Desde
el inicio de este blog nos hemos propuesto subir artículos de LOS CRISTEROS
desde varios puntos de vista con el propósito de informar lo más ampliamente posible
los horizontes de vuestras mentes sobre este acontecimiento mundial, de esta
guerra que fue cien por ciento católica y en defensa de la FE. En nuestros artículos
han pasado martirios realmente heroicos que son dignos de admiración, los
escritos del Lic. Anacleto González Flores, con muy buenos datos sobre el tema
y la biografía de Luis Rivero del Val en donde profundizamos en sus andanzas
como soldado cristero. Pero no hemos tenido una mirada general del hecho en sí
mismo solo pincelazos que, si bien nos dan una idea clara, no completan en si
mismos el tapiz o la obra maestra que solo fue posible gracias a la intervención
divina, Mirar la guerra desde el punto de vista histórico nos es importante,
pero a que historiador acudiremos? Cuando curse la primaria en los libros
oficiales del gobierno esta heroica epopeya es callada como que si nunca
hubiera existido, simplemente la han borrado. Encontrar un historiador serio
que no calle como el gobierno esta verdad histórica es una tarea difícil pero
no imposible para ello nos encontramos con tres historiadores que, a mi punto
de vista, sin temer a las represalias del gobierno se han aventurado a escribir
la otra verdad que el gobierno callo canallamente, estos son: Alvear Acevedo y
su historia de México, libro que lleve como texto en la secundaria y, cuyo
autor termino en el exilio; Pedro Ruiz Sánchez quien también termino en el
exilio y José Vasconcelos quien vivió en tiempos de esta guerra cristera y en
su libro “La verdadera historia de México nos narra con crudeza los hechos de
la guerra cristera, pero no será en el en quien nos basaremos sino en el
segundo de estos tres que, por otro lado, no lo había conocido y tuve la suerte
de hablar con él en su exilio en España, ojala sea de vuestro agrado. Arturo
Vargas Meza Pbro.
Capítulo 14. LOS CRISTEROS
En
estos tempos en los cuales, a fuerza de sólo pensar en términos de mal menor y
de bien posible, rehúye el hombre el combate por un ideal y tiende a la
conciliación y a la coexistencia pacífica de la verdad con el error y del bien
con el mal. Cuando olvidado el sentido cristiano de la vida, como época de
lucha, de prueba y de expiación, únicamente se preocupa por los intereses de
orden temporal y terreno.
Cuando
en fin, rechazado el reino social de Nuestro Señor Jesucristo se juzga
inevitable la victoria absoluta de la Revolución, es no sólo justo y debido,
sino sumamente provechoso, recordar y exaltar a unos hombres que, por llevar el
Santo Nombre de Cristo en el corazón y en los labios, sus mismos enemigos
dieron el nombre de "Cristeros" .
Renunciando
esos hombres a la vida y a todo interés temporal y terreno, sin más recursos
que su Fe y su valor, gallardamente aceptaron el reto de la Revolución
universal y se lanzaron al combate proclamando la Realeza de Cristo. Y al grito
de ¡Viva Cristo Rey! luchaban. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! morían.
Esta heroica cruzada y verdadera epopeya, una de las
más gloriosas de todos los tiempos, y sin duda, la más pura y gloriosa del siglo
XX, no fue prevista ni preparada por la jerarquía católica o la clase dirigente
en general. Surgió espontáneamente de la entraña misma del pueblo mejicano. No
fue una guerra de campesinos, sino la guerra de todo un pueblo de sincera y
profunda raigambre católica, cuyo modo de ser y de sentir se manifestó en todo
el esplendor de su pureza y de su vigor.
Cristeros eran, animados por el mismo espíritu, no
sólo quienes combatían en el campo con las armas en la mano, sino todos aquellos,
de diferentes edades, sexo y condiciones sociales, que, arrostrando todos los
peligros, la muerte, la prisión, el ultraje, el despojo, el destierro y los más
grandes sufrimientos y penalidades en ciudades, pueblos y aldeas, y en las más
diversas formas, se oponían a la Revolución y proveían a los combatientes de
elementos para vivir y combatir.
"Hemos hecho una lista, muy breve y que está lejos de ser
exhaustiva, de los mártires civiles y de los soldados que no murieron en el
combate, sino en las torturas o ante el pelotón de ejecución y que sucumbieron
ante testigos. Se recordarán los numerosos testigos oscuros caídos en secreto y
que sería preciso también tener en cuenta las repulsas oscuras, cotidianas, que
proclaman la fidelidad, a veces peligrosamente: culto clandestino, protección
de un sacerdote, guardia del Santísimo Sacramento, conservación de imágenes y
de reliquias, uso de insignias prohibidas, grito de 'Viva Cristo Rey',
gestiones ante las autoridades pare evitar una ejecución, obtener el cuerpo de
la víctima, velarlo y enterrarlo.
"El gobierno llamó
magníficamente a los rebeldes cristeros, colocando a
Cristo en el centro de la
insurrección, dándole su sentido y significación. La persecución del sacerdote, reverenciado, amado
como dispensador de los sacramentos, realizador de la venida de Cristo y en el
pan y el vino, se sintió como guerra demoníaca contra el mismo Cristo. El
perseguidor es, por lo tanto, el Diablo. El diagnóstico gubernamental llega al
tanda de las cosas y da su verdadera dimensión al problema, tendiendo a probar
que el cristianismo mejicano, lejos de estar deformado o ser superficial, esta
sólida y exactamente fundamentado en Cristo, es mariológico a causa de Cristo,
y sacramental por consiguiente, orientado hacia la salvación, la vida eterna y
el Reino.
"Esta guerra era la guerra de ellos, a de un pueblo de Macabeos
con sus dirigentes, su Estado y su ejército.
"He hablado de Macabeos, pero David es su referencia bíblica. Hablan
la lengua franciscana del siglo XVI, la de San Agustín, la del texto inspirado...
Cristo da su nombre a su guerra; el ejército que los ahorca, los quema y los
desuella los llama Cristos Reyes, los de la coronación de espinas...
Representan una cima de santidad, como lo atestigua la belleza, la riqueza de
su lenguaje de sus conceptos. Su cristianismo es autentico a pesar de todo lo
que se ha dicho, de todo lo que sigue diciéndose, en 1974 por los clérigos
sobre la idolatría de un catolicismo mejicano que, según ellos, no sería otra
cosa que una parodia burdamente material de la religión romana.
"Un diplomático escribe estas líneas cuando el pueblo ha
comenzado ya a derramar su sangre por el advenimiento del Reino...
"En general, la motivación es religiosa. Los testimonios
particulares ilustran esta afirmación.
"El motivo indiscutible de porqué nos rebelamos fue que quedamos inconformes
con los artículos persecutorios... Es enteramente falso que el clero nos haya
empujado a las armas. Desde que se
declaró la persecución eso fue mi pensamiento. Levantarme en armas. Aunque por
ninguna parte se movía nada de defensa armada". Como dice Jerónimo
Gutiérrez de sobra había por qué pelear.
Estoy decidido a levantarme en armas en contra de este mal gobierno para
defender los derechos de Dios y de la Iglesia. Será la última vez que nos
veamos. Yo soy vasallo de Cristo Rey y nadie me puede detener. Porque he jurado
luchar por Él hasta la muerte.
"Los cánticos y el Rosario acompañaban todos
los instantes de la vida, en la marcha o en el campamento. Los cristeros oraban
y cantaban a altas horas de la noche, rezando colectivamente el Rosario, de
rodillas, y cantando las laudes a la Virgen o a Cristo, entre las decenas. Aurelio Acevedo contaba que la única vez que su
tropa fue sorprendida por la federación, por haber confiado en el otro grupo
cristero, en lugar de disponer sus propios centinelas, expuso su sospecha de
que no habían rezado el Rosario, y como uno de los soldados protestará, Acevedo
le replicó: Con razón no pereció ninguno, todos salieron; pero lo cierto es que
si no hubieran rezado el Rosario en lugar de perder las monturas hubieran
perdido la vida. Sí, mi coronel -respondiá Margarito-, pero eso no nos sucede.
Si nos matan es porque Cristo Rey ya nos quiere llevar con Él, pero no porque
dejemos de rezar el Rosario. Eso no, mí coronel".
"La religión impregnaba toda la vida del pueblo y de los
combatientes, que pedían la bendición antes de partir para la guerra, a los que
sus jefes invitaban, antes de entablar el combate, a la verdadera contrición,
que no se separaban de sus escapularios que combatían cantando salmos y gritando
'¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!' "No podía ser de otro modo en aquel ejército
consagrado por sus jefes a Cristo Rey. El apodo federal: los Cristos Reyes, los
cristeros, con que quedaron bautizados para la posteridad, subraya lo esencial:
el Cristo vivido en la Trinidad, accesible en sus sacramentos. Méjico fue el
primero que celebró el Cristo Rey: en 1914, en
estos momentos de suprema angustia nacional los obispos mejicanos pidieron a
Roma que se proclamara el reinado de Cristo sobre el país, y el 11 de enero las
multitudes católicas gritaron por primera vez: ¡Viva Cristo Rey! Antes de que
hicieran a petición los prelados mejicanos, ningún Estado con excepción de la
Florencia de Savonarola, había sido colocado bajo tal protección. Pío Xl
instauró en 1925 la fiesta de Cristo Rey, para responder a la corriente
precipitada por Méjico, y que, en el caso que nos interesa, debe tomarse estrictamente
en el sentido escatológico: que venga tu Reino.
"La historia de la propagación a la devoción a Cristo Rey no se
ha hecho aun, pero puede afirmarse que fue muy rápida mezclándose al culto del
Sagrado Corazón antes de suplantarlo. El lugar de la Virgen de Guadalupe corresponde a la devoción profunda
que el pueblo mejicano le ha profesado siempre. Pero si bien ella estuvo
siempre mezclada a su vida y a su
historia, jamás Cristo, sobre todo bajo la forma de Rey de Reyes, había
adquirido tal importancia en la vida y la muerte de los mejicanos. "
El Episcopado participaba de la tendencia en boga en
los altos medios eclesiásticos de conciliación con la Revolución, imponiendo a
los pueblos la obligación moral de tratar de
reconciliarse y aceptar lo que llamaban "autoridades constituidas" o
establecidas. No obstante que tenían su origen en revoluciones
fraguadas por la secta masónica, a cuyos fines servían, y en las hordas que
habían asolado, y continuaban asolando al país, consideraban que su existencia
estaba ligada al bien común, aun cuando sus graves y obstinados ataques a los derechos
más sagrados y a los esenciales de la sociedad y de la persona humana, eran
absolutamente opuestos a dicho bien común y el mal mayor consistía en la consolidación
de las mismas, y de los principios que encarnaban.
La clase dirigente en general, era la que se había
formado en la época de la ignominiosa u oprobios a tiranía de Porfirio Díaz y
de la transición de Francisco I. Madero, en un ambiente muy influenciado por el
catolicismo liberal y la democracia. Carecía de claras ideas y objetivos de
orden político. A raíz del establecimiento de la República Federal Laica, la
clase dirigente se mantenía en la idea del rechazo absoluto de la Constitución
de 1857 y de las Leyes de Reforma, como intrínsecamente perversas, sosteniendo
que debían ser derogadas. Durante el porfirismo y maderismo se cambió hacia la práctica
aceptación de las mismas. No existía verdadera aristocracia, y los ricos, preocupados
por sus propios intereses y negocios, tenían pocas ideas religiosas,
patrióticas o políticas.
Por todo ello y sólo con algunas brillantes y
heroicas excepciones que surgieron en el curso del conflicto religioso,
faltaban relevantes personalidades eclesiásticas, militares o civiles. Se
estaba en franca decadencia. Sólo iban a destacarse y a brillar la Fe, el buen sentido,
y la generosidad y heroísmo del pueblo en general.
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