San Juan bautista y los fariseos
Homilía
del bienaventurado San Gregorio Papa, sobre el Evangelio que se canta el tercer
Domingo del Adviento, el cual escribe San Juan en el cap. 1. v. 19. Dice así: En aquel tiempo
enviaron los Judíos de Jerusalén Sacerdotes, y Levitas a Juan para que le
preguntasen, “tú quién eres… y confesó y no negó”, etc.
En
las palabras de esta Santa lección, muy amados hermanos míos, nos es notificada
y muy encomendada la humildad profundísima del glorioso Bautista, cuya virtud
era de tan alta perfección, que pudieron pensar que él fuese Cristo. Pero tuvo
por mejor estar constante en ser quien era, que consentir en la humana opinión,
y levantarse vanamente a lo que no era: porque confesó y no negó, y confesó
diciendo, yo no soy Cristo. v. 20. Diciendo no soy, llanamente y con verdad negó
lo que no era, no negando lo que era; porque hablando verdad, con razón quedó
hecho miembro de aquel Señor, cuyo nombre no quiso usurpar falsamente.
Y no
queriendo tomar el nombre de Cristo, quedó hecho miembro de Cristo, y queriendo
con humildad conocer su bajeza, mereció con toda verdad participar y gozar de
la grandeza Soberana del Señor. Trayendo, pues, a la memoria la sentencia que
nuestro Redentor nos dijo en otra lección, y cotejándola con las palabras que en
ésta nos dice, se nos ofrece una cuestión no sin causa suscitada; porque siendo
nuestro Redentor preguntado en otro lugar por sus Santos Discípulos de la
venida de Elías: les respondió: Elías ya vino, y no le conocieron, antes hicieron
contra él todo lo que quisieron, y si lo queréis saber, Juan ese mismo es Elías.
Por otra parte el mismo San Juan preguntado, si es Elías, responde: yo no soy Elías.
¿Qué es esto, hermanos míos, que lo que la misma verdad afirma, el Profeta de
la verdad lo niega? Porque son cosas entre sí muy diferentes decir: ese es, y
decir, no soy. ¿Cómo, pues, podrá llamarse Profeta de la verdad, si no es
conforme a las palabras de la misma verdad? Pero examinando con discreción la
sentencia de estas palabras, hallaremos que esto que entre sí parece contrario,
no lo es. Hablando el Ángel con Zacarías del glorioso Bautista, le dice: él precederá
delante del Señor en el espíritu y virtud de Elías. Y si preguntáis cómo se
entiende que había de venir en el espíritu, y en la virtud de Elías, es decir,
que así como Elías vendrá Embajador y Precursor del Señor en el segundo
advenimiento, que será al fin del mundo; así el gran Bautista lo fue del
primero, cuando vino a encarnar. Y como Elías ha de venir Precursor del Juez; así
el glorioso Juan lo fue del Redentor. Y así Juan era Elías en el oficio, y no
lo era en la persona. Y lo que nuestro Redentor afirma por razón del oficio, el
glorioso Juan lo niega por razón de la persona. Era conforme a razón que
hablando el Señor con sus santos Discípulos, del Bautista glorioso, les diese
respuesta espiritual en su sentencia; y el mismo Bautista hablando con los judíos
carnales les diese respuesta de su persona.
Por
donde aunque parezca contrario a la verdad lo que el Santo Bautista respondió,
no lo es, ni se aparta un solo punto de ella , antes negando ser Profeta,
mostró con el dedo al Redentor que primero como Profeta había predicado, y así
era más que Profeta. Mas por cumplir con los Embajadores que habían venido, les
declara quien es, diciendo yo soy voz del que da voces en el desierto, v. 23.
Sabéis bien , muy amados hermanos míos, que el Unigénito Hijo de Dios es
llamado palabra del Padre por testimonio del glorioso Juan Evangelista que dice:
en el principio era la palabra, y la palabra estaba con Dios, y Dios era la
palabra. Por experiencia veis cuando habíais, que suena la voz primero, para
que
luego
se oiga la palabra: por esto a mi ver, el glorioso Bautista se llama voz,
porque viene primero que la palabra , y previniendo como Embajador la venida de
su Señor, se llama voz, pues por el medio de su servicio la palabra del Padre
Eterno, que a él es coeterna, es oída de los hombres, y esta misma voz es la
que da voces en el desierto, pues con su predicación notifica a Judea, que
estaba sola y desamparada, la venida de su Redentor, para que se alegre y
consuele; y si queréis saber qué dice con estas voces, es lo siguiente:
enderezad el camino del Señor, así como lo dijo Isaías Profeta. Ibid. No hay
mejor modo de enderezar el camino del Señor para que vaya derecho a nuestro corazón,
que oír con humildad su santa palabra, y guardar con la obra lo que ella nos
manda. Esto es lo que el santo Evangelio nos en enseña de parte del Señor, cuando
dice: si alguno me ama, el guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y moraremos con él. Sabed, pues, hermanos míos, que cualquiera
que tiene el alma levantada con soberbia
o arde en los fuegos de la avaricia, o está encenagado en las vilezas de
la sensualidad, este cierto el tal de que cierra la puerta de su corazón a la
verdad, y que con cerraduras fuertes de pecados impide que la gracia del
Espíritu Santo entre en su alma. Mas los Embajadores prosiguen su demanda con
el gran Bautista, diciendo: pues si tú no eres Cristo, ni Elías, ni el Profeta,
¿por qué bautizas? v. 25. Y porque esta pregunta era hecha maliciosamente, y no
con celo de saber la verdad, el Santo Evangelista calló la respuesta, diciendo: y los Embajadores eran de los Fariseos.
v. 24.
Como si claramente dijese: estos vienen a preguntar al glorioso Bautista su
doctrina, siendo tales, que no los mueve el deseo de saber, sino la pura envidia;
pero es tal la condición de los Santos, que jamás se mudan de la rectitud de su
bondad, por falsos y fingidos que sean los que tratan con ellos, y así el Santo
Bautista responde palabras llenas de vida a las preguntas llenas de envidia, y
dice: yo bautizo
en agua , y en medio de vosotros está el que vosotros no conocéis. v.
26. El glorioso Juan bautiza en agua y no en espíritu, porque no pudiendo
quitar los pecados de los que bautizaba, solamente lavaba sus cuerpos con agua,
mas no sanaba las almas con el perdón de las culpas.
Pues
si no podía lavar los pecados de las almas, ¿para qué bautizaba los cuerpos con
agua? Sabed que este glorioso Embajador , guardando la orden de su oficio, así
como naciendo primero, fue Precursor del nacimiento de su Señor, también
bautizando primero, quiso ser Precursor del bautismo verdadero que su Señor había
de dar: y como con su predicación previno la predicación del Redentor, también bautizando
quiso ser imitador del Sacramento maravilloso que el Señor había de dar con
toda perfección, y por medio de estas palabras les anuncia el alto misterio de
la venida de nuestro Redentor, y les afirma que está en medio de los hombres, y
que no es conocido; porque mostrándose el Soberano Señor vestido de nuestra
humanidad, estaba visible cuanto a Su sacratísimo cuerpo, mas estaba invisible cuanto
a la majestad de su divinidad; y hablando del mismo Señor añade y dice: el que
viene después de mí, es hecho antes de mí. v. 27. Antes de mí es hecho, quiere
decir lo mismo que es antepuesto a mí. Viene, pues, después de mí, el que es
nacido después que yo , y hecho antes de mí, quiere decir, tenido en más que
yo. Y declarando arriba la causa de esta ventaja que el Señor tenía, dijo el
mismo Bautista: porque él era primero que yo. Como si a las claras dijese la
razón; porque el ser nacido después de mí, y ser antes de mí, y mucho más que yo,
es porque su nacimiento no está determinado por cuenta de años ni meses, ni días,
ni horas. Pues naciendo de la madre en cierto tiempo, es engendrado del padre
sin principio, y sin madre; y mostrando cuanta humildad y reverencia debe a tan
alto Señor, añade y dice: al cual yo no merezco desatar la correa de su zapato.
Costumbre antigua fue entre los judíos, que si alguno no quería tomar por mujer
la que por razón le convenía, el tal había de descalzar el zapato del otro que
conforme a la ley se casase con ella. Pues si queremos considerar este
misterio, Cristo Redentor nuestro, cuando se mostró entre los hombres, ¿qué fue
sino un esposo verdadero de la santa Iglesia? Según lo que el mismo Juan
glorioso dijo arriba: el que tiene esposa, esposo es. Y porque los hombres
habían pensado que el glorioso Bautista fuese Cristo, negándolo el Santo,
responde estas palabras que quieren decir: yo no merezco descalzar el zapato de
mi Señor y Redentor, siendo indigno de esto, no quiero usurpar el nombre de esposo.
Pueden estas palabras tener otro sentido maravilloso. Todos saben que los
zapatos se hacen de cueros de animales muertos. Pues imaginad que mostrarse
nuestro Redentor entre los hombres hecho hombre, fue mostrarse calzado. Porque
la divinidad juntó consigo a nuestra mortal humanidad. Así lo había dicho mucho
antes el gran Profeta David: no extenderé mi calzado hasta la provincia de
Idumea. Por Idumea entendemos la gentilidad: por el calzado se entiende la
carne mortal que el Señor tomó. Dice, pues, el Señor que extenderá su calzado
hasta Idumea, porque mostrándose entre los hombres vestido de nuestra mortalidad
decimos, que fue como venir la divinidad calzada a nosotros; pero no alcanza
ningún entendimiento humano a penetrar el secreto misterio de esta Encarnación
altísima: no es cosa que por humana industria se pueda conocer, como este Señor
Eterno se hace hombre temporal dentro de las entrañas virginales de su Madre
sacratísima. La correa, pues, de su zapato es el alto y secreto misterio
encerrado en esta merced que Dios nos hizo. Y este secreto tan soberano es el que
el glorioso Bautista dice que no alcanza: diciendo que no es digno ni merece
desatar la correa de su zapato: ni sabe más de esto que lo que el Señor se ha
servido revelarle dándole espíritu de Profeta. Concluimos, pues, que decir el
glorioso Bautista : no soy digno de desatar la correa de su zapato , no es otra
cosa sino confesar con gran humildad su ignorancia acerca del Señor ; y valen
tanto estas palabras como si dijese: no os maravilléis de que este gran Señor
me sea preferido y antepuesto, pues yo contemplo como es verdad , que es nacido
después de mí, mas no puedo alcanzar con mi entendimiento el alto misterio de
su nacimiento. Notad que el gran Bautista estando lleno de espíritu de profecía,
de tal modo, que con ella alcanza don de ciencia admirable, con todo eso
confiesa humilmente su ignorancia. Doctrina grande es para nosotros, muy amados
hermanos míos, la que aquí se nos enseña: ver como los varones santos por
guardar bien y como deben la virtud de la humildad, cuando alcanzan algunos secretos
admirables de saber, no traen delante de sus ojos sino lo que ignoran: porque
viendo en sí esta flaqueza de ignorancia, no tenga la soberbia lugar de levantarlos
a la vanidad por causa de las otras cosas grandes que saben. Cierto es que el
saberse virtud, y la humildad es la llave con que se guarda. Por tanto es
menester que el alma en las cosas de mas perfección, y saber que alcanzare se
humille mas allí y se tenga en poco, porque de otra manera el viento vano de la
soberbia se llevaría todo cuanto bien juntase con la ciencia y las otras virtudes.
Debéis, pues, hermanos míos, en las buenas obras que hiciereis traer a vuestra
memoria las flaquezas y defectos en que habéis caído: porque viendo esto con el
cuidado que es razón, no se descuidará vuestra alma en alegrarse vanamente del
bien que hace. Mirad siempre los que viven mejor que vosotros, especialmente
los que no están debajo de vuestra dirección: y acordaos que muchas veces hay
virtudes secretas que vosotros no sabéis, en aquellos que juzgáis por malos,
aunque se vean en ellos por de fuera algunos defectos. Trabaje cada uno por ser
grande en las virtudes, pero de modo, que él ni lo presuma ni lo sepa: porque
perdería la perfección secreta que en él se halla, con la vanidad de vanagloria
que por lo exterior le vendría. Este peligro nos notificó el Profeta Isaías, cuando
dijo: ay de
vosotros que sois sabios en vuestros ojos, y prudentes delante de vosotros
mismos. El Apóstol glorioso hablando sobre lo mismo, dijo: no queráis ser
prudentes acerca de vosotros mismos. Dice la Santa Escritura
hablando contra Saúl que se ensoberbecía: cuando eras pequeño en tus ojos
fuiste puesto por cabeza de las tribus de Israel, que quiere decir: cuando tú
te tenías por pequeño, yo te hice mayor que todos los otros, y ahora que tú te
tienes por grande, eres para mí muy pequeño.
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