LA
PROCESION
¿Quién es ésta que viene
embalsamando el desierto del mundo con una nube de incienso, de mirra y de toda
suerte de perfumes? La Iglesia rodea la litera de oro en que aparece el Esposo en
su gloria. Junto a El están ordenados los fuertes de Israel, sacerdotes y
levitas del Señor poderosos ante Dios. Hijas de Sión, salid a su encuentro, contemplad
al verdadero Salomón en el esplendor de la diadema que le puso su madre en el
día de sus bodas y de la alegría de su corazón'. Esta diadema es la carne que
recibió el Verbo de la purísima Virgen cuando tomó a la humanidad por Esposa.
Por este cuerpo perfectísimo y por esta carne sagrada, se perpetúa todos los días,
en el altar, el inefable misterio de las bodas del hombre y la Sabiduría
eterna. Para el verdadero Salomón, pues, cada día es también el día de la
alegría del corazón y de goces nupciales. ¿Qué más natural que, una vez al año,
la Iglesia dé libre curso a sus transportes hacia el Esposo oculto bajo los
velos del Sacramento? Por esta razón el sacerdote consagra hoy dos hostias y después
de consumir una, coloca la otra en la custodia, que respetuosamente llevada en
sus manos, atravesará bajo palio, al canto de himnos, las filas de la
muchedumbre prosternada.
RESUMEN HISTÓRICO. —
Este solemne homenaje hacia la Eucaristía, como hemos dicho más arriba, es de
origen más reciente que la fiesta del Corpus. Urbano IV no habla aún en
su bula de institución, en 1264. Por el contrario, Martín V y Eugenio IV, en
sus Constituciones citadas anteriormente, (26 de mayo 1429 y 26 de mayo 1433),
prueban que estaba en uso en su tiempo, pues conceden indulgencias a los que la
siguen. El milanés Donato Bossius refiere en su crónica, que "el Jueves 29
de Mayo de 1404, se llevó solemnemente por vez primera el Cuerpo de Cristo por
las calles de Pavía, como se ha usado después."" Algunos
autores concluyeron que la procesión del Corpus no remontaba más allá de esta
fecha y debía su primer origen a la Iglesia de Pavía. Pero esta conclusión va
más allá del texto sobre el que se apoya, que acaso no expresa más que un hecho
de la crónica local. En efecto, encontramos
mencionada la Procesión en un título manuscrito de la Iglesia de Chartres 1330,
en un acta del capítulo de Tournai 1325, en
el concilio de París 1323, y en 1320 en el de Sens. Fueron concedidas
indulgencias por estos dos concilios a la abstinencia y ayuno de la vigilia del
Corpus, y se añade: "En cuanto a la Procesión solemne que se hace el
Jueves de la fiesta llevando el Santísimo Sacramento, como parece que es por
una inspiración divina por la que se ha introducido en nuestros días, no establecemos
nada al presente, dejándolo todo a la devoción del clero y del pueblo'".
La iniciativa popular, pues, parece que tuvo gran parte en esta institución. Y
así como Dios había escogido un Papa francés para establecer la fiesta, así
también de Francia se extendió poco a poco por todo el Occidente este glorioso
complemento de la solemnidad del Misterio de la fe. Mas parece probable que, al
principio, la Hostia no era en todos los lugares llevada al descubierto como
hoy día en las procesiones, sino solamente velada o encerrada en una píxide o
cajita preciosa. Así se llevaba desde el Siglo XI en algunas Iglesias, en la
procesión de Ramos y aun en la de Resurrección. En otro lugar hemos hablado de
esas manifestaciones solemnes que, por lo demás, tenían menos por objeto honrar
directamente al Santísimo sacramento, que hacer más palpable el misterio del
día. De cualquier modo que sea, el uso de las custodias u ostensorios, como las
llama el concilio de Colonia, año 1452, siguió de cerca el establecimiento de
la nueva procesión.
DOCTRINA DEL
CONCILIO DE TRENTO. — Con todo eso, la herejía protestante
trató pronto de novedad, de superstición, de idolatría odiosa, estos desenvolvimientos
naturales del culto católico inspirados por la fe y el amor. El concilio de Trento
castigó con el anatema las recriminaciones de los sectarios y en un capítulo
especial, justificó a la Iglesia en términos que no podemos dejar de
reproducir: "El santo Concilio declara piadosa y santísima la costumbre
que se ha introducido en la Iglesia, de dedicar cada año una fiesta especial
para celebrar, todo lo posible, el augusto Sacramento, así como llevarle en
procesión por las calles y plazas públicas con pompa y honor. Es justo que se
establezcan ciertos días en que los cristianos, con una manifestación solemne y
particular, den testimonio de su gratitud y piadoso recuerdo hacia el Señor y
Redentor, por el beneficio inefable y divino que pone ante nuestros ojos la
victoria y triunfo de su muerte. Convenía además que la verdad victoriosa
triunfase de la mentira y herejía, de tal suerte que sus adversarios, en medio
de tal esplendor y tan grande alegría de toda la Iglesia, o pierdan ánimos, o,
llenos de confusión, vengan, en fin, a arrepentimiento".
BELLEZAS DEL
CORPUS. — Mas nosotros católicos, fieles adoradores del
Santísimo Sacramento, ¡"con qué alegría" exclama el elocuente Padre Fáber,
"debemos contemplar esta resplandeciente e inmensa nube de gloria que la
Iglesia hace hoy subir hacia Dios! ¡Sí, se diría que el mundo está aún en su
estado de fervor e inocencia, primitivas! Mirad estas gloriosas procesiones que
con sus estandartes resplandecientes por el sol, se desarrollan en las plazas
de las opulentas ciudades, por las calles de los pueblos cristianos cubiertas de
flores, bajo las bóvedas venerables de las antiguas basílicas y a lo largo de
los jardines de los Seminarios, asilos de piedad. En esta aglomeración de
pueblos, el color del rostro y la diversidad de lenguas no son sino nuevas pruebas
de la unidad de esta fe que todos se regocijan de profesar por la voz del
magnífico ritual Romano. ¡En cuántos altares de distinta arquitectura,
adornados con las flores más suaves y resplandecientes, en medio de nubes de incienso,
al son de cantos sagrados y en presencia de una multitud prosternada y
recogida, el Santísimo Sacramento es elevado sucesivamente para recibir las
adoraciones de los fieles, y descendido para bendecirlos! ¡Cuántos actos
inefables de fe y de amor, de triunfo y reparación, cada una de estas cosas nos
representan! El mundo entero y el aire de la primavera se llenan de cantos de
alegría. Los jardines se despojan de las bellas flores, que manos piadosas
arrojan al paso de Dios, oculto en el Santísimo Sacramento. Las campanas tocan
a lo lejos sus graciosos carrillones. El Papa en su trono y la doncella de su
aldea, las religiosas claustradas y los ermitaños solitarios, los obispos, los
dignatarios y predicadores, los emperadores, los reyes y los príncipes, todos
piensan hoy en el Santísimo Sacramento. Las ciudades se ven iluminadas, las
moradas de los hombres se animan con trasportes de alegría. Es tal el gozo
universal, que los hombres se entregan a él sin saber por qué, y que se
comunica de rechazo a todos los corazones donde reina la tristeza, a los
pobres, a todos los que lloran su libertad, su familia o su patria. Todos estos
millones de almas que pertenecen al pueblo regio y al linaje espiritual de San
Pedro, están hoy más o menos preocupados con la idea del Santísimo Sacramento;
de suerte que la Iglesia militante entera salta de un gozo y de una emoción
semejante al oleaje del mar agitado. El pecado parece olvidado; las lágrimas mismas
parecen arrancadas más bien por la abundancia dé felicidad que por la
penitencia. Es una embriaguez semejante a la que transporta al alma a su
entrada en el cielo; o bien se diría que la tierra se convierte en cielo, como
podría suceder por efecto de la alegría de que la inunda el Santísimo
Sacramento'". Durante la procesión se cantan los himnos del oficio del
día, el Lauda Sion, el Te Deum, y según la duración del trayecto,
el Benedictus, el Magníficat u otras piezas litúrgicas, que
tienen alguna relación con la fiesta, como los himnos de la Ascensión indicados
en el Ritual. De vuelta a la Iglesia, la función se acaba como las exposiciones
ordinarias, con el canto del Tantum ergo, del verso y la oración del
Santísimo Sacramento. Mas después de la Bendición solemne, el Diácono expone la
Sagrada Hostia sobre el trono, donde los fieles la formarán, durante ocho días,
una guardia amorosa y solícita.
No debemos concluir esta
festividad sin mencionar, aunque sea brevemente la gran devoción que en España
se viene teniendo, ya de antiguo, al Santísimo Sacramento, y el esplendor con
que en siglos pasados se celebró y sigue celebrándose hoy día la gran fiesta
del Corpus y su Procesión. Esta veneración hacia Jesús Sacramentado la
testimoniaron de consuno el arte y la literatura. El arte nos ha legado un
tesoro inmenso de custodias que son verdaderas joyas, cuajadas de primores
artísticos no menos que de materias preciosas. La literatura nos ofrece una riquísima
copia de Autos Sacramentales en que el ingenio y la doctrina de nuestros
dramaturgos clásicos, derrochó galanuras de elocuencia y poesía e hizo de
nuestro pueblo un pueblo que podríamos llamar teólogo. Esta devoción al
Santísimo, junto con la de la Inmaculada Madre del Verbo hecho Hombre, la
supieron inocular nuestros misioneros en toda la América Española, que, si
tenía a gala en competir antiguamente con la Madre Patria en rendir honores al
Dios de la Hostia, hoy conserva todavía esa singular veneración al más augusto
de los misterios del cristianismo. ¡Gloria a la España Católica, y gloria a las
naciones por ella cristianizadas!
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