LA ADORACION DE LOS REYES MAGOS
Homilía
del bienaventurado San Gregorio Papa, sobre la misma fiesta, en el Evangelio presente:
escríbelo San Mateo en el capítulo 2. v. 1. y 2. Dice así: habiendo nacido Jesús en Belem de Judá en los días del Rey Herodes,
ved aquí que los Magos vinieron de Oriente a Jerusalén, diciendo: ien dónde
está el que ha nacido Rey de los judíos? pues hemos visto su estrella en Oriente,
y venimos á adorarle,…
Según
la lección del Santo Evangelio nos lo ha referido, muy amados hermanos míos,
nacido el Rey del cielo, el Rey de la tierra se ha turbado: porque sin duda
todo señorío de la tierra es confundido, cuando se muestra la Majestad del cielo.
Mas a mi ver es justo que sepamos, cómo naciendo nuestro Redentor, es enviado
un Ángel a los pastores en Judea, para que se lo haga saber, y a los Magos no fue
Ángel, sino una estrella que los guiase y trajese a donde le habían de adorar.
Justa providencia del Señor dispuso, que los judíos que usaban de razón, fuesen
avisados por el Ángel que la tiene; y los Gentiles que no sabían usar de ella,
viniesen al conocimiento del Señor, no por la predicación, sino por las
señales. Porque a la verdad, a los judíos fueron dadas las profecías como a
fieles, y a los gentiles fueron dadas las señales como a infieles.
Debéis
también notar, que siendo ya nuestro Redentor de edad perfecta, los mismos
Apóstoles fueron a predicársele a los gentiles; y siendo infante, y de tal edad
que según ella no podía aun hablar, fue una estrella a notificársele. Todo esto
iba conforme a razón, porque estando ya nuestro Redentor en edad que hablaba,
era justo que unos predicadores que hablasen nos diesen noticia de él; y siendo
de edad en que no hablaba, le predicasen los elementos mudos. Es cosa muy digna
de notar, cuán grande fue la dureza en el corazón de algunos judíos, a los que
ni las señales maravillosas que se mostraron en el nacimiento del Señor, ni las
maravillas que se vieron en su vida y muerte, ni el cumplimiento que veían de
las profecías: ninguna cosa bastó para que le conociesen por quién era. Los elementos
todos le conocieron por su Criador, y dieron testimonio de su venida; y
hablando de ellos como de criaturas humanas, digo, que los cielos conocieron ser
éste su Criador, porque luego enviaron la estrella para su servicio. La mar le
conoció, porque se dejó hollar por sus pies como si fuera tierra firme. La tierra
le conoció, porque al tiempo de su muerte tembló.
El sol
le conoció, que en aquel mismo tiempo escondió los rayos de su luz. Conocérosle
las peñas y las paredes, pues muriendo él se quebrantaron. Le conoció el infierno,
el que por su mandado restituyó los muertos que tenia; y a este Señor así
conocido por todas las cosas, los duros corazones de los judíos infieles nunca
le quieren conocer por Dios; y mostrándose más duros que las piedras, no
quieren quebrantarse con la penitencia: le niegan y no le quieren confesar, aun
viendo que, como hemos dicho, los elementos y las cosas insensibles, con todas
las señales que han podido, lo han confesado; y para mayor condenación suya,
mucho tiempo antes supieron que había de nacer este Señor, que ahora
menosprecian viéndole nacido; y no solo sabían que había de nacer, sino también
en qué lugar había de nacer; porque siendo preguntados por Herodes, ellos
mismos dieron noticia del lugar de su nacimiento, y mostraron saberlo por
autoridad de la Sagrada Escritura; y así testificaron con la profecía, que
Belem había de ser honrado con el nacimiento del nuevo capitán que allí había
de nacer; y para más confusión de su incredulidad y consuelo de nuestra fe, se
mostró este conocimiento doble en los judíos. Al tiempo que Isaac dio la
bendición á su hijo Jacob, figuró el misterio grande que en estos se había de
cumplir. Siendo do viejo Isaac y ciego, al dar la bendición fue Profeta; y no
viendo el hijo que tenía delante de sí presente, vio muchas cosas que muy
adelante habían de verificarse en su sucesión. Así, pues, el pueblo Judaico
lleno de profecías y ciego, no conoció al Señor que tenía: habiendo dicho cosas
de las que en él más adelante habían de suceder. Sabido el Nacimiento de
nuestro Rey Soberano, Herodes luego acudió a remedios de traidor, y temiendo
perder el rey no que tenia, pidió que le diesen aviso en donde había nacido el
niño: finge que le quiere adorar, estando determinado a quitarle la vida si lo
hallase. Véase por experiencia, cuán poco puede la malicia humana contra el
consejo de la divinidad: así nos lo enseña el sabio en los proverbios, . Los Magos que venían con otra fe por la estrella que les había
aparecido, hallaron al Rey nacido que buscaban; ofreciéronle sus dones, y fueron
en sueños avisados de que no volviesen a Herodes; de manera, que Herodes nunca
halló al Señor que buscaba.
Por
Herodes son entendidos los hipócritas, que nunca merecen hallará Dios, porque
le buscan malamente.
Ofrecieron,
pues, los Magos oro, incienso y mirra: el oro le convenía por ser Rey: el
incienso se sacrifica a Dios: y con la mirra acostumbran a ungir los cuerpos de
los muertos: de modo, que los Magos bienaventurados confiesan, que en este
Señor que adoran, creen haber tres cosas, las cuales secretamente señalan con
las oferta: con el oro ser Rey: con el incienso ser Dios: con la mirra ser
hombre mortal. Algunos herejes ha habido que bien le confiesan Dios, mas no
creen que reine en todas partes. Estos ofrécele al Señor incienso, mas no le
quieren ofrecer oro: otros herejes hay que bien le conceden ser Rey, mas no el
ser Dios. Estos bien le ofrecen oro, mas no incienso: otros herejes ha habido
que le confiesan ser Dios, y ser Rey mas no confiesan que haya sido hombre
mortal. Estos le ofrecen oro y incienso: mas no le quieren ofrecer la mirra,
como a hombre mortal. Nosotros, muy amados hermanos míos, ofrezcamos oro al Señor
nacido, confesándole Rey y Señor de todo el mundo: ofrezcámosle incienso,
confesando, que este Señor que en tiempo se nos mostró, era Dios sin principio:
ofrezcámosle mirra, confesando, que el mismo Señor que en su divinidad fue
inmortal e impasible, en nuestra humanidad fue mortal; bien es verdad, que por
el oro, incienso y mirra podemos entender otros misterios. Por el oro es entendida
la sabiduría, según Salomón lo afirma, diciendo: en la boca del
sabio está el tesoro que merece ser deseado: por el incienso, que suele
encenderse para Dios, es entendida la virtud de la oración, conforme a lo que
el Profeta Real dice: Señor, sea dirigida mi oración como el incienso en tu presencia:
por la mirra entendemos la mortificación de nuestra carne.
Confirma
esto, la Santa Iglesia, que hablando de los que en su servicio trabajan hasta
la muerte, dice: mis manos destilaron mirra: conforme a esta doctrina ofrecemos
oro al Rey nacido, si nos mostramos ante el Señor tales, que nuestras obras
resplandezcan con la claridad de la soberana sabiduría. Ofrecérnosle incienso, si
con los ejercicios santos de la oración quemamos la sensualidad carnal en el
ara del corazón, de tal manera, que suba siempre algún deseo nuestro suave
delante del Señor; y si mortificamos los vicios de la carne con la abstinencia,
ofrecemos mirra, porque con la mirra como ya dijimos se preserva de corrupción
la carne muerta; y no es otra cosa corromperse la carne muerta, sino servir con
este nuestro cuerpo mortal al vicio de la carne. Hablando el Profeta Joel de estos,
dijo: las bestias se pudrieron en su estiércol. Podrirse las bestias en el estiércol,
no es otra cosa, sino acabar su vida los hombres sensuales en la hediondez de
la lujuria; y así podemos decir, que ofrecemos mirra á Dios, cuando por medio
de la continencia guardamos nuestra carne mortal de que se corrompa en la lujuria.
El volverse los Magos por otro camino a su región, no carece de gran misterio
para nosotros; y en ser amonestados para hacerlo así, se nos da aviso de lo que
nosotros debemos hacer. Claro está que nuestra región es el paraíso, y después
de haber conocido y adorado al Señor, nos manda que no volvamos por el camino
por donde vinimos. Acordémonos de que fuimos echados del paraíso por la
soberbia, por la desobediencia, por seguir las cosas visibles, por comer el
manjar que nos era vedado; pues para volver a nuestra región, es necesario que
tomemos otro camino, que es llorar con penitencia, obedecer a los mandamientos
de Dios, tener en poco lo que nuestros ojos ven, y refrenar nuestros apetitos carnales.
Podemos decir que volvemos por otro camino a nuestra región, pues habiendo sido
echados de ella por los placeres falsos, volvemos con lloros verdaderos; y para
esto hermanos míos conviene que siempre estemos con grande temor, y con mucha
sospecha y recelo en el corazón, teniendo delante de los ojos de nuestra alma
por una parte nuestras culpas, y por otra la cuenta estrecha que nos han de
tomar de ellas.
Pensemos
cuán justo y estrecho es el Juez que esperamos, y como siempre nos amenaza y
está oculto: amenaza á los pecadores, los espera y sufre, difiere su venida por
nuestro bien, y por tener menos que condenar.
Nosotros
sabiendo esto, adelantémonos a estar prevenidos para su venida, castigando con
lágrimas nuestras culpas, y hagamos lo que el gran Profeta nos dice: que con
nuestra confesión estemos apercibidos para recibirle. No nos engañen los deleites:
no nos derriben los placeres: acordémonos de cuán cerca está el Juez que nos
dice: ¡ay de vosotros los que ahora reís, porque después llorareis y romperéis
en llantos! el sabio así lo entendió, cuando dijo: la risa será mezclada con
dolor, y los extremos del gozo son lloros: dice más: yo tuve la risa por error,
y dije al gozo, ¿por qué recibes engaño en vano? y él mismo en otro lugar dice
: el corazón de los sabios en donde mora la tristeza, y el corazón de los locos
en donde está la alegría.
Pues
si queremos con verdad festejar este santo día, es menester que con mucho temor
nos guardemos de ofender a Dios; porque es un sacrificio muy agradable delante de
Dios, ver al hombre afligido por sus pecados.
Así lo
hallamos en la boca del Profeta Real que dice: es un sacrificio acepto a Dios,
el espíritu atribulado, y el corazón contrito. Acordémonos de que el Santo Bautismo
nos lavó de los pecados, que le habían precedido; y de los que después hemos cometido,
ya este no nos puede lavar. Sabiendo, pues, como sabemos, que después del
Bautismo hemos ensuciado nuestra alma, procuremos las aguas de la penitencia
para lavarla, pues las otras ya no nos pueden valer; y de esta manera los que
deseamos volver a nuestra región, pues salimos de ella con la falsa dulzura y
vana alegría, volvamos a ella con la verdadera amargura y santa tristeza,
ayudándonos la gracia del Señor que vive y reina para siempre jamás. Amen
No hay comentarios:
Publicar un comentario