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lunes, 14 de agosto de 2017

RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL


IV. ÉL ALMA DEL MUNDO PRINCIPIÓ DE LA CREACIÓN,
DEL ESPACIO, DEL TIEMPO Y DE LA CAUSALIDAD MECÁNICA (continuación)

El principio abstracto de la extensión es que dos objetos, dos partes del todo, no pueden ocupar a la vez un solo y mismo lugar y que, igualmente, un solo objeto, una sola parte del todo no puede hallarse simultáneamente en dos lugares diferentes. Esta es la ley de la división o de la exclusión objetiva entre las partes del todo.
El principio abstracto del tiempo es que dos estados interiores de un sujeto (estados de conciencia, según la moderna terminología) no pueden coincidir en un solo momento actual, y que, igualmente, un solo estado de conciencia no puede conservarse como actualmente idéntico en dos momentos diferentes de la existencia. Esta es la ley de la disyunción perpetua de los estados interiores en todo sujeto.
En virtud del principio abstracto de la causalidad mecánica, ningún acto ni fenómeno se produce espontáneamente o de por sí, sino que es determinado completamente por otro acto o fenómeno que a su vez es efecto de un tercero, y así sucesivamente. Es la ley de la vinculación puramente exterior y ocasional de los fenómenos.
Es fácil comprender que estos tres principios o leyes no expresan nada más que un esfuerzo general tendiente a fraccionar y a disolver el cuerpo del universo, privándolo de todo nexo interior y a sus partes de toda solidaridad. Este esfuerzo o tendencia constituye el fondo mismo de la naturaleza extradivina o caos. Un esfuerzo supone una voluntad, y toda voluntad, un sujeto psíquico o alma. Como el mundo que esta alma se esfuerza por producir —el todo fraccionado, desunido y solo vinculado con un lazo puramente exterior— es lo opuesto o el reverso de la totalidad divina, el alma del mundo es también lo opuesto o el anticipo de la esencial Sabiduría de Dios. Esta alma del mundo es una criatura y la primera de todas las criaturas, la materia prima y el verdadero substratum de nuestro mundo creado.
Como lo hemos dicho, nada puede subsistir real y objetivamente fuera de Dios; en consecuencia, el mundo extradivino nada más puede ser que el mundo divino subjetivamente traspuesto e invertido, es decir, un aspecto falso o representación ilusoria de la totalidad divina. Pero esta misma existencia ilusoria exige un sujeto que se coloque en un falso punto de vista y produzca en sí la imagen desfigurada de la verdad.
Como este sujeto no puede ser Dios ni su Sabiduría esencial, debe admitirse, como principio de la creación propiamente dicha, un sujeto distinto, un alma del mundo (2). En cuanto criatura ésta no existe eternamente en sí misma, pero existe de toda eternidad en Dios, en estado de potencia pura, como base oculta de la Sabiduría eterna. Esta Madre posible y futura del mundo extradivino corresponde, como complemento ideal, al Padre eternamente actual de la Divinidad.
En su calidad de potencia pura e indeterminada, el alma del mundo tiene un doble y variable carácter: la dualidad indefinida (el aoristos dyas); puede querer existir para sí, fuera de Dios, puede situarse en el falso punto de vista de la existencia caótica y anárquica, pero también puede anonadarse ante Dios, vincularse libremente al Verbo divino, reducir toda la creación a la unidad perfecta e identificarse con la Sabiduría eterna. Pero para lograrlo, el alma del mundo debe antes existir realmente como distinta de Dios, El Padre eterno la creó, pues, reteniendo el acto de su omnipotencia que suprimía de toda eternidad el deseo ciego de la existencia anárquica.
Convertido en acto, este deseo manifestó al alma la posibilidad del deseo opuesto; y así el alma misma recibió, como tal, una existencia independiente, caótica en su actualidad inmediata, pero capaz de transformarse en su contrario.        

Después de haber concebido el caos, después de haberle dado una realidad relativa (para sí), el alma concibe el deseo de liberarse de la existencia discordante, que se agita sin razón ni objeto en un tenebroso abismo. Atraída en todo sentido por fuerzas ciegas que se disputan la existencia exclusiva; desgarrada, fraccionada y pulverizada en innumerable multitud de átomos, el alma del mundo experimenta el deseo, vago pero profundo, de la unidad. Con este deseo atrae la acción del Verbo (lo divino activo o en su manifestación) que se revela a ella en el principio, en la idea general e indeterminada del universo, del mundo uno e indivisible. Esta unidad ideal, que se realiza sobre el fondo de la extensión caótica, toma la forma del espacio indefinido o inmensidad. El todo reproducido, representado o imaginado por el alma en su estado de división caótica, no puede dejar de ser todo ni perder su unidad por completo. Y, puesto que sus partes no quieren completarse y penetrarse en una totalidad positiva y viviente, se ven obligadas, sin dejar de excluirse mutuamente, a permanecer juntas a pesar de todo, a coexistir en la unidad formal del espacio indefinido, imagen puramente exterior y vacua de la totalidad objetiva y substancial de Dios.
Pero no basta al alma la inmensidad exterior. Ella quiere lograr también la totalidad interior dé la existencia subjetiva. Esta totalidad, eternamente triunfante en la trinidad divina, queda impedida, para el alma caótica, por la sucesión indeterminada de momentos exclusivos e indiferentes denominada tiempo, Este falso infinito, que encadena al alma, la determina i desear el verdadero, y a este deseo responde el Verbo divino con la sugestión de otra idea. En su acción sobre el alma, la trinidad suprema se refleja en el torrente de la duración indefinida bajo la forma de los tres tiempos. Al querer realizar para sí la actualidad total, el alma se ve obligada a completar cada momento dado de su existencia con el recuerdo, más o menos borroso, de un pasado sin comienzo y con la expectativa, más o menos vaga, de un porvenir sin ñn.
Y, como base profunda e inmutable de esta relación variable, quedan fijados para el alma bajo la forma de los tres tiempos, sus tres estados principales, sus tres posiciones respecto de la Divinidad. El estado de su absorción primitiva en la unidad del Padre eterno, su subsistencia eterna en El cómo pura potencia o simple posibilidad, queda definida como pasado del alma. El estado de su separación de Dios, a causa de la fuerza ciega del deseo caótico, constituye su Presente.
Y el retorno a Dios, la reunión con El, viene a ser el objeto de sus aspiraciones y de sus esfuerzos, su porvenir ideal.
Así como por cima de la división anárquica de las partes extensas, el Verbo divino establece para el alma la unidad formal del espacio; como sobre el fondo de la sucesión caótica de los momentos, El produce la trinidad ideal de los tiempos, así también, a base de la causalidad mecánica, manifiesta la solidaridad concreta del todo en la ley de la atracción universal, qu« reúne, mediante una fuerza interna, las' dispersas fracciones de la realidad católica, para hacer de ésta un solo cuerpo compacto y sólido, primera materialización del alma del mundo, primera base de operación para la Sabiduría esencial.
De esta manera, en el esfuerzo ciego y caótico que impone al alma una existencia indefinidamente dividida en sus partes, exclusivamente sucesiva en sus momentos y mecánicamente determinada en sus fenómenos ; en el deseo contrario del alma misma que aspira a la unidad y a la totalidad, y en la acción del Verbo divino que responde a este deseo, de la combinada operación de estos tres agentes, recibe el mundo inferior extradivino su realidad relativa o, según la expresión bíblica, son echados los fundamentos de la tierra.
Pero tanto la Biblia como la razón teosófica (3), en la idea de la creación no separan el mundo inferior del mundo superior, la tierra de los cielos.
Hemos visto, en efecto, cómo a Sabiduría eterna evocaba las posibilidades de la existencia irracional y anárquica para oponerles manifestaciones correspondientes del poder, la verdad y la bondad absolutas.
Estas reacciones divinas, que no son más que juego en la vida inmanente de Dios, se fijan y convierten en existencias reales cuando las posibilidades anti divinas que las provocan dejan de ser puras posibilidades.
Y así, a la creación del mundo inferior o caótico necesariamente corresponda la creación del mundo superior o celeste: (Bere hith hara aeolim eth hashamayim v'eth ha'arets.)
(1) Inmanente respecto de Dios y trascendente respecto de nosotros.
(2) Esta teoría del alma del mundo es una reminiscencia platónica, pero genialmente insertada en la cosmogonía cristiana y librada de todo maniqueísmo, más o menos implícito, al Sfujetarla a la doctrina de la creación ex-nihilo. (N. del T.)
(3) Debe advertirse que «teoscfico», en la doctrina de Solovief, corresponde a un sentido totalmente tradicional sin relación alguna con las absurdas concepciones (encerradas bajo el nombre de «teosofía», por Ja aventurera Blavaski)

V. EL MUNDO SUPERIOR. LA LIBERTAD DE LOS PURO ESPÍRITUS.
Será a necesario desconocer en absoluto el genio de la lengua hebrea, así como el espíritu general del antiguo Oriente, para creer que aquellas palabras iníciales del Génesis no ofrecen más que un adverbio indeterminado, como nuestros modernos vocablos: En el principio, etc. Cuando el hebreo empleaba un sustantivo, lo tomaba en serio, es decir, pensaba efectivamente en un ser u objeto real designado por el sustantivo.
Ahora bien: es indiscutible que el vocablo hebreo re'shith, que se traduce: arche, principium, es un verdadero substantivo del género femenino. El masculino correspondiente es rosh, capul, cabeza. Este último término es empleado, en sentido eminente, por la teología judaica, para designar a Dios, cabeza suprema y absoluta de todo lo que existe.



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