¿Por qué tantos poseídos?
Considero de actualidad este artículo dada su importancia actual. En el
mundo actual hay más posesiones e infestaciones que nunca, solo la astucia
diabólica por los medios de que dispone, conocidos por nosotros, son como una
cortina de humo y no nos permiten ves las atrocidades que el enemigo de la
natura humana está haciendo en todo el mundo. Pero no es solo eso también
nosotros colaboramos a ello porque en este mundo de los “grandes
descubrimientos” en la tecnología desviamos nuestra atención hacia ella sin
saber que el enemigo sigue avanzando en este terreno de las posesiones de todo género
en todo el mundo. Otra de las razones se da del hecho de nuestra incredulidad,
arma poderosa en manos del enemigo, antes se notaban los casos de posesión
diabólica porque había más fe, hoy no está quedando más que la sombra de ella,
por un lado, sin embargo, por el otro nosotros estamos acudiendo a un hecho en
el cual el culto a Satanás
Misas Negras |
se ha extendido en todos los estratos sociales,
parece contradictorio, pero es verdad incluso en unos lugares hasta se han levantado
templos al demonio ya no cubierta ni solapadamente sino, lo que es peor,
públicamente. Volver sobre este tema es de vital importancia debido a que el
mismo diablo, hoy más que nuca nos lleva la delantera en todo, por desgracia.
Por esta razón juntare viejo con lo actual es este artículo, tengan paciencia
que en cada artículo sobre este tema escribiré más argumentos para reforzar el
titulo del presente artículo.
Los relatos demonológicos son tan numerosos en el Evangelio, el Diablo
ocupa en ellos tanto lugar, que debemos preguntarnos si en todo esto no habrá
algo de exageración. Es bien sabido que en la vida corriente no encontramos a
seres poseídos en la cantidad relativamente considerable con que aparecen al
paso de Jesús. Los críticos modernos — por lo menos los que se complacen en
llamarse "críticos independientes" — no han dejado de proclamar que
lo consideran inverosímil. Para ellos la mayor parte de estos
"poseídos" eran simplemente maniáticos, medio locos, o dementes más o
menos furiosos.
Aun cuando así fuese, aun cuando Jesús al tratar a esta categoría de
enfermos se hubiera avenido a las ideas medicales de su siglo, no dejaría de
ser menos notable que hubiera tenido éxito, en la mayoría de los casos, en
liberar con una palabra de su invalidez a estos desgraciados y devolverlos a su
estado normal. Pero esta forma de resolver el problema, debe tenerse por
singularmente sumaria, si se considera lo que hemos dicho más arriba. Los
textos evangélicos distinguen muy claramente entre los enfermos y los poseídos.
Estos últimos manifiestan, mediante signos patentes, la presencia de una inteligencia
extraña que habita en ellos. Esta inteligencia es hostil a Jesús, es lo que
llamamos la inteligencia de un espíritu maligno.
Si a continuación de ese Prólogo, del cual hemos señalado la grandeza:
la tentación de Jesús en el desierto, Satán no hubiera intervenido en el
transcurso de la carrera de Cristo, o no hubiera interpretado más que un papel
secundario, hubiésemos tenido, antes bien, la ocasión de habernos sorprendido.
Pero no es el caso. Jesús ha demostrado abiertamente que es "el
fuerte" que ha venido para reprimir el imperio de Satán sobre el mundo. A
decir verdad, esta lucha se desarrollaba principalmente en el terreno de lo
invisible, en los dominios de la gracia y del pecado. Y hasta el fin del mundo esto
será así. Pero con el permiso de Dios, esta lucha inmensa y secular presenta
también signos visibles y nos ofrece episodios espectaculares. Estos episodios
no son lo esencial. No lo olvidemos. Aun cuando en este libro insistimos sobre
ellos, no cabe en nuestro espíritu el extremar su importancia. Lo que está en
juego son las almas, es la elección entre el cielo y el infierno, entre el odio
y el amor, ¡entre la felicidad y la condenación! Entraba, pues, en los
designios de la Providencia hacer conocer a los hombres algo del poder de Satán
y de humillar a éste ante el poder del Redentor.
No estamos de ningún modo obligados a creer que el número desposeídos
del cual se habla en el Evangelio corresponde a un término medio en el mundo de
entonces o en el mundo actual. Es muy posible y hasta verosímil que estos casos
se hayan producido con una frecuencia extraordinaria alrededor de Jesús. La
unión personal de la divinidad con la naturaleza humana en Jesús, Hijo del
Hombre e Hijo de Dios, todo junto, habría tenido como contragolpe, con el
permiso divino, manifestaciones repetidas y múltiples de diablismo.
¡La posesión es, en cierto sentido, una réplica, una caricatura de la Encarnación
del Verbo! El paganismo y el mismo judaísmo empezaban a estar roídos por esa
incredulidad con respecto a lo sobrenatural que es una de las señales del
tiempo en que vivimos. ¡La venida de Jesús a la tierra y los numerosos casos de
posesión que se produjeron alrededor de Él constituyen una revelación
sobrecogedora del mundo sobrenatural en sus dos aspectos complementarios que
son la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán En este sentido fue que dijimos que
para nosotros el Evangelio es normativo. Plantea principios, proporciona claridades,
establece leyes, arroja sobre todos los siglos por venir, luces que no deben apagarse
jamás. Todo lo que sabemos y creemos con respecto al Demonio está arraigado en
el Evangelio. La creencia en la existencia y en la malignidad del Demonio es un
dogma para los cristianos. Nuestro destino está emparentado con el de los
Ángeles o los Demonios. Veremos a Dios, como los ángeles, dice Jesús, o bien
seremos malditos con Satán y todos sus demonios.
Todo esto tenía que ser dicho o recordado antes que llegáramos a los
hechos contemporáneos. Y para conducirnos del Evangelio a estos hechos
contemporáneos será suficiente una rápida ojeada. En conjunto tendremos que
cuidarnos de dos peligros: el de exagerar el satanismo y el de reducirlo a la
nada. En algunos siglos se ha visto al Diablo por todas partes y en otros no se
quería verlo por ninguna parte. Doble exageración igualmente falsa y por
consiguiente igualmente salida de Satán, padre de la mentira. No podría decirse
que los cristianos de los primeros tiempos tuvieran obsesión por la acción de
los demonios. Podríamos citar textos de San Pablo y de San Pedro que permanecen
siempre actuales y que deben ser considerados por nosotros como la expresión de
la estricta realidad. Tenemos que luchar contra el Demonio. La vida moral no es
más que una lucha. Hay otra cosa más que la carne y la sangre. El Dragón se
halla constantemente en acción. San Juan en el Apocalipsis ha dicho todo cuanto
había que decir sobre las vicisitudes de la historia cristiana. Pero es
indudable que el Dragón interpreta en ella un papel de primer plano. Los
períodos de persecución tan abundantes en la historia de la Iglesia son
eminentemente diabólicos. No cabe duda, por otra parte, que los primeros
cristianos consideraban diabólico al culto rendido a los ídolos bajo el
paganismo. Los dioses paganos, para ellos, eran demonios.
Al hablar de todo esto, sin embargo, no se dirá que los Padres de la
Iglesia hayan exagerado jamás. Un Agustín ha visto muy bien las dos Ciudades.
Las ha descrito con lucidez, con fuerza, con toda la amplitud de visión de un
genio espiritual. A veces lo consideramos pesimista. Pero es por una razón muy distinta
de la teología demonológica. No relaciona solamente con el demonio todo lo que
hay de tenebroso en las acciones de los hombres. Nosotros tenemos en ello
nuestra parte. Él es quien afirma por el contrario —volveremos a hablar de
esto— que "ese perro está encadenado". El Diablo no puede nada contra
nosotros sin nosotros. De nuestro consentimiento es de donde extrae su fuerza y
de nuestra resistencia es de donde procede su debilidad.
Las historias más demoníacas llegadas hasta nosotros desde las profundidades
de la antigüedad cristiana son las de los Padres del desierto. Un Antonio ha
luchado frente a frente con el demonio.
La lucha de San Antonio contra el Demonio |
Los ermitaños de la Tebaida y los monjes de todo origen y de toda época
han tenido que pelear con Satán. San Martín de Tours, en nuestro país, sabía
bastante de esto. Sin embargo, podemos atravesar rápidamente la Edad Media,
podemos hojear los infolios de los grandes teólogos escolásticos sin
enloquecernos con evocaciones demonológicas. Los autores que han hecho un
estudio especial de la literatura medieval que se refiere a la posesión
demoníaca o la brujería, opinan que los más grandes maestros —Alberto el
Grande, Tomás de Aquino, Duns Scot — se inclinaban antes bien a rechazar los
pretendidos prodigios de las brujas. En el siglo xv todavía, Gerson y Gabriel
Biel, el último de los nominalistas, disentían porque el primero afirmaba y el
segundo negaba el poder de los demonios sobre el mundo terrestre.
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