Sermón
del glorioso Doctor San Agustín, sobre la fiesta sacratísima, y alegría
inefable del Nacimiento de nuestro Redentor. Nos enseña como en esta fiesta
divina hemos de prometer y pagar al Señor, apartándonos de los pecados, y
siguiendo las virtudes.
Os ruego,
muy amados hermanos míos, que recibáis con alegre corazón todo lo que en este día
dulcísimo, ayudándome el Señor, os diré: acordaos de que es tanta la majestad de este día que aun los
infieles sienten en este día dolor de sus culpas: y el pecador se mueve a
misericordia, y el penitente espera perdón: el cautivo espera verse en
libertad, y el herido el remedio de su mal. Este en fin, es el día sacratísimo
en que nace el Cordero que quita los pecados del mundo: en cuyo nacimiento, el
justo siente mayor dulzura en su gozo, y el pecador despierta á mirar por sí
con mayor atención que solía, el bueno ora con amor afectuoso, y el pecador
suplica con mucha devoción: dulce día, y verdaderamente dulce el que
trae perdón para todos los pecadores! Prometoos, hijos míos, como cosa cierta
que cualquiera que en este día sacratísimo se arrepintiere de buen corazón, y
con tal firmeza que no vuelva a las primeras culpas, puede seguramente pedir la
misericordia al Señor y no se le negará: tenga fe constante y no recaiga en el
mal pasado.
¿Cómo
puede ningún pecador desesperar en este día sacratísimo, en que se quita el
pecado de todo el inundo? Pero es preciso que entendáis que tal ha de ser la penitencia:
porque hallaréis muchos que cada día y cada hora se confiesan pecadores, dicen
que les pesa, y que quieren emendar su vida, y junto con esto les agrada el
pecado: esto es promesa, mas no enmienda: en los tales se acusa el alma, mas no
sana; se pronuncia la culpa, mas no se quita: creedme que nunca hay penitencia
verdadera, sino cuando con toda verdad se hallan en el alma el amor de Dios, y
el aborrecimiento del pecado. Cuando de tal manera te arrepientes, que te
amarga en el corazón lo que solía serte dulce en tu modo de vivir, y lo que deleitaba
a tu cuerpo ya con el verdadero dolor da pena a tu alma: estando en este estado
con verdad puedes decir gimiendo delante de Dios: Señor a tí solo pequé, y en tu presencia hice
el mal: con verdad digo que a ti solo pequé, porque ningún hombre hay
sin pecado: y por esto a ti solo pequé, porque ninguno es sin pecado: concede, pues,
Señor misericordia a mí miserable que te la pido, pues tanto tiempo me has
esperado siendo yo pecador.
Inclínate
ahora Señor al remedio, la humildad del penitente, pues no te pudo mover el
largo tiempo que viví en el pecado. Habla con las lágrimas de tu corazón, y dile: piedad inmensa,
mira al desgraciado: misericordia pública, mira al que ha sido cruel: yo Señor vengo
como hombre que no espera de otro alguno el remedio, a tí que eres Todo poderoso:
vengo como herido, a tí que eres verdadero Médico. Y pues tanto has dilatado y
detenido el cuchillo de tu venganza sobre mí, guarda conmigo ahora la ley de tu
misericordia, y con la muchedumbre de tus misericordias, quita la muchedumbre
de mis miserias. Esta es, hijos míos, la verdadera penitencia,
convertirse para nunca más pervertirse, dolerse para nunca más deleitarse en el
pecado. Veamos, pues, hoy con la gracia del Señor, quienes serán los que
tendrán esta enmienda, y ejercitando sus almas en virtudes, de tal manera se
aprovecharán de lo que hoy les diré, que con doble virtud peleen contra los
vicios que por sí son flacos.
En la
verdad esforzado es en pelear el que se vence a sí mismo: y los que han tenido
muchas veces los oídos abiertos para oír vanidades dañosas, ténganlos hoy por reverencia
de Dios abiertos, para oír sus mandamientos y su doctrina: y los que tantas
veces han tenido los ojos abiertos para ver tinieblas vergonzosas, ábranlos hoy
para ver la luz que con su lumbre da vida, y los que tanto tiempo han tenido
atravesado el corazón coa el deleite pestilencial de las culpas, hiéranle hoy
con el amoroso y saludable cuchillo de la penitencia. Levante y ponga en pie la
virtud a los que con los vicios tanto tiempo a que están derribados por tierra.
Tengan por bien sanar de la enfermedad del olfato, los que hasta hoy le han
empleado en la hediondez de las culpas. Por último, suplico al Señor, que hoy
abra los ojos de vuestro corazón, pues hoy tuvo por bien nacer por todos
nosotros, para que con su gracia podáis ver cuán amargo será en el fuego eterno
lo que en este momento de tiempo os parece con su engaño tan dulce; y
conoceréis con qué pena tan triste y tan sin fin se ha de pagar este tan breve deleite:
pasa este sabor falso del mundo, y nos deja muertos: pasa, y nos deja heridos: nos
deja llenos de miserias, y huye: nos carga de desventuras, y desaparece. ¡O cuán
hermosa es la limpieza del alma! ¡Cuán bienaventurada es la ciencia llena de virtudes
y buenas obras! Si piensa que es feliz el que alcanza los placeres tristes del mundo,
con ser cierto que brevemente los ha de perder, ¿qué alegría deberá sentir el alma que espera
los del cielo para poseerlos sin fin? Si el que con tiranía manda en
el mundo, se tiene por poderoso: ¿cuánto más poderoso y bienaventurado es el que trae a Dios
dentro de su conciencia? Por tanto, dulcísimos, y amados hijos míos,
toda vuestra codicia sea tener limpieza en el alma, y no se halle en ella sino
amor de Dios y del prójimo. Perdonad a los que os han ofendido, y el Señor os
perdonará vuestras ofensas. Y los que os hallareis con la justicia en vuestras conciencias,
guardaos de ofender á Dios, y Dios permanecerá en vosotros.
Siendo
como es verdad todo lo que hemos dicho, amados hermanos míos, me parece que
teniendo el Señor por bien nacer hoy, y venir para nuestra redención, será cosa
muy justa que le presentemos de nuestra parte algunos votos, y los cumplamos
conforme á lo que el gran Profeta nos enseña, diciendo: prometed y pagad lo que prometiereis a vuestro
Señor Dios. Prometamos nosotros dulcemente con alegría y confianza,
que el mismo Señor nos dará posibilidad para cumplir lo que prometiéremos: y
aun la gracia para prometer nos ha de venir del mismo Señor. Preguntareis por
ventura, qué es lo que hoy habéis de prometer y pagar. Porque son muy diversas
las promesas que los hombres en este día hacen a Dios: unos prometen alguna
vestidura, otros aceite, otros cera para que de noche se alumbre la Iglesia,
otros prometen que estarán algunos años sin beber vino, otros prometen que
ayunarán por cierto tiempo, otros que no comerán carne. Sabed pues, hermanos,
que ninguno de estos votos es de los mas buenos y perfectos: otro voto mejor
que ninguno de estos es el que yo quiero: porque Dios ni ha menester tu hermosura,
ni tu aceite, ni tu ayuno: mas lo que el Señor quiere de tí, es lo que hoy con
su venida ha redimido, que es tu propia alma. Medirá alguno, ¿cómo tengo yo de
ofrecer a Dios mi alma, pues ya él la tiene en su poder? a esto respondo,
que tú se la has de ofrecer viviendo santamente, con castidad en tus
pensamientos, con fruto de buenas obras, apartándote del mal, siguiendo el
bien, condenando los vicios, amando a Dios y al prójimo: teniendo piedad con
los pobres y miserables, acordándonos de cuán pobres éramos todos nosotros antes
de nuestra redención, perdonando a los que contra nosotros pecan, porque todos
nosotros algún día hemos sido esclavos del pecado: poniendo debajo de nuestros
pies la soberbia, pues sabemos que el primer hombre fue derribado por la
soberbia: arrojando de nosotros la envidia, pues no ignoramos que por la
envidia engañó el demonio al linaje humano. Siendo lo que os he dicho tanta
verdad como lo es, levantad vuestros corazones de modo que no quede hombre
libre, o siervo, noble, o plebeyo que hoy no ofrezca este voto al Señor, y
juntamente le cumpla: porque sería una gran miseria nuestra que hoy no ofreciésemos
algo al Señor de lo que es nuestro propio: viendo como él puso su vida por
nosotros, y siendo eterno y sin principio, se hizo por nuestra reparación
temporal, tomando nuestra humanidad. Pues viendo esto, por reverencia del
Señor, aquel que tiene ira, o rencor con su prójimo le deponga, y haciendo esto
ofrece voto: el que ha estado revolcándose en la hediondez de la sensualidad
con larga y envejecida costumbre despierte y a, pues es tiempo, y sacudiendo de
sí este polvo que le ciega, hiera su corazón con dolor, y vuelto al Señor diga
así: Señor
piadoso, Dios lleno de misericordia, baste ya el tiempo que te he ofendido:
baste ya que hasta el día de hoy yo te he menospreciado, yo he cumplido con la
torpeza hedionda de mi carne : ahora, Señor, valiéndome de tu santa inspiración,
yo prometo apartarme de mi maldad, y volverme a tí, mi Dios y Señor.
El que así lo dijere y hiciere, puede decir que ofreció voto. El que se sintiere
enredado en la envidia, teniendo placer del mal de sus prójimos y pesar del
bien, lo que es un pecado que llega hasta dar la muerte, prometa en sí que dejará
todo el veneno de su corazón, y pensará en amar al prójimo, y haciendo esto ya
ofreció voto. Si dentro de su conciencia trae algún homicidio cometido por obra,
o por deseo, él mismo se dé la penitencia: vénguese con el dolor de su propia
culpa, determine alguna especie de castigo en sí mismo: castíguese con tal penitencia
delante de Dios, que pueda esperar misericordia: y con mucha humildad y abstinencia,
desee tanta aflicción, que baste a lavar el alma de la ponzoña que hay en ella,
por la sangre del prójimo derramada por obra, o por deseo. Y de lo contrario no
sea tan atrevido que se llegue a recibir el Cuerpo Sacratísimo del Señor,
teniendo el alma llena de pecados.
Cuando
fuere tal la disposición de su conciencia, que pueda hacerlo así, haga cuenta
que ha ofrecido voto.
El que
estuviere acostumbrado, como muchos, a murmurar de sus prójimos, mirando
siempre las culpas ajenas y nunca las suyas, prometa a Dios diciendo dentro de
su corazón: Señor, yo he acostumbrado á decir mal de los otros, y no miraba mis
culpas: y estando mas lleno de torpezas que todos los del mundo, solo veía las
miserias de los otros: perdóname, Señor, lo que hasta aquí con mi lengua he
pecado, que de hoy mas ofrezco la enmienda de todo: el que esto hiciere ofrece
voto. Y el que en sí sintiere espíritu de crueldad, ofrezca que tendrá
misericordia con el próximo: y el soberbio prometa humildad: el destemplado en
comer y beber, prometa templanza: el que hubiere ofendido a los mayores que él,
a quienes debe la obediencia, pídales perdón: y si no le supiere pedir, es
razón que el tal superior le perdone. Cuando hubiereis cumplido estas cosas, muy amados hermanos míos,
estad ciertos de que habéis ofrecido voto acepto al Señor, y correspondéis al
que tantas mercedes os ha hecho. Podéis tener por cierta la bendición que después
de esto os vendrá, siendo vuestros votos presentados ante el tribunal de su Majestad,
y aun aceptados.
Y como
el sabio dijo: vuestra
memoria no será puesta en olvido, antes se dirá de vosotros: mirad que el
pueblo que yo gané con mi sangre, me ha llenado de votos, y me ha ofrecido muchos
buenos olores; por tanto yo seré como su Señor, y ellos me serán como mi
pueblo, y nunca más se verán cautivos ni desamparados. Tomemos, pues,
cuán dulce cosa y cuán gloriosa será para nosotros, cuando los Ángeles
bienaventurados elegidos para nuestra guarda presenten ante Dios nuestros
votos, cuales arriba los hemos declarado. Si a un hombre mortal hacemos acá en
la tierra algún presente que le agrade, siempre estamos con esperanza de que nos
será agradecido: ¿pues
cuánto es más justo que la tengamos en Dios? Alegrémonos, pues, y gocémonos en
el Señor con lágrimas de alegría y devoción, acordándonos de la grandeza que
hoy con nosotros obra, de la triste cautividad en que estábamos. El que por
verse poderoso se levanta a la soberbia, ponga delante de sus ojos la
profundísima humildad de Cristo: si no serán contra él las palabras del sabio.
O tierra y ceniza: ¿de qué te ensoberbeces? cuando viéremos alguno
puesto en miseria, necesidad o pobreza, acordémonos de Dios. Cuando viéremos
algún cautivo, acordémonos de cuán copiosa fue nuestra redención.
Cuando
la sugestión engañosa nos hiciere presente algún pecado, acordémonos de que por
la misericordia de Dios nuestros pecados son ya perdonados. No perdamos el
beneficio admirable que la preciosa Sangre de nuestro Redentor nos ha traído:
no volvamos a manchar la estola de la inocencia que tiene nuestra alma, con la
vileza de la avaricia, o de la sensualidad. Acordémonos de que estábamos por tierra, y el Señor nos ha
levantado; de que estábamos heridos, y nos ha sanado: y ninguno se puede
excusar con decir, el diablo me engañó, el diablo, me precisó: porque todas sus
fuerzas, solo pueden convidarnos al mal, representarnos los placeres engañosos,
mas no alcanza a obligarnos: podrán aconsejarnos con el pensamiento, mas no luchar
con nosotros para que lo pongamos por obra. Y pues en esta
sacratísima fiesta celebramos el parto purísimo de la Virgen y Madre: quiero
hablar con las vírgenes, así hombres, como mujeres: hablaré también con las
viudas, y con todos los penitentes, pobres o ricos, siervos o señores: porque
delante de la divina Majestad, no hay otra diferencia, sino la de las obras; en
lo demás, todos son unos. Oídme, pues, todos cuantos por la merced de Dios poseéis
un don tan alto y excelente, como es el de la virginidad, y mirad que hablo con
todos, hombres y mujeres: oídme, pues, y el que conoce tener en su cuerpo este bien
que he dicho, procure tenerle también en el alma y de tal manera se alegre de
verse virgen en el cuerpo, que de esto no le venga daño al alma, y gócese de
este don tan precioso que Jesucristo le ha dado, con tal concierto, que su gozo
esté lleno de humildad, y mezclado con lágrimas de piedad: de gracias al Señor de
que le hace merced de una limpieza y felicidad tan grande, que pueda seguir al
Cordero sin mancilla adonde quiera que fuere; y esto será así, según la
doctrina del Apocalipsis, si en su boca jamás se hallare mentira; suplique á
Dios que le de perseverancia en esta perfección hasta el fin, de tal manera,
que los placeres del mundo, los engaños y envidia del diablo, no le puedan
hurtar tan precioso don, ni le puedan anublar tan grande claridad, ni escurecer
tan grande resplandor.
Procure
defenderle con gran fortaleza, y no pierda cosa, que no tiene reparación después
de perdida, no pierda por un momento de delectación, una hermosura tan grande de
su cuerpo, ni consienta una fealdad tan torpe en su alma, por la codicia de una
tan breve y vana figuración; en fin no se deje vencer de una flaqueza tan baja.
Si el que este bien alcanza me creyere, permanecerá con él, y si no él sentirá
un daño que no tiene reparación…Continuara
No hay comentarios:
Publicar un comentario