Introducción.
EXPOSICIÓN DOGMÁTICA. Las fiestas de la resurrección
se inauguran la noche de Pascua y se prolongan durante cuarenta días. Se
completarán con las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés, coronamiento de
los misterios de Cristo e irradiación de su vida sobre la nuestra por medio de
su Espíritu.
El Tiempo Pascual es el tiempo de la vida nueva.
Primero, la del Salvador, quien ya vive para siempre una vida que no pertenece
a la tierra y de la que participaremos nosotros un día en el cielo.
Luego, la nuestra. Entre Cristo y nosotros hay algo
más que la simple certidumbre de volver a verle; arrancados por él a Satanás,
le pertenecemos como su conquista y participamos de su vida.
La semana de Pascua es la semana de los bautizados.
Ellos han pasado de la muerte a la vida, de las tinieblas de los pecados a la
vida de la gracia en la luz de Cristo. Reunidos en su Iglesia, participan de su
fe y de su oración; ofrecen con ella, en acción de gracias, el sacrificio de
los rescatados y encuentran en la carne sagrada de Cristo el alimento de una
vida fraterna, que les une en la caridad.
Las exigencias morales de la nueva vida se
recordarán a lo largo del Tiempo Pascua. Obedecen al principio, enunciado por
san Pablo, de que, resucitado con Cristo, debe el cristiano elevar sus deseos
hacia el ciclo, despegarse de las satisfacciones terrenas y hallar gusto por
las cosas de lo alto. Obra del Espíritu Santo será acabar de formar en los
bautizados « el hombre nuevo », que dé testimonio de Cristo resucitado por la
santidad de su vida.
PREGÓN PASCUAL
Exulte ya la angélica turba de los cielos; exulten
los divinos ministros, y por la victoria de Rey tan grande, resuene la trompeta
de salvación.
Alégrese también la tierra, radiante de tanta luz, e
iluminada con el esplendor del Rey eterno, sienta haberse ya disipado la
oscuridad que tenía encubierto antes al mundo.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, adornada
con los fulgores de tanta luz; y resuene este recinto con las festivas voces de
los pueblos.
Por lo que vosotros, hermanos carísimos, que asistís
a la maravillosa claridad de tan santa luz, unidos conmigo, invocad la misericordia
del Dios omnipotente, para que, pues se dignó,
no por mis méritos, agregarme al número de los
diáconos, difundiendo la claridad de su luz, pueda cantar las alabanzas de este
cirio.
Por nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, que con él vive
y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios…
Verdaderamente es digno y justo, equitativo y
saludable pregonar con todo el afecto del corazón y con el ministerio de la
voz, al Dios invisible Padre todopoderoso, y a su unigénito Hijo, nuestro Señor
Jesucristo.
El cual pagó por nosotros al Padre eterno la deuda
de Adán, y con su piadosa sangre borró la deuda del primer pecado.
Estas son, pues, las fiestas pascuales, en las que
es inmolado aquel verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los
fieles.
Ésta es la noche en que, en otro tiempo, sacando de
Egipto a los hijos de Israel, nuestros padres, les hiciste pasar el mar Rojo a
pie enjuto.
Esta es la noche que disipó las tinieblas de los
pecados con la luz de una nube.
Ésta es la noche que hoy, por todo el mundo, a los que
creen en Jesucristo, apartados de los vicios del siglo y de las tinieblas del
pecado, los vuelve a la gracia y los asocia con los santos.
Ésta es la noche en que, rotos los vínculos de la muerte,
subió Jesucristo victorioso de los infiernos. Pues de nada nos sirviera el
haber nacido si no nos hubiese redimido.
¡Oh admirable dignación de tu piedad con nosotros! ¡Oh
inestimable dilección de caridad, para redimir al siervo has entregado a! Hijo!
¡Oh ciertamente necesario pecado de Adán, que con la muerte de Cristo fue
borrado! ¡Oh culpa, que mereció tener tal y tan grande redentor!
¡Oh noche verdaderamente feliz, que sola mereció
saber el tiempo y la hora en la que resucitó in qua Cristo de los infiernos.
Ésta es la noche de la que está escrito: y la noche
será tan clara como el día, y la noche resplandecerá para alumbrarme en mis
delicias.
La santidad, pues, de esta noche ahuyenta los
pecados, lava las culpas y devuelve la inocencia a los caídos, y a los tristes
la alegría; destierra los odios, prepara la concordia y doblega el orgullo del
mando.
En esta noche de gracia, recibe, Padre Santo, el
sacrificio vespertino de este incienso, que la sacrosanta Iglesia te ofrece por
manos de sus ministros, en la solemne oblación de este cirio cuya materia
labraron las abejas: Mas ya conocemos las excelencias de esta columna, que en
honra de Dios va a lucir con fuego rutilante.
El cual, aunque dividido en partes, no sufrió
detrimento de su luz; pues se alimenta de líquida cera, que la madre abeja fabricó
para materia de esta preciosa lámpara.
¡Oh noche verdaderamente feliz que despojó a los
egipcios y enriqueció a los hebreos! Noche en que los cielos se unen con la
tierra, lo divino con lo humano.
Te rogamos, pues, Señor, que este cirio consagrado
en honor de tu nombre persevere ardiendo, indeficiente, para disipar las tinieblas
de esta noche; y, recibido en olor de suavidad, se mezcle con las celestiales
lumbreras. El lucero de la mañana lo halle encendido; aquel lucero que no tiene
ocaso; aquél que, volviendo de los infiernos, alumbró sereno al humano linaje.
Te pedimos, por tanto, Señor, que te dignes regir
con asidua protección, gobernar y conservarnos a nosotros, tus siervos, y a
todo el clero y al devotísimo pueblo, en unión de nuestro beatísimo Papa N. y
nuestro obispo N., concediendo quietud de tiempos, en estos gozos pascuales.
Mira también a aquéllos que con potestad nos rigen
y, por don de tu inefable piedad y misericordia, dirige sus pensamientos hacia
la justicia y la paz, para que, después de sus fatigas en la tierra, lleguen a
la patria celestial con todo tu pueblo. Por el mismo Señor nuestro Jesucristo,
tu Hijo: Que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos
los siglos de los siglos.
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