10 DE SEPTIEMBRE
SAN NICOLAS DE
TOLENTINO, CONFESOR
III
Clase – ornamentos blancos
Misa
– Justus ut Palma
Epístola
– Hebr; X, 32-38
Evangelio
– San Lucas; XII, 1-8
CONFIANZA DE LA IGLESIA EN SAN NICOLÁS. — María niña sonríe al lirio que, presentándose ante su cuna, la ofrece el
representante de una gran Orden. Admitido en la familia religiosa de los ermitaños de San Agustín cuando se estaba
formando y constituyendo con la dirección del Vicario de Jesucristo, Nicolás mereció ser su taumaturgo. Al morir en 1305,
comenzaba para los Romanos Pontífices el destierro de Avignon; su canonización se
retrasó más de siglo y medio por la confusión de aquellos tiempos, pero ella señaló el fin de las lamentables
disensiones que siguieron al destierro. La paz tantos años perdida, la paz que
los más prudentes desconfiaban ya alcanzar, era el ruego inflamado, el conjuro
solemne de Eugenio IV, quien, al terminar su laborioso pontificado, confiaba la
causa de la Iglesia al humilde siervo de Dios puesto por él en los altares.
Según testimonio de Sixto V \ ese fué el mayor milagro de San Nicolás; milagro
que indujo a este último Pontífice a mandar celebrar su fiesta con rito doble,
honor más raro en aquellos tiempos que en los nuestros.
VIDA. — San Nicolás es el Santo más ilustre de
la
Orden de los ermitaños de San Agustín, en el siglo xiir. Nació en 1246 en
Santángelo, ciudad de la Marca de Ancona. Eran pobres sus padres, pero
le enseñaron tan bien el ejemplo y la práctica de la virtud, que
desde jovencito dió señales de su santidad futura. A la piedad y al amor
de las austeridades juntaba el gusto por el estudio. Ya antes de ser
sacerdote, obtuvo un canonicato en la iglesia del Salvador, en Tolentino,
pero, anhelando la vida religiosa para ser más perfecto, ingresó en la
Orden de los ermitaños de San Agustín. Practicó con suma fidelidad
todas las observancias, buscando con gran avidez las humillaciones y la penitencia. Era tal su fervor, que su semblante se
encendía de amor durante el Santo Sacrificio y las lágrimas corrían de
sus ojos. Por espacio de treinta años predicó casi diariamente con gran
aprovechamiento de las almas, convirtiendo a. muchos pecadores y hasta
obrando milagros. Murió el 10 de Septiembre de 1308 y fué canonizado en
1446 por el Papa Eugenio IV.
PODER DE LA SANTIDAD. —
Servidor bueno y fiel, has entrado en el gozo de tu Señor. El rompió tus lazos;
y desde el cielo donde ahora reinas, nos repites la palabra que determinó la
santidad i de tu vida mortal: No améis el mundo ni lo que hay en el
mundo; pues el mundo pasa, y con él su concupiscencia. Cuán poderoso
es para el prójimo el hombre que de esa manera olvida al mundo, nos lo enseña
el don que se te concedió de aliviar toda clase de miserias a tu alrededor y también en las almas del
Purgatorio; y no se equivocaba el sucesor de Pedro al concederte los honores de
los Santos y contar con tu valimiento en el cielo para llevar por los caminos
de la paz a la sociedad tanto tiempo revuelta. Ojalá llegue a penetrar en
nuestras almas y producir en ella los frutos que produjo en la tuya la palabra
del discípulo predilecto, que acabas de repetirnos y que es verdadera semilla
de salvación: el desasimiento de lo que se acaba, la aspiración a las
realidades eternas, esa sencillez humilde de la mirada del alma que pone paz en
nuestro vivir y nos lleva a
Dios, esa pureza que te hizo amigo de los Angeles y privilegiado de María.
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