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miércoles, 7 de agosto de 2019

El Satanismo y los juegos de Satán




Definición
Definir es propiamente limitar. La palabra satanismo empleada o insinuada por nosotros tantas veces desde las primeras páginas de este libro puede tener varios sentidos. Podemos en efecto considerar a Satán bajo el aspecto de amo o príncipe de este mundo. Es el nombre que Jesucristo le da en tres ocasiones en el Evangelio. Pero acabamos justamente de tratar este punto de vista. ¿En qué medida está presente Satán en el universo nuestro? Hemos dicho que esto varía según las razas, los países, las civilizaciones, los regímenes políticos.
El vocablo satanismo puede también significar la imitación de Satán por el pecado, y hemos recordado la frase de Gregorio el Grande según la cual todos los que cometen pecado, durante el tiempo que obedecen al pecado, son miembros del "cuerpo místico” de Satán.
No nos incumbe conocer la cantidad de hombres que viven en "estado de gracia", es decir, que están sustraídos, hic et nunc y a la influencia de Satán. Pero tenemos el derecho de suponer que es mucho mayor de lo que pensamos, sobre todo si admitimos que los pecadores no son frecuentemente más que hombres que han dado un paso en falso, o han sufrido una caída, pero que no desean por tan poco permanecer bajo el poder de Satán.
Por fin, la palabra satanismo puede significar el culto rendido a Satán, no por un pecado ocasional y muy rápidamente lamentado y reparado, sino por una adhesión formal y voluntaria.
Dos formas de satanismo
Pero aquí, distinguimos inmediatamente dos formas de satanismo, bastante diferentes una de la otra; está el satanismo de los que no creen en Satán, como no creen en Dios, y que por consecuencia no rinden culto, propiamente dicho, a Satán, aunque toda su vida se desarrolle de acuerdo con los principios y las sugerencias de Satán.
Para esta primera forma de satanismo es exacto decir la frase tan frecuentemente repetida y de la cual hemos indicado los límites: "¡La mejor astucia de Satán es la de hacer creer que no existe!" Papini cita a este respecto las palabras del filosofo Alain, en 1921: "El diablo ha sufrido la misma suerte que todas las apariciones. . .La misma guerra, por lo que yo he visto, no ha hecho revivir ni un ápice al diablo y sus cuerpos." 1
Pero es completamente inútil detenernos en esta primera forma de satanismo. Es puramente negativa. Se encuentra, además, sin la menor mala intención, hasta en excelentes cristianos que no saben que están en oposición con la ortodoxia y con el Evangelio.
Lo que debemos estudiar es el satanismo bajo sus formas activas.
Hablamos en plural porque parece que existieron en el transcurso de los siglos, y sin duda siguen hasta en nuestros tiempos, por lo menos dos formas muy distintas de satanismo activo: el satanismo-religión y el satanismo-magia.
El satanismo-religión
En cuanto reflexionamos sobre el asunto no podemos dejar de llegar a esta comprobación asombrosa: ¡La historia del satanismo religión se confunde con la histeria de las religiones! Esta conclusión es tan enorme que requiere una explicación.
La historia de las religiones está muy adelantada actualmente en sus investigaciones. No habla mucho en general de Satán. Los demonios no tienen en ella más que un lugar muy restringido. El historiador de las religiones se dedica a describir objetivamente las creencias religiosas de los pueblos, a nombrar a los dioses, a indicar los atributos de cada una de las divinidades adoradas por tal o cual grupo humano. Expone los ritos mediante los cuales se honraba a los dioses.
No llega en principio a un juicio de valor. No hace metafísica y menos teología cristiana.
Pero ¿podemos evitar aquí de recurrir a esta última? Puesto que hablamos de Satán y de su presencia en el mundo, ¿no debemos colocarnos en el punto de vista cristiano, el único punto de vista según el cual Satán está exactamente situado donde se halla, efectivamente, en el cuadro general de los seres? ¿Qué dice, pues, el Evangelio? ¿Qué han dicho los Padres de la Iglesia? ¿Qué enseña la teología cristiana con respecto al tema de las religiones paganas? El Evangelio, y nunca podríamos insistir bastante sobre esto, da a Satán ese título increíble y sin embargo necesariamente cierto, puesto que es Jesús en persona quien se lo da: ¡Príncipe de este mundo! ¿Cómo semejante título puede pertenecer a Satán, si las divinidades paganas no son lisa y llanamente demonios? Los Padres de la Iglesia lo han comprendido así, unánimemente.
Para ellos no existe la menor duda sobre este punto. Los dioses paganos son demonios. Los oráculos paganos, los de Dodona o de Delfos, y los otros que son menos célebres, son oráculos demoníacos, manifestaciones de satanismo.
La teología cristiana ha adoptado, naturalmente, este punto de vista. La descripción histórica de los paganismos antiguos o modernos no es para nosotros una diversión del espíritu, una curiosidad literaria cualquiera, sino la comprobación deplorable de la dominación de Satán entre los hombres.
¿Cómo ha podido hacerse esta toma de posesión de las adoraciones y de las imploraciones humanas por Satán y sus demonios? Parece haberse hecho insensiblemente, por un deslizamiento inconsciente, por una especie de realismo rudimentario. Los historiadores de las religiones, en efecto, admiten, en general, que en todas las religiones, la existencia de un Dios supremo, de un Dios soberano, todopoderoso y todo bondad, está reconocida, pero que estas mismas religiones relegan casi siempre a este Dios a una lejanía, y reservan los homenajes a todo un mundo de divinidades inferiores, buenas o malas, que se saben subordinadas al Dios soberano, pero que se consideran más próximas a nosotros, más mezcladas a nuestro destino, más útiles, por consiguiente, para invocar o para conjurar.
Finalmente, en buen número de paganismos, son las fuerzas malhechoras las que se considera más urgente conciliar y a las cuales se ofrecen sacrificios rituales.
Este "realismo" rudimentario, esta manera de recurrir, en cierto modo, a lo más urgente, parece haber sido el origen de todas las mitologías paganas, de todos los ritos paganos, y de sus mezclas ulteriores en sincretismos prácticos de los cuales el Partenón de Agripa nos da un indicio.
Lo que es indudable es que a los ojos de los judíos, y mucho más aún de los cristianos, todas las divinidades no podían ser más que demonios. De ahí la lucha heroica de parte de los judíos en tiempos de los Macabeos, sobre todo, y de parte de los cristianos durante todo el período de las persecuciones sangrientas. De ahí esta especie de horror sagrado que los cristianos sentían frente a lo que ellos llamaban los "ídolos", es decir, los vanos simulacros del culto demoníaco pagano.
Desde el punto de vista que adoptamos aquí es, pues, evidente que la historia de las religiones (si ponemos a un lado la única religión verdadera, la de los Patriarcas, luego la de Moisés y por fin la religión cristiana) no es otra cosa que la historia del satanismo.
Y es sólo así que podemos comprender la expresión: Príncipe de este mundo, atribuida por Cristo a Satán.
Cuando comparamos la exigüidad del culto del verdadero Dios, de Yahweh primero, luego del Verbo encarnado, a la inmensidad del dominio de los falsos dioses, nos vemos obligados a reconocer que si Jesús es el verdadero Rey, tuvo mucha razón en decir: "Mi reino no es de este mundo."
Y comprendemos así la insistencia con la cual, en las ceremonias del bautismo cristiano, se multiplicaban — y todavía se multiplican —los exorcismos para expulsar al demonio. Dichos exorcismos se encuentran en innumerables ocasiones en la liturgia católica. Cuando un sacerdote "hace" agua bendita, pronuncia sobre la sal que va a mezclar con ella las palabras siguientes: "Te exorcizo, sal creada por el Dios viviente. . ., para que te conviertas en sal exorcizada para la salvación de los creyentes; para que seas, para las almas y los cuerpos de todos los que te usarán, un elemento de bienestar; para que de todo lugar donde hayas sido repartida sea alejada, echada, toda ilusión, toda malicia y toda emboscada del Demonio engañador, así como todo espíritu, inmundo, conjurado por Aquel que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, y al mundo por el fuego. «¡Así sea!»"


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