por temor del castigo sino por el amor divino, no obra como siervo, sino como libre, por obrar voluntariamente. Por lo cual les dice Cristo: "Ya no os digo siervos". Pero ¿por qué? El apóstol responde —Rom 8, 15—: "No habéis recibido un espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos adoptivos". En efecto, no hay temor en la caridad, como se dice en I Juan 4, 18, porque el temor es por un castigo; pero la caridad no sólo nos hace libres sino también hijos, de modo que nos llamamos hijos de Dios y lo somos, como se dice en I Juan 3, I. En efecto, el extraño se hace hijo adoptivo de alguien cuando adquiere para sí el derecho a heredarlo.
De la misma manera, la caridad adquiere el derecho a la herencia de Dios, la cual es la vida eterna, porque, como se dice en Rom 8, 16-17: "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo". Sabiduría 5, 5: "He aquí que han sido contados entre los hijos de Dios".
26. Por lo ya dicho son patentes las ventajas de la caridad. Puesto que es tan ventajosa, con ahínco se debe trabajar por adquirirla y conservarla.
Sin embargo, es de saberse que por sí mismo nadie puede poseer la caridad, antes bien es un don de solo Dios. Por lo cual se dice en I Juan 4, 10: "La caridad está no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero"; pues es evidente que Dios no nos ama porque nosotros lo amáramos primero, sino que nosotros lo amamos a causa de su amor.
27. Se debe considerar también que aunque todos los dones provienen del Padre de las luces, el de la caridad sobrepasa a todos los otros dones. En efecto, todos los demás se pueden poseer sin caridad y sin el Espíritu Santo, mientras que con la caridad necesariamente se posee al Espíritu Santo. Dice el Apóstol en Rom 5, 5: "La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado". En efecto, sin la gracia y sin el Espíritu Santo se poseen ya el don de lenguas, ya el de ciencia, ya el de profecía.
28. Pero aunque la caridad sea un don divino, para poseerla se requiere una disposición de nuestra parte.
Y por eso es de saberse que para adquirir la caridad son necesarias dos cosas especialmente, y otras dos para el aumento de la caridad ya adquirida.
A) Pues bien, para adquirir la caridad lo primero es escuchar cuidadosamente la palabra [divina]. Y esto se prueba de manera suficiente por lo que ocurre entre nosotros. En efecto, oyendo cosas buenas de alguien, nos inflamos en amor por él. Salmo 118, 140: "Tu palabra es fuego impetuoso, y tu siervo la ama". También el Salmo 104, 19: "La palabra del Señor lo inflamó". Y por eso aquellos dos discípulos [de Emaús], turbados por el amor divino, decían —Lc 24, 32—: "¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?". Por lo cual leemos también en Hechos 10, 44, que al predicar Pedro, el Espíritu Santo descendió sobre los que escuchaban la divina palabra. Y esto ocurre frecuentemente en las predicaciones, en cuanto los que vienen con un corazón duro se encienden en el divino amor en virtud de la palabra de la predicación.
29. Lo segundo es la continua meditación del bien. Salmo 38, 4: "Me ardía el corazón dentro del pecho".
Así es que si quieres adquirir el amor divino, medita en el bien. En efecto, demasiado duro tendría que ser el que meditando en los divinos beneficios que se le han concedido, en los peligros que se le han evitado y en la bienaventuranza que de nuevo se le ha prometido por Dios, no se inflamara en el amor divino. Por lo cual dice San Agustín: "Duro es el corazón del hombre, que no sólo no quiere dar amor sino que ni siquiera corresponder". Siempre, así como los malos pensamientos destruyen la caridad, así también los buenos la adquieren, la alimentan y la conservan. Así es que decidamos con Isaías I, 16: "Quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestros pensamientos". Sabiduría I, 3: "Los pensamientos perversos apartan de Dios".
30. B) Por otra parte, son también dos las cosas que aumentan la Caridad ya adquirida.
La primera es el desprendimiento del corazón de las cosas terrenas. En efecto, el corazón no puede portarse perfectamente en cosas diversas. Por lo cual nadie puede amar a Dios y al mundo. Por lo mismo, cuanto más se aleja el alma del amor de las cosas terrenas, tanto más se afirma en el amor divino. Por eso dice San Agustín en el Libro de las 83 Cuestiones: "La ruina de la caridad es la esperanza de alcanzar o guardar los bienes temporales; el alimento de la caridad es la disminución de la concupiscencia; su perfección, nula concupiscencia, porque la raíz de todos los males es la concupiscencia". Así es que el que quiera alimentar la candad, aplíquese en disminuir las concupiscencias.



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