Mons. Orozco y Jiménez uno de los Obispos defensores de los cristeros (Hoy beato)
El siete de abril
ordenó el Ilmo. Sr. Obispo suspender el culto público, actitud que poco
después sería adoptada por el Comité Episcopal.
A medida que se acercaba el día en el cual debía
celebrarse el 816 último acto de culto público, crecía el fervor del pueblo
que, llorando, cantando y rezando, llenaba no sólo el recinto de la Catedral y
de todos los templos, sino los atrios y las calles adyacentes. Los cánticos
ponían de manifiesto el sentido que el pueblo daba a la epopeya que se
iniciaba:
"Tú
reinarás, este es el grito
que
ardiente exhala nuestra fe.
Tú
reinaras, oh Rey bendito,
pues
tu dijiste: reinaré.
¡Reine
Jesús por siempre,
reine
su corazón,
en
nuestra Patria, en nuestro suelo,
que es
de María la nación!"
"Llegó
la Comunión. Un Sacerdote bajó la Santa Hostia de la Custodia, pues era
necesario consumir la Santa Eucaristía. Luego las lámparas fueron apagadas.
Entonces, sí, no hubo manera de contener las lágrimas. La multitud lloraba con
gran dolor. Yo vi rendirse en el pavimento, en medio de la consternación
general, las banderas de la A. C. J. M. Y demás agrupaciones católicas en los
más solemnes instantes: era la protesta muda, pero elocuentísima, nacida como
de inspiración en aquellos momentos de fidelidad a Cristo y de que por El se iría
aun a la muerte. Yo vi los ojos de aquellos muchachos los futuros mártires de
Cristo Rey, preñadas de lágrimas que en silencio corrían una tras otra como
gruesas perlas sobre sus viriles rostros.
"Los
sentimientos del alma cada de uno de los fieles de aquella multitud los
expresaba a voz en cuello: unos lloraban en voz alta. Otros impetraban
misericordia y perdón. Se lamentaba la ausencia de Jesús. Se lamentaba la
suerte futura: ¿Qué haremos si ti, Jesús? ¿ Qué harán nuestros hijos? ¡Ven,
Señor, ven, ten compasión de este pueblo que es tuyo! ¡Tú eres el Rey! ¡Tú el
triunfador! ¡Ven y triunfa! ¡Vence a tus enemigos! ¡Ven, Señor, y no te tardes!
"Y desde aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel "Y desde
aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel quedó huérfano. El
templo sin sus sacerdotes, el altar con sus lámparas apagadas, mudos los
campanarios y el Sagrario desnudo y abierto.
"Cuadros semejantes hubo esa mañana del
Miércoles de Pascua en todas las parroquias y lugares del Estado. En algunas
partes hubo circunstancias singulares. En Comala, municipio al norte de la
ciudad de Calima, después de consumido ya el Divino Sacramento el pueblo
permaneció en el templo para resguardarlo de las manos eacrilegas. Un grupo de
mujeres de mala vida aparece entonces en escena: lloraban a voz en cuello y a
gritos confesaban su vida de deshonor y miseria. Somos mujeres malas, decían,
pero amamos a Cristo y daremos por El nuestra vida y El nos perdonará.
Sólo muriendo nosotras, podrán los enemigos
apoderarse del Templo. Y se apostaron en sus puertas, en defensa del templo y
del altar: Era Magdalena, la amante Magdalena que bañada en lágrimas, supo
estar al pie de la Cruz.
"La ciudad manifestó, con fe intrépida su dolor
y su duelo. De los marcos de las puertas en todo Calima -menos en los hogares
de los empleados de Gobierno y los masones-, colgaban moños negros y las
puertas estaban entrecerradas. Callaron las músicas y los cantares del pueblo,
y principió, con unanimidad preciosa, una vida de piedad, recogimiento, oración
y penitencia, como si se tratase de un largo y piadoso viernes Santo de las
épocas de más fe de los siglos ya pasados.
"Todos los católicos seguían haciendo
penitencia. Una inmensa mayoría ayunaba diariamente y suprimía el uso de la
carne, en vigilia no interrumpida. Aun los niños ayunaban y, en el Santuario
del Sagrado Corazón de Jesús, con los bracitos en cruz y coronas de espinas en
sus cabecitas, llevados por la Madre Rosa, religiosa Adoratriz, cantaban
diariamente el Salmo Miserere que la Iglesia usa en sus días de dolor para
impetrar el perdón de Dios.
"En los templos solitarios, sin Eucaristía y
sin Sacerdote, en torno de la Cruz se reunía diariamente el pueblo a gemir su
orfandad y entonar cánticos de penitencia. El pavimento quedaba, día a día,
regado con las lágrimas de los fieles. Se veían llegar grandes grupos de madres
de familia que cotidianamente recitaban el Santo Vía Crucis. ¡Cómo lloraban a
lágrima viva y cómo gemían en alta voz la ausencia de su Dios, la suerte propia
y la de sus hijos!
"También en los pueblos perseveró el entusiasmo
por defender su fe Perseguida...
"Muchas veces quisieron los servidores del
tirano llevarse preso al Párroco de San Jerónimo don Ignacio Ramos. El pueblo
nunca lo permitió.
Siempre los pueblos estaban alerta: una o dos
campanadas de contraseña significaban que había peligro, que algo malo ocurría
y todos dejaban sus trabajos, las casas se cerraban y se corría a la defensa de
su Sacerdote.
"En cierta ocasión un grueso piquete de
soldados se presentó a las puertas de la casa parroquial en busca del Párroco.
El pueblo en masa se amotinó al momento, aun niños de cuatro años llevaban sus
sombreros llenos de piedras para luchar contra los perseguidores en caso de que
quisieran llevarse a su Pastor. El capitán, jefe de la escolta, optó entonces
por la paz y regresó a la Capital del Estado sin atreverse a ejecutar la
comisión que llevaba.
"En otra ocasión, por esta su misma actitud
gallarda, fueron a dar a la cárcel muchas señoritas de las principales familias
de allí. En la prisión no hicieron otra cosa que cantar y rezar. Ya cantaban
sus canciones populares del boicot, ya alabanzas, ya rezaban todas unidas y en
voz alta el santo Rosario con la letanía cantada, o lanzaban el intrépido grito
de i Viva Cristo Rey!. Los enemigos ardían de rabia que desahogaban con
insultos y palabras tabernarias. Ellas perseveraban en su misma actitud."
En San Luis Potosí se redujo a diez el número de
sacerdotes para la Capital, y a uno o dos para las parroquias de los
municipios, con inscripción obligatoria. El Obispo decretó la suspensión del
culto público, y la policía cerró siete templos de la Capital. Entonces el
Obispo ordenó retirar el Santísimo Sacramento y cerrar todos los demás. El
pueblo se amotinó en apoyo de su prelado y en contra de la tiranía. Saturnino
Cedillo, cacique de San Luis Potosí, amenazó al Obispo con hacer ametrallar a
la multitud si no se dispersaba y se reanudaba el culto público. Lejos de
dispersarse, la multitud crecía y la tropa cargó contra ella entablándose un
sangriento combate. La ciudad se declaró en estado de sitio y el Ejército
patrullaba las calles.
El Obispo y el cacique negociaron y se llegó a un
acuerdo para reanudar el culto público, acuerdo que pronto después se incumplió
y continuó la persecución.
En Michoacán se produjo una situación semejante.
Limitación arbitraria del número de sacerdotes e inscripción obligatoria. El
Arzobispo ordenó la suspensión del culto público. Las manifestaciones y motines
de protesta del pueblo fueron aplastados por la fuerza con resultado de muertos
y heridos. También se llegó a un acuerdo con los caciques locales y se reanudó
el culto público.
Por la rápida y valiente respuesta del pueblo que no
vacilaba en enfrentarse bravamente a las fuerzas armadas, los caciques locales
de San Luis Potosí, Michoacán y otros lugares, se habían visto obligados a
ceder parcial y temporalmente. Pero continuaba el acoso general contra la
Iglesia, y el pueblo comenzaba a desempeñar el principal papel en la escena. Esos acuerdos locales y parciales, acomodos de circunstancias
que sin derogar las leyes dejaban en pie la permanente amenaza, resultaron
perjudiciales, porque abrieron un 819 boquete o brecha en el frente común,
impidiendo o debilitando la acción conjunta, firme y decidida.
El 1 21 de abril de 1926 suscribió el Comité
Episcopal la siguiente Carta Pastoral Colectiva. "Mas volvamos los ojos a
la condición legal y al estado presente de la Iglesia Católica en Méjico, y
veremos cómo las condiciones actuales son ya insostenibles, y con cuánta razón
hemos creído que ha llegado el momento de decir: ¡Non possumus, No podemos! ...
Debemos declarar que la reforma de la Constitución es urgente e inaplazable.
"Desgraciadamente, a pesar de nuestra actitud
conciliadora y de la conducta paciente hasta el heroísmo de nuestro clero y de
nuestro pueblo, la persecución religiosa, en vez de calmarse, se ha exacerbado.
Las declaraciones públicas y los hechos recientes hacen ver que esa
Constitución, quiere aplicarse, extremarse, y aun deformarse en contra nuestra,
y que a nuestra paciencia se quiere responder con un ataque sistemático, con
cariz de legal y definitivo.
"En esas circunstancias, puesto que a los
católicos mejicanos, quiere imponérsenos con toda urgencia y definitivamente
una Constitución contraria a nuestros deberes más sagrados de conciencia y a
nuestros derechos más indiscutibles, es lógico inferir que es nuestro deber y
nuestro derecho procurar sin dilación alguna, y por todos los medios lícitos,
que esa Constitución sea reformada para satisfacer las legitimas aspiraciones
del pueblo que desea gozar de plena libertad. Esta conducta no es rebelión
porque la misma Constitución establece su reformabilidad y abre el camino para
sus reformas, y porque es un justo acatamiento a mandatos superiores a toda ley
humana y justa defensa de legítimos derechos.
"En todos tiempos, y mayormente al
presente, la Iglesia toma posiciones definidas y evita extremos. Contemporiza
por amor a la paz en conflictos de menor cuantía. No busca la lucha, pero si se
la obliga, o a renunciar a su libertad y desaparecer de hecho, o a defenderse
legal pero virilmente. Jamás traiciona su causa, que es la de Dios y la de la
Patria."
Aunque en este documento firmado por todos los
Prelados que declaraba rotundamente "que la
reforma de la Constitución era urgente e inaplazable", como
"contraria a nuestros deberes más sagrados de conciencia y a nuestros
derechos más indiscutibles", la actitud que entonces observaron
respecto a la reglamentación del culto y determinación del número de sacerdotes
fue diversa: una minoría estaba dispuesta a acatar la ley advirtiendo que se
sometía obligada por la fuerza. Algunos se acogían a ciertos acomodos,
expedientes, arbitrios o pretextos para soslayar la dificultad. Otros se
proponían permanecer en sus puestos haciendo caso omiso de la misma, afrontando
las consecuencias hasta el martirio. Otros, por último, considerando diversos
factores, se inclinaban a la suspensión del culto público que requiriese la
intervención del sacerdote.
El dos de julio se publicaron las ya aprobadas leyes
reglamentarias de los Artículos 3° y 130 de la Constitución, las cuales debían
entrar en vigor el día 31 del mismo mes.
Si se acataban dichas leyes para evitar las
sanciones del Código Penal, la Iglesia quedaba sometida al Estado, y por tanto,
independiente de Roma. Se convertía en una Iglesia cismática. Si no las acataba
se extremarían las medidas de rigor, brutales, para someterla o destruirla. El
dilema era pues claro: era necesario optar por la claudicación o por la
persecución. La Iglesia Católica de Méjico optó heroicamente por lo último, con
todas sus consecuencias.
El egregio Obispo de Huejutla, entre otras cosas,
decía en su segunda Carta Pastoral:
"Nadie que conozca un poco de la Filosofía de la Historia podrá
extrañarse de los últimos acontecimientos del sectarismo mejicano en contra de
la Iglesia Católica. El alevoso ataque al templo de La Soledad en plena capital
de la república, el apoyo decisivo del elemento oficial a los iniciadores del
cisma, la persecución en masa de católicos indefensos, sólo porque vitorean al
Papa y traducen con ardor sus sentimientos religiosos, la exclaustración de
tantas inocentes religiosas sólo por el crimen de serlo, la clausura de tantos
seminarios, escuelas, casas de beneficencia y demás instituciones católicas
sólo porque allí se adora y se ama a Jesucristo, la injusta detención de sacerdotes
del culto católico, los conatos por reducir el número de los sacerdotes
mejicanos de varios Obispados del país y por implantar a toda costa ya todo
trance las leyes inicuas de la Constitución, no vienen a ser otra cosa que las
legítimas e irrefragables consecuencias de las impías e insanas doctrinas
sembradas en su oportunidad ...
"Creemos y firmísimamente sostenemos que la Iglesia es una
sociedad perfecta por todos conceptos, independientemente de la sociedad civil
y superior a ella; bien que confesamos que la sociedad temporal es una sociedad
perfecta en su género e independiente de la sociedad espiritual.
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