FIESTA
DEL
CORPUS CHRISTI
EL SANTÍSIMO
SACRAMENTO EN EL CENTRO DE LA LITURGIA. — La luz del Espíritu
Santo, que vino a aumentar en la Iglesia la inteligencia siempre viviente del
misterio de la augusta Trinidad, la lleva a contemplar en seguida esta otra maravilla
que concentra ella misma todas las operaciones del Verbo encarnado, y nos
conduce desde esta vida a la unión divina. El misterio de la Sagrada Eucaristía
va a aparecer en todo su esplendor, y es importante disponer los ojos de nuestra
alma para recibir saludablemente la irradiación que nos aguarda. Lo mismo que
no hemos estado nunca sin la noción del misterio de la Santísima Trinidad, y
que nuestros homenajes se dirigen siempre a ella; así también la Sagrada
Eucaristía no ha dejado de acompañarnos en todo el curso de este año litúrgico,
ya como medio de rendir nuestros homenajes a la suprema Majestad, ya como
alimento de la vida sobrenatural. Podemos decir que estos dos inefables misterios
nos son conocidos y que los amamos; pero las gracias de Pentecostés nos han
abierto una nueva entrada en lo más íntimo que tienen; y, si el primero nos
pareció ayer rodeado de los rayos de una luz más viva, el segundo va a brillar
para nosotros con un resplandor que los ojos de nuestra alma nunca habían recibido.
Siendo la Santísima Trinidad, como hemos hecho ver, el objeto esencial de toda
la religión, el centro a que vienen a parar todos nuestros homenajes, aun
cuando parezca que no llevamos una intención inmediata, se puede decir también
que la Sagrada Eucaristía es el más precioso medio de dar a Dios el culto que
le es debido, y por ella se une la tierra con el cielo. Es, pues, fácil,
penetrar la razón del retraso que la Iglesia tuvo en la institución de las dos
solemnidades que suceden inmediatamente a la de Pentecostés. Todos los
misterios que hemos celebrado hasta aquí, estaban contenidos en el augusto
Sacramento, que es el memorial y como el resumen de las maravillas que el Señor
hizo por nosotros. La realidad de la presencia de Cristo bajo las especies
sacramentales, hizo que en la Hostia reconociésemos en Navidad al Niño que nos
nació; en Pasión, la víctima que nos rescató; en Pascua, al vencedor de la
muerte. No podíamos celebrar todos estos misterios sin apelar en nuestro
socorro al inmortal Sacrificio, y no podía ser ofrecido, sin renovarlos ni
reproducirlos. Las fiestas mismas de la
Santísima Virgen y de los Santos nos mantenían en la contemplación del divino
Sacramento. María, a quien hemos honrado en sus solemnidades de la Inmaculada Concepción,
de la Purificación, de la Anunciación, ¿no formó con su propia sustancia este
cuerpo y esta sangre que ofrecemos sobre el altar? La fuerza invencible de los
Apóstoles y de los Mártires que hemos celebrado, ¿no la sacaron del alimento
sagrado que da el ardor y la constancia? Los Confesores y las Vírgenes, ¿no nos
han parecido como la floración del campo de la Iglesia que se cubre de espigas
y de racimos de uva, gracias a la fecundidad que le da Aquél que es la a la vez
el pan y la vid?' Reuniendo todos nuestros medios para honrar a estos gloriosos
habitantes de la corte celestial, hemos hecho uso de la salmodia, de los himnos,
de los cánticos, de las fórmulas más solemnes y tiernas; pero como homenaje a
su gloria, nada igualaba a la ofrenda del Sacrificio. Allí, entrábamos en
comunicación directa con ellos, según la enérgica expresión de la Iglesia en el
canon de la Misa (communicantes). Adoran ellos eternamente a la
Santísima Trinidad por Jesucristo y en Jesucristo; por el Sacrificio nos uníamos
a ellos en el mismo centro, mezclábamos nuestros homenajes con los suyos, y
para ellos resultaba un aumento de honra y de felicidad. La Sagrada Eucaristía,
Sacrificio y Sacramento, siempre nos estaba presente; y, si en estos días debemos
¡recogernos para mejor comprender la grandeza y poder infinitos, si debemos
esforzarnos por gozar con más plenitud la inefable suavidad, no es un
descubrimiento que se nos muestra de súbito: se trata del elemento que el amor de
Cristo nos dejó preparado, y del cual usamos ya, para entrar en relación
directa con Dios y rendirle nuestros deberes más solemnes y a la vez más
íntimos.
PRIMERA FIESTA DEL
CORPUS. — Sin embargo, el espíritu que gobierna a la Iglesia,
debía inspirarla un día el pensamiento de establecer una solemnidad *
particular en honor del misterio augusto en que se contienen los demás. El
elemento sagrado que da a todas las fiestas del año su razón de ser y las
ilumina con su propio resplandor, la Eucaristía, pedía por sí misma una fiesta
en relación con la magnificencia de su objeto. Pero esta exaltación de la
Hostia, sus marchas triunfales, tan justamente caras a la piedad cristiana de
nuestros días, eran imposibles en la Iglesia del tiempo de los mártires. No
fueron usadas después de la victoria, porque no formaban parte en la manera y
espíritu de las formas litúrgicas primitivas, que continuaron en uso por mucho
tiempo. En primer lugar eran menos necesarias y como superfluas para la fe viva
de aquella edad: la solemnidad del Sacrificio mismo, la participación común en
los Misterios sagrados, la alabanza no interrumpida de los cantos litúrgicos
que irradiaban alrededor del altar, daban a Dios homenaje y gloria, mantenían la
exacta noción del dogma, y tenían en el pueblo una sobreabundancia de vida
sobrenatural que ya no se encuentra en la época siguiente. El memorial divino
daba sus frutos: las intenciones del Señor al Instituir el misterio, se habían
cumplido, y el recuerdo de esta institución, celebrada entonces como en
nuestros días en la Misa de Jueves Santo, quedaba grabada profundamente en el
corazón de los fieles.
LA DEBILITACIÓN DE
LA FE. — Así fué hasta el Siglo. XIII; pero entonces, y por
consecuencia del enfriamiento que constata la Iglesia a principios de este
siglo la fe se debilitó, y con ella, la robusta piedad de las antiguas naciones
cristianas. En esta decadencia progresiva, que no debía detener las maravillas
de la santidad individual, era de temer que el adorable Sacramento, que es el
misterio de la fe por esencia, tuviese que sufrir más que ningún otro, de la
indiferencia y frialdad de las nuevas generaciones. Ya en diversas partes y por
inspiración del infierno, había aparecido alguna negación sacrílega de la Sagrada
Eucaristía, conmoviendo a los fieles, si bien estaban aún demasiado apegados
generalmente a sus tradiciones para dejarse seducir, pero que puso en guardia a
los pastores y que hizo ya sus víctimas.
LAS HEREJÍAS
SACRAMENTARÍAS. — Escoto Erígena había elaborado la fórmula
de la herejía Sacramentaría. La Eucaristía no era para él sino "un signo,
una figura de la unión espiritual con Jesús, percibida por sola la
inteligencia'". Su necia pedantería tuvo poca resonancia, y no prevaleció contra
la tradición católica expuesta en los sabios escritos de Pascasio Radberto,
Abad de Corbeya. Renovados en el s. xi por Berengario, los sofismas de Escoto
turbaron aún más seriamente y por más tiempo la Iglesia de Francia, sin que por
eso sobreviviesen a la sutil vanidad de su segundo padre. El infierno avanzaba
poco en sus ataques demasiado directos aún; alcanzó mejor su fin por caminos
desviados. El imperio bizantino favorecía los restos de la secta maniquea, que,
mirando la carne como la obra del principio malo, arruinaba a la Eucaristía por
su base. Mientras Berengario, ávido de gloria, dogmatizaba con estrépito sin
provecho para el error, Tracia y Bulgaria dirigían sus apóstoles
silenciosamente hacia Occidente. Lombardía, las Marcas y Toscana fueron
infectadas; pasados los montes, la impura chispa cayó a la vez sobre varios
puntos del reino cristianísimo. Orleans, Toulouse, Arrás, vieron el veneno
entrar por sus muros. Se creyó haber sofocado el mal en su origen, con
enérgicas represiones, pero el contagio se extendía a ocultas. Tomando el
mediodía de Francia por base de sus operaciones, la herejía se organizó solapadamente
durante todo el s. XII; tales fueron sus disimulados progresos, que quitándose
la careta por fin, pretendió, a principios del Siglo XII, sostener con las
armas en la mano sus dogmas impíos. Fueron necesarios ríos de sangre para
someterla y quitarla sus plazas fuertes; y mucho tiempo aún después de la
derrota de la insurrección armada, la Inquisición tuvo que vigilar activamente las
provincias infectadas por el azote de los Albigenses.
LA VISIÓN DE LA
BIENAVENTURADA JULIANA. — Simón de Monfort fué el paladín de la
fe. Pero al tiempo mismo en que el brazo victorioso del héroe cristiano abatía
a la herejía, Dios preparaba a su Hijo, indignamente ultrajado por los
sectarios en el Sacramento de su amor, un triunfo más pacífico y una reparación
más completa. En 1208, una humilde religiosa hospitalaria, la Beata Juliana de
Mont-Cornillon, cerca de Lie ja, tuvo una visión misteriosa en que se le
apareció la luna llena, faltando en su disco un trozo. Después de dos años le
fué revelado que la luna representaba a Iglesia de su tiempo, y que el pedazo que
faltaba, indicaba la ausencia de una solemnidad en el Ciclo litúrgico. Dios
quería dar a entender que una fiesta nueva debía celebrarse cada año para
honrar solemne y distintamente la institución de la Eucaristía; porque la
memoria histórica de la Cena del Señor en el Jueves Santo, no respondía
a las necesidades nuevas de los pueblos inquietados por la herejía; y no bastaba
tampoco a la Iglesia, ocupada por otra parte entonces por las importantes
funciones de ese día, y absorbida pronto por las tristezas del Viernes Santo. Al
mismo tiempo que Juliana recibía esta comunicación, la fué mandado poner manos
a la obra y hacer conocer al mundo la divina voluntad. Veinte años pasaron
antes de que la humilde y tímida virgen se lanzase a tomar sobre sí tal
iniciativa. Se abrió por fin a un canónigo de San Martín de Lie ja, llamado
Juan de Lausanna, a quien estimaba singularmente por su gran santidad, y le
pidió tratase del objeto de su misión con los doctores. Todos acordaron reconocer
que no sólo nada se oponía al establecimiento de la fiesta proyectada, sino que
resultaría, por el contrario, un aumento de la gloria divina y un gran bien de
las almas. Animada por esta decisión, la Bienaventurada hizo componer y aprobar
para la futura fiesta un oficio propio, que comenzaba por estas palabras: Animarum,
cibus, del que quedan todavía algunos fragmentos,
LA FIESTA DEL
CORPUS CHRISTI. — La Iglesia de Lieja, a quien la Iglesia
universal debía ya la fiesta de la Santísima Trinidad, estaba predestinada al
nuevo honor de dar origen a la fiesta del Santísimo Sacramento. En 1246,
después de tanto tiempo y de obstáculos innumerables, Roberto de Toróte, obispo
de Lieja, estableció por decreto sinodal que, cada año, el Jueves después de la
Trinidad, todas las iglesias de su diócesis deberían observar en lo sucesivo,
con abstención de obras serviles y ayuno preparatorio, una fiesta solemne en
honor del inefable Sacramento del Cuerpo del Señor. La fiesta del Santísimo
Sacramento fué, pues, celebrada por primera vez en esta insigne iglesia, en
1247. El sucesor de Roberto, Enrique de Gueldre, guerrero y gran señor, tuvo
ocupaciones muy distintas que su predecesor. Hugo de Saint-Cher, cardenal de
Santa Sabina, legado en Alemania, habiendo acudido a Lieja para poner remedio a
los desórdenes que se producían en el nuevo gobierno, oyó hablar del decreto de
Roberto y de la nueva solemnidad. Siendo prior en otro tiempo y provincial de
los Frailes Predicadores, fué uno de los que, consultados por Juan de Lausanna,
habían alabado el proyecto. Consideró honroso para sí celebrar la fiesta y
cantar la Misa con gran pompa. Además, por ordenanza con fecha del 29 de
Diciembre de 1253, dirigida a los Arzobispos, Obispos, Abades y fieles del
territorio de su legación, confirmó el decreto del obispo de Lieja, y lo extendió
a todas las tierras de su jurisdicción, concediendo indulgencia de cien días a
todos los que, contritos y confesados, visitasen piadosamente las iglesias en
que se hacía el oficio de la fiesta, el mismo día, o la Octava. El año
siguiente, el cardenal de San Jorge del Velo de Oro, que le sucedió en su
legación, confirmó y renovó las ordenanzas del cardenal de Santa Sabina. Pero
estos decretos reiterados no pudieron triunfar de la frialdad general; y tales
fueron las maniobras del enemigo, que se sentía herido hasta lo más hondo, que después
de la salida de los legados, se vió a eclesiásticos de gran renombre y
constituidos en dignidad oponer a las ordenanzas sus decisiones particulares.
Cuando murió la Bienaventurada Juliana, en 1258, la iglesia de San Martín fué
la única en celebrar la fiesta, ella que había tenido la misión de establecerla
en el mundo entero. Pero dejaba, para continuar su obra, una piadosa reclusa,
por nombre Eva, que fué la confidente de sus pensamientos.
LA EXTENSIÓN DE LA
FIESTA A LA IGLESIA UNIVERSAL.— El 29 de Agosto de 1261,
Santiago Pantaleón subía al trono pontificio con
el nombre de Urbano IV. Había conocido a la
Bienaventurada Juliana cuando era Arcediano de
Lieja, y había aprobado sus planes. Eva creyó
ver en esta exaltación una señal de la
Providencia. A instancias de la reclusa, Enrique
de Gueldre, escribió al nuevo Papa para
felicitarle y pedirle confirmase con su
aprobación suprema la fiesta instituida por
Roberto de Toróte. Al mismo tiempo, diversos prodigios,
y especialmente el del corporal de Bolsena,
ensangrentado por una hostia milagrosa casi a
los ojos de la corte pontificia, que residía
entonces en Orvieto, vinieron como a urgir a
Urbano de parte del cielo y a afianzar el buen
celo que antes había manifestado por la honra
del Santísimo Sacramento. Santo Tomás de Aquino
fué encargado de componer según el rito romano
el Oficio que debía reemplazar en la Iglesia al
de la Bienaventurada Juliana, adaptado por ella
al rito de la antigua liturgia francesa. La bula
Transiturus dió en seguida a conocer al
mundo las intenciones del Pontífice: Urbano IV,
recordando las revelaciones de que había tenido
conocimiento en otro tiempo, establecía en la
Iglesia Universal, para la confusión de la
herejía y la exaltación de la fe ortodoxa, una
solemnidad especial en honor del augusto memorial
dejado por Cristo a su Iglesia. El día señalado
para esta fiesta era la Feria quinta o Jueves
después de la Octava de Pentecostés. Parecía
que la causa quedaría por fin terminada; pero
los trastornos que asolaban entonces a Italia y
al Imperio, hicieron olvidar la bula de Urbano
IV, antes de que pudiera ser puesta en
ejecución. Más de cuarenta años pasaron an tes
que de nuevo fuera promulgada y confirmada por
Clemente V en el Concilio de Viena. Juan XXII,
insertándola en el Cuerpo del Derecho en las Clementinas,
la dió fuerza de ley definitiva, y tuvo así
la gloria de dar la última mano, hacia el año
1318, a esta gran obra cuya conclusión había
exigido más de un siglo.
EL DESEO DEL
CORAZÓN HUMANO. — Contra esta fiesta y su divino objeto,
los hombres han repetido las palabras: ¿Cómo puede hacerse esto? ' y la
razón parecía justificar sus dichos contra lo que llamaban las pretensiones
insensatas del corazón del hombre. Todo ser tiene sed de felicidad, y, con todo
eso, no aspira más que al bien de que es capaz; porque la condición del bien es
no encontrarse más que en la plena satisfacción del deseo que le persigue. El
hombre, como todo lo que vive alrededor suyo, tiene sed de dicha; y con todo
eso, él solo en este mundo siente en sí aspiraciones que sobrepasan inmensamente
los límites de su frágil naturaleza. Dios, al revelársele por sus obras, de una
manera correspondiente a su naturaleza creada; Dios, causa primera y fin
universal, perfección sin límites, belleza infinita, bondad suma, objeto bien
digno de aquietar para siempre, colmándolos, su inteligencia y su corazón: Dios
así conocido, así gustado, no basta al hombre. Este ser de la nada quiere el
infinito en su sustancia; suspira por la paz del Señor y por su vida íntima. La
tierra a sus ojos es desierto sin salida, sin agua para apagar su sed;
"como el ciervo, exclama, busca el agua de las fuentes, así mi alma aspira
a ti, oh Dios! ¡Mi alma tiene sed del Dios fuerte, del Dios vivo! ¡Oh! ¿Cuándo
iré, cuándo apareceré ante la cara de Dios?" ¡Entusiasmo extraño
seguramente para la fría razón! ¡Aspiraciones, al parecer, verdaderamente insensatas!
Esta vista de Dios, esta vida divina, este festín cuyo alimento será Dios mismo,
¿podrá algún día hacer el hombre que estas sublimidades no queden infinitamente
por encima de las potencias de su naturaleza, como de toda naturaleza creada?
Un abismo le separa del objeto que le encanta, y no es otro que la enorme
desproporción de la nada al ser. El acto creador con toda su omnipotencia no
puede por sí solo llenar el abismo; y para que la desproporción cesase de ser
un obstáculo a la unión deseada, sería menester que Dios mismo salvase la
distancia y se dignase comunicar a este hijo de la nada sus propias energías.
Mas ¿qué es el hombre para que el Ser supremo, cuya magnificencia está por encima
de los cielos, rebaje hasta él su excelencia?
RESPUESTA DEL AMOR
INFINITO. — Dios es amor; y lo admirable no es que
nosotros hayamos amado a Dios, sino que El mismo se nos haya anticipado con su
amor. Ahora bien, el amor reclama la unión, y la unión requiere semejanza. ¡Oh riquezas
de la naturaleza divina, en la que se manifiestan, del mismo modo infinitos, el
Poder, la Sabiduría y el Amor, que constituyen la Trinidad Augusta! ¡Gloria a
Ti, Espíritu Santo, cuyo reino, apenas comenzado, ilumina con sus rayos nuestros
ojos mortales! ¡En esta semana que nos ve comenzar contigo el inventario de los
preciosos dones dejados en nuestras manos por el Esposo al subir al cielo, en
este primer Jueves que nos recuerda la Cena del Señor, descubres a nuestros
corazones la plenitud, el objeto, la admirable armonía de las obras que realiza
el Dios uno en su esencia y trino en sus personas; en el velo de las especies
sagradas ofreces a nuestros ojos el memorial vivo de las maravillas
realizadas por el concierto de la Omnipotencia, la Sabiduría y el Amor! La
Eucaristía sola podía, efectivamente, poner en pleno esplendor el
desenvolvimiento en el tiempo, la marcha progresiva de los divinos designios
inspirados por el amor que los conduce hasta el fin
ALABANZA A LA
SABIDURÍA ETERNA. — Oh Sabiduría, salida de la boca del
Altísimo, que abarcas de un extremo a otro y dispones todas las cosas con fortaleza
y suavidad implorábamos en el tiempo de Adviento tu venida a Belén, la casa del pan; eran la aspiración primera de nuestro corazón.
El día de tu gloriosa Epifanía manifestó el misterio de las bodas y reveló al
Esposo; la Esposa fué preparada en las aguas del Jordán; cantamos a los Magos
que se dirigían con presentes al festín figurativo, y a los comensales que bebían
vino milagroso. Mas el agua cambiada en vino, presagiaba aun más excelsas maravillas.
La viña, la verdadera viña cuyos sarmientos somos nosotros, dió flores
embalsamadas y frutos de gracia y honor El trigo abunda en los valles y éstos
cantan un himno de alabanza Sabiduría, noble soberana, cuyos atractivos divinos
cautivan desde la infancia los corazones ávidos de la verdadera hermosura5; ¡ha
llegado por fin, el día del verdadero festín de las bodas! Como una madre llena
de honor, acudes a alimentarnos con el pan de vida, a embriagarnos con la
bebida saludable. Es mejor tu fruto que La primera de las grandes antífonas de Adviento
el oro y la piedra preciosa, mejor tu sustancia que la plata más pura los que Te
comen, volverán a tener hambre; los que Te beben, no apagarán su sed. Porque tu
conversación no tiene nada de amargo, tu compañía nada de hastío; contigo están
la alegría y el júbilo, las riquezas, la gloria y la virtud. En estos días que
elevas tu trono en la asamblea de los santos, sondeando a placer los misterios del
divino banquete, deseamos publicar tus maravillas, y en unión contigo, cantar
tus alabanzas ante los ejércitos del Altísimo Dígnate abrir nuestra boca y
llenarnos de tu Espíritu, divina sabiduría, a ñn de que nuestra alabanza sea
digna de su objeto y abunde, conforme a tu promesa, en la boca de tus
adoradores
M I S A
El Señor viene a alimentar a
sus elegidos con el trigo echado a la tierra y multiplicado por la inmolación
mística, sobre todos los altares; viene en este día a triunfar entre los suyos,
a escuchar nuestros gritos de júbilo al Dios de Jacob. Estos son los
pensamientos que interpreta el solemne Introito por el que la Iglesia empieza sus
cantos. Está compuesto de trozos del salmo LXXX.
INTROITO
Los alimentó con grosura de
trigo, aleluya: y los sació con miel de la roca, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo:
Ensalzad a Dios, nuestro ayudador: cantad jubilosos al Dios de Jacob. J.
Gloria al Padre.
En la Colecta, la Iglesia
recuerda la intención del Señor al instituir el Sacramento del amor en la víspera
de su muerte, como memorial de la Pasión que pronto debía padecer. Pide que,
penetrados así de su verdadero sentido en los honores rendidos al Cuerpo y
Sangre divinos, obtengamos el fruto de su sacrificio.
COLECTA
Oh Dios, que bajo este
admirable Sacramento, nos dejaste el recuerdo de tu pasión: suplicamos te hagas
que veneremos de tal modo los sagrados Misterios de tu Cuerpo y Sangre, que
sintamos siempre en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives.
EPISTOLA
Lección de la Epístola
del Ap. S. Pablo a los Corintios.
(XI, 23-29).
Hermanos: Pues yo recibí del
Señor lo que os he enseñado a vosotros: que el Señor Jesús, en la noche que iba
a ser entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y dijo: Tomad, y
comed: Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros: haced esto en
memoria mía. Tomó igualmente el cáliz, después que cenó, diciendo: Este cáliz
es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced esto, cuantas veces bebáis, en
memoria mía. Porque, cuantas veces comáis este pan, y bebáis el cáliz,
anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien comiere este
pan, o bebiere el cáliz del Señor, indignamente, será reo del cuerpo y de la
sangre del Señor. Pruébese, pues, el hombre a si mismo: y coma así de este pan
y de este cáliz. Porque, el que lo come, o lo bebe, indignamente, come y bebe su
propio juicio, no distinguiendo el-cuerpo del Señor.
ANUNCIO DE LA
MUERTE DEL SEÑOR. —La Sagrada Eucaristía como Sacrificio y
Sacramento, es el centro mismo de la religión cristiana; por eso el Señor quiso
que el hecho de su institución, descansase, en los escritos inspirados, sobre
cuádruple testimonio. San Pablo, a quien acabamos de escuchar, une su voz a la
de San Mateo, San Marcos y San Lucas. Apoya su relato, conforme en todo al de
los evangelistas, sobre la misma palabra del Salvador, que se dignó
aparecérsele e instruirle en persona, después de. su conversión. El Apóstol
insiste sobre el poder que el Señor dió a sus discípulos de renovar la acción
que acababa de realizar, y en particular nos enseña que cada vez que el
sacerdote consagra el cuerpo y sangre de Jesucristo, anuncia la muerte del
Señor, manifestando por estas palabras la unidad del sacrificio sobre la
cruz y sobre el altar. Por la inmolación del Redentor sobre la cruz, la carne
de este cordero de Dios llega a ser asimismo "verdadera comida", y su
sangre, "verdadera bebida", como lo dirá pronto el Evangelio. No lo
olvide el cristiano ni en este dia de triunfo. Lo hemos visto hace un instante:
la Iglesia en la Colecta no desea sino inculcar profundamente en el alma de sus
hijos la última y tierna recomendación del Señor: "Cada vez que bebáis de
este cáliz de la nueva alianza, hacedlo en memoria mía." La elección que
hace para la Epístola de este trozo del gran Apóstol, debe servir al cristiano
para comprender mejor que la carne divina que alimenta su alma, fué preparada en
el Calvario, y que, si el Cordero está hoy vivo e inmortal, por una muerte dolorosa
fué por la que llegó a ser nuestro alimento. El pecador reconciliado debe recibir
con compunción el sagrado Cuerpo, del que debe reprocharse amargamente el haber
agotado toda la Sangre por sus pecados; el justo participará de él con
humildad, acordándose de que también él tuvo su parte en los dolores del Cordero
inocente, y que, si hoy siente en sí la vida de la gracia, no lo debe sino a la
Sangre de la Víctima, cuya Carne le va a ser dada en alimento.
PUREZA REQUERIDA. -—
Temamos ante todo la audacia sacrílega reprendida por el Apóstol, del que no
teme infligir, por un monstruoso desorden, una nueva muerte al Autor de la
vida, en el banquete mismo de quien dió su Sangre para rescatarle. "Pruébese
el hombre a sí mismo, dice San Pablo, y sólo entonces coma de este pan y beba
de este cáliz.-' Esta prueba es la confesión sacramental para todo hombre que
tiene conciencia de un pecado grave no acusado todavía: por grande que sea su
arrepentimiento y aunque esté ya reconciliado con Dios por un acto de
contrición perfecta, el precepto del Apóstol, interpretado por la costumbre de
la Iglesia y sus definiciones conciliares, le prohíbe el acceso a la Sagrada
Mesa hasta que confiese su falta en el sacramento de la Penitencia.
El Gradual y el verso del
Aleluya presentan un ejemplo de paralelismo entre los dos testamentos. El
Salmista exalta en él la bondad infinita del Señor, del que todo ser viviente
espera su alimento; y el Salvador, se presenta aquí a nosotros, en San Juan,
como verdadero alimento.
GRADUAL
Los ojos de todos están
fijos en ti, Señor: y tú les das el sustento en tiempo oportuno. Abres tu mano: y llenan de bendición a todo
viviente. Aleluya, aleluya. Mi carne es verdaderamente comida, y
mi sangre es verdaderamente bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él. Aleluya.
A continuación viene la
Secuencia, obra del Doctor Angélico, donde la Iglesia, verdadera Sión, manifiesta
su entusiasmo, desahoga su amor al Pan vivo y vivificador, en términos de una
precisión escolástica que parecería habría de resistirse a toda forma poética.
El misterio eucarístico se desenvuelve en ella con la plenitud concisa y la
sencilla y grandiosa majestad, cuyo maravilloso secreto tuvo Santo Tomás. Esta
exposición sustancial del objeto de la fiesta, sostenida por un canto en
armonía con el pensamiento, justifica completamente el entusiasmo excitado en
el alma por la sucesión de estas estrofas magistrales.
SECUENCIA
1.
Alaba, Sión, al Salvador,
Alaba
al Caudillo y al Pastor
Con
himnos y cánticos.
2.
Cuanto puedas, tanto osa:
Porque
es mayor que toda loa,
Ni
bastas para alabarle.
3.
Tema especial de la loa
Que
se propone este día,
Es
un Pan vivo y vital.
4.
El que en la Mesa sagrada,
A la
turba de los Doce
Fué
dado sin vacilar.
5.
Sea plena, sea sonora la loa,
Sea
agradable, sea graciosa
Del
alma la exultación.
6.
Porque es el solemne día
En
que se celebra la primera
Institución
de esta Mesa.
7.
En esta mesa del nuevo Rey,
La
nueva Pascua de la nueva Ley
Termina
la Pascua antigua.
8.
El nuevo rito anula al antiguo;
La
verdad a la sombra pone en fuga,
La
luz a la noche elimina.
9.
Lo que en la Cena hizo Cristo,
:'
Mandó también que se hiciera
En
memoria y recuerdo suyo.
10.
Los iniciados en los sagrados ritos
Consagramos
el pan y el vino
En
hostia de salvación.
11.
Es enseñanza dada a los cristianos,
Que
el pan se convierte en carne,
Y el
vino en sangre se torna.
12.
Lo que no entiendes ni ves,
Lo
afirma la animosa fe,
Sobre
el orden natural de las cosas.
13
Bajo distintas especies,
Que
son signos y no cosas,
Yacen
realidades excelsas.
14.
La carne es comida, la sangre bebida:
Pero
Cristo permanece todo
Debajo
de cada especie.
15.
No es cortado por el que lo toma,
Ni
quebrado ni partido:
Es
recibido íntegramente.
16.
Lo toma uno, lo toman mil:
Cuanto
éstos, tanto aquél:
Ni
recibido se consume.
17.
Lo toman buenos, lo toman malos:
Pero
con suerte desigual,
Para
vida o para muerte.
18.
Es muerte para los malos, es vida para los
Mira
de una misma recepción [buenos:
Qué
dispar es el efecto.
19.
Dividido, en fin, el Sacramento,
No
vaciles, sino piensa,
Que
hay tanto bajo un fragmento
Cuanto
se esconde en el todo.
20.
Nada se rompe del sér:
Solo
el signo es dividido:
Pero
ni el estado ni la estatura
Del
designado se disminuye.
21.
Este es el Pan de los Angeles,
Hecho
comida de los viandantes:
Es
verdadero pan de los hijos,
Que
no se debe echar a los perros.
22.
En figuras fué anunciado:
Con
Isaac es inmolado:
Cordero
de Pascua es reputado:
Maná
es dado a los padres.
23.
Buen pastor, pan verdadero,
Jesús,
de nosotros ten piedad:
Pástanos
tú, y defiéndenos:
Y
tus bienes haznos ver
En
la tierra de los vivientes.
24.
Tú, que todo lo sabes y puedes:
Que
apacientas aquí a los mortales:
Haznos
allá comensales,
Coherederos
y compañeros
De
los santos ciudadanos.
Amén.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del
santo Evangelio según S. Juan.
(VI, 56-59).
En aquel tiempo dijo Jesús a
las turbas de los judíos: Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es
verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí,
y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre: así, el
que me coma a mí, también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo.
No será como con vuestros padres, que comieron el maná y murieron. El que coma
este pan, vivirá eternamente.
LA EUCARISTÍA, ALIMENTO
DE VIDA PARA EL ALMA. .. El discípulo amado no podía
pasar en silencio el misterio del amor. Sin
embargo de eso, cuando escribió su Evangelio, la
institución de este sacramento estaba
suficientemente relatada por los tres
Evangelistas que le habían precedido, y por el
Apóstol de los gentiles. Sin repetir esta historia divina,
completa su relato con el de la solemne promesa
que hizo el Señor, un año antes de la Cena, a
orillas del lago de Tiberiades. A las numerosas
muchedumbres que atrae en pos de Sí por el
reciente milagro de la multiplicación de los
panes y peces, Jesús se presenta como el
verdadero Pan de vida venido del cielo y que
preserva de la muerte, a la indiferencia del
maná que dió Moisés a sus padres. La vida es el
primero de los bienes, así como la muerte es el
último de los males. La vida reside en Dios como
en su origen 1; solo El puede comunicarla a
quien quiere, y devolverla a quien la perdió. El
Verbo de Dios vino a los hombres para que tuvieran
la vida y la tuvieran abundantemente. Y, como lo
propio del alimento es aumentar, sostener la
vida, El se hizo alimento, alimento vivo y
vivificador descendido de los cielos. La carne del
Verbo, participando ella misma de la vida eterna
que toma directamente del seno del Padre, comunica
esta vida a quien la come. Lo que es corruptible
por su naturaleza, dice San Cirilo de
Alejandría, no puede ser vivificado de otro modo
que por la unión corporal al cuerpo del que es
vida por naturaleza; ahora bien, del mismo modo
que dos trozos de cera fundidos juntos por el
fuego no son más que uno solo, así hace de nosotros
y de Cristo la participación de su Cuerpo y de
su Sangre preciosos. Esta vida, pues, que reside
en la carne del Verbo, hecha nuestra en nosotros
mismos, no será ya vencida por la muerte como
tampoco lo será en El; sacudirá el día señalado
las ligaduras del antiguo enemigo y triunfará de
la corrupción en nuestros cuerpos inmortales'.
. . . Y PARA EL
CUERPO. — Era, pues, necesario que no sólo el alma fuese
renovada por el contacto con el Verbo, sino que este mismo cuerpo terrestre y
vil, participase en su medida de la virtud vivificadora del Espíritu,
según la expresión del Señor. "Los que han bebido veneno por
asechanzas de sus enemigos, dice admirablemente San Gregorio de Nisa, extinguen
en ellos el virus por un remedio opuesto; mas como sucede con el brebaje
mortal, es necesario que la bebida saludable sea introducida hasta sus
entrañas, a fin de que extienda por todo el organismo su virtud curativa. Los
que hemos gustado del fruto deletéreo, tenemos necesidad de un remedio saludable
que nuevamente reúna y armonice los elementos disgregados y confundidos de
nuestra naturaleza, y penetrando lo interior de nuestra sustancia, neutralice y
haga salir el veneno por una fuerza contraria. ¿Cuál será ese contraveneno? Ningún
otro que este Cuerpo que se mostró más poderoso que la muerte y asentó para
nosotros el principio de la vida. Así como un poco de levadura, dice el
Apóstol, asimila toda masa, así este Cuerpo, entrando en el nuestro, le transforma
en el suyo. Mas nadie puede penetrar así en nuestra sustancia corporal, sino
mediante la comida y bebida; y por este modo, conforme a su naturaleza, llega a
nuestro cuerpo la virtud vivificadora.
El Ofertorio está formado
por un pasaje del Levítico, donde el Señor recomienda la santidad a los sacerdotes
de la antigua alianza, por razón de la ofrenda de incienso simbólico y panes de
proposición que hacían a Dios. En tanto cuanto el sacerdocio del Nuevo
Testamento sobrepasa el misterio de la ley de las figuras, en eso deben
sobrepasar en santidad a las manos de Aarón, las que presentan a Dios Padre el
verdadero pan de los cielos como incienso de perfecto olor.
OFERTORIO
Los sacerdotes del Señor
ofrecerán a Dios incienso y panes: y, por tanto, serán santos ante su Dios, y
no mancharan su nombre, aleluya.
El sacerdote pide para la
Iglesia, en la Secreta, la unidad y la paz, que son la gracia especial del
divino Sacramento, como lo enseñan los Padres, conforme a la composición de los
dones sagrados formados de numerosos granos de trigo o de la vid reunidos bajo
la muela o la prensa. A continuación viene el Prefacio, que es hoy y durante la
octava, el mismo de la Navidad del Señor. Nos recuerda la íntima conexión de
los dos misterios de Navidad y del Santísimo Sacramento. En Belén, casa de
Pan, Jesús verdadero pan de vida, descendió de los cielos por el
seno de la Virgen madre.
SECRETA
Suplicamos te, Señor,
concedas propicio a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente
representados en estos presentes ofrecidos. Por nuestro Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y
justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a
ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Porque, por el misterio del
Verbo encamado, ha brillado ante los ojos de nuestra alma una nueva luz de tu claridad:
para que, mientras conocemos visiblemente a Dios, por El nos elevemos ál amor
de las cosas invisibles. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los
Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celeste, cantamos
el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
La Iglesia, fiel al mandato
de Cristo notificado por el Apóstol en la Epístola de la fiesta, recuerda a sus
hijos en la Antífona de la Comunión que, recibiendo el Cuerpo del Señor, anuncian
su muerte y deben guardarse en santo temor de acercarse indignamente a los
misterios de salvación.
COMUNION
Cuantas veces comáis este
pan, y bebáis el cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga: por tanto,
quien comiere el pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del
cuerpo y de la sangre del Señor, aleluya.
La Iglesia concluye los
Misterios pidiendo para siempre la unión sin velos al Verbo divino, esa unión
perfecta de la que la participación transitoria y oculta en la real sustancia
del Cuerpo y de la Sangre preciosa, es aquí prenda y figura.
POSCOMUNION
Suplicamos te, Señor, hagas
que nos llenemos .de la sempiterna fruición de tu divinidad, que nos augura esta
temporal recepción de tu precioso Cuerpo y Sangre. Tú, que vives.
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