Artículo 7
Y DE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A LOS VIVOS
Y A LOS
MUERTOS
101. —El juzgar
corresponde al oficio de rey y de Señor. Prov 20, 8: "El Rey sentado sobre
el trono de la justicia disipa con la mirada todo mal". Y como Cristo ascendió
al Cielo, y está sentado a la derecha de Dios como Señor de todos, es claro que
a él le toca el juzgar.
Por lo
cual en la regla de la Fe católica confesamos que "ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos".
Esto
mismo lo dijeron también los Angeles (Hechos I, II): "Ese Jesús que ha
sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá así como le habéis visto ir al
cielo".
102. —Debemos considerar
tres cosas acerca de este juicio. Primero, su forma; segundo, lo que se le debe
temer; tercero, cómo hemos de prepararnos para ese juicio.
103. —Tres cosas
concurren a la forma de un juicio: quién sea el juez, quiénes serán juzgados y
acerca de qué.
104. —Pues bien, Cristo
es el juez. Hechos 10, 42: "Es Él quien ha sido constituido por Dios juez de
vivos y muertos": ya sea que tomemos por muertos a los pecadores,
y por vivos a los justos; o literalmente por vivos a los que aún vivan a la
sazón, y por muertos a cuantos hayan muerto. El es el juez no sólo en cuanto
Dios, sino también en cuanto hombre. Y esto por tres razones.
Primeramente
porque es necesario que los que son juzgados vean al juez. Ahora bien, tan
deleitable es la Divinidad, que nadie puede verla sin gozo; por lo cual ningún condenado podrá verla, porque
de lo contrario gozaría. Por lo tanto es
necesario que aparezca bajo la forma de hombre, para que sea visto por todos.
Juan 5, 27: "Le ha dado poder para juzgar, porque es el Hijo del
hombre".
En
segundo lugar, porque en cuanto hombre mereció tal oficio. Pues en cuanto
hombre fue injustamente juzgado El mismo, por lo cual Dios lo hizo juez de todo
el mundo. Job 36, 17: "Tu causa ha sido juzgada como la de un impío:
recibirás la culpa y la pena".
En
tercer lugar, para que, siendo juzgados por un hombre, los hombres cesen de
desesperar. Pues si sólo Dios fuese el juez, los hombres, aterrados,
desesperarían.
Luc
21, 27: "Verán
venir al Hijo del hombre en una nube". Ciertamente serán
juzgados cuantos son, fueron y serán. Dice el Apóstol en II Cor 5, 10: "Todos
hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada quien reciba lo
que es debido a su cuerpo, según el bien o el mal que haya hecho".
105. —Según dice San
Gregorio, hay una cuádruple diferencia entre los que son juzgados. Desde luego,
o son buenos o son malos. Pero entre los malos, algunos, que serán condenados, no
serán juzgados, como los que han rechazado la Fe: sus acciones no
serán examinadas, porque, según Juan 3, 18: "el que no cree ya está
juzgado". Otros, ciertamente, serán condenados y juzgados, como los fieles
que mueren en pecado mortal. Dice el Apóstol en Rom ó, 23: "El salario del
pecado es la muerte". Estos, en efecto, no serán excluidos del juicio, a
causa de la fe que tuvieron.
En cuanto a los buenos,
algunos, que serán salvos, no serán juzgados: serán los pobres de espíritu por
(amor a) Dios; más bien ellos juzgarán a otros. Mt 19, 28: "Vosotros que me habéis seguido en la
regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os
sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de
Israel": lo cual no se entiende sólo de los discípulos, sino también de
todos los pobres. De otra manera San Pablo, que trabajó más que los otros, no
sería del número de ellos. Por lo cual debe entenderse también de cuantos
siguieron a los Apóstoles y de los varones apostólicos. Por lo cual dice el
Apóstol en I Cor 6, 3: "¿Acaso no sabéis que hemos de juzgar a los
ángeles?". Isaías 3, 14: "El Señor vendrá al juicio con los ancianos
y los jefes de su pueblo".
Otros,
empero, que mueren en la justicia, serán salvos pero serán juzgados. En efecto,
aunque murieron justificados, sin embargo en algo faltaron en sus ocupaciones temporales,
por lo cual serán juzgados pero se salvarán.
106. —3o. Los hombres
serán juzgados por todas sus acciones, buenas y malas. Eclesiastés 11,9:
"Sigue los impulsos de tu corazón... pero a sabiendas de que por todo ello
te hará venir Dios a juicio". Eclesiastés 12, 14: "Todo cuanto se
hace Dios lo llevará a juicio, por cualquier falta, sea bueno o sea malo".
Aun por las palabras ociosas. Mt 12, 36: "De toda palabra ociosa que
hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio". De los pensamientos: Sab I, 9: "Los pensamientos
del impío serán examinados".
Y así
queda en claro la forma del juicio.
107. —Por cuatro razones
debemos temer ese juicio.
En primer lugar por la sabiduría del Juez. Pues lo sabe todo: pensamientos, palabras y obras,
porque "todo está patente y descubierto ante sus ojos", como se dice
en Hebr 4, 13 y en Prov 16, 2: "Todos los caminos del hombre están patentes
a los ojos del Señor". Y conoce también nuestras palabras. Sab I, 10:
"Un oído celoso lo escucha todo". Y asimismo nuestros pensamientos:
Jer 17, 9: "El corazón del hombre es retorcido e inescrutable: ¿quién lo
conoce? Yo, el Señor, exploro el corazón, pruebo los riñones para dar a cada
cual según su camino, según el fruto de sus obras". Habrá allí testigos
infalibles: la propia conciencia de los hombres. Dice el Apóstol en Rom 2,
15-16: "...atestiguándolo su conciencia con sus juicios contrapuestos que
les acusan y también les defienden en el día en que Dios juzgará las acciones secretas
de los hombres".
108. —En segundo lugar, por el poder del Juez, porque por sí
mismo es omnipotente. Is 40, 10: "He aquí que viene el Señor Dios con
poder". Es también todopoderoso sobre los otros, porque el conjunto de la
creación estará con El. Sab 5,21: "Peleará con El el Universo contra los insensatos";
por lo cual decía Job (10, 7): "Nadie hay que pueda librarse de tus
manos". Y el Salmista (138, 8) dice: "Si hasta los cielos subo, allí
estás tú; si desciendo al infierno, allí te encuentras".
109. —En tercer lugar, a causa de la inflexible justicia del juez.
En efecto, ahora es el tiempo de la misericordia; pero para entonces será
solamente el tiempo de la justicia. Por lo cual este tiempo es nuestro, pero para
entonces será sólo la hora de Dios. Salmo 74, 3: "En el momento que yo
fije, haré perfecta justicia". Prov 6, 34: "El día de la venganza, el
celo y furor del esposo no tendrá miramientos, no escuchará petición alguna, no
recibirá en rescate ni grandes regalos".
110. —En cuarto lugar, a causa de la cólera del juez.
En
efecto, de un modo se les aparece a los justos, porque es dulce y encantador:
Is 33, 17: "Contemplarán al rey en su belleza"; y de otro modo a los
malos, tan airado y cruel, que dirán a las montañas: "Caed sobre nosotros,
y escondednos de la ira del Cordero", como dice el Apocalipsis (6, 16).
Pero esta ira no quiere decir pasión del ánimo en Dios, sino un efecto de la
ira, o sea, la pena infligida a los pecadores, la cual es eterna.
Orígenes:
"Cuan
estrechas serán las vías de los pecadores el día del juicio! De arriba vendrá
el juez airado, etc.".
111. —Pues bien, contra
ese temor debemos tener cuatro remedios.
El
primero consiste en las buenas obras. Dice
el Apóstol en Rom 13, 3: "¿Quieres no temer a la autoridad?" Obra el
bien,
y
obtendrás elogios de ella".
El
segundo es la confesión y la penitencia de los pecados
cometidos, en las cuales debe haber tres cosas, que expían la pena
eterna: dolor en el pensamiento, vergüenza en la confesión y rigor en la
satisfacción.
El
tercero es la limosna, que todo lo limpia.
Lucas XVI, 9: "Haceos amigos con las riquezas injustas, para que cuando lleguen
a faltar, os reciban en las eternas moradas".
El
cuarto es la caridad, esto es, el amor a
Dios y al prójimo, porque la caridad cubre la multitud de los pecados, como se
dice en I Pedro 4, 8 y en Prov 10, 12,
No hay comentarios:
Publicar un comentario