DE LAS DIVERSAS
ESPECIES DE MILAGROS QUE JESUCRISTO OBRO EN VIDA - SANTO TOMAS DE AQUINO
II. Los
Fenómenos celestes
Jesucristo negó a los fariseos los milagros del cielo que le pedían.
Pero en la muerte de Cristo el Padre quiso honrarle con señales del cielo. Es
San Lucas quien nos lo cuenta: Era ya como la hora de sexta, y las tinieblas cubrieron
toda la tierra hasta la hora de nona; oscurecióse el 'sol y el velo del templo
se rasgó por medio (23-44s). En el comentario que Santo Tomás nos da de estos
prodigios, invoca el testimonio de San Dionisio Areopagita, como testigo de los
sucesos. La crítica ha dado su fallo sobre los escritos del Pseudo-Areopagita,
que no serían anteriores al siglo V. San Lucas no nos habla de eclipse de sol,
que sería más extraño en el plenilunio, sino del oscurecimiento del cielo en
toda la tierra, que debemos entender la de Judea, como en tantos otros pasajes
de la Sagrada Escritura. Duró este fenómeno unas tres horas, y nos trae a la
memoria las tinieblas de Egipto, de que nos habla el Éxodo.
III.
Los enfermos y los muertos
Son las curaciones de los enfermos las que más abundan en el Evangelio.
Es que abundaban entonces, como hoy, los enfermos que deseaban su curación y
acudían a aquel maravilloso médico, que con una sola palabra o con el contacto
de sus manos devolvía a todos la salud plena, y no hay que decir que cuantos
habían experimentado la piedad y el poder de Jesús le prestarían entera fe y
adhesión. Con esto Jesús quería asimismo probar que quien tenía poder para
curar los males del cuerpo, también lo tenía para curar los males del alma. Por
esto dice al paralitico: Tus pecados te son perdonados, Y luego: Para que veáis
que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados, levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa (Mt. 9,6). Es San Juan el que más particularmente pone
de relieve esta finalidad de los milagros de Jesús, pues esto significa que,
después de curar al ciego de nacimiento, pronuncie aquella palabra: Mientras
estoy en el mundo, soy luz del mundo (9,5). Y poco antes había dicho: Yo soy la
luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de
vida (8,12). Y al resucitar a Lázaro dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mi aunque muera, vivirá (Jn,25), y porque esto exige del hombre
ciertas disposiciones morales, por eso Jesús exige la fe de parte de quienes le
piden estos favores, sean los enfermos, sean sus allegados, y por esto Jesús se
siente como coartado por la incredulidad y, al contrario, muestra gran
satisfacción cuando encuentra almas de gran fe. No han faltado en nuestros tiempos
quienes pretendieron explicar por la fe que no obro milagros en las curaciones
de Jesús. Es ésta una de tantas explicaciones como la incredulidad ha inventado
contra los milagros del Evangelio.
IV. Los
seres irracionales
Para manifestar Jesús su poder sobre la creación entera, obra también
prodigios sobre los seres irracionales. Dio a los discípulos pesca abundante (Lc.
5,6), calmó la tempestad del mar (Mt, 8,18-23), caminó sobre las aguas, proveyó
en la boca de un pez de una dracma para ¡pagar el impuesto del templo (Mt.
I7,23-26), multiplicó los panes (Mt. 14, 3-2I; IS,32-39). Todos estos hechos
responden al mismo propósito de Jesús: mostrar quién Él era y engendrar la fe
en los beneficiados o testigos de tales milagros. Santo Tomás en estas
cuestiones procura poner de relieve el motivo de los milagros, que viene a ser
el sentido de los mismos. El primero, que abarca todos los milagros y que viene
a ser el sentido literal histórico, es probar con ellos la dignidad de su
persona, su misión divina y la verdad de su palabra. A este propósito plantea
el Angélico en un artículo esta cuestión: si los milagros hechos por Jesús son
prueba suficiente de que Dios está con El por unión personal, es decir, si es
de verdad Hijo de Dios.
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