CAPITULO XXVI
BUSQUEDA Y
DIALOGO,
MUERTE DEL
ESPIRITU MISIONERO
La
búsqueda
Hemos visto que el espíritu
católico-liberal no tiene confianza suficiente en la verdad. El espíritu
conciliar, por su parte, pierde la esperanza de llegar alguna vez a la verdad;
sin duda, la verdad existe, pero ella es objeto de una búsqueda indefinida. Esto significa, veremos, que
la sociedad no puede organizarse sobre la verdad, sobre la Verdad que es
Jesucristo. En todo esto, la palabra clave es “la búsqueda”, u, orientación,
tendencia hacia la verdad, llamado de la verdad, camino hacia la verdad. La jerga
conciliar y post-conciliar abunda en este vocabulario de movimiento y de
“dinámica”. De hecho, el Concilio
Vaticano II canonizó la búsqueda en su Declaración sobre la Libertad Religiosa:
“La verdad debe ser buscada según el modo propio de la persona humana, y de su
naturaleza social, a saber, por medio de una libre búsqueda…” El Concilio pone
la búsqueda en el primer lugar antes que la enseñanza y la educación. Sin
embargo la realidad es otra: las convicciones religiosas se imponen por la
educación de los niños, y, una vez que son adquiridas, que están fijadas en los
espíritus y expresadas en un culto religioso, ¿para qué buscar? Por otra parte,
la “libre búsqueda” muy rara vez alcanzó la verdad religiosa y filosófica. El
gran Aristóteles no está exento de errores. La filosofía del libre examen acaba
en Hegel... ¿Y qué decir de las verdades sobrenaturales? He aquí lo que escribe
San Pablo hablando de los paganos: “¿Cómo creerán si no se les predica? ¿Cómo
se les predicará si no se envían misioneros?” (Rom. 10, 15). No es la búsqueda
lo que la Iglesia debe proclamar sino la necesidad de las misiones: “Id,
enseñad a todas las naciones” (Mat. 28, 19), tal es la única consigna dada por
Nuestro Señor. Sin la ayuda del Magisterio de la Iglesia ¿cuántas almas podrán
encontrar la verdad y permanecer en la verdad? La libre búsqueda, es un
irrealismo total, en el fondo, es un naturalismo radical.
En la práctica ¿qué es lo
que distingue el libre buscador del libre pensador?
Los
valores de las otras religiones
El Concilio se complació en
exaltar los valores salvíficos, o simplemente, los valores de las otras
religiones. Hablando de las religiones cristianas no católicas, el Vaticano II
enseña que “aunque creemos que padecen deficiencias, de ninguna manera están
desprovistas de sentido y valor en el misterio de la salvación” ¡Eso
es una herejía! El único medio de salvación es la Iglesia Católica. Las
comuniones protestantes, en cuanto están separadas de la unidad de la verdadera
fe, no pueden ser utilizadas por el Espíritu Santo. Este no puede más que obrar
directamente sobre las almas, o usar medios, que, de suyo, no llevan ningún
signo de separación (por ejemplo el bautismo). Uno puede salvarse “en” el
protestantismo pero no “por” el protestantismo. En el Cielo no hay
protestantes, no hay más que católicos. He aquí lo que declara el
Concilio respecto a las religiones no cristianas: “La Iglesia Católica no
rechaza nada de lo que hay de verdadero y de santo en esas religiones. Ella
considera con respeto esas maneras de obrar y de vivir, esas reglas y doctrinas
que, aunque difieren en muchos puntos de lo que Ella sostiene y propone,
aportan sin embargo un rayo de la Verdad que ilumina a todos los hombres.” ¿Pero cómo? ¿Debería
respetar la poligamia y la inmoralidad del Islam, o la idolatría hinduista? Por
cierto, estas religiones pueden conservar elementos sanos, restos de la
religión natural, ocasiones naturales para la salvación; incluso guardar restos
de la revelación primitiva (Dios, la caída, una salvación), valores sobrenaturales
ocultos que la gracia de Dios podría utilizar para encender en algunos la llama
de una fe naciente. Pero ninguno de estos valores pertenece, como propio, a las
falsas religiones. Lo propio de ellas es el errar lejos de la verdad, la
carencia de la fe, la ausencia de la gracia, la superstición y hasta la
idolatría. En sí mismos, esos falsos cultos no son sino vanidad y aflicción del
espíritu, incluso culto rendido a los demonios. Los elementos sanos que pueden
subsistir aún, en derecho, pertenecen a la única verdadera Religión: la de la
Iglesia Católica, y sólo Ella puede valerse de ellos.
Sincretismo
religioso
Por lo tanto, hablar de los
valores salvíficos de las otras religiones, lo repito, ¡es una herejía! Y
“respetar sus modos de obrar y sus doctrinas”, es un lenguaje que escandaliza a
los verdaderos cristianos. ¡Id a hablar a nuestros católicos africanos de
respetar los ritos animistas! Si un cristiano era sorprendido participando de
semejantes ritos, era sospechoso de apostasía y excluido de la misión por un
año.
Cuando se piensa que Juan Pablo II ha hecho un gesto animista en Togo...
De igual manera en Madras, el 5 de febrero de 1986, le llevaron una caña
de azúcar trenzada en forma de báculo, que significa la ofrenda hindú al dios
carnal, luego, durante la procesión del ofertorio, llevaron al altar cocos,
ofrenda típica de la religión hindú a sus ídolos, y por último, una mujer
impuso las cenizas sagradas a Juan Pablo II pasándole la mano sobre la frente.
El escándalo de los verdaderos católicos indios llegaba al colmo. A éstos, que
diariamente se encuentran, a cada paso, en las calles, con los templos
idolátricos y las creencias mitológicas de los budistas y de los hindúes no es
posible hablarles de “reconocer, preservar y hacer progresar los valores
espirituales, morales y socioculturales, que se encuentran en esas religiones.”
Si en los primeros siglos,
la Iglesia pudo bautizar los templos paganos o santificar los días de las
festividades paganas, fue porque su prudencia evitaba perturbar las costumbres
respetables y que su sabiduría sabía discernir los elementos de la piedad
natural que no había que suprimir, del fárrago idolátrico de que había
purificado la mente de los nuevos convertidos. A lo largo de toda la historia
de las misiones, no faltó la Iglesia, a este espíritu de misericordia
inteligente. La “nota” de catolicidad de la Iglesia, ¿no es precisamente su
capacidad de reunir en una unidad sublime de fe a los pueblos de todos los
tiempos, de todas las razas y de todos los lugares, sin suprimir sus
diversidades legitimas? Se puede decir que el discernimiento respecto a todas
las religiones está hecho hace tiempo y que ya no es preciso hacerlo. Y ahora,
el Vaticano II nos pide un nuevo respeto, un nuevo discernimiento, una nueva
asimilación y una nueva construcción y ¡en qué términos y aplicaciones concretas!
Es lo que se llama la “inculturación”. No, no está allí la sabiduría de la
Iglesia. El espíritu de la Iglesia le
hizo inscribir en su liturgia palabras oportunas, destinadas a nuestro tiempo,
bajo el Papa Pío XII, poco antes del Concilio. Leed la oración del oferto-rio
de la Misa de los Sumos Pontífices, tomada del llamado divino al Profeta
Jeremías (Jer. 1, 10): “He aquí que pongo mis
palabras en tu boca, que te he establecido sobre las naciones y los reinos,
para que arranques y destruyas, edifiques y plantes.” Por mi parte, jamás traté de
convertir la choza de un sacerdote animista en capilla. Cuando un brujo moría
(con frecuencia envenenado), quemábamos inmediatamente su choza, con gran
alegría por parte de los niños. A los ojos de toda la Tradición, la consigna
dada por Juan Pablo II en la Redemptor Hominis: “nunca una destrucción, sino
una purificación y una nueva construcción”, no es sino una utopía de un teólogo
de escritorio. De hecho, lúcida o no, es una incitación explícita al
sincretismo religioso.
El
diálogo
El diálogo no es un
descubrimiento conciliar, Pablo VI en su Ecclesiam Suam es el autor:
diálogo con el mundo, con las otras religiones; pero es preciso reconocer que
el Concilio aumentó singularmente su tendencia liberal. Ejemplo: “La verdad debe ser buscada
(...) por medio (...) de un intercambio y de un diálogo por los que unos expongan
a los otros la verdad que han encontrado o piensan haber encontrado, a fin de
ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad.” Así, tanto el creyente como
el no creyente deberían estar siempre en búsqueda. San Pablo, sin embargo,
condenó a los falsos doctores “que están siempre aprendiendo sin llegar nunca a
la verdad” (II Tim. 3, 7). Por su lado ¡el no creyente podría ofrecer al
creyente elementos de la verdad que le faltarían! El Santo Oficio, en su
Instrucción del 20 de diciembre de 1949 acerca del ecumenismo rechazaba, por
cierto, este error y hablando del regreso de los cristianos separados a la
Iglesia católica, escribía: “Se evitará el hablar, en este punto, de una manera
tal, que volviendo a la Iglesia se imaginen aportarle un elemento esencial que
le habría faltado hasta hoy. ”El contacto con los no católicos nos puede
aportar experiencia humana, pero nada doctrinal. Además, el Concilio ha
modificado considerablemente la actitud de la Iglesia frente a las otras
religiones, en particular las no cristianas. El 13 de septiembre de 1975, tuve
une entrevista con el secretario de Mons. Nestor Adam, obispo de Sion en aquel
entonces. Coincidió conmigo: “Sí, hay algo cambiado en la orientación misionera
de la Iglesia.” Pero, añadió: “Hacía falta cambiar.” “Por ejemplo –me dijo– en
los que no son cristianos o en los que están separados de la Iglesia, se busca
ahora lo bueno, lo positivo, se intenta discernir gérmenes de salvación en los
valores que poseen.”
Por cierto, todo error tiene
sus lados verdaderos y positivos; no existe el error al estado puro, tampoco el
mal absoluto. El mal es la corrupción de un bien, el error es la corrupción de
lo verdadero, en un sujeto que conserva a pesar de todo, su naturaleza, algunas
cualidades naturales y algunas verdades. Pero, se corre un peligro muy grande
al fundarse en el resto de verdad que el error conserva. Qué pensarían de un
médico que, llamado para auxiliar a un enfermo, declararía: “¡Todavía le queda
algo a este enfermo, no está tan mal!” En vano insistirían con este doctor
respecto a la enfermedad: “Pero, mire la enfermedad, ¿no ve que está enfermo?
¡hay que curarlo, si no va a morir!” Les contestaría: “Después de todo, no se
porta tan mal. Además, mi método consiste en no hacerle caso al mal que está en
mis pacientes –eso es negativo–, sino más bien en la salud que todavía les
queda.” Sería como decir: que mueran los enfermos. Lo mismo cuando se repite
persistentemente a los no-católicos o los no-cristianos: “después de todo
tienen una conciencia recta, poseen los medios de salvación”, terminan creyendo
que no están enfermos. ¿Después de eso, cómo convertirles?
Ahora bien, nunca la Iglesia
tuvo este espíritu. Al contrario, el espíritu misionero fue siempre el de
mostrar francamente a los enfermos sus llagas, a fin de curarlos y brindar-les
los remedios que les eran necesarios. Es una crueldad inhumana el encontrarse
ante los no-cristianos y no decirles que tienen necesidad de la Religión
cristiana y que no pueden salvarse más que por Nuestro Señor Jesucristo. Sin
duda, al comienzo de una conversión privada se hace una captatio benevolentiæ
alabando lo que hay de honesto en su religión, eso es legítimo; pero, erigir
esto en un principio doctrinal es un error, ¡es engañar a las almas! Los
“valores salvíficos de las otras religiones” ¡eso es una herejía! Hacer de ello
la base del apostolado misionero, es querer mantener a las almas en el error.
Este “diálogo” es sumamente antimisionero. Nuestro Señor no envió a sus
Apóstoles para dialogar, sino para predicar. Ya que es este espíritu de diálogo
liberal que se inculca desde el Concilio a los sacerdotes y misioneros, se
entiende por qué la Iglesia conciliar ha perdido completamente el celo
misionero, el mismo espíritu de la Iglesia.
Ya hemos dicho bastante
sobre la libre búsqueda y el diálogo; pasemos ahora al resultado de esos
descubrimientos conciliares: la libertad religiosa. La trataremos en sus aspectos:
históricos, individual y, por último, social.
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