29 de octubre
San Narciso,
Obispo de Jerusalén.
(†212.)
San Narciso, obispo de
Jerusalén, nació a fines del siglo I, a lo que se cree en la misma ciudad de Jerusalén, y qué uno de los más santos y admirables
prelados de los primitivos tiempos de la cristiandad. Habiendo vacado la silla
de aquella metrópoli de Judea por muerte del patriarca Dulciano, fué elegido
por voz común de todos los fíeles san Narciso, que era uno de los más
ejemplares y sabios sacerdotes, y aunque a la sazón tenía ya ochenta años, hizo
grandes cosas en bien del rebaño de Cristo, y lo defendió valerosamente de los
herejes. Presidió en el concilio que se reunió en Palestina para decidir la
cuestión sobre el día en que debía celebrarse la Pascua: y refiere Eusebio que
una víspera de dicha festividad, faltando el aceite de las lámparas al tiempo
que los sagrados ministros iban a celebrar la solemnidad de la vigilia, mandó
san Narciso que sacasen agua de un pozo y se la trajesen. Hirieron lo así, y el
santo, animado de viva fe hizo oración, y habiendo bendecido aquella agua la
convirtió en aceite, con que se llenaron las lámparas: y de la parte que sobró
se proveyeron muchos fieles para curar sus enfermedades. En otra ocasión
calumniaron al venerable prelado tres hombres malignos confirmando su acusación
con juramento. El primero dijo: «quemado muera yo si no es verdad lo que digo»;
el segundo: «sea yo cubierto de lepra»; el tercero: «quede yo ciego». Mas no
tardó el Señor en volver por la honra de su siervo, castigando a los tres
perjuros con los males que habían significado en sus maldiciones, y el tercero
confesó delante de todos la conspiración que los tres juntamente habían tramado contra su santo obispo. Habíase san Narciso retirado con aquella ocasión de su
iglesia y enterrándose vivo en un espantoso desierto, donde por espacio de
algunos años llevó vida más de ángel que de hombre; mas sabiendo que estaba tan probada y reconocida su inocencia, juzgó que debía
volver a su iglesia. Así que llegó a Jerusalén fué recibido con tanto alborozo
y tanto tropel de gente, como si fuera un santo venido del otro mundo: y apenas
llegó cuando murió en aquella ciudad el obispo Gordio, que había ocupado en su
ausencia la silla episcopal. Gobernó pues el santo algunos años más aquella cristiandad,
hasta que por divina revelación tomó por coadjutor a san Alejandro, obispo de
Flaviada en la Capodocia, que había venido a visitar los santos lugares de
Jerusalén, con el cual repartió el cargo pastoral, por causa de su edad tan
avanzada: y así escribiendo san Alejandro a los antinoítas de Egipto, les dice:
Saludóos de parte de Narciso, que gobernó esta iglesia antes de mí, y ahora
la gobierna juntamente conmigo, siendo al presente de edad de
ciento diez y seis años ya cumplidos. Luego descansó en el Señor, y
recibió el premio de sus trabajos.
Reflexión:
Pocos son los hombres que llegan
a una edad tan avanzada, y por ventura ni uno solo de los que leen esta vida,
alcanzará los años que sirvió a Dios san Narciso. Démonos pues prisa en llevar
adelante nuestro único negocio y hacer las prevenciones necesarias para toda la
eternidad, procurando que los días que pasan, no sean días inútiles y perdidos,
sino días aprovechados y llenos de méritos y virtudes; pues como nos dice el
Espíritu Santo, la edad de la senectud, no está en los muchos años que se
viven, sino en la vida inmaculada g virtuosa.
Oración:
Concédenos ¡oh Dios
omnipotente! que la venerable solemnidad del bienaventurado Narciso, tu
confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y el
deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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