PARTE SEXTA
EL
ITE, MISSA EST
"Todo está acabado'
( JN. 19, 30.)
( JN. 19, 30.)
Nuestro Divino Salvador
llega al "Ite, Missa est" de su Misa cuando profiere el grito de
triunfo: "'Está consumado". Está terminada la obra de la salvación,
pero ¿cuándo comenzó? Comenzó muy atrás, en los albores de lo eterno, cuando
Dios quiso hacer al hombre. Siempre, desde el principio del mundo, existió la
Divina "impaciencia" por atraer al hombre a los brazos do Dios. El
Verbo estaba impaciente en el cielo por ser el Cordero inmolado desde el
principio del mundo. Impaciente en las figuras y símbolos proféticos cuando su
rostro agonizante se reflejaba en centenares de espejos que se prolongaban a través
de toda la historia del viejo testamento. Impaciente por ser el verdadero Isaac
llevando la leña de su sacrificio en obediencia al mandato de su Abrahán Celestial.
Impaciente por llenar el místico significado del Cordero Pascual de los» judíos,
muerto sin que se quebrantase ninguno de los huesos de su cuerpo. Impaciente
por ser el nuevo Abel sacrificado por sus envidiosos hermanos de la raza de
Caín, para que su sangre pudiese clamar al cielo pidiendo perdón. Impaciente en
el seno de su madre cuando saludó a su Precursor Juan. Impaciente en la
Circuncisión anticipando el derramamiento de su sangre y recibiendo el nombre
de "Salvador", Impaciente cuando a los doce años recordó a su Madre
que El debía ocuparse en las cosas de su Padre Celestial. Impaciente en su vida
pública, como lo manifestó diciendo que tenía un bautismo con el cual debía ser
bautizado y que estaba torturado hasta que lo recibiese. Impaciente en el
Huerto rechazando legiones de Ángeles que le consolasen para poder teñir las
raíces de los olivos con su sangre redentora. Impaciente en su Ultima Cena cuando
anticipó la separación entre su cuerpo y su sangre bajo las apariencias
de pan y de vino, Y, en fin, saciada su impaciencia cuando al terminar esta
Ultima Cena vio llegar la hora de las tinieblas, entonó un canto. Fue la única
vez que cantó. Cuando salió para su muerte, Poco importaba para el mundo si las estrellas ardían brillantemente, si las montañas
se erguían como símbolo de fortaleza, si las colinas pagaban tributo a los
valles que les dieron nacimiento. Lo que le importaba era que cada una de las palabras
que sobre Él se habían dicho por los profetas resultasen verdaderas. Los cielos
y la tierra no pasarán mientras no se haya cumplido hasta una jota o un ápice.
Quedaba una pequeña jota; un pequeño ápice de esa jota; era una palabra
de David la que estaba a punto de cumplirse para que todo estuviese acabado. Y ahora,
que también ésa se había cumplido, El, el verdadero David, citó al David
profético: "Está acabado".
¿Qué es
lo que está terminado? Se ha terminado la Redención del mundo. El amor ha
completado su misión, porque el Amor ha dado todo cuanto puede. Dos cosas hay
que puede hacer el amor. El amor por su misma naturaleza tiende a la
encarnación, y toda encarnación tiende a una crucifixión. ¿No tiende todo amor
verdadero a una encarnación? En el orden del amor humano ¿no crea el afecto del
marido por su mujer, como producto de su mutuo amor, la encarnación del amor
confluente de ambos en la forma de un hijo? Una vez que han engendrado al hijo
¿no hacen sacrificios por él, hasta llegar al de la muerte? Y así su amor
tiende a una crucifixión. Pues eso es exactamente un reflejo del orden divino,
en el que el amor de Dios por el hombre fue tan intenso y profundo que terminó
en una Encarnación, que incorporó a Dios la forma y el hábito del hombre, a
quien El amaba. Pero el amor de Dios por el hombre no se detuvo en la Encarnación.
A diferencia de cualquier otro nacido, nuestro Señor entró en este mundo para
redimirle. La muerte era el blanco supremo que iba persiguiendo. La muerte
interrumpe los panes de los grandes hombres; pero no interrumpió 'los de
nuestro Señor; era su coronamiento glorioso; era el único objetivo que iba
buscando. Su Encarnación, pues, tendía a la Crucifixión, porque "nadie tiene
mayor amor que el que da la vida por sus amigos". Ahora, que el amor ha terminado su carrera con la Redención del hombre, el amor Divino puede
exclamar; "He hecho por mi viña todo cuanto podía hacer". Al amor no
le queda más que acabar de dar la vida. "Todo está terminado".
"Ite, Missa est". Su trabajo está terminado, ¿pero el nuestro?
Cuando El dijo *'Se ha acabado" no pretendió significar que ya no le
quedaban posibilidades de obrar. El significó que su obra estaba tan perfectamente
cumplida que nada podía ya añadirse para hacerla más perfecta; pero entre
nosotros ¡cuán raras veces es esto verdad! Demasiados de nosotros acabamos nuestras
vidas, pero pocos de nosotros las vemos terminadas.
Una vida pecadora puede
acabar; pero una vida pecadora nunca es una vida terminada. Si nuestra vida
solamente "acaba", nuestros; amigos preguntarán: "¿Cuánto
dejó?" Pero si nuestra vida está terminada, los amigos comen¬ taran:
"¡Cuánto llevó consigo!" Una vida cumplida se mide no por los años,
sino por los hechos; no por el tiempo gastado en la vida, sino por el trabajo
realizado. En corto tiempo un hombre puede llenar muchos años; aun aquellos que
llegaron a la hora undécima pueden llenar sus vidas; aun aquellos que llegan a
Dios, como el ladrón, en el último suspiro, pueden terminar sus vidas en el
reino de los cielos. No harán suya la amarga frase de dolor: "¡Demasiado
tarde, ¡oh hermosura antigua, te he amado!" Terminó el Señor su obra;
pero nosotros no hemos terminado la nuestra. Señaló el camino que nosotros debemos
seguir. Al terminar tendió su Cruz; pero nosotros debemos levantarla. Terminó
la Redención en su Cuerpo físico; pero nosotros no la hemos acabado en su Cuerpo
Místico. El ha terminado la Salvación; pero nosotros no la hemos aplicado
todavía a nuestras almas. Ha terminado el Templo; pero nosotros debemos vivir en
él. Ha terminado el modelo de la Cruz; pero nosotros debemos troquelarnos en
ese molde. Ha terminado la siembra de la semilla; pero nosotros tenemos que
madurar la cosecha. Ha terminado de llenar el cáliz; pero nosotros no hemos terminado
de apurar su confortante bebida. Ha plantado el campo de trigo, y nosotros
debemos recogerlo en nuestros graneros. Ha terminado el Sacrificio del
Calvario, y nosotros debemos terminar el de la Misa.
La Crucifixión no trataba
de ser un drama Inspirador, sino un acto modelo en el cual nosotros vaciásemos
nuestras vidas. Nosotros no debemos pretender sentarnos y mirar a la cruz como
algo hecho y terminado, cual si fuera la vida de Sócrates. Lo que se hizo en
el Calvario nos aprovecha solamente en la medida en que lo repitamos en
nuestras propias vidas. Esto lo hace posible la Misa, porque, al renovarse el Calvario en nuestros altares,
nosotros no somos espectadores, sino participantes en la Redención; y en los
altares es donde nosotros terminamos nuestro trabajo. El nos dijo: "Cuando
yo fuere levantado en la Cruz, todo lo atraeré a Mí". Terminó su Obra cuando fue levantado en la Cruz; terminamos la nuestra
cuando le permitimos atraernos a El en la Misa. Es la Misa la que hace a la
Cruz visible a todos los ojos; la que coloca la Cruz en la encrucijada de la
civilización; trae tan cerca el Calvario que hasta los pies cansados pueden
hacer la jornada para abrazarla suavemente; todas las manos pueden ahora
levantarse hasta tocar su carga sagrada; todos los oídos pueden escuchar su
dulce llamamiento, porque la Misa y la Cruz son lo mismo. En ambos hay el mismo
ofrecimiento de Ja voluntad, perfectamente sometida del Hijo amado; el mismo
cuerpo destrozado, la misma sangre derramada, el mismo Perdón Divino. Todo lo
que se ha dicho y hecho y actuado durante la Santa Misa ha sido para que nos lo
llevemos, vivamos, practiquemos, y apropiemos a todas las circunstancias y
condiciones de nuestro vivir diario. Su Sacrificio se ha hecho nuestro sacrificio
al juntar nuestra oblación con la suya; su Vida, dada por nosotros, se
convierte en nuestra vida dada por EL.
Así volvemos de la Misa como
quienes han tomado su determinación, vuelta la espalda al mundo, y convertidos para la sociedad en que vivimos en
otros Cristos vivientes, testimonios poderosos dados al Amor, que murió para
que nosotros pudiésemos vivir del Amor. Nuestro mundo está lleno de catedrales góticas incompletas, de
vidas medio terminadas, de almas
medio crucificadas. Algunos llevan la Cruz hasta el Calvario, pero allí la
abandonan; otros son clavados en ella, pero se desclavan antes de la elevación; otros estaban ya
crucificados en alto, pero cediendo a los ataques del mundo: "Bájate de la
cruz", bajan después de una hora... dos horas,.. dos horas y cincuenta y
nueve minutos. Los verdaderos cristianos son aquellos que perseveran hasta el
fin. Nuestro Señor estuvo hasta que terminó. El sacerdote debe, de igual
manera, permanecer en el altar hasta que la Misa esté acabada. No puede bajar.
Así nosotros debernos estar en las cruz basta que nuestras vidas acaben. Cristo
en la cruz es el molde y el patrón de una vida terminada. Nuestra humana
naturaleza es la materia prima, nuestro querer es el cincel; la gracia de Dios
es la fuerza y la inspiración. Aplicando el cincel a
nuestra naturaleza no terminada, tenemos que comenzar arrancando feos bloques
de la soberbia; después con cinceles más delicados debemos pulir pedacitos de egoísmo, hasta que al fin baste un
toque suave de la mano para dejar terminada la obra maestra —un hombre
terminado, hecho a imagen y semejanza— del patrón de la Cruz. Estamos en el
altar bajo el símbolo del pan y el vino. Nos hemos ofrecido al Señor y El nos
ha consagrado. Por eso no debemos disponer de nuevo de nosotros, sino permanecer
en el sacrificio hasta el fin, pidiendo sin cesar que, cuando la administración
de nuestra vida haya terminado y echemos una mirada a la vida vivida en
intimidad con la cruz, el eco de la Sexta Palabra pueda resonar en nuestros
labios: "Está terminado". Y cuando los suaves acentos de este "Ite,
Missa est' hayan traspuesto los corredores' del tiempo y atravesado las ocultas
murallas de la eternidad, los coros angélicos y el blanco ejército de la
Iglesia Triunfante contestarán desde atrás:
"Deo gracias".
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