III
Lucha contra el hombre
«Pisarás sobre el áspid y la víbora,
hollarás el leoncillo y el dragón»
(Sal 91,13)
«Pisarás sobre el áspid y la víbora,
hollarás el leoncillo y el dragón»
(Sal 91,13)
[El
Satanismo contra el hombre]
Para combatir a
Jesucristo, el Satanismo combate también al hombre, hermano de Jesucristo y tiene
odio a esta humanidad que ocupó el lugar por él ambicionado en la unión
hipostática con el Verbo eterno. Proponiéndome yo tratar en este opúsculo de la
guerra que el Satanismo hace a la Santísima Eucaristía, esto es al Verbo
encarnado Sacramentado, que vive y reina en medio de nosotros mientras vive y
reina en el cielo, no parecería del caso notar la guerra que el Satanismo hace
al hombre; pero, dado que es mi intención hacer una inducción como «de lo
conocido a lo desconocido», es decir, de la guerra que hace al hombre, deducir
la guerra que hace a Jesús Sacramentado, séame permitido describir, a grandes rasgos,
esta guerra que hace el Satanismo contra el hombre. No hablaré de las
tentaciones y los engaños; expondré solamente algunos hechos. Ciertamente el
inconmensurable poder que Dios, en sus inescrutables designios, deja que los demonios
ejerzan en este mundo, es y será siempre para nosotros un misterio. Teniendo
ellos siempre la inteligencia, voluntad y poder que tuvieron en su creación y
que no podía serles quitada sin destruirlos, bien los define san Pablo
llamándolos «potestades de las tinieblas». Sin embargo el Creador, cuya
sabiduría había unido la felicidad espiritual de los ángeles a un esfuerzo
meritorio, ¿estaba obligado a crear al hombre impecable o a coronarlo sin
combate? Pero tenemos también los ángeles buenos, más poderosos que los ángeles
rebeldes, que nos custodian y defienden. Dice santo Tomás: «La
providencia divina conduce al hombre a su fin de dos maneras. Directamente,
llevándolo al bien o alejándolo del mal, lo que se hace por el ministerio de
los ángeles buenos. Indirectamente, ejercitándolo a la lucha,
contrariándolo en el querer hacer el bien. Convenía que esta segunda manera de
procurar el bien del hombre se confiase a los ángeles malos, para que ellos, después
del pecado, no fueran del todo inútiles al orden del universo. De aquí deriva que
hay para ellos dos lugares de tormento: uno por razón de su culpa, y es el
infierno; otro por razón del ejercicio que deben procurar al hombre, y es la
tenebrosa atmósfera que los circunda. Ahora bien, el procurar la salud del
hombre debe durar hasta el día del juicio. Por eso durará hasta ese entonces el
ministerio de los ángeles buenos y la tentación de los malos. Así los ángeles
buenos seguirán siéndonos enviados hasta el último día del mundo y los malos
seguirán habitando las regiones inferiores del aire». Además, hay algunos de
ellos que permanecen en el infierno para atormentar a los que allí fueron
arrojados; como también una parte de los ángeles buenos permanecen en el Cielo
con las almas de los Santos. Pero después del juicio, todos los malos, tanto hombres como ángeles, estarán
en el infierno, y todos los buenos en el Cielo. ¿En qué consiste esta guerra
del Satanismo contra el hombre? En arruinarlo tanto en el alma como en el
cuerpo; destruirlo, si pudiera, es decir, destruir la especie humana.
[Paganismo
y satanismo]
Saben mis hermanos
sacerdotes que el paganismo en sus mil formas de divinidades no fue otra cosa
que el Satanismo destructor del alma y cuerpo de los hombres. Mucho más
extendido antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, también hoy en día el
paganismo abarca las dos terceras partes de la humanidad. Y con el culto que
pretende lo arruina en el alma y en el cuerpo. Satanás, mona de Dios,
quiere ser adorado; y lo es. Y, así como en el antiguo Testamento Dios dictó a
Moisés las más precisas disposiciones para las cosas del culto, y continúa
siendo ley sagrada en la Iglesia todo lo que se refiere al culto católico, no solamente
con relación a la materia y forma de los sacramentos, sino también en lo que
respecta a los hábitos de los Sacerdotes, la materia de los vasos sagrados, el
uso del incienso, etc., así también Satanás prescribió y prescribe todos los
detalles de su culto. Así las fórmulas sagradas del Paganismo, sus ritos
misteriosos, sus prácticas ya vergonzosas, ya crueles o ridículas, la
distinción entre los días favorables y los nefastos, lo mismo que la forma extravagante,
espantosa y lasciva de sus ídolos, no deben ser atribuidos a malicia natural
del hombre, a los caprichos de los sacerdotes paganos o a la imaginación e
incapacidad de los artistas: todo viene de sus dioses: (ángeles rebeldes) «y
todos sus dioses son demonios» que, mientras se hacían adorar, rebajaban al
hombre haciéndole adorar imágenes horrendas y despreciables. Pero, si en los distintos
lugares y tiempos el Satanismo prescribió diversos ritos, en una cosa fue
siempre y en todas partes uniforme; y esto muestra el odio que tiene contra el
hombre.
[Homicida]
Siempre y en todas partes
Satanás, en odio al Verbo Encarnado, quiso que le fuera sacrificado el hombre y
tanto mejor la virgencita o el niño, como seres más inocentes. ¡Con cuánta
razón, pues, San Juan en el S. Evangelio lo llama «homicida desde el
principio» (Jn 8,44)! Caín fue su primer ejecutor y Abel su primera
víctima. Comenzó Satanás por inducir a Caín al desprecio de Dios con el ofrecimiento
de dones mezquinos y después lo indujo a matar a su hermano. Fue el Satanismo
quien mató a los profetas y justos del antiguo Testamento, imágenes proféticas
del Verbo Encarnado. En ellos es él quien persigue, tortura, mata. Homicida de
los Apóstoles y de millones de mártires, continuación viviente del Verbo Encarnado.
En ellos todavía es él, siempre él, el que insulta, ultraja, flagela, destroza,
mutila, quema, mata y matará hasta el fin de los siglos. No hay muerte de la
cual no sea él el inspirador. Los envenenamientos, los asesinatos, las guerras,
los combates de gladiadores, los sacrificios humanos, la antropofagia, vienen
de él. Homicida especialmente del niño, imagen más perfecta y más amada por el
Verbo. Se cuentan por millares los pequeños que Satanás ha hecho inmolar a su
odio, en todos los pueblos de Oriente y Occidente y que continúa haciendo
inmolar.
[Suicidio]
Homicida, no sólo
impulsando al hombre a matar a su semejante, sino también excitándolo a matarse
sí mismo. El suicidio es obra suya, y algunas veces él mismo ayuda a apretar el
gatillo del arma homicida o tira de la cuerda del que quiere ahorcarse. He aquí un testimonio de
monseñor Verolle, Obispo de Manchuria: «Cuántos hechos tendría yo para contarles,
para demostrarles más, si pudiera dudarse, el poder de Satanás sobre los
infieles. Entre mil, vaya uno que es común en China, como también en Su-Tehuen
y aquí en Manchuria y que es atestiguado por millares de testimonios. Cuando por
cualquier pelea con su suegra o con su marido, por golpes recibidos o palabras
ofensivas, le da a una mujer ganas de ahorcarse -y el caso es frecuente en este Imperio-, muchas veces no es necesario recurrir a la suspensión.
La pobre desgraciada se sienta sobre una silla o sobre su Kango (especie de
banqueta), se envuelve al cuello la cuerda fatal y aquel que fue homicida desde
el principio se encarga de lo demás... y ajusta el nudo». De dónde viene en el seno mismo del Cristianismo la funesta tendencia, y
siempre más general, que impulsa a tantos millones de hombres al suicidio? No
pudiendo ser tal tendencia del Espíritu Santo, es ciertamente siempre del
eterno homicida.
[Lucha contra la vida
del hombre]
Tal es la guerra
encarnizada, despiadada, que Satanás hace al Verbo Encarnado, y que le merece
el nombre de «homicida». Y, como el Satanismo suspira por perder a todas las
almas, así, si Dios se lo permitiera, haría una horrenda matanza de todas las
vidas humanas. El odio de Satanás llega hasta la destrucción del ser odiado, es
decir, del hombre, como hermano de Jesucristo. Y el sacrificio humano en los tiempos
del paganismo dio la vuelta al mundo, y todavía hoy se usa donde este espíritu
de las tinieblas tiene sus Pagodas, o sea, en dos tercios del orbe terráqueo. Y
notemos bien que los sacrificios humanos han existido en todas partes durante
dos mil años; que han sido practicados en gran escala; que en los juegos del
anfiteatro comparecían en un sólo día centenares de víctimas; que bajo los
Césares estos juegos o fiestas religiosas, se repetían muchas veces por semana;
que había anfiteatros en todas las ciudades importantes del Imperio Romano; que
el sacrificio humano tenía lugar también más allá de sus fronteras; que los
Hebreos mismos, cuando abandonaban a Yahvé, caían en el culto de Moloch y le sacrificaban
sus hijos e hijas; que en América ha superado todas las proporciones conocidas.
Finalmente, que la misma carnicería continúa también hoy en todos los lugares
que han quedado bajo la entera dominación del príncipe de las tinieblas. ¿Quién
no ha leído las terribles carnicerías practicadas en México, que indujeron a
Hernán Cortés a conquistarlo? Cuentan los historiadores indígenas –no acusables
ciertamente de ignorancia o parcialidad-, que en el año 1447, tres o cuatro
años antes de la conquista, para la consagración del «Teócali», o sea, «Templo
del dios de la guerra», el rey Ahuilzott hizo degollar ochenta mil víctimas
humanas. Durante cuatro días el rey y los sacerdotes, con el rostro teñido de
negro y las manos de rojo (imágenes vivientes del demonio), no hicieron otra cosa
que abrir con cuchillos los pechos y arrancar los corazones. Ateniéndonos a las
memorias contemporáneas, la sangre corría a lo largo de las gradas del templo,
como el agua en tiempos de chaparrones de lluvia, y parecía que el rey y los
ministros estaban vestidos de escarlata por la sangre que había salpicado sus
vestiduras. Y en estos últimos tiempos, en que fue conquistado Dahomey, en el
África Occidental, ¿quién no ha sabido de la continuidad de los sacrificios humanos,
hasta 600 víctimas diarias, bastantes para despoblar aquel reino, si no se
hubieran servido de la compra de negros y de las razzias de hombres y mujeres
de tribus vecinas para tener víctimas suficientes?
[Antropofagia]
Pero no se contenta el
Satanismo con las víctimas humanas que le son sacrificadas. Si él pudiera, es
decir, si Dios se lo permitiese, haría una matanza general de todos los hombres
que tanto odia; pero no pudiendo conseguir que esta creatura humana por él tan
aborrecida sea sacrificada en la totalidad de su raza, quiso que al menos los
que no hubieran de ser sacrificados, participando en el sacrificio al comer
tales víctimas, manifestasen con tal acto religioso ser sus víctimas: y he aquí
de donde vino la antropofagia. Podría aducir mil hechos, sacados de los relatos
de los misioneros católicos o de los exploradores. Sin hablar de la China, del
Perú, de Java o de los pueblos de Indochina, baste mencionar que en el
descubrimiento de América encontró que era uso universal en aquellos pueblos
salvajes el sacrificio del hombre y la antropofagia; costumbre que hasta hoy se
practica en Oceanía y África central. De manera que se puede decir que el
sacrificio humano y el devorar la víctima humana no es producto de la imaginación
ni el resultado de una deducción lógica, ni un asunto de raza, de clima, de
época, de civilización o de circunstancias locales: es un asunto del culto
querido por el Satanismo por odio al Verbo Encarnado y al hombre, su hermano. Por
lo tanto, es cosa evidente que el Satanismo odia y persigue al Verbo Encarnado
en su hermano el hombre, haciéndolo matar y haciéndolo matar como sacrificio en
su honor (in suo sacrificio), haciéndole comer a su semejante y
humillándolo en todos los modos más ignominiosos.
[Desfigura
la imagen de Dios en el hombre]
Pero, si no siempre él
obtiene este último resultado, siempre se dirige a eso; cuando no le es posible
destruir la imagen del Verbo, la desfigura; cuando no logra una completa
victoria, busca un éxito parcial. Siendo éste mi punto de apoyo para la
conclusión que quiero deducir, y comenzando aquí, por así decir, mi
argumentación, ruego al lector que ponga especial atención. Me referiré concretamente
al tatuaje, o sea la desfiguración del hombre. No pretendo aquí hablar de la desfiguración
hecha con disfraces como se acostumbra entre nosotros en tiempo de carnaval, la
cual, sea dicho de paso, es también un resabio del paganismo y refleja de algún
modo la desfiguración del cuerpo humano de la cual quiero hablar.
[Los
tatuajes]
La manera de
transfigurarse, o sea de deformarse físicamente, se halla en toda parte donde
no reina el Cristianismo. Está de más agregar que ella es propia del hombre; el
animal, cualquiera que sea, está exento de ella. Si recorremos las distintas
partes del globo, encontramos en todas las épocas y en una amplia escala las
siguientes deformidades: la deformación de los pies mediante la compresión; la
deformación de las piernas y de las costillas con ligaduras; deformación del
pecho y de los brazos, de las piernas y del dorso con espantosos crecimientos
de carne provenientes de incisiones hechas con conchillas; otra deformación del
pecho y de los brazos (y ésta es hoy la más usual) pintándose el cuerpo de modo
indeleble, que es lo que se llama propiamente tatuaje; cubriéndose de feas
imágenes, de jeroglíficos y especialmente con la figura de serpiente; deformación
de las uñas pintándolas con colores; deformación de los dedos por medio de la amputación
de la primera falange; deformación de la boca mediante el desgarramiento del
labio inferior; deformación de las mejillas ahuecándolas y coloreándolas; deformación
de la nariz aplastándola y perforándola de un extremo a otro, colgándole una
ancha placa de metal o por un alargamiento exagerado derivado de la compresión
vertical de las paredes; deformación de las orejas con pesas que las estiran
hasta las espaldas; deformación de los ojos pintándolos o con la presión del
hueso frontal, que los hace salir de sus órbitas; deformación de la frente con
caracteres obscenos, grabados en rojo con madera de sándalo. Qué espíritu sugirió al
hombre que él no está bien hecho como Dios lo hizo? ¿De dónde le viene esta
imperiosa manía de deformar en su persona la obra del Creador? Dar por causa
los celos de los hombres o la coquetería de las mujeres, no es resolver la
dificultad sino rechazarla. Se trata de saber qué principio inspira esta vanidad
brutal, esta coquetería repulsiva; porque una y otra proceden mediante la
deformación, es decir, en sentido contrario a la belleza, y se encuentran en
todas las partes del globo. Podría pasar, y es una coquetería, aquella deformación
de los pueblos cristianos: el colorete, los cosméticos y con las ridículas
modas de vestir; pero el verdadero tatuaje indeleble que se hace en el cuerpo
con la punta de agujas impregnadas en colores como acostumbran los gentiles (y
también algunos cristianos), que forman sobre su cuerpo signos simbólicos y
figuras de animales, especialmente de serpientes, para las cuales los mismos
paganos reconocen la influencia de sus dioses y las practican y las exhiben
como un talismán de protección divina, ésta debe considerarse satánica. En
cuanto a las mujeres australianas, escribe un misionero, es menor el gusto del
propio arreglo que la idea de un sacrificio religioso que las induce a mutilarse
y a teñirse parte del rostro. Y nosotros mismos hemos visto en la comitiva
árabe que permaneció quince días en Turín en septiembre de 1892, los niños de
pocos meses, y mucho más las niñas, tatuados en la cara y en los brazos, para
volver propicio a su Alá, como respondió una madre preguntada sobre el
particular. Y si la deformación y el tatuaje no fueran ritos satánicos religiosos,
¿cómo explicar que el pueblo Hebreo nunca practicó la deformación ni el
tatuaje? ¿Cómo explicar que cuanto más se alejan las naciones del cristianismo
tanto más se generaliza la tendencia a la deformación, y por el contrario, cuanto
más cristianas se hacen, tanto más disminuye? Hablando de los habitantes de
Colombia, el señor Doflot de Mofras hace notar (en su obra Gosse) que
allí donde se ha introducido el Catolicismo, la deformación ha desaparecido. Si
no queremos contentarnos con puras palabras y llegar al secreto de tan
deplorable costumbre, debemos recordar dos cosas igualmente ciertas: primero,
que el hombre ha sido creado en su cuerpo y en su alma a imagen del Verbo Encarnado;
segundo, que el fin de todos los esfuerzos de Satanás es matar y perder a todos
los hombres, si pudiera, y en aquellos en quienes no puede llegar a tanto,
hacer por lo menos desaparecer del hombre la imagen del Verbo Encarnado. Y por
eso podemos considerar como cosa cierta que la deformación y el tatuaje son el efecto
de una maniobra satánica. En los pueblos, y tanto más en las ciudades
incivilizadas, si ha cesado en algo la deformación, ha aumentado mucho el
tatuaje. No hace mucho tiempo leímos en los diarios que un príncipe alemán fue
tatuado íntegramente, a excepción de la cara y las manos. Queda en pie, pues,
la afirmación de que el Satanismo, no pudiendo siempre destruir al hombre, lo
deforma en su imagen exterior.
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