12 de noviembre
San Martín, papa y mártir..
(† 655)
(† 655)
Epístola – I Pedro; V, 1-4 Y 10-11
Evangelio – San Mateo; XVI, 13-19
El glorioso pontífice y
mártir san Martín nació en Todi, ciudad de Toscana, y fué hijo de Fabricio,
varón de grande santidad. Terminados sus estudios en Roma con grande opinión de
sabiduría y virtud, fué ordenado de sacerdote por el papa Teodoro I, el cual lo
envió por legado suyo a Constantinopla, para que redujese a los herejes
monotelitas a la unidad de la fe. En esta razón pasó de esta vida el pontífice:
y Martín fué elegido para sucederle, traspasado su corazón de dolor, por no
haber podido aún sosegar los disturbios de los herejes. Convocó luego un
Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para
reducir a obediencia a los rebeldes. Los padres aclamaron a una voz a san
Martín, y con él condenaron de nuevo las pretensiones cismáticas de Sergio,
patriarca de Constantinopla, y el tipo o edicto del emperador
Constantino II: en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía
toda controversia en que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una
sola. Envió san Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron
someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron
asesinar al santo pontífice. Tomó el emperador por instrumento de su maldad, a
Olimpio, su camarero; y para ello le nombró Exarca de Italia; y pasando Olimpio
a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo papa; y dio orden a uno de su
guarda, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la
comunión, le diese la espada, para con ella dar la muerte al que le estaba
dando el Pan de vida. Mas sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel
quiso dar la espada a Olimpio, se cegó de manera, que jamás pudo atinar a ver
al papa: No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más
diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como
estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro
Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al santo y traerlo a Constantinopla,
como lo hizo. Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo
fué en vano. Constante quizo forzarle a firmar los edictos solemnemente
condenados en el Concilio de Letrán; y como el papa se negase resueltamente, le
quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificales, le cargaron de cadenas,
y le llevaron así a Crimea, donde padeció hambre y sed y toda clase de malos
tratamientos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas: «Vivo en las
angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede: sustento mi
débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.» En
estos trabajos perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de
su pontificado, entregó su espíritu al Señor.
Reflexión: ¿No
te sorprende ver a este santo pontífice tan perseguido, tan maltratado, tan
atormentado? ¿Acaso es ésta la recompensa de su virtud? ¡Ah! Abre las sagradas
Escrituras, y comprenderás en alguna manera la conducta de Dios nuestro Señor.
«Todos los caminos del Señor, dice el real profeta David, son misericordia y
verdad.» Entiende, pues, que si el Creador aflige a sus siervos, los aflige por
efecto de su justicia y de su misericordia. De su justicia, castigando en ellas
algunas imperfecciones y faltillas, a veces imperceptibles; de su misericordia,
preparándoles así colmada recompensa.
Oración:
Oh Dios, que cada año nos
alegras con la solemnidad de tu mártir y pontífice, el bienaventurado Martín,
concédenos propicio, que al celebrar su nacimiento a la gloria, experimentemos
los efectos de su protección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén,
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