cardenal McCarrick
•
Considerando que a los muchos escándalos ya existentes en la Iglesia de los
Estados Unidos parecía que estaba a punto de añadirse uno especialmente grave
en el que estaba implicado en primera persona un cardenal
• y
que por ley, al tratarse de un cardenal, según el canon 1405 § 1, n. 2, “ipsius Romani Pontificis dumtaxat ius est iudicandi”
[Es derecho exclusivo del Romano Pontífice juzgar en las causas];
•
proponía que respecto al cardenal se tomara una medida ejemplar que pudiera
tener una función medicinal, para prevenir futuros abusos de víctimas inocentes
y aplacar el gravísimo escándalo que suponía para los fieles, que a pesar de
todo seguían amando y creyendo en la Iglesia.
Añadí
que sería saludable que, por una vez, la autoridad eclesial interviniera antes
que la civil y, en la medida de lo posible, antes de que el escándalo estallara
en la prensa. Esto habría podido devolver un poco de dignidad a una Iglesia
afectada y humillada por el gran número de comportamientos abominables de
algunos de sus pastores. En tal caso, la autoridad civil ya no tendría que
juzgar a un cardenal, sino a un pastor hacia el cual la Iglesia ya había tomado
las medidas oportunas, para impedir que el cardenal, abusando de su autoridad,
siguiera destruyendo a víctimas inocentes.
Mis
superiores conservaron esa Nota mía del 6 de diciembre, que nunca me
devolvieron con una eventual decisión en mérito.
Sucesivamente,
hacia el 21-23 de abril de 2008, se publicó en internet, en el sitio online richardsipe.com,
el Statement for Pope Benedict XVI about the pattern of sexual abuse
crisis in the United States [Declaración para el Papa
Benedicto XVI sobre el patrón de la crisis de abusos sexuales en los Estados Unidos], de Richard
Sipe, que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal William Levada, transmitió el 24 de abril al cardenal
Secretario de Estado Tarcisio Bertone, y que me
entregaron un mes más tarde, el 24 de mayo de 2008.
El día
siguiente yo entregué mi Nota al nuevo sustituto Fernando
Filoni, en la que incluía la nota precedente del 6 de diciembre de 2006.
En ella hacía un resumen del documento de Richard Sipe, que terminaba
con este respetuoso y triste llamamiento al Papa Benedicto XVI: “I approach
Your Holiness with due reverence, but with the same intensity that motivated
Peter Damian to lay out before your predecessor, Pope Leo IX, a description of
the condition of the clergy during his time. The problems he spoke of are
similar and as great now in the United States as they were then in Rome. If Your Holiness requests I will submit to
you personally documentation of that about which I have spoken” ["Me dirijo a Su
Santidad con el debido respeto, pero con la misma intensidad que motivó a Pedro
Damián a describir a su predecesor, el Papa León IX, las condiciones del clero
en su tiempo. Los problemas que él expuso son similares y tan importantes ahora
en los Estados Unidos como lo fueron entonces en Roma. Si Su Santidad lo
solicita, puedo hacerle llegar personalmente la documentación a la que me
refiero"].
Terminaba
esta Nota repitiendo a mis superiores que yo consideraba que había que
intervenir lo antes posible quitando el capelo cardenalicio al cardenal
McCarrick e imponiéndole las sanciones que establecía el Código de Derecho
Canónico, que preveían también la reducción al estado laical.
Tampoco
esta segunda Nota fue devuelta a la Oficina de Personal. Estaba muy
desconcertado con mis superiores por la inconcebible ausencia de medidas
respecto al cardenal, y porque yo seguía sin recibir ningún tipo de comunicación
desde la primera Nota de diciembre de 2006.
Por
fin supe con seguridad, por medio del cardenal Giovanni
Battista Re, entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, que
la valiente y digna Declaración de Richard Sipe había tenido el resultado
deseado. El Papa Benedicto había
impuesto al cardenal McCarrick sanciones similares a las impuestas ahora por el
Papa Francisco: el
cardenal tenía que irse del seminario en el que vivía, se le prohibía celebrar
en público, participar en reuniones púbicas, dar conferencias, viajar, con la
obligación de dedicarse a una vida de oración y penitencia.
No sé
cuándo tomó el Papa Benedicto estas medidas respecto a McCarrick, si en 2009 o
en 2010, porque mientras tanto yo había sido trasladado al Gobernatorado del
Estado de la Ciudad del Vaticano; tampoco sé quién fue el responsable de esta
increíble demora. No creo ciertamente que fuera el Papa Benedicto, el cual,
cuando era cardenal, ya había denunciado en varias ocasiones la corrupción
presente en la Iglesia y que, en los primeros meses de su pontificado, había
tomado una posición muy firme contra la admisión en los seminarios de jóvenes
con profundas tendencias homosexuales. Considero que fue debida al entonces
primer colaborador del Papa, el cardenal Tarcisio
Bertone, notoriamente favorable a la promoción de homosexuales a puestos
de responsabilidad y que solía gestionar la información que consideraba
oportuno hacer llegar al Papa.
En
cualquier caso, lo que es cierto es que
el Papa Benedicto impuso a McCarrick dichas sanciones canónicas, que le fueron
comunicadas por el Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, Pietro Sambi. Mons. Jean-François Lantheaume,
entonces primer consejero de la Nunciatura en Washington y Chargé d’Affaires
a.i. tras la muerte inesperada del Nuncio Sambi en Baltimore, me contó,
cuando llegué a Washington –está dispuesto a dar su testimonio–, un coloquio
borrascoso, de más de una hora, entre el Nuncio Sambi y el cardenal McCarrick,
que había sido convocado en la Nunciatura: “La voz del Nuncio –me dijo
Mons. Lantheaume–, se oía hasta en el pasillo”.
El
nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Marc Ouellet,
me comunicó estas mismas medidas del Papa Benedicto en noviembre de 2011, en un
coloquio antes de mi partida hacia Washington, como parte de las instrucciones
de dicha Congregación al nuevo nuncio.
Por mi
parte, se las confirmé al cardenal McCarrick en el primer encuentro que tuve
con él en la nunciatura. El cardenal, farfullando de manera incomprensible,
admitió que tal vez había cometido el error de haber dormido en la misma cama
con algún seminarista en su casa de la playa, pero lo dijo como si el hecho no
tuviera la más mínima importancia.
Los
fieles se preguntan insistentemente cómo es posible que fuera nombrado para la
sede de Washington y que se le hiciera cardenal; tienen todo el derecho a saber
quién sabía, quién encubrió sus graves delitos. Y por este motivo es mi deber
dar cuenta de lo que sé al respecto, empezando por la Curia romana.
El cardenal Angelo
Sodano fue Secretario de Estado hasta septiembre de 2006: a él le
llegaba toda la información. En noviembre de 2000, el Nuncio Montalvo le envió
su informe transmitiéndole la citada carta del padre Boniface Ramsey en la que
denunciaba los graves abusos cometidos por McCarrick.
Es
bien sabido que Sodano intentó encubrir hasta el final el escándalo del padre Maciel: incluso destituyó al Nuncio de Ciudad de
Méjico, Justo Mullor, que se negaba a ser cómplice de sus maniobras de
encubrimiento de Maciel y en su lugar nombró a Sandri, entonces Nuncio en
Venezuela, que en cambio estaba muy dispuesto a colaborar. Sodano consiguió
incluso que la Sala de Prensa del Vaticano emitiera un comunicado en el que se
afirmaba una falsedad, a saber: que el Papa Benedicto había decidido que el
caso Maciel tenía que considerarse cerrado. Benedicto reaccionó, a pesar de la
infatigable defensa de Sodano, y Maciel fue juzgado culpable e irrevocablemente
condenado.
¿Fue
el nombramiento de McCarrick a la sede de Washington y a cardenal obra de
Sodano cuando ya Juan Pablo II estaba muy enfermo? No podemos saberlo. Sin
embargo, es lícito pensarlo, pero no creo que sea el único responsable.
McCarrick iba con mucha frecuencia a Roma y tenía amigos por doquier, a todos
los niveles de la Curia. Si Sodano había protegido a Maciel, como parece que
así fue, no hay razón para que no protegiera también a McCarrick, que en
opinión de muchos tenía los medios económicos para influir en las decisiones.
En cambio, el entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, el
cardenal Giovanni Battista Re, se había opuesto a su nombramiento a la sede de
Washington. En la Nunciatura de Washington hay una nota, escrita de su puño y
letra, en la que el cardenal Re se disocia de dicho nombramiento y afirma que
McCarrick estaba en el puesto 14 en la lista para la sede de Washington.
Al cardenal Tarcisio Bertone, como
Secretario de Estado, se le remitió el informe del Nuncio Sambi con todos los
documentos adjuntos y, presumiblemente, el Sustituto le entregó mis dos Notas
anteriormente citadas, la del 6 de diciembre de 2006 y la del 25 de mayo de
2008. Como ya he apuntado, el cardenal no tenía inconveniente en presentar, de
manera insistente, a candidatos manifiestamente homosexuales activos para el
episcopado -cito sólo el conocido caso de Vincenzo di Mauro, nombrado
arzobispo-obispo de Vigevano, destituido porque abusaba de sus seminaristas-,
como tampoco en filtrar y manipular la información que hacía llegar al Papa
Benedicto.
El cardenal Pietro Parolin, actual
Secretario de Estado, también se ha convertido en cómplice de encubrimiento de
los delitos de McCarrick; este, de hecho, tras la elección del Papa Francisco,
presumía abiertamente de sus viajes y misiones en distintos continentes. En
abril de 2014, el Washington Times había informado en primera página
sobre un viaje de McCarrick a la República Centroafricana en nombre del
Departamento de Estado. Como Nuncio en Washington, escribí al cardenal Parolin
preguntándole si aún eran válidas las sanciones impuestas a McCarrick por el
Papa Benedicto. ¡Inútil decir que nunca hubo respuesta a mi carta!
Lo
mismo se puede decir del cardenal William Levada, antiguo Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, y de los cardenales Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los
Obispos, y Lorenzo Baldisseri,
antiguo Secretario de la misma Congregación para los Obispos, y del arzobispo Ilson de Jesus Montanari, actual
Secretario de dicha Congregación. Todos, en razón de su cargo, estaban al
corriente de las sanciones impuestas por el Papa Benedicto a McCarrick.
Los
cardenales Leonardo Sandri, Fernado Filoni y Angelo Becciu, como Sustitutos de
la Secretaria de Estado, conocían con todo detalle la situación del cardenal
McCarrick.
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