Iglesia católica dinamitada en china
Ya no
se trata de conquistar solamente el mundo terrestre, sino el universo astral. Y todo eso no es más que
truhanería, vana demostración de poder; ¡todo eso no es más que vanidad y
desesperación! Mientras tanto los hombres se multiplican con un ritmo que
espanta a ciertos hombres de Estado; se hacen cálculos sobre el número de habitantes
que puede alimentar el planeta; se siente pavor ante el pensamiento de los
"mil millones de bols de arroz" que se necesitarán de aquí a cuarenta
años, o quizá antes, para la China solamente. Y sólo se ven dos soluciones: ¡o
sacar en los flancos de las madres la fuente de la vida, o destruir gran parte
de la humanidad en una guerra monstruosa! ¡He ahí a Lo que llega divinizar al
hombre! ¡Digamos antes bien: satanizar! Mentira y contradicción, tal es el primer síntoma
de la presencia de Satán en el mundo moderno.
Satán, homicida
Pero
el segundo síntoma, a saber el de los atentados o de las amenazas contra la vida
humana, no es menos visible.
Si
existe una particularidad, en efecto, por la cual nuestro mundo actual difiere
de los siglos que nos han precedido, es el acrecentamiento prodigioso de los
medios para matar.
Desde
todos los tiempos, desde Caín y Abel — y esto se remonta a nuestros
primerísimos orígenes —, ha habido guerras. Si Satán, según las palabras de
Cristo, es "homicida desde el principio, es porque ha estado no solamente
presente en todas las luchas fratricidas entre los hombres, sino que debemos
considerarlo como el instigador secreto de todas esas luchas. Los progresos en el
arte de matar son progresos satánicos. Ahora bien, estos progresos
son propios de todas las épocas. Más aún, ¡es raro que un progreso aun benéfico
no tenga su origen en la guerra! El mundo actual gasta más miles de millones para preparar
la próxima guerra, sabiendo que quizá signifique el fin de la
humanidad, que lo que gasta para cualquier otro objeto importante en la vida de
los hombres. Si todos los miles de millones gastados para la próxima guerra, y
todos los dilapidados en las guerras más recientes, hubieran sido empleados en
propagar la verdadera fe en el mundo, en combatir la miseria y la ignorancia,
en hacer retroceder el hambre y el crimen, la faz del mundo sería completamente
distinta. Pero no es ni siquiera necesario que estemos en guerra para sufrir
las amenazas que ésta hace pesar sobre nosotros.
Cuanto
más se multiplican nuestros medios de comunicación, gracias al progreso del
cual estamos tan orgullosos, más se han suprimido las distancias, más los
hombres viven en aire confinado, por decirlo así, y están envenenados a hora
fija, todos los días, por las noticias que nos llegan del mundo entero y que, bajo una forma u otra,
nos hablan de odio, de conflictos, de catástrofes posibles, de medios de matar,
inéditos y formidables.
¡El
temor a la guerra hará con el tiempo tantos estragos en las almas como la
guerra misma! ¡Vivimos la más extraña de las vidas y la más inhumana! Desde que
hemos matado a Dios, para hablar como Nietzsche, no hay más paz para los
hombres y están condenados a hablar siempre de la paz, pero como se habla de un
ausente, de un ideal lejano, de un sueño, de una quimera tal vez, puesto que al
mismo tiempo los hombres no cesan de trabajar para acrecentar su capacidad de
matar, es decir, su fuerza militar. Los unos trabajan en ello por desconfianza, los otros por
ambición secreta, con desafíos recíprocos, amenazas, alusiones a la posibilidad
muy próxima de un conflicto y de un conflicto mundial, en el sentido de que
sería la señal del fin del mundo.
Satán a través del mundo
¿Debemos
hacer alguna distinción entre las diversas regiones del mundo moderno en lo que
toca a los síntomas de la presencia de Satán? Sería muy asombroso que no
estuviera presente en determinados lugares más que en otros.
En un libro
que ha sido vivamente discutido y en el cual, junto con algunos rasgos
brillantes o aceptables, encontramos puerilidades, opiniones heréticas, sobre
las cuales volveremos, hasta blasfemias inconscientes, Giovanni Papini ha
intitulado uno de sus cortos capítulos: La Tierra prometida de Satán. Con curiosidad
deseamos saber cuál es esta tierra. ¿A qué pueblo puede atribuírsele el nombre de hijo mayor de
Satán? ¡No sin estupefacción descubrimos, por Papini, que esta
tierra es Francia y que ese pueblo somos nosotros! "Se ha escrito
copiosamente, desde Julio César —dice Papini— sobre la «dulce Francia», pero
nadie, creo, ha hecho sobre ese país el extraño descubrimiento que enuncio
aquí: Francia es
la tierra prometida del satanismo."
Extraño
descubrimiento en efecto. Y Papini insiste. No es novela lo que pretende
escribir. Es un hecho que comprueba, asegura él: "Una complacencia perfectamente consciente
del mal por el mal, un gusto por la perversión cruel, una teoría y una práctica
de la rebelión contra Dios y contra toda ley moral, particularmente la ley
cristiana."
Pero
como Papini muestra, a lo largo de su libro, una indulgencia muy acentuada por
Satán, no quiere que se interprete mal su aseveración, tan poco halagadora para
nosotros:
"Quiero
inmensamente a Francia — precisa —, su arte, su literatura, y su civilización;
no tengo, pues, ninguna intención de calumniarla.
Y para
demostrar que no hablo ni al azar, ni en broma, me veo obligado a producir una
larga enumeración de nombres de obras." Y cita efectivamente un buen
número de escritores nuestros. Cosa curiosa, no son siempre los que citaríamos
nosotros como habiendo tenido "tendencias satánicas". Ni una palabra
de Voltaire, de Diderot, de d'Alembert, de d'Holbach, de Condorcet. En cambio
encuentra satanismo hasta en autores católicos: Georges Bernanos y Francois Mauriac.
Todo
esto no es muy serio. Si la Revolución Francesa, en gran número de sus aspectos
y de sus acontecimientos — no en todos —, puede ser considerada como satánica,
es imposible olvidar que corrió, durante mucho tiempo, un proverbio según el
cual se hablaba en la Iglesia de las Gesta Dei per Francos. Desgraciadamente
desde hace dos siglos es igualmente posible hablar de la Gesta Diaboli per
Francos.
Todo el
problema para nosotros está en saber si nos hemos curado de esa servidumbre
satánica y si queremos, sí o no, volver a nuestra secular tradición de luz y de
verdad en la caridad divina.
Diversos grados de presencia satánica
Dejando
de lado las vanas lucubraciones de Papini, vamos a tratar de hacernos una idea
más exacta de la acción de Satán en el universo que habitamos, en este año
1959.
Un
primer punto nos parece muy seguro: Satán actúa en ciertos países más que en otros.
Surge de ahí un segundo punto no menos evidente, a saber que es posible
distinguir los grados de presencia de Satán en el seno de los pueblos, algo
análogo a los grados de presencia que hemos discernido entre los individuos.
Hemos dicho que la acción de Satán va creciendo de la tentación a la
infestación y de la infestación a la posesión. Tiene pues que haber países poseídos, países
infestados y países simplemente tentados por Satán.
Hasta
aquí nada de inverosímil. La dificultad surge cuando queremos hacer la
aplicación práctica de estos planteos lógicos.
Lo que
vamos a decir es un punto de vista personal y no compromete más que a nosotros
mismos.
El país en el seno del cual
advertimos actualmente la presencia de Satán en el más alto grado, es decir en
el grado de la "posesión colectiva", no vacilemos en decirlo, es la
China Popular. Lo que sabemos de
ella, de lo que pasa detrás de la "cortina de bambú", es literalmente
diabólico: ¡inmenso país que contiene a un cuarto de la humanidad! Inmenso país
sometido a un régimen de una dureza, de un poder, de una eficacia increíbles;
inmenso país donde la mentira por una parte y el desprecio de la vida humana
por la otra, éstos dos síntomas de la presencia de Satán, ejercen sus estragos
de una manera más violenta y más generalizada que en ninguna otra parte.
Pero
este observador, muy atento desde el punto de vista económico y político, no
habla de los aspectos religiosos del problema.
Ahora
bien, la China, con respecto a la religión, tenía el culto, sobre todo, de los
antepasados y de la familia, unido a un cierto culto por ídolos. ; El número de
cristianos no superaba los tres o cuatro millones, sobre seiscientos cuarenta,
o sea uno por doscientos! Pero esta modesta y valiente Iglesia de China está
siendo "liquidada", como se dice en el grosero lenguaje del
comunismo. La persecución se ha enconado en la forma más brutal contra los
europeos, luego contra los mejores entre los cristianos. Su mayor triunfo, sin
embargo, ha consistido en arrastrar al cisma una parte demasiado grande de la Iglesia
católica misma, mediante la consagración de un número considerable de obispos
elegidos del pueblo, pero separados de todo vínculo con Roma.
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