TROYA O ILION
Capítulo VIII. Si fue prudente encomendarse Roma a los
dioses de Troya
¡Qué
prudente deliberación fue encomendar la, conservación de Roma a los dioses
troyanos, después de haber visto por experiencia lo que pasó en Troya! Dirá
alguno que ya estaban acostumbrados a vivir en Roma cuando Fimbria asoló
Ilion; pero, ¿dónde estaba el simulacro de Minerva? Y si estaban en Roma cuando
Fimbria destruyó Ilion, ¿acaso cuando los galos tomaron y abrasaron a Roma
estaba en Ilion? Pero como tienen perspicaz el oído y veloz el movimiento, al
graznido de los gansos volvieron en seguida para defender siquiera la roca del
Capitolio, que solamente había quedado; mas para poder venir a defender el
resto de la ciudad llegó el aviso tarde.
NUMA POMPILIO
Capítulo IX. Si la paz que hubo en tiempo de Numa se
debe creer que fue obra de los dioses
Créese
también que éstos ayudaron a Numa Pompilio, sucesor de Rómulo, para que gozase
la paz que disfrutó en todo su reinado, y a que cerrase las puertas de Jano,
que suelen estar abiertas en tiempo de guerra; es, a saber, porque enseñó a los
romanos muchos ritos y ceremonias sagradas. A éste se le pudiera dar el
parabién del ocio y quietud que gozó en el tiempo de su reinado, si pudiera
emplearla en proyectos saludables, y, dejándose de una curiosidad perniciosa,
se aplicara con verdadera piedad a buscar al Dios verdadero. Mas no fueron los
dioses los que le concedieron el reposo, y es creíble que menos le engañaran si
no le hallaran tan ocioso, porque cuanto menos ocupado le hallaron, tanto más
le empeñaron en sus detestables designios y cuáles fueron sus pretensiones y
los artículos con que pudo introducir para sí o para la ciudad semejantes
dioses, lo refiere Varrón, de lo cual, si fuere la voluntad de Dios, hablaremos
más largamente en su lugar; pero ahora, porque tratamos de sus beneficios,
decimos que grande y singular merced es la paz, mas las incomparables gracias
del verdadero Dios son comunes por la mayor parte, como el sol, el agua y otros
medios importantes para la vida, para los ingratos y gente perdida; y si este
tan particular bien le hicieron los dioses a Roma o a Pompilio, ¿por qué
después jamás se le hicieron al Imperio romano en tiempos mejores y más
loables? ¿Eran, acaso, más interesantes los ritos y ceremonias sagradas cuando
se instituían que cuando, después de instituidas, se celebraban? Ahora bien;
entonces no existían, sino que se estaban instituyendo, y después ya existían y
para que aprovechasen se guardaban. ¿Cuál fue la causa de que los cincuenta y
tres años, o como otros quieren, treinta y nueve, se pasaron con tanta paz
reinando Numa, y después, establecidas ya, las ceremonias sagradas y teniendo
ya por protectores a los mismos dioses que habían sido honrados con las mismas
ceremonias, apenas después de tantos años, desde la fundación de Roma hasta
Augusto César, se refiera uno por gran milagro, concluida la primera guerra
punica, en que pudieron los romanos cerrar las puertas de la guerra?
Capítulo X. Si se debió desear que el imperio romano
creciese con tan rabiosas guerras, pudiendo estar seguro, con lo que creció en
tiempo de Numa
Responderán
acaso que el Imperio romano no podía extenderse tanto por todo el mundo su
dominio y ganar tan grande gloria y fama, si no es con las guerras continuas,
sucediéndose sin interrupción las unas a las otras. Graciosa razón por cierto;
para que fuera dilatado el Imperio, ¿qué necesidad tenía de estar en guerra?
Pregunto: en los cuerpos humanos, ¿no es más conveniente tener una pequeña
estatura con salud, que llegar a una grandeza gigantesca con perpetuas
aflicciones, y cuando hayáis llegado, no descansar, sino vivir con mayores
males cuando son mayores los miembros? ¿Y qué mal hubiera sido, o qué bien no
hubiera sucedido, si duraran aquellos tiempos que notó Salustiano, cuando dice:
<Al principio los reyes (porque en el mundo éste fue el primer nombre que
tuvo el mando y el imperio) fueron diferentes: unos ejercitaban el ingenio,
otros el cuerpo, los hombres pasaban su vida sin codicia, y cada uno estaba
sobradamente con lo suyo?>. ¿Acaso, para que creciera tanto el Imperio, fue necesario
lo que aborrece Virgilio, diciendo <que a poco vino la edad peor y achacosa,
y sucesivamente la rabia de la guerra y la ansia de poseer?> Mas seguramente
se excusan con justa causa los romanos de tantas guerras como emprendieron e
hicieron, con decir estaban obligados a resistir a los enemigos que
imprudentemente les perseguían, y que no era la codicia de alcanzar gloria y
alabanza humana, sino la necesidad de defender su vida y libertad la que les
incitaba a tomar las armas. Sea así enhorabuena: <porque después que su
República (como escribe el mismo Salustio) se engrandeció con las leyes,
costumbres y posesiones, y parecía que estaba harto próspera y poderosa, como
sucede las más veces en las cosas humanas, de la opulencia y riqueza nació la
envidia y la emulación: así que los reyes y pueblos comarcanos los comenzaron a
tentar con la guerra, y pocos de sus amigos acudieron en su favor, pues los
demás, aterrados con el miedo, hurtaron el cuerpo a los peligros; pero los
romanos, diligentes en la paz y en la guerra, comenzaron a darse prisa,
disponíanse con denuedo, animábanse los unos a los otros, salían al encuentro a
sus enemigos, defendían con las armas su libertad, padres y patria; mas después
habiéndose librado con su valor de los peligros inminentes que les rodeaban, se
aplicaron a socorrer a sus amigos, aliados y confederados, empezando con esta
política a granjear amistades más con hacer que con recibir beneficios>. Con
estos medios suaves se acrecentó honestamente Roma; pero reinando Numa, para que
hubiese una paz tan estable y prolongada, pregunto: si les acometían los
enemigos e incitaban con la guerra, o si acaso no había recelos de ésta, para
que así pudiese perseverar aquella paz; pues si entonces era provocada Roma con
la guerra y no resistía a las armas con las armas, con la traza que se
apaciguaban los enemigos sin ser vencidos en campal batalla y sin causarles
temor con ningún ímpetu de guerra, con la misma traza podía Roma reinar siempre
en paz, teniendo cerradas las puertas de Jano, y si esto no estuvo en su mano,
luego no tuvo Roma paz todo el tiempo que quisieron sus dioses, sino el que
quisieron los hombres, sus comarcanos, que no se la turbaron con hostilidad
alguna; si no es que semejantes dioses se atrevan también a vender al hombre lo
que otro hombre quiso o no quiso. Es verdad que esta alternativa de
acontecimientos coincide con el vicio propio y culpa de los malos, que opinan
que se les permite a estos demonios el atemorizarles, o animarles sus
corazones; pero si siempre dependiesen de su arbitrio tales sucesos, y por otra
oculta y superior potestad no se hiciese muchas veces lo contrario de lo que
ellos pretenden, siempre tendrían en su mano la paz y las victorias en la
guerra, las cuales, las más de las veces, acontecen según disponen y mueven los
ánimos de los hombres.
APOLO CUMANO
Capítulo XI. De la estatua de Apolo Cumano, cuyas
lágrimas se creyó que pronosticaron la destrucción de los griegos por no
poderles ayudar
Y con
todo, por la mayor parte suceden semejantes acontecimientos contra su voluntad,
según lo confiesan las fábulas, que mienten mucho y apenas tienen indicio de
cosa que sea verosímil, y también las mismas historias romanas, en cuya
comprobación decimos que no por otro motivo se tuvo aviso que Apolo Cumano
lloró cuatro días continuos, al tiempo que sostenían guerra los romanos contra
los aqueos y contra el rey Aristónico; pero atemorizados los arúspices con este
prodigio, y siendo de parecer que se debía echar en el mar aquel ídolo,
intercedieron los ancianos de Cumas, diciendo que otro semejante milagro se
había visto en la misma estatua en tiempo de la guerra de Antioco y en la de
Jerjes, afirmando que en ellas les había sido próspera la fortuna a los
romanos, pues por decreto del Senado le habían enviado sus dones a Apolo. En virtud
de esta contestación congregaron entonces otros arúspices más prácticos, y
examinando el caso con la debida circunspección, respondieron unánimemente que
las lágrimas de la estatua de Apolo eran favorables a los romanos, porque Cumas
era colonia griega, y que llorando Apolo había significado llanto y desgracias
a las tierras de donde le habían traído, esto es, a la misma Grecia. Después de
breve tiempo vino la nueva fatal de haber sido vencido y preso el rey
Aristónico, quien seguramente no quisiera Apolo que fuera vencido, y de ello le
pesaba, significándolo con lágrimas de su piedra, por lo que no tan fuera de
propósito nos pintan como veraz la condición de los demonios los poetas con sus
versos verosímiles, aunque fabulosos; porque en Virgilio leemos que Diana se
duele y aflige por Camila, y que Hércules llora por Palante, advirtiendo que le
habían de matar; por esta causa quizá también Numa Pompilio, gozando de una
suave y larga paz, pero ignorando por beneficio de quién le provenía aquella
felicidad, sin procurar indagarlo, estando Ocioso imaginando a qué dioses
encomendaría la salud de los romanos y la conservación de su reino, y opinando
que el verdadero y poderoso Dios no cuidaba de las cosas terrenas, y
acordándose al mismo tiempo que los dioses troyanos, que Eneas había traído, no
habían podido conservar por mucho tiempo ni el reino de Troya ni el de Lavinio,
que el mismo Eneas había fundado, le pareció seria bueno proveerse de otros
para añadirlos a los primeros que con Rómulo habían pasado a Roma, o a los que
habían de pasar después de la destrucción de Alba, poniéndoselos, o por guardas
como a fugitivos, o por ayuda y socorro como a poco poderosos.
Capítulo XII. Cuántos dioses añadieron los romanos,
fuera de los que hizo Numa, cuya multitud no les ayudó ni sirvió de nada
Con
todo, no quiso contentarse con tributar culto a todos los dioses, como
estableció en ella Numa Pompilio, sino que trató de añadir otros infinitos.
Entonces aún no se había fundado el suntuoso templo de Júpiter, pues el rey Tarquino
fue el que fabricó el Capitolio. Esculapio de Epidauro vino a Roma para poder,
pues era sabio médico, ejercer en aquella noble ciudad su arte con más gloria y
fama; y la madre de los dioses fue conducida no sé de qué ciudad del Pesinunte,
por parecer impropio que, presidiendo ya y reinando el hijo en el monte
Capitolino, estuviese ella escondida en un lugar de tan poco nombre; la cual,
si es cierto que es madre de todos los dioses, no sólo vino a Roma después de
algunos de sus hijos, sino que también precedió o otros que habían de venir
después de ella. Me causa extraordinaria admiración que esta diosa pariese al
Cinocéfalo, que transcurridos muchos años vino de Egipto, y si procreó
igualmente a la diosa Calentura, averígüelo Esculapio, su biznieto; con todo,
cualquiera que fuese su madre, me parece que no se atreverán los dioses
peregrinos o forasteros a decir que es mal nacida y de baja condición una diosa
que es ciudadana romana, estando bajo la protección de tantos dioses. ¿Y quién
habrá que pueda contar los naturales y advenedizos, los celestes, terrestres,
infernales, los del mar, fuentes y ríos, y, como dice Varrón, los ciertos e
inciertos, y los de todo género, como se contienen en los animales, machos y
hembras? Estando, pues, bajo la tutela de tantos dioses romanos, no sería razón
que fuera perseguida y afligida con tan grandes y horribles calamidades, como
de muchas referiré algunas pocas, pues con una tan grande humareda, como si
fuese señal de atalaya, vino a juntar para su defensa una infinidad de dioses a
quienes poder erigir y dedicar templos, altares, sacerdotes y sacrificios,
ofendiendo con tan horrendos holocaustos al verdadero Dios, a quien sólo se
deben estos cultos, practicados con la mayor veneración; y aunque vivió más
dichosa con menos número, con todo, cuanto mayor se hizo, le pareció era
menester proveerse de más, como una nave de marineros desahuciada, a lo que
presumo, y sinceramente persuadida de que aquellos pocos bajo cuya tutela había
vivido más arregladamente en comparación de sus ordinarios excesos no bastaban
a socorrer a su grandeza, puesto que en el principio, y en tiempo de los mismos
reyes, a excepción de Numa Pompilio, de quien he hablado ya, es notorio cuántos
males causaron aquellas discordias y contiendas, que llegaron a quitar la vida
al hermano de Rómulo.
JUNO
Capítulo XIII. Con que derecho y capitulaciones
alcanzaron los romanos las primeras mujeres en casamiento
Del
mismo modo, ni Juno, que con su Júpiter fomentaba ya y favorecía a los romanos
y a la gente togada, ni la misma Venus pudo ayudar a los descendientes de su
Eneas para que pudiesen haber mujeres conforme a razón; llegando a tanto
extremo la falta de ellas, que se vieron precisados a robarías por engaño, y
después del rapto tuvieron necesidad de tomar las armas contra los suegros, y
dotar a las tristes mujeres que por el agravio recibido en la sangre de sus
padres no estaban aún reconciliadas con sus maridos; ¿y dirán todavía que en
esta guerra salieron los romanos vencedores de sus vecinos? Y estas victorias,
pregunto, ¿cuántas heridas y muertes costaron, así de parientes como de los
comarcanos? Por amor a un César y a un Pompeyo, suegro y yerno, ha biendo ya
muerto la hija de César, mujer de Pompeyo, exclama Lucano, excitado de un justo
dolor, resultó la más que civil batalla de los campos de Emacia, y del derecho
adquirido con una acción abominable dimanó el ser necesario que venciesen los
romanos para conseguir por fuerza, con las manos bañadas en sangre de sus
suegros, los miserables brazos de sus hijas, y también para que ellas no se
atreviesen a llorar la muerte de sus padres, por no ofender la gloria de sus
maridos, las cuales, mientras ellos peleaban, estaban suspensas e indecisas,
sin saber para quiénes habían de pedir a Dios la victoria Tales bodas ofreció
al pueblo romano Venus, sino Belona, o acaso Alecto, aquella infernal furia
que, cuando los favorecía ya Juno, tuvo contra ellos más licencia que cuando
con sus ruegos la estimulaba contra Eneas; más venturoso fue el cautiverio de
Andrómaca que los matrimonios de los romanos; porque Pirro, aun después que
gozó de sus brazos, ya cautiva, a ninguno de los troyanos quitó la vida; pero
los romanos mataban en los reencuentros a los suegros cuyas hijas abrazaban ya
en sus tálamos. Andrómaca, sujeta ya a la voluntad del vencedor, sólo pudo
sentir la muerte de los suyos, mas no temerla; las otras, casadas con los que
andaban actualmente en la guerra, temían cuando iban sus maridos a ellas, las
muertes de sus padres, y cuando volvían se lamentaban sin poder temer ni sentir
libremente, porque por las muertes de sus ciudadanos, padres, deudos y
hermanos, piadosamente se entristecían, o por las victorias de sus maridos
cruelmente se alegraban. A estas tristes circunstancias se añadía que, como son
varios los sucesos de la guerra, algunas, al filo de la espada de sus padres,
perdían a sus maridos, y otras, con las espadas de los unos y de los otros, los
padres y los maridos. No fueron tampoco de poco momento los terribles aprietos
y peligros que sufrieron los romanos, pues llegaron sus enemigos a poner cerco
a la ciudad, defendiéndose los sitiados a puertas cerradas; pero habiéndolas
abiertas por traición y entrado el enemigo dentro de los muros, se dio aquella
tan abominable y cruel batalla en la misma plaza entre los suegros y los
yernos, en la que iban también de vencida los raptores, y, a veces, huyendo a
sus casas, deslustraban más gravemente sus pasadas victorias, aunque de la
misma manera fueron éstas vergonzosas y lastimosas. Aquí fue donde Rómulo,
desahuciado ya del valor de los suyos, hizo oración a Júpiter, pidiéndole
hiciese que se detuviesen y parasen los suyos; de donde le vino a Júpiter el
nombre de Estator. Ni con esta providencia se hubieran acabado tantos daños, si
las mismas hijas, desgreñadas, desmelenadas, no se pusieran de repente por
medio, y postradas a los pies de sus padres no aplacaran su justo enojo, no con
las armas victoriosas, sino con piadosas y humildes lágrimas. Tranquilizados
los ánimos y acordados por ambas partes los conciertos, Rómulo fue obligado a
admitir por socio en el reino a Tito Tacio, rey de los sabinos, siendo así que
antes no había podido sufrir la compañía de su hermano Remo en el gobierno. Y
¿cómo había de tolerar a Tacio el que no sufrió a un hermano gemelo? Así pues, le
quitó también la vida, y quedó solo con el reino. ¿Qué condiciones de
matrimonios son éstas? ¿Qué motivos de guerras? ¿Qué modo de conservar la
fraternidad, afinidad, sociedad y divinidad? Finalmente, ¿qué vida y costumbres
éstas de una ciudad que está bajo la tutela de tantos dioses? ¿Notáis cuán
grandes cosas pudiera decir
sobre esto si no cuidara de lo que resta y me apresurara a tratar otras
materias?
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