IV. ÉL ALMA DEL MUNDO PRINCIPIÓ DE LA CREACIÓN,
DEL ESPACIO, DEL TIEMPO Y DE LA CAUSALIDAD MECÁNICA
(continuación)
El
principio abstracto de la extensión es que dos objetos, dos partes del todo, no
pueden ocupar a la vez un solo y mismo lugar y que, igualmente, un solo objeto,
una sola parte del todo no puede hallarse simultáneamente en dos lugares
diferentes. Esta es la ley de la división o de la exclusión objetiva entre las partes
del todo.
El
principio abstracto del tiempo es que dos estados interiores de un sujeto
(estados de conciencia, según la moderna terminología) no pueden coincidir en un
solo momento actual, y que, igualmente, un solo estado de conciencia no puede
conservarse como actualmente idéntico en dos momentos diferentes de la existencia.
Esta es la ley de la disyunción perpetua de los estados interiores en todo
sujeto.
En
virtud del principio abstracto de la causalidad mecánica, ningún acto ni
fenómeno se produce espontáneamente o de por sí, sino que es determinado
completamente por otro acto o fenómeno que a su vez es efecto de un tercero, y
así sucesivamente. Es la ley de la vinculación puramente exterior y ocasional
de los fenómenos.
Es
fácil comprender que estos tres principios o leyes no expresan nada más que un
esfuerzo general tendiente a fraccionar y a disolver el cuerpo del universo, privándolo
de todo nexo interior y a sus partes de toda solidaridad. Este esfuerzo o
tendencia constituye el fondo mismo de la naturaleza extradivina o caos. Un
esfuerzo supone una voluntad, y toda voluntad, un sujeto psíquico o alma. Como
el mundo que esta alma se esfuerza por producir —el todo fraccionado, desunido y
solo vinculado con un lazo puramente exterior— es lo opuesto o el reverso de la
totalidad divina, el alma del mundo es también lo opuesto o el anticipo de la
esencial Sabiduría de Dios. Esta alma del mundo es una criatura y la primera de
todas las criaturas, la materia prima y el verdadero substratum de nuestro
mundo creado.
Como
lo hemos dicho, nada puede subsistir real y objetivamente fuera de Dios; en
consecuencia, el mundo extradivino nada más puede ser que el mundo divino
subjetivamente traspuesto e invertido, es decir, un aspecto falso o
representación ilusoria de la totalidad divina. Pero esta misma existencia
ilusoria exige un sujeto que se coloque en un falso punto de vista y produzca
en sí la imagen desfigurada de la verdad.
Como
este sujeto no puede ser Dios ni su Sabiduría esencial, debe admitirse, como
principio de la creación propiamente dicha, un sujeto distinto, un alma del mundo
(2). En cuanto criatura ésta no existe eternamente en sí misma, pero existe de
toda eternidad en Dios, en estado de potencia pura, como base oculta de la
Sabiduría eterna. Esta Madre posible y futura del mundo extradivino
corresponde, como complemento ideal, al Padre eternamente actual de la
Divinidad.
En su
calidad de potencia pura e indeterminada, el alma del mundo tiene un doble y
variable carácter: la dualidad indefinida (el aoristos dyas); puede querer existir
para sí, fuera de Dios, puede situarse en el falso punto de vista de la
existencia caótica y anárquica, pero también puede anonadarse ante Dios,
vincularse libremente al Verbo divino, reducir toda la creación a la unidad
perfecta e identificarse con la Sabiduría eterna. Pero para lograrlo, el alma
del mundo debe antes existir realmente como distinta de Dios, El Padre eterno
la creó, pues, reteniendo el acto de su omnipotencia que suprimía de toda
eternidad el deseo ciego de la existencia anárquica.
Convertido
en acto, este deseo manifestó al alma la posibilidad del deseo opuesto; y así
el alma misma recibió, como tal, una existencia independiente, caótica en su
actualidad inmediata, pero capaz de transformarse en su contrario.
Después
de haber concebido el caos, después de haberle dado una realidad relativa (para
sí), el alma concibe el deseo de liberarse de la existencia discordante, que se
agita sin razón ni objeto en un tenebroso abismo. Atraída en todo sentido por
fuerzas ciegas que se disputan la existencia exclusiva; desgarrada, fraccionada
y pulverizada en innumerable multitud de átomos, el alma del mundo experimenta
el deseo, vago pero profundo, de la unidad. Con este deseo atrae la acción del
Verbo (lo divino activo o en su manifestación) que se revela a ella en el
principio, en la idea general e indeterminada del universo, del mundo uno e indivisible.
Esta unidad ideal, que se realiza sobre el fondo de la extensión caótica, toma
la forma del espacio indefinido o inmensidad. El todo reproducido, representado
o imaginado por el alma en su estado de división caótica, no puede dejar de ser
todo ni perder su unidad por completo. Y, puesto que sus partes no quieren
completarse y penetrarse en una totalidad positiva y viviente, se ven
obligadas, sin dejar de excluirse mutuamente, a permanecer juntas a pesar de
todo, a coexistir en la unidad formal del espacio indefinido, imagen puramente
exterior y vacua de la totalidad objetiva y substancial de Dios.
Pero
no basta al alma la inmensidad exterior. Ella quiere lograr también la totalidad
interior dé la existencia subjetiva. Esta totalidad, eternamente triunfante en
la trinidad divina, queda impedida, para el alma caótica, por la sucesión
indeterminada de momentos exclusivos e indiferentes denominada tiempo, Este falso
infinito, que encadena al alma, la determina i desear el verdadero, y a este
deseo responde el Verbo divino con la sugestión de otra idea. En su acción
sobre el alma, la trinidad suprema se refleja en el torrente de la duración
indefinida bajo la forma de los tres tiempos. Al querer realizar para sí la
actualidad total, el alma se ve obligada a completar cada momento dado de su
existencia con el recuerdo, más o menos borroso, de un pasado sin comienzo y
con la expectativa, más o menos vaga, de un porvenir sin ñn.
Y,
como base profunda e inmutable de esta relación variable, quedan fijados para
el alma bajo la forma de los tres tiempos, sus tres estados principales, sus
tres posiciones respecto de la Divinidad. El estado de su absorción primitiva
en la unidad del Padre eterno, su subsistencia eterna en El cómo pura potencia o
simple posibilidad, queda definida como pasado del alma. El estado de su
separación de Dios, a causa de la fuerza ciega del deseo caótico, constituye su
Presente.
Y el
retorno a Dios, la reunión con El, viene a ser el objeto de sus aspiraciones y
de sus esfuerzos, su porvenir ideal.
Así
como por cima de la división anárquica de las partes extensas, el Verbo divino
establece para el alma la unidad formal del espacio; como sobre el fondo de la
sucesión caótica de los momentos, El produce la trinidad ideal de los tiempos,
así también, a base de la causalidad mecánica, manifiesta la solidaridad
concreta del todo en la ley de la atracción universal, qu« reúne, mediante una
fuerza interna, las' dispersas fracciones de la realidad católica, para hacer
de ésta un solo cuerpo compacto y sólido, primera materialización del alma del
mundo, primera base de operación para la Sabiduría esencial.
De
esta manera, en el esfuerzo ciego y caótico que impone al alma una existencia
indefinidamente dividida en sus partes, exclusivamente sucesiva en sus momentos
y mecánicamente determinada en sus fenómenos ; en el deseo contrario del alma
misma que aspira a la unidad y a la totalidad, y en la acción del Verbo divino
que responde a este deseo, de la combinada operación de estos tres agentes,
recibe el mundo inferior extradivino su realidad relativa o, según la expresión
bíblica, son echados los fundamentos de la tierra.
Pero
tanto la Biblia como la razón teosófica (3), en la idea de la creación no
separan el mundo inferior del mundo superior, la tierra de los cielos.
Hemos
visto, en efecto, cómo a Sabiduría eterna evocaba las posibilidades de la
existencia irracional y anárquica para oponerles manifestaciones
correspondientes del poder, la verdad y la bondad absolutas.
Estas
reacciones divinas, que no son más que juego en la vida inmanente de Dios, se
fijan y convierten en existencias reales cuando las posibilidades anti divinas
que las provocan dejan de ser puras posibilidades.
Y así,
a la creación del mundo inferior o caótico necesariamente corresponda la creación
del mundo superior o celeste: (Bere hith hara aeolim eth hashamayim v'eth
ha'arets.)
(1) Inmanente
respecto de Dios y trascendente respecto de nosotros.
(2) Esta
teoría del alma del mundo es una reminiscencia platónica, pero genialmente
insertada en la cosmogonía cristiana y librada de todo maniqueísmo, más o menos
implícito, al Sfujetarla a la doctrina de la creación ex-nihilo. (N. del T.)
(3) Debe
advertirse que «teoscfico», en la doctrina de Solovief, corresponde a un
sentido totalmente tradicional sin relación alguna con las absurdas concepciones
(encerradas bajo el nombre de «teosofía», por Ja aventurera Blavaski)
V. EL
MUNDO SUPERIOR. LA LIBERTAD DE LOS PURO ESPÍRITUS.
Será a
necesario desconocer en absoluto el genio de la lengua hebrea, así como el espíritu
general del antiguo Oriente, para creer que aquellas palabras iníciales del
Génesis no ofrecen más que un adverbio indeterminado, como nuestros modernos vocablos:
En el principio, etc. Cuando el hebreo empleaba un sustantivo, lo tomaba en
serio, es decir, pensaba efectivamente en un ser u objeto real designado por el
sustantivo.
Ahora bien:
es indiscutible que el vocablo hebreo re'shith, que se traduce: arche, principium,
es un verdadero substantivo del género femenino. El masculino correspondiente
es rosh, capul, cabeza. Este último término es empleado, en sentido eminente,
por la teología judaica, para designar a Dios, cabeza suprema y absoluta de
todo lo que existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario