¡México se hunde, oh pueblos civilizados del orbe!
(José de Jesús Manríquez y Zárate, Obispo
de Huejutla)
Como consecuencia de las actividades de la Liga de Defensa
Revolucionaria la persecución se incrementó hasta límites increíbles y cundió
el pánico aun entre las filas de sus propios correligionarios, pues so pretexto
de pretendidas campañas de depuración y salud pública, fueron sacrificados
muchos revolucionarios que no eran incondicionales al régimen; y hubo emulación
en barbarie, pues nadie quería pasar por moderado en aquella competencia de
radicalismo. Se cometían actos cada vez más reprobables, de los cuales hacían
público alarde sus autores para que se los tuvieran en cuenta en su hoja de
méritos revolucionarios.
Entre los actos de mayor crueldad colectiva figuró en aquellos días la
orden de reconcentración de los habitantes de la región denominada Los Altos de
Jalisco. Por órdenes del general callista Figueroa, les obligaron a salir de
sus poblaciones y rancherías, sin proporcionarles medios adecuados para el
transporte de los objetos de su propiedad; tuvieron que hacer grandes
recorridos llevando penosamente a los niños, enfermos y ancianos; todos
cargados con las pertenencias que pudieron transportar. Esta disposición afectó
a unas doscientas cuarenta mil personas. El pretexto para esta inhumana orden
fue un plan de campaña aplicado por Figueroa, el cual pretendía privar a los
cristeros de toda ayuda que pudieran darles los vecinos de la región, los
cuales efectivamente les auxiliaban y protegían. Después procedieron los
callistas a quemar las casas y jacales, y a destruir todo lo que pudiera servir
para que los libertarios se refugiaran o proveyeran, y crearon una zona de
muerte y desolación. Previamente la saquearon, y se llevaron cuanto de valor
había, y “ejecutaron sumarísimamente" a cuanto individuo encontraron en
ella. Los elementos propicios para la ejecución de esta y otras órdenes
igualmente bárbaras, los reclutó el callismo entre los indios yaquis; tribu
guerrera y salvaje de la región de Bacatete, Sonora, los cuales se
insurreccionaron y fueron sometidos por la fuerza y sacados de sus enhiestas
serranías para incorporarlos al ejército.
En la ciudad de México clausuraron el Seminario Conciliar procediendo
con lujo de fuerza. La policía declaró a los reporteros de los diarios que Habiéndose
sabido que los directores del mencionado seminario estaban haciendo labor
sediciosa, como lo demuestran las fotografías recogidas por la Inspección
-fotografías de los fusilados hace poco tiempo en la misma Inspección y a raíz
del atentado dinamitero contra el general Obregón-fotografías que, nos dijeron
los jefes de la policía, excitaban el sentimiento religioso de todas aquellas
personas a quienes eran enviadas, por lo que habían procedido a la clausura del
seminario y a la detención de sus directores, profesores y seminaristas.
Casi simultáneamente c1ausuraron las oficinas de la Confederación
Nacional Católica del Trabajo, el Colegio Teresiano de las calles de Pino
Suárez, el Colegio Josefino en San Juan de Letrán, las oficinas del
Secretariado de Acción Católica l otros numerosos centros educativos o de
actividades sociales benéficas. En todos los casos se incautaron los edificios
y cuanto en ellos había, aprehendieron a las personas que los ocupaban, y las
condujeron a los sótanos de la Inspección de Policía que se vieron pletóricos a
su máximo, al grado de que las personas detenidas tuvieron que permanecer de
pie, pues era imposible otra postura en aquel hacinamiento humano.
Con las veinte profesoras del Colegio Josefino siguieron un procedimiento
desusado, aun cuando era el correcto e indicado por la Ley: el procurador
General de la Nación las consignó al Juzgado Cuarto Supernumerario de Distrito
como personas responsables de haber violado las leyes vigentes en materia de
cultos, pue: del acta levantada en la Secretaría de Gobernación se desprende que
hacían vida monástico e impartían instrucción. El juez a cuya disposición quedaron ordenó
fueran llevadas al Juzgado, a donde llegaron estrechamente custodiadas por
agentes de las Comisiones de Seguridad y de Gobernación, y causó gran espectación
su presencia, yendo todas ellas vestidas de negro y tocadas con grandes mantos
del mismo color.
Ya en el Juzgado se les trató con atenciones. Trajeron sillas de todas
las oficinas vecinas para que pudieran permanecer sentadas, mientras declaraban
una a una. Todas coincidieron en su dicho, manifestando ante su juez que Habitaban
la casa número siete de San Juan de Letrán, pero no en calidad de monjas sino
como simples profesoras; que el colegio atendido por ellas si bien es cierto
que en un tiempo se llamó Josefino, desde hace más de dos años está incorporado
a la Secretaría de Educación Pública con el número 288 y sujeto a los planes de
estudio e inspección oficial. Añadieron
que no se imparte enseñanza religiosa en el Plantel; que el colegio no está subvencionado
por ninguna institución religiosa pues se sostiene por sí mismo con el pago de
las colegiaturas.
Una vez que hubieron declarado las veinte profesoras detenidas y dentro
del término legal, el juez las declaró en libertad por falta de méritos. Los
esbirros de Calles, sintiéndose burlados, manifestaron airadamente que
"eso se sacaban por andar con licenciados", y agregaron que
"definitivamente recusaban los ordenamientos legales, y se sujetarían a
procedimientos ejecutivos". Día, después una riña a balazos, entre agentes confidenciales de la
Secretaría de Gobernación, dejó al descubierto parte de lo que había detrás de
estos cateos y órdenes de aprehensión. Excélsior, en forma muy llamativa
publicó lo siguiente: EN UNA SANGRIENTA RIÑA AYER EL CORONEL PORFIRIO RODRÍGUEZ
PERDIÓ LA VIDA su contrincante, el capitán Novaro Hernández, lo tendió sin
vida. El colegio Josefino fue el origen de la tragedia.
En el llamado Palacio Cobián, ocupado por la Secretaria de Gobernación
y situado en la Avenida Bucareli, se registró ayer en la mañana una tragedia
entre dos militares que desempeñaban cargos de agentes de los Servicios Confidenciales
de ese Ministerio. Con la muerte del coronel Rodríguez van a salir a luz muchas
cosas vergonzosas, el misterio de muchos cateos por asuntos religiosos, porque...
según aparece en la declaración del matador del mencionado coronel, hay mucho
podrido en Dinamarca, cuando menos en lo que respecta a ciertos agentes de los
Servicios Confidenciales de Gobernación, y muy principalmente en lo que se
relaciona con el cateo registrado últimamente en el Colegio Josefino, de las
calles de San Juan de Letrán, origen de este drama. Declaró que el día veintisiete
del presente mes fue nombrado en servicio de guardia para el Colegio Josefino,
situado en la calle de San Juan de Letrán número 7, en compañía de otros
agentes, entre ellos el coronel Porfirio Rodríguez. Que estuvieron tomando, por
la noche, copas de vino de consagrar, de unas botellas que encontraron en un
departamento del Colegio, bebiendo hasta embriagarse, no habiendo él tomado
nada porque su médico se lo tiene prohibido. A las nueve de la noche se
disponía el declarante a acostarse, cuando notó el olor de un trapo que se
quemaba, por lo que se asomó al jardín y vio que un colchón estaba ardiendo;
bajó al patio y se encontró en la puerta de salida del colegio, al coronel
Rodríguez, a Ponce y a un individuo de apellido García que es archivero
confidencial de Gobernación, los que se dedicaban a cargar en un auto varios
velices con objetos de valor.
Siguió manifestando Hernández Alderete, que Ponce, al verlo se dirigió
a él y le dijo:
-¿Tú vienes a inspeccionar por parte del Ministro?
--A mí no me interesa lo que ustedes hagan -le contestó.
Después el mismo Rodríguez lo llamó a solas y le dijo que «estaban
entre hombres y esperaba que todo quedara entre ellos y que él podía apoderarse
de los objetos que gustara porque todos iban a robar". Consintió de un modo aparente, pues lo
amenazaban con sus pistolas, en sacar algunos objetos a fin de dejarlos
complacidos y, al efecto, cogió un biombo, un colchón, dos almohadas y una
cobija. Esta pública vergüenza no amedrentó a los esbirros, quienes proceden
con tal descaro que en cateos como el efectuado en las oficinas del
Secretariado Social Mexicano, llevan carros-transportes para sacarse todo el
mobiliario y los objetos de valor. Con igual impunidad se cometió el atentado
dinamitero de mayor envergadura que se haya registrado en México. En el cerro
del Cubilete, Guanajuato, considerado como centro geográfico de la República,
se había levantado un templo a Cristo Rey. Sigilosamente depositaron grandes
cargas de dinamita en diversos puntos de la montaña y se hicieron estallar
simultáneamente. La explosión se oyó a varios kilómetros de distancia. La
conmoción fue tal, que los habitantes de la comarca creyeron que se trataba de
alguna actividad volcánica. Excélsior dijo: La dinamita voló en pequeños
fragmentos el monumento levantado sobre la parte más alta del Cubilete, el que
medía treinta metros de altura con todo y pedestal y era visible desde muy
lejos; las obras sin terminar, de un templo que los católicos estaban
levantando, todo de mármoles y canteras finas y una planta mecánica europea que
servía para elevar el agua del río que corre por la falda del cerro.
Bajo la impresión de tan espantosa persecución el Ilustrísimo señor
José de Jesús Manríquez y Zárate, Obispo de Huejutla, suscribió un mensaje Al
Mundo civilizado, en el cual angustiosamente clama: ¡México se hunde, oh pueblos civilizados del orbe! De no cambiar
súbitamente el curso de los acontecimientos, México será sustraído por completo
de la civilización occidental y girará en torno de la barbarie moscovita; esto
es, perderá por completo la te de sus padres, que es el más rico tesoro que
ahora poseemos y retrogradará a las tinieblas del viejo paganismo.
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