Del mandamiento de amar a Dios
sobre todas las cosas. (CONTINUACIÓN)
Todo
se hace por este celestial amor y todo se refiere a él. Del árbol sagrado de
este mandamiento dependen, como flores suyas, todos los consejos, las
exhortaciones, las inspiraciones y los demás mandamientos, y, como fruto suyo,
la vida eterna; y todo lo que no tiende al amor eterno, tiende a la muerte
eterna. Gran mandamiento aquél, cuya práctica perdura en la vida eterna y que
no es otra cosa que la misma vida eterna.
Pero
considera, Teótimo, cuán amable es esta ley de amor.
¡Si
pudiésemos entender cuán obligados estamos a este soberano Bien, que no sólo
nos permite, sino que nos manda que le amemos! No sé si he de amar más vuestra
infinita belleza, que una tan divina bondad me manda amar, o vuestra divina
bondad, que me manda amar una tan infinita belleza.
Dios,
el día del juicio, imprimirá, de una manera admirable, en los espíritus de los
condenados, el sentimiento, de lo que perderán; porque la divina Majestad les
hará ver claramente la suma belleza de su faz y los tesoros de su bondad; y, a,
la vista de este abismo infinito de delicias, la voluntad, con un esfuerzo
supremo, Querrá lanzarse hacia Él para unirse con Él y gozar de su amor; pero
será en vano, porque, a medida que el claro y bello conocimiento de la divina
hermosura vaya penetrando en los entendimientos de estos infortunados
espíritus, de tal manera la divina justicia irá quitando fuerzas a la voluntad,
que no podrá ésta amar en manera alguna al objeto que el entendimiento le
propondrá y le representará como el más amable; esta visión, que debería
engendrar un tan grande amor en la voluntad, en lugar de esto engendrará en
ella una tristeza infinita; la cual se convertirá en eterna por el recuerdo que
quedará para siempre en estas almas de la soberana belleza perdida; recuerdo
estéril para todo bien y fértil en trabajos, penas, tormentos y desesperación
inmortal. Porque la voluntad sentirá una imposibilidad, o, mejor dicho, una
eterna aversión y repugnancia en amar .a esta tan deseable excelencia. De suerte
que los miserables condenados permanecerán, para siempre, en una rabia
desesperada, al conocer una perfección tan sumamente amable, sin poder poseer
su goce ni su amor; porque, mientras pudieron amarla, no lo quisieron. Se
abrasarán en una sed tanto más violenta, cuanto que el recuerdo de esta fuente
de las aguas de la vida eterna agudizará sus ardores; morirán inmortalmente,
como perros, de un hambre tanto más
vehemente cuanto que su memoria avivará su insaciable crueldad con el recuerdo
del festín del cual habrán sido privados.
No
me atrevería, ciertamente, a asegurar que esta visión de la hermosura de Dios,
que tendrán los malaventurados, a manera de relámpago.
haya
de ser tan clara como la de los bienaventurados; con todo lo será tanto que
verán delante al Hijo del hombre en su majestad, y verán delante al que
traspasaron y, por la visión de esta gloria, conocerán la magnitud de su
pérdida. Si Dios hubiese prohibido al hombre amarle ¡qué pena en las almas
generosas! ¡Qué no harían para obtener este permiso! Cuán deseable es, la
suavidad de este mandamiento, pues si la divina voluntad lo impusiese a los condenados,
en un momento quedarían libres de su gran desdicha, y los bienaventurados no
son bienaventurados, sino por la práctica del mismo! ¡Oh amor celestial, qué
amable eres a nuestras almas!
Que este divino
mandamiento del amor tiende hacia el cielo, pero, con todo, es Impuesto a los
fieles de este mundo.
No
se ha puesto ley al justo 5, porque, adelantándose a ella y sin necesidad de
ser por ella obligado, hace la voluntad de Dios, llevado por el instinto de la
caridad que reina en su alma,
En
el cielo, tendremos un corazón enteramente libre de pasiones, un alma
purificada de distracciones, un espíritu desembarazado de contradicción, unas
fuerzas exentas de repugnancias; por consiguiente, amaremos a Dios con un
perpetuo y Jamás interrumpido amor con el Señor! ¡Qué gozo, cuando constituidos
en aquellos eternos tabernáculos, estarán nuestros espíritus en perpetuo movimiento,
en medio del cual tendrán el reposo tan deseado de su eterno amor!
Bienaventurados,
Señor los que moran en tu
casa; alabarte han
por los siglos de los siglos.
Más
no hemos de pretender este amor, tan sumamente perfecto, en esta vida mortal
pues no tenemos todavía ni el corazón ni el alma, ni el espíritu, ni las
fuerzas de los bienaventurados.
Basta
que amemos con todo el corazón y con todas las tuerzas Que tensamos, Mientras
somos niños pequeños sabemos cómo niños, hablamos como niños amamos como niños;
mas cuando seremos perfectos en el cielo, seremos liberados de nuestra infancia,
y amaremos a Dios con perfección. Con todo, mientras dura la infancia de
nuestra vida mortal, no hemos de dejar de hacer lo que dependa de nosotros,
según nos ha sido mandado, pues no sólo podemos, sino que es facilísimo, como
quiera que todo este mandamiento de amor, y de amor de Dios, que, por ser soberanamente
bueno, es soberanamente amable.
“Cómo estando
ocupado todo el corazón en el amor sagrado; puede, sin embargo, amar a Dios
deferentemente, y amar también muchas cosas por Dios"
El
hombre se entrega todo por el amor, y se entrega tanto cuanto ama; está, pues,
enteramente entregado a Dios, cuando ama enteramente a la divina bondad, y
cuando está de esta manera entregado, nada debe amar que pueda apartar su
corazón de Dios.
En
el paraíso, Dios se dará todo a todos, y no en parte, pues Dios es un todo que
carece de partes; mas, a pesar de esto, se dará diversamente, y las diferentes
maneras de darse serán tantas cuantos sean los bienaventurados, lo cual
ocurrirá así porque, al darse todo a todos y todo a cada uno, no se dará totalmente,
ni a cada uno en particular, ni a todos en general. Nosotros nos daremos a Él
según la medida en que Él dará fe a nosotros, porque le veremos verdaderamente
cara a cara, tal cual es en su belleza, y le amaremos de corazón a corazón, tal
cual es en su bondad; no todos, empero, le verán con igual claridad, ni le
amarán con igual dulzura, sino que cada uno le verá y le amará según el grado
particular de gloria que la divina Providencia le hubiere preparado. Todos
poseeremos igualmente la plenitud de este divino amor, pero, con todo, las plenitudes
serán desiguales en perfección. Si en el cielo, donde estas palabras: Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón serán con tanta excelencia practicadas,
habrá, a pesar de ello, grandes diferencias en el amor, no es de maravillar que
haya también muchas en esta vida mortal.
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