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Santo
Tomás añade en la Suma Teológica algo que no había dicho en su Comentario a las
Sentencias: que los dones del Espíritu Santo son necesarios para la salvación.
El libro de la Sabiduría (VII, 28) nos dice, en efecto: "Dios no ama sino
a aquel que habita con la sabiduría"; y en el Eclesiástico (1, 28) se lee:
"El que no posee el temor de Dios, no podrá llegar a la justicia."
Ahora bien, el más perfecto de los dones es el de sabiduría, y el último, el de
temor.
Además,
observa Santo Tomás, ibid., aun las virtudes infusas, teologales, y morales,
que se acomodan al modo humano de nuestras facultades, nos dejan en estado de
inferioridad con respecto a nuestro fin sobrenatural, que sería preciso conocer
de una manera más penetrante, más viva y más sabrosa, y hacia el cual
deberíamos aspirar con ímpetu más resuelto (a).
La fe
permanece esencialmente imperfecta, aun cuando sea virtud muy alta, por tres
razones: l9, por la oscuridad de su objeto, que no percibe inmediatamente, sino
como en un espejo y de manera enigmática, in speculo et in enigmate (I Cor.,
XII, 12); 2°, porque no lo alcanza sino mediante múltiples fórmulas dogmáticas,
siendo así que Dios es soberanamente simple; 3° porque llega a él de modo
abstracto, por medio de proposiciones afirmativas y negativas (componendo et
dividendo), cuando la realidad es que el Dios viviente es la luz de la vida, y
sería preciso poderlo conocer no de manera abstracta, sino en forma cuasi
experimental.
La
esperanza participa de esta imperfección de la fe, y aun la misma caridad, ya
que es la fe la que le propone su objeto.
Con
mayor razón la prudencia, aun la infusa, adolece de idéntica imperfección, por
el hecho de verse precisada a recurrir al razonamiento, a las razones de obrar,
para dirigir las virtudes morales. Muchas veces queda vacilante, por ejemplo,
al tener que responder convenientemente a una pregunta indiscreta, sin
descubrir un secreto ni faltar a la verdad. Para salir airosos en casos
semejantes nos sería preciso una buena inspiración; lo mismo para resistir
eficazmente a ciertas tentaciones sutiles, violentas y prolongadas.
"La
razón humana", dice Santo Tomás, "aun cuando se halle perfeccionada
por las virtudes teologales, no puede conocer todo lo que le importaría saber,
ni preservarse de todo descarrío (stultitia). Sólo el Omnisciente y
Todopoderoso puede poner remedio a nuestra ignorancia, a nuestra imbecilidad-
espiritual, a la dureza de corazón y a otras fallas de este jaez. Para
liberarnos de estos defectos nos han sido otorgados los dones que nos hacen
dóciles a las divinas inspiraciones."
En
este sentido son necesarios para la salvación, como las velas son necesarias a
una barca para que ésta pueda navegar al impulso del viento, aunque en rigor
podría hacerlo a fuerza de remos. Dos maneras muy distintas de avanzar, que a
veces pueden también ser simultáneas.
"Por
las virtudes teologales y morales", dice Santo Tomás, "no queda, el.
hombre elevado a tal perfección con relación a la consecución de su último fin,
que no tenga, de continuo, necesidad de ser movido por una superior inspiración
del Espíritu Santo". Es, por el contrario, en él, una necesidad
permanente; y por esta razón, son los dones en nosotros una disposición infusa
permanente.
Y
hacemos uso de los dones algo así como nos valemos de la virtud de la
obediencia para recibir con docilidad una dirección superior y dejarnos guiar
por esta dirección; pero no siempre que queremos gozamos de esta superior
inspiración. En este sentido, por ellos somos pasivos con relación al Espíritu
Santo y obramos bajo su influencia.
Así se
comprende mejor que, al igual que la obediencia, sean los dones en el justo una
disposición permanente.
Se ve
mejor esta gran conveniencia, y aun esta necesidad de los dones, si se
considera, como lo indica Santo Tomás (I, II, q. 68, a. 4, y II, II, q. 8, a.
6), la perfección que cada no tenga siempre necesidad de ser inspirado por el
maestro interior (semper, non pro semper)-, algo así como cuando decimos:
"necesito siempre este sombrero", no queremos decir que tengamos
necesidad de ¿1 desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la
mañana.
Asimismo
un estudiante de medicina no está tan versado en los menesteres de su
profesión, que no tenga constante necesidad de la asistencia de su profesor para
ciertas operaciones. Es una necesidad no transitoria, sino permanente; de la
misma manera los dones han de ser, no inspiraciones transitorias, como la
gracia de la profecía, sino disposiciones infusas permanentes.
Es
seguro, además, que es posible hacer un acto sobrenatural de fe, con la ayuda
de una gracia actual, sin concurso alguno de los dones del Espíritu Santo, sin
penetrar ni gustar de los misterios a los cuales uno se adhiere. Tal es el caso
del cristiano que está en pecado mortal, y que, al perder la caridad, ha
perdido los siete dones.
Por el
contrario, admítese generalmente que los dones del Espíritu Santo influyen
frecuentemente de modo latente, sin que tengamos conciencia de ello, para dar a
nuestros actos meritorios una perfección que sin ellos no tendrían. Como el
viento favorable facilita la labor de los remeros.
De
modo que, según enseña Santo Tomás, I, II, q. 68, a. 8, los dones son
superiores a las virtudes morales infusas. Y si bien son inferiores a las
virtudes teologales, dan a éstas una perfección nueva, por ejemplo ía de
penetrar y gustar los misterios de la fe uno de ellos da a la inteligencia, a
la voluntad y a la sensibilidad.
Claramente
se ve que aquellos dones que dirigen a los otros son superiores a ellos; el don
de sabiduría es el más elevado de todos, pues que nos proporciona un
conocimiento cuasi experimental de Dios, y por lo mismo un juicio acerca de las
cosas divinas que es aun superior a la penetración del don de inteligencia (que
pertenece, más bien que al juicio,, a la primera aprehensión)…
El don
de ciencia corresponde a la esperanza, en el sentido de que nos da a comprender
el vacío de las cosas creadas y de las fuerzas .humanas, y, por ende, la
necesidad de poner nuestra confianza en Dios, si hemos de llegar a poseerlo. El
don de temor perfecciona también la esperanza, librándonos de la presunción,
pero pertenece también a la templanza, y nos socorre contra las tentaciones. Y
a estos dones corresponden las bienaventuranzas que son sus actos, como muy
bien lo enseña Santo Tomás.
Se
sigue, en fin, de la necesidad de los dones para la salvación, que están en
conexión con la caridad, según las palabras de San Pablo a los Romanos (v,.5):
"La caridad de Dios está difundida en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado."El Espíritu Santo no desciende a nosotros sin
sus siete dones que acompañan así a la caridad, y que, en consecuencia, se
pierden, cómo ella, por el pecado mortal”.
Pertenecen
de esa forma al organismo espiritual de la gracia santificante, que, por esta
razón, es llamada "gracia de las virtudes y de los dones,". Y como
todas las virtudes crecen a la vez, como los cinco dedos de la mano otro tanto se ha de decir de los siete dones.
No se concibe, pues, que un cristiano tenga muy ferviente caridad, la caridad
propia de la perfección, sin poseer al mismo tiempo los dones del Espíritu
Santo en la misma proporción; aunque quizás, en él, los dones de inteligencia y
de sabiduría se manifiesten no tanto en forma contemplativa, como en algunos,
sino más M
ás
tarde trataremos de la docilidad al Espíritu Santo y de las condiciones que esa
docilidad exige (III P., c. XXXI), pero desde ahora podemos comprender el valor
de este organismo espiritual que constituye en nosotros una vida eterna iniciada,
más preciosa que la vista, que la vida física y que el uso de la razón, en el
sentido de que la pérdida del uso de
la
razón, en el justo, no le arrebata ese tesoro que ni.la misma muerte nos podrá
arrancar. Esta gracia de las virtudes y de los dones es asimismo más preciosa
que el don de milagros, más que el don de lenguas y qué la profecía; porque
todas esas gracias, son sólo señales sobrenaturales en cierto modo exteriores, que
pueden, es cierto, señalar el camino que lleva a Dios, pero incapaces, a
diferencia de la gracia santificante, de unirnos a Él para mejor entender cómo se han de ejercitar
las diversas funciones de este organismo espiritual, debemos hablar de la
gracia actual necesaria al ejercicio- de las virtudes y de los dones.
EL
MODO SOBREHUMANO DE LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Habiendo
expuesto detenidamente esta cuestión en otro lugar, bastarán algunas
observaciones para recordar el sentido exacto de lo que sobre este punto
dijimos, y precisarlo con algunas nuevas aclaraciones.
EN QUÉ SENTIDO PUEDEN LOS DONES REVESTIR DOS
MODALIDADES:
LA DE LA TIERRA Y LA DEL CIELO
Muchas
veces hemos recordado esta verdad incontestable: que un mismo habitus no puede
tener actos cuyo objeto formal sea distinto del objeto del habitus; y hemos
concedido que bajo el objeto especificativo del habitus puede haber dos modos
de obrar diferentes: por ejemplo para las virtudes infusas y los dones, su modo
de obrar aquí en la tierra y su modo en el cielo.
Pero
hemos dicho sobre todo que un mismo habitus no puede ser principio de actos que
tienen modos distintos, tales como los modos de la tierra y el del cielo, sino
a condición de que el primer modo esté ordenado al segundo y caiga así debajo
de un mismo objeto formal.
Ahora
bien, según un opúsculo recientemente aparecido, escrito en un sentido
diametralmente opuesto, los dones del Espíritu Santo tendrían, según Santo
Tomás, y ya desde aquí abajo, dos modos específicamente distintos: el uno
ordinario, y el otro extraordinario; y este último sería necesario para la
contemplación infusa de los misterios de la fe, la que no se hallaría, de ser
así, en el» camino normal de la santidad.
Nosotros
le replicamos, y esto fue lo esencial de nuestra respuesta, que no podemos
pasar en silencio: "Si hubiera, aquí abajo, para los dones del Espíritu
Santo, dos modos específicamente distintos, uno ordinario, y el otro, no sólo
eminente, sino extraordinario de hecho y por naturaleza, el acto caracterizado
por el modo humano no estaría ordenado al acto cuyo modo sería sobrehumano y de
por sí extraordinario.
(No
estaría en efecto ordenado sino a los actos que suponen las gracias gratis
data, como la profecía.) Pero es precisamente todo lo contrario: el acto de los
dones ejercido aquí en la tierra está esencialmente ordenado al del cielo; ambos
se encuentran (S. Tom., Quest. disp.) "in eadem serie motus", en el
mismo orden de operaciones, y la última de ellas debe ser realizada, pues de ño
ser así, ninguna de las que preceden conseguiría su fin.
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