30 de agosto
Santa Rosa de Lima, virgen.
(†1617)
(†1617)
Misa – Dilexisti
Epístola – II Cor; X, 17-18; XI, 1-2
Evangelio – San Mateo; XXV, 1-13
La primera flor de heroica santidad que produjo la América fué la admirable
virgen santa Rosa, a quien llamaron con este nombre, por haber aparecido una
vez estando en la cuna con el rostro admirablemente encendido como una rosa.
Nació de virtuosos padres en la ciudad de Lima, capital del antiguo reino y
actualmente república del Perú. No pasaba de los cinco años la tierna niña,
cuando por inspiración del cielo consagró su virginal pureza al esposo de las
vírgenes Cristo Jesús, haciendo de ella voto perpetuo, y observándolo con tanta
perfección, que entendiendo que sus padres trataban de darla en matrimonio a un
joven, que se había prendado de su rara belleza y otras excelentes dotes que en
ella resplandecían, se cortó su hermosa cabellera y afeó su rostro angelical.
Librada con esto del peligro de perder aquella preciosa joya que con tan grande
voluntad había consagrado al Señor, echó mano de todos los medios posibles para
asegurarla de todo peligro. El primer medio fué el ayuno, pasando cuaresmas
enteras sin probar bocado de pan, y, lo que es más asombroso, no tomando más
alimento que cinco granos o pepitas de cidra. Acogióse también como a refugio
más seguro, a la tercera orden del glorioso padre santo Domingo, y acrecentó
sus primeras austeridades, ciñendo su cuerpo inocente con largo y muy áspero
cilicio entretejido de alambres erizados de puntas, llevando día y noche debajo
del velo una corona de espinas, y rodeóse la cintura con una cadena de hierro,
que le daba tres vueltas. Servíanle de cama unos troncos nudosos, sobre los cuales
ponía pedazos de tejas, y para juntar mejor la mortificación con la oración,
construyóse en un lugar muy retirado del jardín de su casa una celda o capilla,
y a ella se recogía para entregarse con quietud y sin testigo a largas horas de
contemplación, la cual interrumpía a menudo con sangrientas disciplinas.
Procuraba el maligno espíritu estorbarla, y amedrentarla apareciéndose debajo
de figuras horrendas y atizando el fuego de gravísimas tentaciones: pero nunca
pudo vencer la paciencia y constancia de la santa doncella. A las persecuciones
del infernal enemigo se añadieron los dolores de agudísimas enfermedades, los
insultos de sus domésticos, las calumnias de los maledicientes, y ninguno de
estos trabajos fue parte para sacar de los labios de la santa una palabra de queja antes con
grande humildad se tenia por merecedora de mayores v más acerbos tormentos. Y
como si todo esto no fuese bastante, por espacio de quince anos apenas pasó día
alguno en que no estuviera varias horas sumergida en un mar de desconsuelo y
aridez espiritual; lucha más amarga y penosa que la misma muerte, y que ella
soportó con gran fortaleza de ánimo y constancia sobrehumana. A estas desolaciones sucedieron
los consuelos y delicias celestiales, con que el Señor regalaba a su fidelísima
esposa y le anticipaba los gustos del cielo. Finalmente derretida la santa en
seráficos ardores y enferma de puro amor divino, a los treinta años de su edad
voló a su celestial Esposo.
Reflexión: Verdaderamente admirable es el Señor en sus santos: él los previene con
su gracia, él les inspira la práctica de las más heroicas virtudes y les hace
inventar extrañas maneras de deshacerse a si mismo para no vivir más que a
Dios.
Oración: Oh Dios omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América
por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida
con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su
suavidad, merezcamos ser buen olor de Cris--, to. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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