VII
SOBRE EL SACERDOCIO
ACTUAL
Cada vez hay menos sacerdotes; éste
es un lugar común, y el hombre de la calle más indiferente a las cuestiones
religiosas está informado de esta situación por su diario. Hace ya más de cinco
años se publicó un libro titulado Mañana, ¿una
Iglesia sin sacerdotes? Pero la situación es aún más grave de lo que
parece. Habría que agregar esta pregunta: ¿cuántos sacerdotes tienen todavía fe? Y hasta
hacer una tercera pregunta: ¿ciertos sacerdotes ordenados estos últimos años, están
verdaderamente ordenados? Dicho de otra manera, ¿son
válidas las ordenaciones por lo menos en parte? Aquí la duda es
idéntica a la que se tiene respecto de los otros sacramentos. Esa duda se
extiende a ciertas ordenaciones de obispos, como por ejemplo, aquella que se
verificó en Bruselas en el verano de 1982 y en la que el obispo consagrador
dijo al ordenando: " ¡Sé apóstol como Gandhi, Helder Cámara y Mahoma!" ¿Se
pueden conciliar estas referencias, por lo menos en lo que atañe a Gandhi y a
Mahoma, con la intención evidente de hacer lo que quiere la Iglesia?
Considérense los detalles de una ordenación sacerdotal que se verificó en
Tolosa hace unos años. Un "animador" inicia la celebración
presentando al ordenando con el nombre de pila C y dice:”C decidió
vivir(el don total que hizo a Dios y a los hombres) más en profundidad y
consagrarse enteramente al servicio de la Iglesia en la clase obrera", C.
realizó su formación, es decir, su seminario en equipo. Ese equipo es el que lo
propone al obispo: "Le pedimos a usted que
reconozca y autentique sus actividades y lo ordene sacerdote". Entonces el obispo le hace varias preguntas que
tendrían que ver con la definición del sacerdocio: Quieres ser ordenado
sacerdote "para ser, con los creyentes, Signo y
Testigo de lo que buscan los hombres en sus esfuerzos de Justicia, Fraternidad
y Paz", "para servir al pueblo de Dios", "para
reconocer en la vida de los hombres la acción de Dios en las múltiples maneras,
culturas y opciones", "para celebrar la acción de
Cristo y asegurar ese servicio"; quieres "compartir conmigo y con el
conjunto de los obispos la responsabilidad que nos ha sido confiada para el
servicio del Evangelio". La materia del sacramento quedó conservada pues
inmediatamente después se verificó la imposición de manos, y lo mismo cabe
decir de la forma, pues se pronunciaron las palabras de la ordenación. Pero nos
vemos obligados a observar que la intención no es muy clara. ¿Se ordena al sacerdote para uso exclusivo de una clase
social y ante todo para establecer la justicia, la fraternidad y la paz en un
plano que, por lo demás, parece limitado al orden natural? La
celebración eucarística que sigue, "la primera misa" del nuevo
sacerdote señala en esa dirección. El ofertorio fue compuesto para esa
circunstancia particular: "Te acogemos, Señor,
al recibir de tu parte este pan y este «no que nos ofreces y queremos
representar por ello todos nuestros trabajos, nuestros esfuerzos para construir
un mundo más justo y más humano, representar todo lo que tratamos de ordenar a
fin de que haya garantías de mejores condiciones de vida...” La
oración sobre las ofrendas es aún más dudosa: "Mira, Señor, te ofrecemos este pan y este
vino; que ellos sean para nosotros una
de las formas de tu presencia". ¡No, hombres que celebran de esta manera no tienen fe en la
Presencia real de Cristo!
El comunismo dentro de la Iglesia
Una cosa es segura: la primera
víctima de esta ordenación escandalosa es el joven sacerdote que acaba de
comprometerse para siempre sin saber exactamente a qué, o creyendo que lo sabe.
Es inevitable que en un plazo más o menos breve ese joven se plantee ciertas
cuestiones pues el ideal que le han propuesto no puede satisfacerlo por mucho
tiempo, y entonces se le manifestará la ambigüedad de su misión. Esto es lo que
se llama "la
crisis de identidad del sacerdote". El sacerdote es esencialmente
el hombre de la fe. Si ya no sabe lo que es, pierde la fe en sí mismo y en lo
que es su sacerdocio. La definición del sacerdocio dada por san Pablo y por el
concilio de Trento ha quedado radicalmente modificada. El sacerdote ya no es
esa persona que sube al altar para ofrecer a Dios un sacrificio y por la
remisión de los pecados. Ahora se ha invertido el orden de los fines. El
sacerdocio tuvo siempre un primer fin, que es el de ofrecer el sacrificio, y un fin
secundario que
es la evangelización. El caso de C, que dista mucho de ser el único,
pues tenemos muchos ejemplos, muestra hasta qué punto se pone la evangelización
por delante del sacrificio y de los sacramentos. La evangelización es un
fin en sí misma. Este grave error tiene consecuencias trágicas: la
evangelización, al perder su finalidad, quedará desorientada, buscará motivos
que complazcan al mundo como la falsa justicia social y la falsa libertad que
toman nombres nuevos: desarrollo, progreso, construcción de un mundo mejor,
mejora de las condiciones de vida, pacifismo. Este es el lenguaje que conduce a
todas las revoluciones y nosotros estamos sumergidos en él. Como el sacrificio
del altar ya no es la razón primera del sacerdocio, todos los sacramentos están
en juego y el sacerdote "responsable del sector parroquial" y su
"equipo" apelarán a la ayuda de los laicos, pues ellos
mismos están demasiado ocupados en tareas sindicales o políticas y a menudo más
políticas que sindicales. En efecto, los sacerdotes que entran en las luchas
sociales eligen casi exclusivamente las organizaciones más politizadas. En el
seno de ellas, esos sacerdotes declaran la guerra a las estructuras políticas,
eclesiásticas, familiares, parroquiales. No debe quedar nada de todo eso. Nunca el comunismo encontró agentes tan eficaces como
esos sacerdotes. Un día exponía yo a un cardenal lo que hacía en mis
seminarios, en los cuales la espiritualidad se orientaba sobre todo a la
profundización de la teología del Sacrificio de la misa y a la oración
litúrgica. El cardenal me dijo: -Pero monseñor, eso es exactamente lo opuesto
de lo que hoy desean nuestros jóvenes sacerdotes. Hoy el sacerdote sólo se
define en relación con la evangelización. Yo respondí: — ¿Qué evangelización?
Si la evangelización no tiene una relación fundamental y esencial con el Santo
Sacrificio, ¿cómo la entiende usted? ¿Evangelización política, social,
humanitaria? Si ya no anuncia más a Jesucristo, el apóstol se convierte
en militante, sindicalista y marxista. Esto es natural y se lo comprende muy
bien. El sacerdote tiene necesidad de una nueva mística que encuentra de esta
manera, pero, perdiendo la mística del altar. Como está completamente
desorientado, no debe causarnos asombro que se case y abandone el sacerdocio.
En Francia en 1970 hubo 285 ordenaciones y en 1980, solo 110. Pero, ¿cuántos sacerdotes
retornaron o retornarán a la vida civil? Sin embargo, las cifras
dramáticas que se citan no corresponden al acrecentamiento real del clero. Lo
que se les propone a los jóvenes y lo que, según se dice, ellos "desean
actualmente" no responde visiblemente a sus aspiraciones.
Por lo demás, es fácil comprobarlo.
Ya no hay vocaciones porque ya no se sabe lo que es el Sacrificio de la misa.
En consecuencia, no se puede definir al sacerdote. En cambio, en aquellos
lugares en los que el Sacrificio es conocido y enseñado como lo enseñó siempre
la Iglesia, las vocaciones son numerosas. Así lo atestiguan mis propios
seminarios; en ellos no se hace otra cosa que volver a afirmar las verdades de
siempre. Las vocaciones nos vinieron por sí mismas, sin publicidad. La única
publicidad fue hecha por los modernistas. En trece años ordené a ciento ochenta
y siete sacerdotes. Desde 1983, el ritmo regular alcanzado es de treinta y
cinco a cuarenta ordenaciones por año. No lo digo para mostrar cierto mérito
personal: en este dominio tampoco he inventado nada. Los jóvenes que solicitan
ingresar en Écóne (Francia), en Ridgefield (Estados Unidos), en Zitzkofen
(República Federal de Alemania), en Francisco Álvarez (Argentina), en Albano
(Italia) son atraídos por el Sacrificio de la misa. ¡Qué gracia extraordinaria
para un joven subir al altar como ministro de Nuestro Señor, ser otro Cristo!
En esta tierra no hay nada más hermoso ni más grande. Así vale la pena
abandonar la familia, renunciar a fundar una, renunciar al mundo y aceptar la
pobreza. Pero si ya no existe esa atracción, lo digo francamente, no vale la
pena el sacrificio, y esa es la razón por la que los seminarios están vacíos.
Si se continúa marchando según la línea adoptada por la iglesia desde hace unos
veinte años, se puede responder ¡no! a la pregunta: ¿habrá todavía sacerdotes
en el año 2000? Pero, si se retorna a las nociones verdaderas de la fe habrá
vocaciones en los seminarios y en las congregaciones religiosas. Porque ¿qué es
lo que hace la grandeza y la belleza de un religioso y de una religiosa?
Ofrecerse como víctima en el altar con nuestro Señor Jesucristo. De otra manera
la vida religiosa ya no tiene ningún sentido. En nuestra época, la juventud es
tan generosa como en épocas anteriores. Aspira a sacrificarse. Nuestra época es
la que desfallece. Todo está relacionado; al ser atacada la base del edificio,
éste se destruye por entero. Ya no hay misa, ya no hay sacerdotes. Antes de ser
reformado, el ritual hacía decir al obispo: "Recibid el poder de ofrecer a
Dios el Santo Sacrificio y de celebrar la Santa Misa tanto para los vivos como
para los muertos en nombre del Señor". El obispo había
bendecido previamente las manos del ordenando con estas palabras: "A fin de que
todo lo que ellas bendigan sea bendito y todo lo que ellas consagren sea
consagrado y santificado..." El poder así conferido está
expresado sin ambigüedades: "Que los sacerdotes
obren por la salvación de vuestro pueblo y, mediante la santa bendición de
ellos, operen la transubstanciación del pan y del vino en el cuerpo y en la
sangre de vuestro divino Hijo". El obispo dice ahora: "Recibid la
ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios". Esta fórmula
hace del nuevo sacerdote más un intermediario que el titular del ministerio
sacerdotal. La concepción es completamente diferente. En la Santa iglesia, el sacerdote
siempre fue considerado como alguien que posee un carácter conferido por
el sacramento del orden sagrado. Un obispo que no fue suspendido llegó a
escribir: "El sacerdote no es alguien que hace
cosas que los simples fieles no hacen; es tan otro Cristo como cualquier otro
bautizado". Ese obispo se atenía
sencillamente a las lecciones de la enseñanza que prevalece desde el concilio
Vaticano II y la nueva liturgia.
Se ha producido una confusión en lo
que se refiere al sacerdocio de los fieles y el sacerdocio de los sacerdotes.
Ahora bien, como decían los cardenales encargados de hacer observaciones sobre
el demasiado famoso catecismo holandés, "la grandeza del sacerdocio como ministerio
(el de los sacerdotes) en su participación en el sacerdocio de Cristo, difiere
del sacerdocio común de los fieles de una manera no sólo gradual sino
esencial". Pretender lo contrario significa también en este punto alinearse
en el protestantismo.
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