27 DE AGOSTO
SAN
JOSE DE CALASANZ,
CONFESOR
III
Clase – ornamentos blancos
Epístola
– Sab; X, 10-14
Evangelio
– San Mateo; XVIII, 1-5
LA VOCACIÓN. — Serás la ayuda del huérfano;
a ti se te ha confiado el -pobre. Esta palabra la vió ya Venecia
realizada en la persona de su noble hijo, Jerónimo Emiliano, y hoy señala la
santidad de otro ilustre personaje que cuenta entre sus antepasados a los
primeros príncipes de Navarra, pero que se ha convertido en tronco de una línea
más noble en el reino de la caridad. El descendiente de los Calasanz de Peralta
de la Sal, el apóstol a quien los pueblos de Aragón, de Cataluña y de Castilla
preparan en su admiración agradecida
las más altas dignidades, oye resonar en el oído de su alma una voz misteriosa:
ACUDE A ROMA; sal de la tierra de tu nacimiento1; pronto se te
aparecerá en su celestial belleza
la compañera que se te ha destinado, la santa pobreza, que en este momento te
invita a las austeras delicias
de su alianza; anda, aunque no sepas el camino por donde te llevo; te
haré padre de una gran posteridades; te mostraré cuánto tendrás que
padecer por mi nombre.
MAESTRO DE ESCUELA. — Fueron necesarios
cuarenta años de una fidelidad ciega para preparar al elegido del cielo, en la
santidad ignorada, a su vocación sublime. En efecto, nos dice hoy San Juan Crisóstomo
en nombre de la Iglesia, "¿qué cosa más grande que modelar almas, formar
las costumbres de los niños? Lo digo íntimamente convencido: sin duda ninguna,
está por encima de todos los pintores, sobre todos los que fabrican estatuas,
sobre toda clase de artistas, el que sabe modelar almas jóvenes". José
comprendió la dignidad de su misión: conforme a las recomendaciones del Santo
Doctor 6, a lo largo de los cincuenta y dos años que Dios le concederá vivir
todavía, nada le parecerá despreciable o bajo en el servicio de i0s pequeños de
este mundo; y no le costará nada a través de la enseñanza de las letras, llegar a infundir el temor del Señor a los
niños que Se llegan a él. De su residencia de San Pantaleón las Escuelas Pías
se extienden rápidamente toda Italia; luego saltan el mar y los montes y se
propagan por Sicilia y España, y los pueblos y reyes se disputan aquel escaso
número en Moravia, Bohemia, Polonia y países del Norte. Calasanz quedaba
asociado por la eterna Sabiduría a su obra salvadora en el mundo; reconoció sus
trabajos esa misma sabiduría como lo suele hacer con los privilegiados de su
amor, ofreciéndoles, según dice el Espíritu Santo, el combate de los
fuertes, «n el que les da seguridad de la victoria mediante su ayuda, que es
más poderosa que todo lo demás. A los historiadores de San José de
Calasanz se les podría exigir el pormenor de las pruebas que hicieron de él un prodigio
de la fortaleza4 que hoy nos recomienda la Iglesia; estas pruebas, basadas
en calumnias especiosas de algunos falsos hermanos, llegaron hasta la
deposición del Santo y la ruina momentánea de su Orden, que quedó reducida al
estado de Congregación secular.
Pero, después de su muerte, Alejandro VII
y luego Clemente IX, devolvieron
las Escuelas Pías el estado Regular y el título ¿e Religiosos e votos solemnes.
VlDA —
San José de Calasanz nació en España, en peralta de la Sal, en
1556. Desde su niñez manifestó a la Santísima Virgen ternísima devoción.
Hizo sus estudios en Estadilla y después en Lérida y fué ordenado sacerdote en 1583.
Nombrado Vicario General por el Obispo de Urgel, se mostró muy
caritativo con todas las miserias y trabajó en la reforma eclesiástica.
Pidió ir a Roma y en 1592 llegó a la Ciudad Eterna, y allí vivió cinco años
vida oculta. Pasaba la vida rezando, visitando y cuidando enfermos. Conocedor de
la ignorancia religiosa del pueblo, resolvió fundar una "Escuela
Pía". En 1621, Pablo V creó una congregación de los Pobres de la Madre
de Dios de las Escuelas Pías: José quedaba nombrado General al
año siguiente. Las escuelas se multiplicaron, pero surgieron dificultades entre
los profesores. Un intrigante le acusó ante el Santo Oficio e Inocencio X suprimió las Escuelas
Pías. El Santo aceptó todas sus pruebas en silencio y con resignación,
viendo sólo a Dios en los que le perseguían, y murió a los 92 años, profetizando
el restablecimiento futuro de su obra: lo que tuvo lugar en 1656, por
voluntad de Alejandro VII. José fué beatificado en 1748 por Benedicto
XIV y canonizado por Clemente XIII, en 1767. Pío XII le ha proclamado
patrón de todas las escuelas populares cristianas.
PROTECTOR DE LA INFANCIA. — El Señor ha
escuchado el deseo de los pobres, se ha adelantado los deseos de su
corazón, haciéndote el mandatario de su amor y poniendo en tus labios la
palabra que El formuló el primero: Dejad
que los niños se acerquen
a mí ¡Oh José, cuántos te
deberán la felicidad eterna, porque tú y
tus hijos habéis conservado en ellos la semejanza divina que recibieron en el
bautismo, el único título, del hombre para entrar en los cielos! Bendito seas
por haber merecido la confianza de que Jesús encomendase a tus cuidados a estos
seres tan débiles objeto de su
divina predilección.
LA PRUEBA. —
Bendito seas también por haber justificado mejor todavía esta confianza en el
Señor, al dar licencia al infierno, como en otro tiempo con Job, de acabar con
todo en torno tuyo. ¿No es justo que Dios pueda contar con los suyos de modo
inalterable? ¿No resulta de suma conveniencia que, en medio de las defecciones
de este triste mundo, justifique ante sus Angeles, su gracia y nuestra pobre
naturaleza, manifestando hasta dónde pueden llegar en sus Santos las determinaciones
de su voluntad siempre adoradas
LAS ESCUELAS PÍAS. —
La reparación que tu confianza invencible esperaba de la Madre de Dios, tenía
que venir cuando al cielo pluguiese. Oh José, ahora cuando ha sonado ya la hora
de la resurrección para las Escuelas Pías, tanto tiempo esperada, bendice a tus
hijos, cuyo número, en nuestro siglo, crece constantemente; concédeles las bendiciones de Jesús Niño,
y otro tanto a los numerosos
estudiantes que continúan ellos formando
en la ciencia cristiana; y a
todos lo que dedican sus
trabajos y su vida en pro de la
juventud, infúndeles tu espíritu, dales fortaleza; levanta nuestras almas a la
altura de las enseñanzas de tu heroica existencia.
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