EL MURO DE LOS LAMENTOS
Viendo
lo cual Sarah tomó la palabra y pronunció en hebreo el versículo del capítulo
25 del Deuteronomio: "El hermano de mi marido no quiere continuar la
posteridad de su hermano en Israel, casándose conmigo."
Zacarías
no comprendía el hebreo, por lo cual ella se lo tradujo, y él respondió en
idisch lo que se le ocurría, que fué casualmente, otro versículo: "No quiero
tomarla."
Entonces
el Roch arrojó un zapato de forma especial, que el recalcitrante mancebo tuvo
que calzarse. Y ella, furiosa, con la mano derecha, se lo arrancó a tirones y
lo escupió en el pie y en el rostro, y a coro con los fieles recitaron el otro
versículo:
"Así
se hará al varón que no edifique la casa de su hermano. Y su nombre será en
Israel: la casa del descalzado."
Y
Zacarías respondió, entre dientes, en mal español:
-¡Ahí
me las den todas!
Entonces
el Rosch dijo a Sarah lo que ella anhelaba:
-Tú
puedes ahora casarte con cualquier hombre y recobrar tu dote y los bienes del
muerto.
Y
Zacarías, que no quería aparecer sin motivos, infringiendo una costumbre antigua,
manifestó que estaba comprometido con Milka Mir, y en un rapto de lirismo la
describió así:
-Para
formarte una idea de su belleza ¡oh Rosch! tendrías que tomar una copa nueva de
plata y llenarla de granos de granada, rodear el borde con una guirnalda de
rosas y colocarla entre el sol y la sombra; y el esplendor de este objeto
apenas llegaría a la mitad del brillo de la cara de Milka Mir.
El
Roch inclinó el cabeza convencido. Pero Sarah, que sabía más que los rabinos
contestó:
-¡Idiota!
Eso está en el Talmud, y es el elogio de Johanann har Napah. Ni siquiera
aciertas a elogiar a una mujer con palabras tuyas.
Y
volvió a escupirlo y se alejó indignada.
La
rendición de cuentas resultó larga y minuciosa. Zacarías era un hombre prolijo.
Nada olvidó, ni el diezmo de la menta y del comino, según las palabras de
Jesús.
Sólo
tú sabes, Señor, si el saldo que arrojaron dichas cuentas en favor de la viuda,
fue la mitad, o siquiera la quinta parte de lo que le correspondía.
Lo que
todos sabemos, Señor, es que Zacarías no se habría permitido engañar a su
hermano David, de estar vivo, porque el Talmud prescribe que: "No es permitido
engañar a nuestro prójimo" (Baba Metsia).
Pero
Zacarías había averiguado que el infeliz, puesto en capilla, se dejó convencer
por el capellán militar y recibió el bautismo católico, media hora antes de ser
fusilado.
Lo
cual, lo rayaba del libro de los prójimos y lo incorporaba al gremio de los goyim
o akum (perrs idólatras o cristianos).
Y el
mismo sagrado Talmud dice: "Es lícito estafar a un goy" (Baba Kamma)...
Pues conforme a la doctrina talmúdica, expresada en su Código civil y criminal
(Choschem Hidmmischpat) "el dinero de los akum es semejante a un bien sin
dueño".
Por
final de cuentas Zacarías entregó a Sarah unas libranzas sobre Varsovia y un
pasaje para Hamburgo. Y tuvo la generosidad de acompañada al vapor y despedir1e
como se despide a alguien hasta la eternidad.
Esta,
es una parte de la historia de Zacarías B1umen. Pero hay algo más. Las gentes
no saben cómo continuó creciendo su enorme fortuna; pero yo lo sé y voy a
decido para que no olvidemos que a Zacarías Blumen y a sus semejantes a Argentina
les debe buena parte de su fama en el mundo.
Lo
cual no significa que sus nombres hayan de quedar la historia al lado de los
constructores de la nación.
Tal
vez en el reverso de la medalla.
III
La
conquista del mundo, in escuadras ni ejércitos Restauradas las ruinas de la
guerra del Paraguay, sobrevinieron años de gran prosperidad, y se desarrolló en
los argentinos el amor al lujo. Y como consecuencia, una afición desmedida a
los géneros de seda, afición que el gobierno quiso contener, gravándolos con
fortísimos derechos de aduana.
Zacarías
Blumen se puso en contra del gobierno y en favor de los argentinos; y se dedicó
a procurarles aquellas preciosas tejas, libres de impuestos fiscales.
Comprobarlas
en el Japón o en Italia y ocultaba las en sus depósitos de la Banda Oriental,
entre Montevideo y la Colonia.
Allí
las recogían sus lanchas, más veloces y mejor tripuladas que las de la policía
aduanera.
En una
noche cruzaban el Río de la Plata y descargaban su rica mercancía en lugares
secretos de la costa del Tigre o las barrancas de San Isidro.
En los
gastos del negocio, Blumen incluía siempre una partida para el comisario de la
región o para el jefe del resguardo. Lo que los argentinos llaman "coima".
En lenguaje técnico se dice: "Lubricante, materia viscosa y fluida que se
deposita en los ejes y engranajes para evitar que chillen."
A
veces algún engranaje rechazaba el lubricante, y los pobres marineros de sus
lanchas tenían que andar a tiros con los guardias aduaneros entre los sauzales de
la costa y los meandros del Delta.
Pero
tales accidentes apenas interrumpían el tráfico durante algunas semanas.
Zacarías
curaba a los heridos, olvidaba a los muertos y echaba más lubricante o lograba
que se removieran aquellas ruedas inferiores, que no se dejaban engrasar debidamente.
A
pesar de estos gastos, las sedas de Blumen podían venderse en Buenos Aires a la
tercera parte del precio de las que llegaban por legítimo puerto. Pero Zacarías
se guaro daba de venderlas a ese precio, por no arruinar a sus honestos rivales.
Se limitaba a rebajar las suyas a la mitad, lo cual le permitía realizar dos cosas
buenas: no ganar más de un veinte por ciento y no fundir del todo a los comerciantes
honestos. La experiencia le había enseñado que sólo gracias a la honestidad de
los hombres, hay negocios para los pillos.
De las
sedas pasó a los cigarros, a los encajes y a la morfina. Los buenos negocios
son como las cerezas: en el tronquito de unos se enredan otros.
Y así
él, buscando gentes discretas y hábiles que expendieran sus alcaloides, descubrió
un nuevo filón.
Había
observado que entre los centenares de miles de in· migrantes que los buques de
Europa vuelcan sobre las indefensas playas argentinas, venían muchas damas
ilustres, baronesas y condesas, de apellidos difíciles, ávidas de explotar sus
buenos modales y el sonido de sus nombres: Condesa Kozlowsky; baronesa Zytnitzky.
Y
había observado también-pues a Zacarías no se le escapaba ningún detalle-, que
los caballeros porteños gastaban con placer su dinero en las guanterías y perfumerías
y bombonerías atendidas por jóvenes extranjeras con nombres románticos.
En
aquellos tiempos, cuando Oiga o Eva, o Abigail decidían cambiarse nombre,
acudían a las óperas y se rebautizaban Gilda, Norma, Aida.
Ahora,
las óperas han caído en desuso y las muchachas prefieren los nombres en inglés
de las artistas de cine.
Zacarías
fue el primero en Buenos Aires que relacionó esos dos hechos triviales al
parecer; el cursi romanticismo de los caballeros, por quienes las jóvenes se
cambiaban nombre y la sonoridad de ciertos apellidos de damas inmigrantes.
El
mismo día que desembarcaron la baronesa Fanny Chmielnitzky y la condesa Ida
Glück, que venía de Amsterdam con pasaje de tercera clase, Zacarías Blumen las
abordó en el hotel de Inmigrantes, donde las alojó la munificencia del Estado.
-Si yo
les doy plata-iba pensando el financista-a estas nobles damas para que fingiendo
no conocerme, abran guanterías y bombonerías y florerías, con esas rubias
muchachas que han venido en el mismo buque, y les cambien sus nombres bíblicos
por otros árabes: Zaira, Saída, Zelmira, haremos buenos negocios.
De
esta ocurrencia nacieron innumerables tiendas en todos los barrios de la ciudad,
regenteadas por nobles señoras, vestidas de sedas brillantes y con gruesos
collares falsos.
Zacarías
Blumen las comanditaba secretamente y cada se· mana iba con su levita escrofulosa,
su barba negra y su espalda arqueada a hacer balance y embolsar ganancias.
Buena
porción de estas se destinaba a engrasar el complicado mecanismo de la policía
porteña. Y, como la experiencia le había el15eñado que algunas ruedas no
absorbían el famoso lubricante, Zacarías Blumen, antes de instalar una guantería
visitaba al comisario del barrio. Y si lo hallaba insobornable se alejaba de
aquella sección.
De lo
cual resultó que algunos cuarteles de la ciudad no fueron favorecidos por el
progreso; pero en otros fundó Zacarías tantas sucursales que los vapores de
Europa no le suministraban ya suficientes baronesas y condesas y tuvo que hacerlas
venir de su tierra expresamente.
A
veces, desbordado por el éxito de los negocios, cuando hallaba una mula vieja
de buen aspecto, que se llamaba como quien dice Juana Pérez, él mismo le otorgaba
ejecutoria de nobleza y la Juana Pérez, desde ese día, entraba a llamarse: baronesa
Taiba Rubinstein.
Tuvo
también que preocuparse de las jóvenes empleadas, lo cual no era escaso quebradero de cabeza y
1o obligó a hacer varios viajes a Europa y a establecer corresponsales
discretos en distintas naciones.
Al
cabo de algunos años tuvo la satisfacción de ver su obra perfecta. Poseía cuarenta
o cincuenta sucursales en la Capital Federal y muchas en las ciudades del
interior. Y de tal manera había organizado sus agencias europeas y hasta asiáticas,
que Buenos Aires acabó por ser el principal mercado para ciertas mercaderías.
¡Al
César lo que es del César! Buenos Aires debe a Zacarías Blumen y a otros
extranjeros como él, lo más ruidoso de su nombradía en aquellas naciones, de
donde importaban sus baronesas y sus modistillas; y gracias a tales industrias,
la ruta de Buenos Aires, o como dijeron los franceses: "le chemin de
Buenos- Aires", proporcionó argumento a comedias y librejos que han dado
mucho lustre al nombre argentino.
Es
justo, pues, que tales inmigrantes que al amparo de las leyes más liberales del
mundo han ganado el dinero más su· cio de la tierra, labrándonos de paso una linda
fama, vivan en las páginas de este libro, aunque sea con nombres supuestos.
Y
nadie se queje, pues los nombres que se usan aquí han pertenecido, y algunos
siguen perteneciendo, a personajes de carne y hueso, cuyos retratos, impresiones
digitales y demás circunstancias, guárdanse en los prontuarios de nuestra
policía. Ad perpetuam rei memoriam.
Naturalmente,
estos negocios los manejaba Zacarías Blumen por intermedio de agentes,
subagentes, inspectores apoderados y comisionistas que, a menudo, no tenían la
menor noticia de él.
Su
buena fama habría sufrido si la alta sociedad porteña, en cuyos salones acabó
por deslizarse con la resplandeciente Milka Mlir, cubierta de pedrería auténtica,
se hubiera percatado de que él era el capitalista de las baronesas que infestaban
cierras barrios.
Zacarías
cuidaba su reputación. Sólo quería aparecer como dueño del Banco Blumen y
aspiraba a ingresar al Gran Kahal de Buenos Aires.
Pero
fuese que alguien recordara su historia en la guerra del Paraguay, o fuese que,
absorto en sus negocios, hubiese descuidado la política de su nación, el hecho
es que a los sesenta años, poseedor de cincuenta millones de pesos, no tenía
influencia alguna en el gobierno del pequeño Estado, que los judíos forman siempre
dentro del gran Estado que los acoge.
Eso no
debía continuar así. Un día, cuando los negocios le permitieron pensar en los
destinos de Israel, se mezcló en las reuniones, derramó dinero y astucia, y en
el mes de Kislew (noviembre) en la Asamblea General de los judíos fue elegido
elector, miembro del colegio electoral que en la siguiente Pascua designaría a
los que iban a formar el Gran Kahal.
¿Cómo
se manejó en los pocos meses que van de noviembre a Pascua? Ello es que el
modesto elector del mes de Kislew, en el mes de Nisan (generalmente abril),
primero del año israelita, el 14, víspera de la fiesta de Pesach (Pascua), que
dura una semana, durante la cual no se come pan con levadura, en conmemoración
de la salida de Egipto, fue electo magistrado del Kahal.
Al año
siguiente, un paso más, y se le designó Rosch, Jefe de la secreta institución,
síntesis del poderío israelita.
Zacarías
Blumen, como muchos otros de su nación, había perdido la fe en el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, pero conservaba el espíritu del Talmud.
Tenía
el orgullo de su raza. Creía en Israel, predestinado para dominar al mundo.
Había estudiado la Ley y sus comentadores, para estar en condiciones de usar de
la palabra en las asambleas de la Sinagoga.
Veneraba
fanáticamente la 1/hora, porque su contenido, los cinco libros de Moisés, no
solamente son la doctrina, sino también la historia guerrera y gloriosa de su
pueblo.
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