La protesta de Martín Lutero contra la Iglesia Católica
Este escrito encierra lo que muchos quieren
saber sobre el gran tesoro de la Misa, otros aclarar sus dudas, pero para otros
puede ser motivo de rechazo y abyección y seguirán la senda de la mentira cuyo
fin es el infierno” (Nota del presentador del artículo)
Lutero suprimió el ofertorio: ¿por
qué ofrecer la hostia pura y sin mancha si ya no hay más sacrificio? En el
nuevo orden francés el ofertorio prácticamente ya no existe; por lo demás ya ni
siquiera se lo llama con ese nombre. El Nuevo Misal de los domingos habla
de "oraciones de presentación". La fórmula utilizada evoca más una
acción de gracias, un agradecimiento por los frutos de la tierra. Para darse
cuenta de esto basta con compararla con las fórmulas tradicionalmente empleadas
por la Iglesia en las que se manifiesta claramente la finalidad propiciatoria y
expiatoria del sacrificio "que yo os ofrezco... por mis innumerables
pecados, ofensas y negligencias; por todos los asistentes y por todos los
cristianos vivos y muertos a fin de que aproveche a mi salvación y a la de
ellos para la vida eterna". Y luego elevando el cáliz, el sacerdote
dice: "Os ofrecemos, Señor, el cáliz de vuestra redención y suplicamos
que vuestra bondad lo quiera hacer ascender, como un suave perfume, a la
presencia de Vuestra divina Majestad, para salvación nuestra y salvación del
mundo entero". ¿Qué queda de todo esto en la nueva misa? Lo siguiente:
"Bendito tú seas, Dios del universo, que nos das este pan, fruto de la
tierra y del trabajo de los hombres. Ahora te lo presentamos y se convertirá en
el pan de la vida"; lo mismo ocurre con el vino que se convertirá en
"el vino del reino eterno"; ¿De qué sirve agregar un poco después:
“Lávame de mis faltas, Señor, purifícame de mi pecado; y "Que nuestro
sacrificio encuentre cu este día gracia ante ti"? ¿Qué pecado? ¿Qué
sacrificio? ¿Qué relación puede establecer el fiel entre esta presentación vaga
de las ofrendas y la redención que es capaz de alcanzar? Haré otra pregunta-.
¿Por qué sustituir un texto claro y de sentido completo por una serie de frases
enigmáticas y mal hilvanadas en su conjunto? Si se siente la necesidad de
cambiar algo debe procederse a mejorar. Esas pocas palabras que parecen
rectificar la insuficiencia de las "oraciones de presentación" hacen
pensar otra vez en Lutero, quien disimulaba con tiento los cambios. Conservaba
lo más posible ceremonias antiguas y se limitaba a cambiarles sólo el sentido.
La misa conservaba en gran parte su aparato exterior y el pueblo encontraba en
las iglesias más o menos la misma decoración, más o menos los mismos ritos con
algunos retoques hechos para complacerlo, pues a partir de entonces todo se
dirigía al pueblo mucho más que antes; el pueblo tenía ahora más conciencia de
valer algo en el culto, desempeñaba una parte más activa mediante el canto y la
oración recitada en voz alta. Poco a poco el latín fue dejando definitivamente
su lugar al alemán. ¿Y todo esto no nos recuerda nada? Lutero también se
empeñaba en crear nuevos cánticos para reemplazar "todos esos
gorgoritos del papismo"; las reformas siempre asumen el aspecto de
revolución cultural. En el nuevo orden, la parte más antigua del canon romano,
que se remonta a la edad apostólica, fue modificada para que se aproximara a la
fórmula consagratoria luterana, con un agregado y una supresión. La traducción
francesa ha conservado las palabras pro multis, pero alterando su
significación. En lugar de "mi sangre... que será derramada para vosotros
y para un gran número", leemos; "que será derramada para vosotros y
para la multitud". Esto no significa lo mismo y teológicamente no es
neutro.
Concilio de Trento
Se habrá podido observar que la mayor
parte de los sacerdotes pronuncia hoy de un tirón la parte principal del canon
que comienza así: "La víspera de su pasión, tomó el pan en sus manos muy
santas..." sin hacer la pausa implícitamente indicada en el misal romano:
"Sosteniendo con las dos manos
la hostia entre el índice y el pulgar, el sacerdote pronuncia las palabras de
la consagración en voz baja, pero distintamente sobre la hostia". El tono
cambia entonces, se hace vivo y las cinco palabras Hoc est enim Corpus meum operan
el milagro de la tran-substanciación, así como las palabras que se dicen en la
consagración del vino. El nuevo misal invita al celebrante a conservar el tono
narrativo como si se tratara efectivamente de una recordación. Como hoy la
creatividad es la regla, podemos ver a ciertos oficiantes que al recitar su
texto muestran la hostia en redondo o hasta la rompen con ostentación para
agregar el gesto a las palabras e ilustrar mejor su relato. Se suprimieron dos
de las cuatro genuflexiones y las que quedan a veces se omiten;
verdaderamente cabe preguntarse si el sacerdote tiene el sentimiento de
consagrar, suponiendo que realmente tenga la intención de hacerlo. Y entonces
los católicos perplejos se convierten en católicos preocupados: ¿Fue válida la
misa a la que acaban de asistir? ¿Fue realmente el cuerpo de Cristo la hostia
que recibieron? Este es un grave problema. ¿Cómo puede el fiel juzgar la
situación? Para la validez de una misa existen condiciones esenciales: la
materia, la forma, la intención y el sacerdote válidamente ordenado. Si se
cumplen estas condiciones no se ve cómo se podría llegar a la conclusión de la
invalidez. Las oraciones del Ofertorio, del Canon y de la Comunión del sacerdote
son necesarias a la integridad del sacrificio y del sacramento, pero no a su
validez. El cardenal Mindszenty, al pronunciar a hurtadillas y de prisa en su
prisión las palabras de la Consagración sobre un poco de pan y vino para
nutrirse con el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor sin que lo advirtieran sus
carceleros, ciertamente cumplió el sacrificio y el sacramento. Una misa
celebrada con las tortitas de miel del obispo norteamericano a quien me he
referido es ciertamente inválida, lo mismo que aquella en la que las palabras
de la consagración estuvieran gravemente alteradas u omitidas. Se ha informado
sobre el caso de un celebrante que hizo un despliegue tal de creatividad que
sencillamente se olvidó de decir las palabras de la Consagración. Pero ¿cómo
apreciar la intención del sacerdote? Es evidente que cada vez hay menos misas
válidas a medida que la fe de los sacerdotes se corrompe y ellos mismos no
tienen ya la intención de hacer lo que siempre hizo la Iglesia, pues la Iglesia
no puede cambiar de intención. La formación actual de los que se llaman
seminaristas no los prepara para celebrar misas válidas. Ya no se les enseña a
considerar el Santo Sacrificio como la obra esencial de su vida sacerdotal. Por
otra parte, se puede agregar sin exageración que la mayoría de las misas
celebradas sin piedra de altar con utensilios vulgares, con pan fermentado, con
la introducción de discursos profanos en el cuerpo mismo del Canon, son
sacrilegios y pervierten la fe al disminuirla. La desacralización llega a un
punto tal que esas misas pueden llegar a perder su carácter sobrenatural, el
"misterio de la fe", para no ser más que actos de religión natural.
La perplejidad del católico tal vez asuma la forma siguiente: ¿Puedo asistir a
una misa sacrílega pero que sin embargo es válida a falta de otra y para
satisfacer la obligación dominical? La respuesta es simple: esas misas no
pueden ser objeto de una obligación. Además, uno debe aplicarles las reglas de
la teología moral y del derecho canónico en lo referente a la participación en
una acción peligrosa para la fe o eventualmente sacrílega.
Concilio Vaticano II. EL Principio de nuestra agonía
La nueva misa, aun dicha con piedad y
con el respeto de las normas litúrgicas, es pasible de las mismas reservas
puesto que está impregnada de espíritu protestante. Esa misa lleva dentro un
veneno pernicioso para la fe. Teniendo en cuenta esto, el católico francés de
hoy puede encontrar las condiciones de práctica religiosa que existen en países
donde se envían misiones. En esos países, los habitantes de ciertas regiones no
pueden asistir a misa más que tres o cuatro veces por año. Los fieles de
nuestro país deberían hacer el esfuerzo de asistir una vez por mes a la misa de
siempre, verdadera fuente de gracia y de santificación, en aquellos lugares en
que todavía continúa honrándosela. Porque, en verdad, debo decir y afirmar sin
temor a equivocarme que la misa codificada por Pío V —y no inventada por él,
como se ha dado a entender a menudo-expresa claramente estas tres realidades:
sacrificio, presencia real y sacerdocio de los oficiantes. Esa misa tiene
también en cuenta, según lo precisó el concilio de Trento, la naturaleza del
hombre que necesita algún socorro exterior para elevarse a la meditación de las
cosas divinas. Los usos establecidos no lo fueron por casualidad y no se los puede
desplazar o abolir impunemente. Cuántos fieles, cuántos jóvenes sacerdotes,
cuántos obispos perdieron la fe después de la adopción de las reformas. No se
contraría la naturaleza y la fe impunemente, pues ellas se vengan. Pero
precisamente se nos dice que el hombre no es el mismo de un siglo atrás; su
naturaleza ha sido modificada por la civilización técnica en la cual está
inmerso, ¡Qué absurdo! Los innovadores se guardan bien de mostrar a los fieles
el deseo que los anima de acercarse al protestantismo; invocan otro argumento:
el cambio. Véase lo que se dice en la escuela teológica de Estrasburgo: "Debemos
reconocer que hoy estamos en presencia de una verdadera mutación cultural. Una
cierta manera de celebrar la recordación del Señor estaba vinculada con un
universo religioso que ya no es el nuestro." Se lo dice rápidamente y todo
desaparece. Hay que volver a comenzar desde cero. Ésos son los sofismas de que
se valen para hacernos cambiar nuestra fe. ¿Qué es un "universo
religioso"? Sería mejor ser francos y decir: "una religión que ya no
es la nuestra".
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