MADERA DE HEROE
(continuaciOn y final)
Lloraba y suplicaba Mercedes a su hermano no lo desechara; prometíale ser prudente, seguir al pie de la letra sus
indicaciones y órdenes; contábale sus aspiraciones al martirio, hacía valer ante sus ojos los sufrimientos que ya había experimentado en la cárcel, sin desfallecer un momento. . . Miguel, angustiado, no sabía qué hacer;
pero entonces intervino Trinidad Castro, que valiéndose de su antigua influencia en la A.C.J.M., habló a Miguel, su antiguo súbdito y ahora su jefe de armas, pidiéndole accediera a las súplicas de
su hermanito y prometiéndole que
él no lo perdería de vista en la lucha, lo tendría siempre a su lado, y velaría por él en toda ocasión como si se tratara de su propio hijo. En cuanto a los otros niños, se les admitiría como soldados de Cristo Rey, pero se les encargaría que volviesen a su casa y población, en calidad de agentes del ejército, haciéndoles comprender que en diversas comisiones que se les encargarían a su tiempo, podrían ser utilísimos a
los combatientes, estando en la retaguardia; oficio, que en todos los ejércitos del mundo, suelen desempeñar por órdenes de
los jefes, algunos denodados miembros de la misma milicia.
Miguel cedió a tales
instancias, y Mercedes rebosando de júbilo, hizo el célebre
juramento cristero, por el que quedaba alistado en las filas de los
libertadores. En cuanto a los otros niños, aceptaron obedientes los encargos de luchar a retaguardia, y
partieron gozosos a desempeñar su
cometido. Comenzó entonces para Mercedes la vida dura de la campaña. Centinela por las noches; alertas que hacían a los cristeros dispersarse por las barrancas y
los montes, hasta reunirse nuevamente en otro lugar de las faldas del Volcán; mal comer y a toda prisa durante la marcha; dormir
a la intemperie bajo el toldo de los árboles, ocultarse entre la maleza en espera del enemigo, y no pocos
combates al solo abrigo de una peña o de un
árbol. Mercedes, siempre alegre en medio de tantos
trabajos, dio suficientes muestras de su valor y heroísmo, para que poco a poco le cobraran gran confianza los jefes.
Los azares de la lucha obligaron a Miguel y su grupo, a pasar a otros
lugares de mayor peligro, y entonces Mercedes fue destinado al grupo que
comandaba su hermano Gildardo, perteneciente a la tropa del coronel Marquitos, naturalmente
muy recomendado a su nuevo jefe y hermano. Trinidad Castro y otro cristero
llamado Anastasio Zamora, fueron comisionados por Miguel para una empresa de
gran peligro: reclutamiento de armas y víveres para la tropa, en la misma ciudad de Colima. Dios los esperaba allí para
premiarlos con la gran corona del martirio que tanto ambicionaran. Sorprendidos
una noche, en que ya se disponían a volver
a los campamentos con algunas armas y víveres, Castro y Zamora, fueron fusilados aquella misma noche del 25 de
enero de 1928, en la calzada de Galván, paseo
de Colima, regado ya por sangre de mártires.
Como siempre en tales casos, los dos cristeros, con toda serenidad ante
el pelotón, arengaron a los soldados echándoles en cara su obediencia servil a las órdenes de los tiranos, enemigos de Dios, y al
grito estruendoso y viril de ¡Viva
Cristo Rey!, cayeron acribillados por las balas. Mas Trinidad no murió luego, y percatándose de ello uno de los verdugos, le echó una soga al cuello y lo llevó arrastrando hasta aquel mismo árbol en que había sido
ahorcado Tomasito de la Mora, y allí lo colgó herido y medio asfixiado. De la Mora y Trinidad
Castro, habían sido grandes amigos y luchadores en la A.C.J.M.
y los dos, desde el mismo lugar, subieron al Cielo con las palmas de mártires en las manos. Pronto les seguiría otro de sus más queridos compañeros y
discípulos. Porque la tropa de Gildardo Anguiano no
estaba ociosa. Era parte de las fuerzas del coronel Marquitos, de las que ya
hemos dicho, aparecían
intempestivamente por donde menos se las esperaba ante los grupos federales, causándoles graves derrotas e innumerables bajas. Así, al principio del año de 1928, la gavilla de Gildardo hizo un fructuoso recorrido de
Ixtlahuacán de Colima, Coahuayana de Michoacán y Tecomán otra vez de Colima, lugares señalados por las victorias de los cristeros.
En una ranchería llamada
de "Las Trancas" del municipio de Ixtlahuacán, se libró uno de aquellos combates. Mercedes Anguiano, el
bisoño soldadito, luchaba como un veterano y fue herido
no de gravedad, pero sí de modo que
le era imposible seguir a sus compañeros.
Gildardo lo llevó con gran cuidado a un lugar de amigos llamado
"Huerta de las Haciendas" y allí lo acogieron para curarlo de su herida. Pero el enemigo, repuesto de
su derrota, atacó nuevamente a los cristeros y éstos no tuvieron más remedio que emprender la retirada hasta otro lugar más favorable para su lucha. Mercedes, pues, quedó separado de los suyos, y para mayor seguridad fue
llevado por sus amigos al mismo monte cercano, ocultándolo en una barranca. Los gobiernistas, siempre en persecución del grupo de Gildardo, salieron al cabo de unos
días de aquellos sitios. Y Mercedes, que los vio
partir desde su retiro en la barranca, salió de ella con gran trabajo y comenzó a subir al monte para ver si por algún lado veía a los suyos, y con el propósito, aunque todavía su herida estaba abierta y le molestaba, de correr hacia ellos e
incorporarse de nuevo a su ejército
amado.
Era en vano. Los cristeros habían atraído muy lejos de aquel sitio a sus enemigos y la
campiña, que se extendía al pie de la montaña, había recobrado la normalidad. Pero Mercedes era de
madera de héroes. Tenía toda su confianza en Dios, quería seguir luchando por El y estaba resuelto a dejarse dirigir por la mano
de la Providencia. La soledad de la montaña le convidaba a la oración, y el
pobre niño, solo, herido y hambriento, le entregó a ella con toda su alma. ¿Sería en
medio de aquellas efusiones con su Dios, bajo las magníficas bóvedas de
los árboles gigantescos, de aquel templo levantado por
el mismo Señor a su gloria, donde Mercedes, que ya había tenido noticia del heroico fin de su amigo y compañero Trinidad Castro, alcanzó de Dios la misma gracia del martirio para él Cinco días estuvo en aquella soledad, transformado en ermitaño; sin comer; ardiendo por la fiebre, que le
producía su herida reabierta por la falta de medicinas.
Cinco días, que repartía en la oración y la
vigilancia del horizonte de la campiña, para
ver si volvían los suyos... ¡Vana esperanza...! Por fin, al quinto día, se resolvió a bajar
a una ranchería que había visto en la falda de la montaña. Tenía mucha hambre, sed y congoja. . . Ya no podía más y bajó, bajó con una
angustia, una pena y un debilitamiento tal, que muchas veces tuvo que caer
desfallecido y permanecer quieto largo tiempo.
Por fin llegó a la
ranchería. Una mala mujer lo vio, comprendió por su atuendo singular, que era uno de los
cristeros, y corrió a avisar a los habitantes del rancho. ¡Ay! eran los agraristas partidarios del gobierno. ¡Pobres engañados y pervertidos por sus jefes. . .! Salieron varios hombres al
encuentro del niño. Ni su edad, ni su desfallecimiento mortal, ni
su aspecto suplicante pudieron conmover a aquellos malvados.
— ¿Quién eres y
qué quieres? —le gritaron desde lejos.
Su aspecto y el furor y odio que se reflejaban en sus gritos, hicieron
comprender a Mercedes que eran enemigos, y entonces tomando fuerzas de
flaqueza, como Cristo al morir en la Cruz, lanzó un grito, uno solo, pero vibrante hasta despertar los ecos de la montaña . . .
—¡Viva Cristo Rey! . . . —y cayó desfallecido.
Los agraristas se lanzaron hacia él, y peor que hienas, a palos y cuchilladas, dieron muerte al caer la
tarde del 17 de marzo de 1928 a aquel niño de 13 años, que moría por Cristo, renovando con su martirio para los que lo hemos sabido
después, la memoria de Tarsicio, el mártir de la primitiva Iglesia. ¡Fue un alma grande, un inocente candoroso, un
fervoroso amante de Jesucristo y de la Iglesia! ¡Madera de héroe!
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