30 de enero
Santa Martina,
virgen y mártir.
(†230?)
(†230?)
Nació
esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres
veces a la dignidad de cónsul. Informada desde su niñez en las sagradas letras
y en las costumbres cristianas, en el imperio de Alejandro Severo fue delatada
ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana
había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de
cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo. Respondió ella: Llevadme
al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio
que tanto veneráis. Condujéronla, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo
divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, muestra
que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego. Y en diciendo estas
palabras, sintióse un espantoso terremoto que llenó a todos de horror,
desplomóse una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo. Pero
los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el
suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a
los más atroces suplicios. Azotáronla primero con palos nudosos, rasgaron su
rostro con uñas de hierro; y entonces fue cuando la vieron cercada de un resplandor
celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales echándose a sus pies,
confesaron en alta voz que también eran cristianos. El fiero presidente ordenó
que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo
de Diana: mas lo mismo fue entrar en el templo, que salir de él con espantoso
ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta
reducida a polvo. Mandó el juez raer la cabeza de santa Martina, diciendo que
tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al
anfiteatro, soltáronle un león muy grande, para que la despedazase y la
devorase: pero en viéndola el terrible león, comenzó a bramar, sin querer
arrojarse sobre 1ª santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y
comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño.
Entonces levantó su voz santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus
obras! Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la
crueldad de las fieras? Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar
al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador,
y lo despedazó. Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a
la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que rugiendo de coraje, al
ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle
la cabeza.
Reflexión:
El
martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios. Milagro fue el
sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar
el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana,
milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro
el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio.
Así glorificaba el Señor el martirio de los santos. No es maravilla, pues, que la
sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos
es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada
con tanta sangre y con tantos prodigios.
Oración:
Oh
Dios, que entre las maravillas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo
frágil en los tormentos del martirio, concédenos benignamente la gracia da que
honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y
mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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