CONSECUENCIAS FUNESTAS DEL ATEÍSMO
20. P. ¿Cuáles son las
funestas consecuencias del ateísmo?
R. El
ateísmo conduce a las más funestas consecuencias:
1° Quita al hombre todo
consuelo en las miserias de la vida.
2° Destruye la moral y
entrega al hombre a sus perversas pasiones.
3° Hace imposible la
sociedad.
1. El ateísmo quita al
hombre todo consuelo. El corazón del hombre necesita de Dios cuando el dolor
le hiere. Junto a un féretro, al borde de una tumba, hay un solo consuelo
eficaz. Suprime a Dios, ¿y qué consuelo le ofrecerás al hombre que llora la
pérdida de una madre, de una esposa, de hijos tiernamente amados? Para ser ateo
es menester no tener corazón. ¿Qué serían, sin Dios, los pobres, los enfermos,
los débiles, los desheredados de la vida? Dios es el amigo de los que no tienen
amigos, el refugio de los perseguidos, el vengador de los calumniados, el
tesoro de los inteligentes. Sin Dios, el mundo sería un infierno para las tres cuartas
partes de la humanidad. Si Dios no existe, ¿de qué sirve nacer para trabajar,
penar, sufrir durante cincuenta o ochenta años, languidecer algunos meses, en
una cama de hospital y después morir y convertirse en pasto de gusanos? ¿Qué
nos dan los crueles sofistas que dicen que Dios no existe? La embriaguez y la
crápula: esto es lo que nos proponen en lugar del cielo. ¡Miserables!... ¿No es
mejor mirar al cielo y decir a Dios: Padre, no te olvides de tus hijos que
trabajan, que sufren y esperan tu reino?...
2. El ateísmo destruye
la moral. Si no hay Dios, ninguna autoridad soberana importe el deber,
ninguna justicia infinita recompensa a los buenos y castiga a los malos como
conviene; el hombre sin deberes, libre del temor del castigo y sin esperanza de
recompensa, no tiene por qué no dar rienda suelta a sus pasiones. Se destruye
toda moral. Una moral es esencialmente una regla de vida que obliga a un ser
libre, prescribiéndole ciertos actos y prohibiéndole otros. Esta regla,
obligatoria como toda ley, supone un legislador que la dicte, un juez que la
aplique, un remunerador que recompense a los que la observan y castigue a los
que la violan. Si falta Dios, no hay legislador, ni juez, ni remunerador de la
virtud, ni castigador del vicio; el hombre queda entregado a sí mismo y a sus torcidas
inclinaciones. La ley moral sin sanción carece de autoridad y será despreciada
siempre que demande esfuerzos penosos y sacrificios.
– Se nos dirá: ¿Y la
conciencia?...
– Si la conciencia que
manda y prohíbe, no es el eco de la voz de Dios, ahogaremos sus gritos y no la
obedeceremos. La conciencia nada significa si no habla en nombre de un
superior. Si Dios no existe, yo desafío a todo el mundo a que se me muestre una
ley que me obligue en conciencia. ¿Quién me impide satisfacer todas mis
pasiones? ¿Con qué derecho viene un hombre a imponerme su voluntad?... Dios es
el principio de donde dimanan todos los derechos y todos los deberes. Sin Dios,
un niño será, con el tiempo, un mal hijo, un mal padre, un mal esposo, un mal ciudadano,
el primero de los impíos, el último de los hombres. Será un joven sin buenas
costumbres, un hombre maduro sin conciencia, un viejo sin remordimientos, un
moribundo sin esperanza.
3. Si no hay Dios, la
sociedad es imposible. Una sociedad no puede subsistir si no existen la
autoridad que impone las leyes, la obediencia que las cumple, y las virtudes
sociales. Ahora bien, faltando la creencia en Dios, los gobernantes de los pueblos no tienen
espíritu de justicia, se convierten en tiranos, y en el poder no buscan más que
el modo de satisfacer sus pasiones. Los
súbditos pierden el respeto a la autoridad, el espíritu de sumisión a las
leyes, y no tienen más aspiración que el placer, ni más freno que el temor, ni
más regla de conducta que la utilidad o el capricho. Una sociedad de ateos
sería ingobernable. Si no admitimos a Dios, no se conciben, virtudes sociales,
ni justicia, ni caridad, ni espíritu de sacrificio, ni patriotismo. Si la
justicia no es impuesta por Dios, nadie la practicará. – Dos comerciantes
ajustan una cuenta: – ¿Quiere usted un recibo? – Entre gente honrada no es
menester: Dios nos ve, y esto basta.
¿Usted cree en Dios? – Yo
sí, ¿y usted? – Yo no. –
Entonces, deme usted
pronto un recibo... Para vivir en sociedad hay que consagrarse al bien general,
a veces hasta el sacrificio de la propia vida. Soldado oscuro, colocado como centinela en los
puestos avanzados, y sorprendido por el enemigo, si doy la señal de alarma,
caeré hecho pedazos; la conciencia me intima que dé la señal y muera. Si Dios
ha de recompensar mi abnegación, yo acepto la muerte. Pero si Dios no existe,
¿puedo yo sacrificar mi vida, único bien que poseo, sin tener ninguna
recompensa?... Hay que morir por la patria, se dice; pero, ¿qué me importa la
patria, si Dios no existe?... Donde no existe la creencia en Dios, no solamente
no hay virtudes sociales, sino que, por el contrario, se multiplican todos los
crímenes, y los hombres no son más que animales salvajes que se devoran unos a
otros. – Pero objetarás: ¿Y la cárcel, y la policía?... – No siempre todos los
asesinatos son descubiertos, muchos crímenes quedan ocultos e impunes. Si no
hay un Dios a quien rendir cuentas, basta evitar la policía, o comprarla. Tal
sociedad sería bien pronto un matadero. Todas las sociedades, desde el origen
del mundo hasta ahora, han reposado sobre tres verdades fundamentales: la existencia
de Dios, la del alma y la de la vida futura. Remueve estas tres bases morales,
y arrojarás las sociedades al abismo de las revoluciones y las condenarás a
muerte. Los horrores y las
matanzas de la Revolución del 93 y de la Comuna de París en 1871, no eran más
que el ateísmo puesto en práctica. El socialismo, que quiere destruir la
sociedad hasta en sus cimientos, es fruto natural del ateísmo: los mismos
positivistas lo declaran en sus libros y revistas. Por consiguiente, se necesita
para fundamento, y fundamento estable, de las sociedades humanas un Dios todopoderoso,
bueno, justo, creador de todas las cosas y gobernador del mundo material por
medio de leyes físicas, y de los hombres por medio de leyes morales. Todo
descansa sobre esta base.
21. P. ¿Hay realmente
ateos?
R. Se
dicen ateos aquellos que niegan la existencia de Dios. Se clasifican en tres categorías. Los ateos prácticos, que se portan como si Dios no existiera.
Los ateos de corazón, que querrían que Dios no existiera, a fin de poder
entregarse libremente a sus pasiones. Los ateos de espíritu, aquellos que,
engañados por sofismas, creen que no hay Dios. Hay por desgracia, un número
demasiado crecido de ateos prácticos que viven sin Dios, y no le rinden
homenaje alguno. Hay también, para vergüenza del género humano, ateos de
corazón, que desean que no haya Dios, que así se atrevan a decirlo y a
escribirlo en sus libros y en los periódicos, porque temen a un Dios que
castiga el mal. Pero no existen verdaderos ateos que nieguen a sangre fría y
con convicción la existencia de Dios. Solamente el corazón del insensato es el
que desea que Dios no exista: Dijo el necio en su corazón, no en su
inteligencia: ¡Dios no existe! Las principales causas productoras del
ateísmo son:
1.
el orgullo, que obscurece la razón;
2. la corrupción del
corazón, al que molesta y espanta la existencia de Dios. Un día le dijeron a un
hombre de ingenio: - ¿Cuál es la causa de que haya ateos? – La cosa en muy fácil de
explicar, contestó; para hacer un civet, toma una liebre, dice la cocinera
perfecta; para hacer un individuo que niegue la existencia de Dios, toma
una conciencia y mánchala con tantos crímenes que no pueda ya contemplarse a sí
misma sin exclamar: “¡Ay de mi, si Dios existe!” Ahí tienes el secreto del
ateísmo. Los que creen o aparentan no creer en Dios son, por regla general
pobres ignorantes que no han estudiado nunca la religión; o gente malvada,
orgullosos, ladrones, libertinos, interesados en que Dios no exista para que no
los castigue según lo merecen. Dios es una pesadilla de los malhechores, mucho más
odiosa que la policía, y su existencia se niega para andar con mayor
libertad... “Yo quisiera ver, dice La Bruyere, a un hombre sobrio, moderado,
casto y justo, negando la existencia de Dios; ese hombre, por lo menos hablaría
sin interés; pero un individuo así no se encuentra”. – Tened a vuestras almas
en estado de desear que Dios exista, y no dudaréis nunca de Él. – J. J.
ROUSSEAU.
OBJECIONES DEL ATEÍSMO
Todos los argumentos que
presentan los falsarios sabios para librarse de creer en Dios, y
particularmente para no hacer lo que Él manda, se reducen a los dos siguientes:
1° A Dios no se le ve.
2° No se le comprende.
1° Yo no creo sino lo
que veo. Pero a Dios yo no le he visto. Luego Dios no existe.
Respuesta. –
Se les podría preguntar: ¿Han visto ustedes el Asia, el África, la Oceanía?
¿Han visto ustedes a Napoleón o a Carlos V? – ¿Han visto al relojero que
construyó el reloj que usan? – ¿Ven el aire que respiran y que los hace vivir? ¿El
fluido eléctrico que pasa rápido como el relámpago por el hilo telegráfico para
transmitir el pensamiento hasta los últimos rincones del mundo? ¿Ven la fuerza que
en la pólvora o en la dinamita hace pedazos las rocas más grandes? ¡Cuántas cosas
admiten ustedes sin verlas, solo porque ven sus efectos! Pues bien, nosotros,
por nuestra parte, creemos en Dios porque vemos en el mundo los efectos de un poder
y de una sabiduría infinitos. Es cierto que a Dios no se le puede ver con los
ojos del cuerpo, porque es un puro espíritu que no se puede ver, ni tocar, ni
percibir con los sentidos. Pero, ¿acaso no tiene el hombre diferentes medios
para conocer lo que existe? ¿No existe la inteligencia, que ve la verdad
con evidencia, sea que se manifieste al espíritu como la luz se
manifiesta al ojo, sea que resulte de una demostración o raciocinio? Los que
solo quieren creer lo que ven, rebajan la dignidad del hombre y se colocan en un plano inferior a los brutos. ¿Te atreverías a negar la luz
porque no la puedes percibir mediante el oído? ¿Puede un ciego negar la
existencia del sol porque no lo ve? Pues de la misma manera, si no se ve a Dios
con los ojos del cuerpo, se le ve con la razón, se le conoce por sus obras. Un
misionero preguntaba a un árabe del desierto: – “¿Por‖ qué‖ creen en Dios? –
Cuando yo percibo, respondió él, huellas de pasos en la arena, me digo: alguien
ha pasado por aquí. De la misma manera, cuando veo las maravillas de la
naturaleza, me digo: una gran inteligencia ha pasado por aquí, y esta inteligencia
infinita es Dios”. Uno de los más célebres naturalistas, Linneo, decía: “En
medio de las maravillas del mundo he visto la sombra de un Dios eterno, inmenso,
todopoderoso, soberanamente inteligente, y me he prosternado para adorarle”.
NARRACIÓN. –
Poco tiempo hace que vivía un viejo que no tenía menos de cien años; y este
anciano, que había estudiado durante toda su vida, era uno de los hombres más
sabios de Francia y del mundo entero. Se llamaba Chevreul. Un día que
había hecho oración en público, un joven atolondrado de veinte años le dijo: –
“¿Usted, pues, cree en Dios? ¿Le ha visto usted?– Claro que sí, joven, yo he
visto a Dios, no en sí mismo, porque es un espíritu puro, pero sí en sus obras.
”Sí; yo he visto su omnipotencia en la magnitud de los astros y en su rápido movimiento”.
2° Los incrédulos dicen
también: Yo no puedo creer lo que no comprendo; y como no comprendo a
Dios, no existe. “¿Crees tú en la tortilla?, decía, en 1846, el P.
Lacordaire a un burgués incrédulo. – Seguramente. – ¿Y comprende usted cómo el
mismo fuego que hace fundir la mantequilla endurece los huevos?” – El burgués
no supo qué responder. ¡Cuántas cosas hay que admitir sin comprenderlas! ¿Cómo
la misma tierra, sin color ni sabor, produce flores y frutos de matices y
sabores tan variados? ¿Cómo el grano de trigo se transforma en tallo, y luego en
espiga de 30, 40, 50 granos? ¿Cómo el pan se convierte en carne y en nuestra
sangre? ¿Qué es la luz, el vapor, la electricidad?... ¿Qué es el cuerpo? ¿Qué
es el alma? ¿Qué es la vida? ¡Misterio! Todo es misterio en torno nuestro, y a cada
instante debemos inclinar nuestra pobre razón ante muchas cosas que nos vemos
forzados a admitir. Es indudable que nosotros no podemos comprender a Dios,
porque comprender en contener, y nuestro espíritu es demasiado
pequeño, demasiado limitado para contener a Dios, que no tiene límites. Para
comprender lo infinito es menester una inteligencia infinita; si
el hombre pudiera comprender a Dios, Dios no sería Dios, porque no sería
infinito. Pero nosotros podemos concebir a Dios, es decir, tener un
conocimiento suficiente de su ser, de sus atributos y especialmente de su
existencia. Dios es, aquí abajo, lo
que hay de más caro y más obscuro al mismo tiempo; de más claro en su
existencia, de más obscuro su naturaleza. Es visible en sus obras, que son a
manera de otros espejos donde se reflejan sus perfecciones adorables, y está oculto
a causa de las sombras que envuelven su grandeza infinita: es el sol oculto
detrás de una nube. Pero se rasgará el velo que nos oculta la divinidad, y,
semejante al crepúsculo que anuncia el sol, el tiempo presente no es más que la
aurora del día eterno.
NARRACIÓN.
– El célebre orador Combalot predicaba un día en Lyon. Acababa de exponer a su
encantado auditorio las pruebas de la existencia de Dios; y, en una conclusión
enérgica, había atacado al audaz sacrilegio de aquellos desgraciados que
padecen la locura de rebelarse contra su Creador. El padre, agitado, sudando a
mares, baja del púlpito. Al llegar a los últimos escalones, se detiene, se
golpea la frente y vuelve a subir como si fuera a empezar un nuevo sermón. No
fue muy largo.
– Lioneses, dijo: desde
vuestra ciudad se distingue el monte Blanco. Pues bien, ¡Las ratas no se lo comerán!...
El público quedó maravillado y convencido. En efecto, sería cosa eminentemente
ridícula una conspiración de ratas que juraran arrasar el monte Blanco. Pero no
lo será nunca tanto como ese puñado de ateos que atacan a Dios y que se han
prometido destruirlo. ¡Podres ratas, que quieren arrasar una montaña, millones
de veces más grande que el monte Blanco de los Alpes!... Todo en un Dios
anuncia la eternal existencia: A Dios no se le puede comprender ni
ignorar. La voz del universo prueba su omnipotencia, La voz de
nuestras almas nos le manda adorar.
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