CAPÍTULO VII
Que
las tentaciones hacen al hombre diligente y fervoroso.
Traen
también consigo otro bien y provecho muy grande las tentaciones, que hacen al
hombre diligente y cuidadoso, y que ande con fervor y espíritu, como quien anda
siempre a punto de pelear; así como la larga paz hace a los hombres flojos,
descuidados y para poco; y la guerra y ejercicio de armas los hace fuertes,
robustos y valerosos; y por eso Catón, en el Senado romano, dio aquel parecer:
Conviene a los romanos que Cartago esté en pié, porque el ocio no los traiga a
otros mayores males. Y ¡ay, dice, de Roma cuando faltare Cartago! Lo mismo respondieron
los lacedemonios, porque afirmando su rey que había de destruir y asolar una ciudad,
que les daba mucho en que entender a cada paso, dijeron los gobernadores y senadores
que en ninguna manera consentirían que se quebrase la piedra de amolar en que
se aguzaban y avivaban las fuerzas y virtud de los mancebos lacedemonios (2). A
la ciudad que muchas veces les hacía tocar al arma, llamaban piedra de amolar;
porque por ella la juventud se ejercitaba en las armas y se descubrían los
aceros y valor de cada uno; y el no tener peleas y conquistas juzgaban por gran
detrimento.
Pues
así, el no tener tentaciones suele hacer a los hombres remisos y descuidados; y
el tenerlas, diligentes y fervorosos. Ándase uno mano sobre mano; no hay quien
le haga tomar la disciplina, ni el cilicio; en la oración, está bostezando; en la
obediencia, con flojedad; anda buscando entretenimientos: viénele una tentación
vehemente, en que es menester Dios y ayuda, y con eso se anima, y cobra brío y
fervor para la mortificación y para la oración. Aun allá dicen: si queréis
saber orar, entrad en la mar. La necesidad y peligro enseñan a orar y hacen
acudir a Dios deveras.
Y así
dice San Crisóstomo, que para esto permite Dios las tentaciones para nuestro
mayor bien y provecho espiritual: *Cuando ve, que vamos caminando hacia la
tibieza, y que apartándonos de su trato y familiaridad, hacemos poco caso de
las cosas espirituales, nos deja un poco de su mano, para que así castigados, volvamos
a su majestad con más cuidado.* Y en otra parte dice: *Cuando el demonio nos
acomete y procura espantar con sus tentaciones, aquello nos es de provecho:
porque entonces conocemos lo que somos, y acudimos á Dios con mayor cuidado.
De
manera, que las tentaciones, no sólo no son impedimento ni estorbo para caminar
en el camino de la virtud; antes son medio y ayuda para eso. Y así el Apóstol
San Pablo no llamó á la tentación cuchillo ni lanza, sino estímulo y aguijón
(2); porque así como el aguijón no mata ni daña, sino aviva y despierta y hace
caminar más aprisa, así la tentación no hace daño sino mucho provecho, porque
aviva y despierta para mejor caminar. Y este provecho suele ser general para todos,
aunque estén muy aprovechados; porque así como el caballo, aunque sea bueno y fuerte
, ha menester espuela, y entonces corre mejor cuando la siente; así los siervos
de Dios corren mejor y más ligeramente en el servicio de Dios, cuando sienten estos
estímulos y aguijones de las tentaciones, y entonces andan más humildes y recatados.
Dice
San Gregorio (3): La pretensión del demonio con la tentación, es mala; mas la
del Señor es buena.
Como
la sanguijuela, cuando chupa la sangre del enfermo, lo que pretende es hartarse
de ella y bebérsela toda, si pudiese: pero el médico pretende con ella sacar la
mala sangre y dar salud al enfermo. Y cuando dan un botón de fuego á un
enfermo, lo que pretende el fuego es abrasar; pero el cirujano no pretende sino
sanar: el fuego querría pasar á lo sano; el cirujano sólo á lo enfermo, y n o
le deja pasar adelante.
Así el
demonio con la tentación pretende destruir la virtud y el merecimiento y gloria
nuestra; pero el Señor pretende y obra maravillosamente todo lo contrario por
ese mismo medio. Y así las piedras que el demonio arroja contra nosotros para
descalabrarnos y matarnos, las toma él para labrarnos de ellas una muy hermosa
y preciosísima corona, como leemos del glorioso San Esteban (1), que estaba
rodeado de perseguidores y cercado de piedras que le tiraban, y ve abiertos los
cielos y allí á Jesucristo, como que estaba recogiendo aquellas piedras, para
de ellas fabricarle una corona de pedrería de gloria.
Añade
Gerson (2) aquí otra cosa de mucho consuelo, y dice que es doctrina común de
los doctores y Santos, que aunque uno, cuando es molestado de tentaciones, haga
algunas faltas y le parezca que tuvo alguna negligencia y descuido y que se
mezcló alguna culpa venial; con todo eso," por otra parte la paciencia que
tiene en aquel trabajo y la conformidad con la voluntad de Dios, y la
resistencia que hace peleando contra la tentación, y las diligencias y medios que
pone para alcanzar victoria, no solamente quitan y purgan todas esas faltas y
negligencias, sino hacen que crezca y se adelante en merecimiento de mayor gracia
y de mayor gloria, conforme á aquello del Apóstol: Saca Dios bien de la
tentación (1), y hace que quedemos de ella medrados y aventajados. El ama ó
madre, para q u e el niño sepa andar, apártale un poco de sí, y luégo llámale;
él tiembla, y no osa ir; ella le deja, aunque caiga algunas veces, teniendo aquel
por menos daño que el no saber andar : de esa manera se ha Dios con nosotros:
*Yo, como ama de Efraín (2).* No tiene Dios en nada esas caídas y faltas que á
vos os parece que hacéis, en comparación del provecho que de las tentaciones se
sigue.
De la
santa virgen Gertrudis cuenta Blosio (3), que afligiéndose y reprendiéndose
ella mucho por un defecto pequeño que tenía, deseó y pidió á Dios que se le
quitase del todo. Y respondióle el Señor con mucha blandura y suavidad: ¿Para
qué quieres que yo sea privado de grande honra, y tú de grande premio? Porque
cada vez que reconociendo este defecto, ú otro semejante, propones de evitarle
de ahí adelante, ganas grande premio; y cada vez que procura uno vencer sus
defectos por mi amor, me honra á mí tanto, cuanto un soldado á su rey, cuando
por él pelea varonilmente en la guerra contra sus enemigos y los procura
vencer.
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