S. S. PIO XII EN LA CONSAGRACION
Estas
novedades no son de la índole de aquellas que en el orden humano aparecen con
el correr del tiempo, aquellas a las que uno se habitúa, que uno asimila después
de un primer período de sorpresa y de vacilación. En el curso de una vida
humana muchas maneras de proceder y hacer las cosas se transforman; si yo
todavía fuera misionero en África, viajaría en avión y no ya en buque aunque
más no fuera por la dificultad de encontrar una compañía marítima que prestara
ese servicio. En este sentido se puede decir que hay que vivir con la época y,
por lo demás, está uno obligado a hacerlo. Pero los católicos a quienes se quiso imponer novedades en
el orden espiritual y sobrenatural, en virtud del mismo principio,
comprendieron muy bien que eso no era posible. No se puede cambiar el Santo Sacrificio de la
misa, no se pueden cambiar los sacramentos instituidos por Jesucristo, no se
cambia la verdad revelada de una vez por todas, no se reemplaza un dogma por
otro.
Las
páginas que siguen quieren responder a las preguntas que se hacen los
católicos, esos católicos que conocieron otro rostro de la Iglesia; quieren
también iluminar a los jóvenes nacidos después del concilio y a quienes la
comunidad católica no ofrece lo que tienen derecho a esperar. Desearía
dirigirme por fin a los indiferentes o a los agnósticos a quienes la gracia de
Dios tocará un día u otro, pero que corren el peligro entonces de encontrar iglesias
sin sacerdotes y con una doctrina que no corresponde a las aspiraciones de su
alma. Además, es evidente que es ésta una cuestión que afecta a todo
el mundo, a juzgar por el interés que le presta la prensa de información
general, especialmente en nuestro país. Los periodistas también se muestran
perplejos. Citemos algunos títulos al azar: "¿Morirá el
cristianismo?", "¿Y si el tiempo trabajase contra la religión de
Jesucristo?", "¿Habrá todavía sacerdotes en el año 2000?" Quiero
responder a estas preguntas, sin aportar a mi vez teorías nuevas, sino
ateniéndome a la tradición ininterrumpida y sin embargo tan abandonada estos
últimos años, que sin duda a muchos lectores les parecerá nueva.
LA NUEVA MISA, en algún lugar del mundo
II
No
tengo doctrina personal en materia religiosa. Toda mi vida me atuve a lo que me
enseñaron en el seminario francés de Roma, es decir, la doctrina católica según
la transmisión que de ella hizo el magisterio de siglo en siglo desde la muerte
del último apóstol, que marca el fin de la Revelación. En esto no debería haber
un alimento apropiado para satisfacer el apetito de lo sensacional que sienten
los periodistas y a través de ellos la actual opinión pública. Sin embargo,
toda Francia se conmovió el 29 de agosto de 1976 al enterarse de que yo iba a
decir misa en Lille. ¿Qué había de extraordinario en el hecho de que un obispo
celebrara el Santo Sacrificio? Tuve que predicar ante una gran cantidad de
micrófonos y cada una de mis palabras era saludada con estrépito. Pero, ¿decía
yo algo que no hubiera podido decir cualquier otro obispo? ¡Ah! Aquí está la
clave del enigma: desde hace varios años los otros obispos ya no dicen las mismas cosas.
¿Se los ha oído hablar acaso a menudo del reino social de Nuestro Señor
Jesucristo, por ejemplo? Mi aventura personal no cesa de asombrarme: esos
obispos, en su mayor parte, fueron mis condiscípulos en Roma, se formaron de la
misma manera. Y de pronto yo me encontraba completamente solo. Ellos habían
cambiado, ellos renunciaban a lo que habían aprendido. Yo no había inventado
nada nuevo, continuaba en la línea de siempre. El cardenal Garrone llegó a
decirme un día-. "Nos han engañado en el seminario francés de Roma".
Engañado, ¿en qué? ¿No hizo él mismo recitar millares de veces a los niños de
su catecismo el acto de fe antes del concilio-. "Dios mío, creo firmemente en todas las
verdades que habéis revelado y que nos enseñáis por medio de vuestra Iglesia,
porque vos no podéis engañaros ni engañamos" ¿Cómo pudieron
metamorfosearse de semejante manera todos esos obispos? Encuentro una
explicación: ellos se quedaron en Francia y se dejaron infectar lentamente. En
África, yo estaba protegido. Regresé a Francia justamente en el año del
concilio; el mal ya estaba hecho. El concilio Vaticano II no hizo sino abrir las compuertas que
contenían la marea destructora. En un santiamén y aun antes de que
quedara clausurada la cuarta sesión, el desastre era evidente. Todo o casi todo
iba a quedar eliminado y, en primer término, la oración. El cristiano que tiene
el sentido y el respeto de Dios se siente chocado por la manera en que se lo
hace rezar hoy. Se ha tildado de "machaqueo" a las fórmulas
aprendidas de memoria que ya no se enseñan a los niños y que ya No figuran en
los catecismos con la excepción del Padre nuestro, en una nueva versión de inspiración protestante
que obliga al tuteo. Tutear a Dios de una manera sistemática no es señal de gran
reverencia ni procede del espíritu de nuestra lengua que nos ofrece un registro
diferente según nos dirijamos a un superior, a un padre, a un camarada.
En ese mismo Padrenuestro posconciliar, se le pide a Dios que no nos
"someta a la tentación", expresión equívoca puesto que nuestra
traducción francesa tradicional representa un mejoramiento por comparación con
la fórmula latina calcada bastante torpemente sobre el hebreo. ¿Qué progreso
hay aquí? El tuteo invadió el conjunto de la liturgia vernácula: el Nuevo Misal de
los domingos emplea el tuteo de manera exclusiva y obligatoria sin que se vean
las razones de semejante cambio, tan contrario a las costumbres y a la cultura
francesas. En escuelas católicas se hicieron test a niños de doce y
trece años. Sólo algunos conocían de memoria el padrenuestro, en francés
naturalmente, algunos sabían el Avemaría. Con una o dos excepciones, esos niños
ignoraban el Símbolo de los Apóstoles, el Confíteor, los Actos de fe, de
esperanza, de caridad y de contrición, el Ángelus. .. ¿Cómo habrían de saber
estas cosas si la mayor parte de ellos nunca oyeron ni siquiera hablar de
ellas? La oración debe ser "espontánea", hay que hablar a Dios
improvisando, se dice ahora, y no se hace ningún caso de la maravillosa
pedagogía de la Iglesia que cinceló todas esas oraciones a las que hubieron de
recurrir los mayores santos. ¿Qué alienta todavía a los cristianos a decir la
oración matinal y vespertina en familia, a recitar el Benedícite y la acción de
gracias? Me he enterado de que en muchas escuelas católicas ya no se quiere
decir la oración al comenzar las clases tomando como pretexto que hay alumnos
no creyentes o miembros de otras religiones y que no hay que chocar su
conciencia ni hacer uno alarde de sentimientos triunfalistas. Las autoridades
escolares se felicitan de admitir en esas escuelas a una gran mayoría de no
católicos y hasta de no cristianos y de no hacer nada para conducirlos a Dios.
Niños católicos de esas escuelas deben ocultar su credo bajo el pretexto de
respetar las opiniones de sus camaradas. La genuflexión ya no es practicada más que por un número muy
restringido de fieles; se la reemplazó por una inclinación de cabeza o más
frecuentemente por absolutamente nada. La gente entra en una iglesia
y se sienta. El mobiliario ha sido reemplazado, los bancos con reclinatorio se
transformaron en leña para calefacción; en muchos lugares se han colocado en su
lugar butacas idénticas a las de salas de espectáculos, lo cual por lo demás
permite instalar más cómodamente al público cuando las iglesias se utilizan
para dar conciertos. Me han citado el caso de una capilla del Santo Sacramento
en una gran parroquia parisiense a la que acudían a hacer una visita a la hora
del almuerzo muchas personas que trabajaban en los alrededores; un día esa
capilla se cerró a causa de los trabajos que debían realizarse; cuando reabrió
sus puertas los reclinatorios habían desaparecido, sobre una gruesa y cómoda
alfombra se habían instalado asientos acolchados y profundos, de un precio
ciertamente elevado y comparables a los que se pueden encontrar en la sala de
recepción de las grandes sociedades o de las compañías aéreas. El
comportamiento de los fieles cambió completamente; unos pocos se arrodillaban
en la alfombra, pero la mayor parte se instalaba cómodamente y con las piernas
cruzadas meditaba frente al tabernáculo. Es seguro que en el espíritu de esa
parroquia había una intención; no se procede a realizar disposiciones tan
costosas sin reflexionar en lo que se hace, se comprueba aquí una voluntad de modificar las relaciones
del hombre con Dios en la dirección de la familiaridad, de la desenvoltura,
como si se tratara con Dios de igual a igual.
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