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sábado, 13 de julio de 2019

CARTA A LOS CATOLICOS PERPLEJOS

S. S. PIO XII EN LA CONSAGRACION
Estas novedades no son de la índole de aquellas que en el orden humano aparecen con el correr del tiempo, aquellas a las que uno se habitúa, que uno asimila después de un primer período de sorpresa y de vacilación. En el curso de una vida humana muchas maneras de proceder y hacer las cosas se transforman; si yo todavía fuera misionero en África, viajaría en avión y no ya en buque aunque más no fuera por la dificultad de encontrar una compañía marítima que prestara ese servicio. En este sentido se puede decir que hay que vivir con la época y, por lo demás, está uno obligado a hacerlo. Pero los católicos a quienes se quiso imponer novedades en el orden espiritual y sobrenatural, en virtud del mismo principio, comprendieron muy bien que eso no era posible. No se puede cambiar el Santo Sacrificio de la misa, no se pueden cambiar los sacramentos instituidos por Jesucristo, no se cambia la verdad revelada de una vez por todas, no se reemplaza un dogma por otro.
Las páginas que siguen quieren responder a las preguntas que se hacen los católicos, esos católicos que conocieron otro rostro de la Iglesia; quieren también iluminar a los jóvenes nacidos después del concilio y a quienes la comunidad católica no ofrece lo que tienen derecho a esperar. Desearía dirigirme por fin a los indiferentes o a los agnósticos a quienes la gracia de Dios tocará un día u otro, pero que corren el peligro entonces de encontrar iglesias sin sacerdotes y con una doctrina que no corresponde a las aspiraciones de su alma. Además, es evidente que es ésta una cuestión que afecta a todo el mundo, a juzgar por el interés que le presta la prensa de información general, especialmente en nuestro país. Los periodistas también se muestran perplejos. Citemos algunos títulos al azar: "¿Morirá el cristianismo?", "¿Y si el tiempo trabajase contra la religión de Jesucristo?", "¿Habrá todavía sacerdotes en el año 2000?" Quiero responder a estas preguntas, sin aportar a mi vez teorías nuevas, sino ateniéndome a la tradición ininterrumpida y sin embargo tan abandonada estos últimos años, que sin duda a muchos lectores les parecerá nueva.
LA NUEVA MISA, en algún lugar del mundo
II
No tengo doctrina personal en materia religiosa. Toda mi vida me atuve a lo que me enseñaron en el seminario francés de Roma, es decir, la doctrina católica según la transmisión que de ella hizo el magisterio de siglo en siglo desde la muerte del último apóstol, que marca el fin de la Revelación. En esto no debería haber un alimento apropiado para satisfacer el apetito de lo sensacional que sienten los periodistas y a través de ellos la actual opinión pública. Sin embargo, toda Francia se conmovió el 29 de agosto de 1976 al enterarse de que yo iba a decir misa en Lille. ¿Qué había de extraordinario en el hecho de que un obispo celebrara el Santo Sacrificio? Tuve que predicar ante una gran cantidad de micrófonos y cada una de mis palabras era saludada con estrépito. Pero, ¿decía yo algo que no hubiera podido decir cualquier otro obispo? ¡Ah! Aquí está la clave del enigma: desde hace varios años los otros obispos ya no dicen las mismas cosas. ¿Se los ha oído hablar acaso a menudo del reino social de Nuestro Señor Jesucristo, por ejemplo? Mi aventura personal no cesa de asombrarme: esos obispos, en su mayor parte, fueron mis condiscípulos en Roma, se formaron de la misma manera. Y de pronto yo me encontraba completamente solo. Ellos habían cambiado, ellos renunciaban a lo que habían aprendido. Yo no había inventado nada nuevo, continuaba en la línea de siempre. El cardenal Garrone llegó a decirme un día-. "Nos han engañado en el seminario francés de Roma". Engañado, ¿en qué? ¿No hizo él mismo recitar millares de veces a los niños de su catecismo el acto de fe antes del concilio-. "Dios mío, creo firmemente en todas las verdades que habéis revelado y que nos enseñáis por medio de vuestra Iglesia, porque vos no podéis engañaros ni engañamos" ¿Cómo pudieron metamorfosearse de semejante manera todos esos obispos? Encuentro una explicación: ellos se quedaron en Francia y se dejaron infectar lentamente. En África, yo estaba protegido. Regresé a Francia justamente en el año del concilio; el mal ya estaba hecho. El concilio Vaticano II no hizo sino abrir las compuertas que contenían la marea destructora. En un santiamén y aun antes de que quedara clausurada la cuarta sesión, el desastre era evidente. Todo o casi todo iba a quedar eliminado y, en primer término, la oración. El cristiano que tiene el sentido y el respeto de Dios se siente chocado por la manera en que se lo hace rezar hoy. Se ha tildado de "machaqueo" a las fórmulas aprendidas de memoria que ya no se enseñan a los niños y que ya No figuran en los catecismos con la excepción del Padre nuestro, en una nueva versión de inspiración protestante que obliga al tuteo. Tutear a Dios de una manera sistemática no es señal de gran reverencia ni procede del espíritu de nuestra lengua que nos ofrece un registro diferente según nos dirijamos a un superior, a un padre, a un camarada. En ese mismo Padrenuestro posconciliar, se le pide a Dios que no nos "someta a la tentación", expresión equívoca puesto que nuestra traducción francesa tradicional representa un mejoramiento por comparación con la fórmula latina calcada bastante torpemente sobre el hebreo. ¿Qué progreso hay aquí? El tuteo invadió el conjunto de la liturgia vernácula: el Nuevo Misal de los domingos emplea el tuteo de manera exclusiva y obligatoria sin que se vean las razones de semejante cambio, tan contrario a las costumbres y a la cultura francesas. En escuelas católicas se hicieron test a niños de doce y trece años. Sólo algunos conocían de memoria el padrenuestro, en francés naturalmente, algunos sabían el Avemaría. Con una o dos excepciones, esos niños ignoraban el Símbolo de los Apóstoles, el Confíteor, los Actos de fe, de esperanza, de caridad y de contrición, el Ángelus. .. ¿Cómo habrían de saber estas cosas si la mayor parte de ellos nunca oyeron ni siquiera hablar de ellas? La oración debe ser "espontánea", hay que hablar a Dios improvisando, se dice ahora, y no se hace ningún caso de la maravillosa pedagogía de la Iglesia que cinceló todas esas oraciones a las que hubieron de recurrir los mayores santos. ¿Qué alienta todavía a los cristianos a decir la oración matinal y vespertina en familia, a recitar el Benedícite y la acción de gracias? Me he enterado de que en muchas escuelas católicas ya no se quiere decir la oración al comenzar las clases tomando como pretexto que hay alumnos no creyentes o miembros de otras religiones y que no hay que chocar su conciencia ni hacer uno alarde de sentimientos triunfalistas. Las autoridades escolares se felicitan de admitir en esas escuelas a una gran mayoría de no católicos y hasta de no cristianos y de no hacer nada para conducirlos a Dios. Niños católicos de esas escuelas deben ocultar su credo bajo el pretexto de respetar las opiniones de sus camaradas. La genuflexión ya no es practicada más que por un número muy restringido de fieles; se la reemplazó por una inclinación de cabeza o más frecuentemente por absolutamente nada. La gente entra en una iglesia y se sienta. El mobiliario ha sido reemplazado, los bancos con reclinatorio se transformaron en leña para calefacción; en muchos lugares se han colocado en su lugar butacas idénticas a las de salas de espectáculos, lo cual por lo demás permite instalar más cómodamente al público cuando las iglesias se utilizan para dar conciertos. Me han citado el caso de una capilla del Santo Sacramento en una gran parroquia parisiense a la que acudían a hacer una visita a la hora del almuerzo muchas personas que trabajaban en los alrededores; un día esa capilla se cerró a causa de los trabajos que debían realizarse; cuando reabrió sus puertas los reclinatorios habían desaparecido, sobre una gruesa y cómoda alfombra se habían instalado asientos acolchados y profundos, de un precio ciertamente elevado y comparables a los que se pueden encontrar en la sala de recepción de las grandes sociedades o de las compañías aéreas. El comportamiento de los fieles cambió completamente; unos pocos se arrodillaban en la alfombra, pero la mayor parte se instalaba cómodamente y con las piernas cruzadas meditaba frente al tabernáculo. Es seguro que en el espíritu de esa parroquia había una intención; no se procede a realizar disposiciones tan costosas sin reflexionar en lo que se hace, se comprueba aquí una voluntad de modificar las relaciones del hombre con Dios en la dirección de la familiaridad, de la desenvoltura, como si se tratara con Dios de igual a igual.


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