La
mentira por excelencia: ¡Dios no existe! Si hay una mentira que ha adquirido,
ante nuestros ojos y en nuestra época, una
extensión que los siglos anteriores no conocieron, es la negación de Dios, a la
cual podemos agregar, como sombra que sigue a una personalidad viviente, la
negación del Diablo.
Durante
largos siglos, el Demonio, en las religiones paganas, había conseguido hacerse
adorar, bajo los nombres de falsos dioses. Pero la creencia en Dios no estaba
atacada. De acuerdo con las palabras de San Paulo a los atenienses:
"¡Sois, lo veo, los más religiosos de los hombres!" (Actos de los
Ap., XVII, 22) ¡Adoraban en efecto tantos dioses y hasta un "dios
desconocido" por miedo de olvidarse de alguno!
Pero
en nuestros días el ateísmo se afirma, se proclama, toma un aire despectivo
hacia la fe en Dios. Cierta filosofía se vanagloria de creer en la nada, antes
que en el ser, o en hacer salir al ser de la nada, ¡de suerte que la nada ha
precedido y engendrado al ser!
En el
ateísmo contemporáneo que denunciamos como el embuste más colosal, el más
odioso, el más culpable, podemos distinguir dos formas desigualmente graves: el
ateísmo teórico, el del materialismo, del cientificismo, del agnosticismo, de
cierto existencialismo; y el ateísmo práctico, el del hombre dedicado por
entero a los negocios, a los bienes de este mundo, a los cálculos de la
política, de las finanzas, e incluso a las investigaciones de la ciencia y a
las invenciones de la técnica, ¡al punto de no dar ningún lugar a Dios en su
vida!
El
ateísmo teórico se halla, en muchos países, en nuestros días, en la primera
fila del poder y de la autoridad. ¿Es necesario nombrar tal o cual pueblo, tal
o cual gobierno, tal o cual conductor de nación, para los cuales el ateísmo
teórico es la ley misma? ¿La posesión colectiva de estos pueblos puede ser
objeto de duda? Esto comenzó por escritores aislados, por
"libertinos", como se decía en el siglo XVII; "filósofos",
como se los llamaba en el siglo XVIII; "¡libre pensadores", como se
dice en nuestros días! Algunos han hallado acentos más conmovedores para
proclamar su incredulidad. Se cita frecuentemente una página de Nietzsche, que
pone, a decir verdad, en boca de un loco. Tiene razón, pero ese loco era quizá
un simple poseso:
"¿Dónde
está Dios? —Gritaba— ¡voy a decíroslo! ¡Lo hemos matado vosotros y yo! ¡Todos
somos sus asesinos! ¿Pero cómo hemos hecho eso? ¿Cómo hemos podido beber el
Océano? ¿Quién nos ha dado la esponja con la cual hemos borrado todo el
horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar a esta tierra de su sol? ¿Adónde va
ahora? ¿Adónde vamos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caeremos ahora en
una caída ininterrumpida? ¿Para atrás, de costado, para adelante, para todos
lados? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No vagamos a través de una nada
infinita? ¿No sentimos el soplo de la inmensidad vacía? ¿No hace más frío? ¿La
noche no se hace más negra?' ¿No es necesario encender faroles en pleno
mediodía? ¿No oís ya el ruido de los enterradores que llevan a Dios a la
tierra? ¿No sentís ya el olor de la podredumbre de Dios? —¡Porque los dioses también
se pudren! ¡Dios está muerto! ¡Dios permanecerá muerto y nosotros lo hemos
matado! . . ."
En
estas líneas ¡qué acento de pesar, de remordimiento, de ira, de temor! Ninguna
duda que es éste el embuste por excelencia, la mentira de mentiras.
Decir
de Dios que no existe, es como decir: ¡el Ser no existe! El nombre de El es, en
efecto, Aquel que es. De acuerdo con las palabras de Víctor Hugo: "¡Es,
es, es enloquecidamente!" Ahora bien, ante nuestros ojos, grandes pueblos
están sometidos a ateos que hacen profesión de ateísmo, que se ríen de la fe,
que niegan todo lo que supera las comprobaciones de la "ciencia", tal
como ellos la comprenden, es decir, haciendo contingencias de lo absoluto.
Es para
preguntarse si algunos de estos amos del mundo — de nuestro mundo que se ha
tornado tan pequeño por el acrecentamiento rápido de los medios de comunicación
— no son lisa y llanamente tenientes de Satán en persona y hasta médiums de
Satán.
Un médium de Satán
Este
mismo vocablo ha sido empleado en el largo volumen publicado sobre Satán por
los Estudios Carmelitanos, hace once años (Desclce, 1948), por don Alois Mager,
refiriéndose a Hitler.
Como
se trata de un muerto, podemos dar su nombre. Para los que viven, que vemos
agitarse delante de nosotros, es inútil designarlos por sus nombres: ni uno
solo de nuestros lectores podría equivocarse sobre ellos.
Citemos,
pues, a don Alois Mager, cuyo texto es tan vigoroso y tan claro:
"El
médium —escribe— por el cual Satán tendía a echar por tierra todas las normas
del derecho y de la moral, que hasta entonces, tanto por tradición como por
naturaleza, y, a pesar de toda la descristianización progresiva, estaban
todavía generalmente reconocidas, ese médium era Adolf Hitler. No existe
ninguna otra definición más breve, más precisa, más adaptada a la naturaleza de
Hitler que ésta absolutamente expresiva: Médium de Satán. Si es característico de
todos los médiums sin excepción que sean moralmente de menos valer, tanto desde
el punto de vista del carácter, cuanto del punto de vista de la personalidad,
entonces esto vale a fortiori para un médium del Demonio. Cualquiera que 110 se
deje influir por las fantasmagorías, no puede ver en Hitler a una gran
personalidad, desde el punto de vista del carácter y de la moralidad. El
general Jodl dijo de él en el proceso de Nuremberg: "Era un grande hombre,
¡pero un grande hombre infernal!".
Mentira
y homicidio: estas dos particularidades ¿no están en evidencia en la carrera de
un Hitler? ¿Y no debemos decir otro tanto, sino más, de su rival Stalin? La
presencia de Satán en nuestro mundo y en nuestra época, la posesión colectiva
de pueblos enteros, no debería, creemos nosotros, dar lugar a duda en el caso
del nazismo, felizmente efímero en Alemán: a, y en el caso mucho más temible
porque más durable, más amenazador, más arrogante, del comunismo en países
inmensos como Rusia y la China Popular.
Es de
creer que Satán está ocupado en preparar la catástrofe más horrorosa que la
tierra pueda imaginar y temer.
Tanto
más cuanto que las mentiras, en estos tiempos, están armadas de medios, hasta
ahora desconocidos, de destrucción homicida.
Pero
antes de considerar esta segunda particularidad de la manifestación de Satán,
sigamos considerando el poder de mentira que despliega ante nosotros en la hora
actual.
Mentiras y contradicciones
La
negación de Dios es el primero y más grave de los embustes de nuestro mundo
actual. Pero no es el único. Estamos sumergidos en la mentira, hasta el punto
de respirarla sin casi darnos cuenta.
Y la
señal de esta mentira es la contradicción. ¿Si Dios no existe, quién entonces
es Dios? No decimos: el Demonio, porque Satán, en su rabia por ver negar a Dios
prefiere negarse a sí mismo, antes que revelarse.
Los
ateos de nuestros días, al mismo tiempo que niegan a Dios quieren también negar
al Demonio. No queda más que el hombre.
Somos
entonces nosotros los que somos Dios. Son nuestra ciencia, nuestra técnica,
nuestra inteligencia las que tienen el dominio soberano sobre todas las cosas.
¡Somos dioses! Pero no tenemos alma puesto que sólo existe la materia sola. O
si tenemos alma, expresión que significa solamente que vivimos y pensamos, no
se trata para nada de almas inmortales. Cuando el hombre muere, todo muere. Si
Dios ha muerto, todas las veces, actualmente, que muere un ser humano, muere un
dios.
¡Negar
a Dios, negar a Satán, negar el alma inmortal, negar la diferencia entre el
Bien y el Mal, negar el pecado, negar la virtud, negar el Cielo, negar el
Infierno! He aquí algunas de nuestras negativas embustes.
Y si
después de eso nos glorificamos, si hacemos de nosotros mismos los únicos
dioses que existen, es pura contradicción. El Ser y la Nada se confunden. Al
suprimir toda religión convertimos al nihilismo en la única religión posible. Y
como esto no impide los grandes discursos, las grandes promesas, las grandes
ilusiones sobre todo, una vez más, todo en la política, en la filosofía, en la
agitación actual, se resuelve en una inmensa contradicción.
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