14 de
abril.
San Justino, filósofo y mártir.
(†165)
Misa –
Narravérunt
III Clase – Ornamentos Rojos.
Epístola – I Corintios
(I, 18-25,30)
Evangelio – San Lucas (XII,
2-8)
El glorioso filósofo y antiguo apologista y mártir san
Justino fué hijo de Prisco, de linaje griego, y nació en Nápoles Flavia, ciudad
de Palestina. Desde su mocedad se dio mucho a las letras humanas, y al estudio
de la filosofía, y se ejercitó en todas las sectas de los filósofos estoicos, peripatéticos
y pitagóricos, con gran deseo de saber la verdad; y hallando en todas ellas poca
firmeza, las dejó y se dio a la filosofía de Platón, por parenerle que era más
grave y más cierta y segura para lo que él pretendía, que era alcanzar la sabiduría
y con ella entender y ver a Dios. Para poder, pues, mejor atender a sus
estudios se retiró a un lugar apartado, vecino del mar, donde estando ocupado y
absorto en la contemplación de las cosas divinas, se le presentó, como el mismo
santo escribe, un varón viejo y muy venerable que trabó plática con él; y
entendiendo que era filósofo platónico, y lo que buscaba en sus estudios, le desengañó
que no lo hallaría en los libros de los filósofos, sino en solos los de los profetas
y de los santos, a quienes Dios había alumbrado y abierto los ojos del alma
para ver la luz del cielo y entender sus misterios y verdades. Con esto se fue el
anciano y San Justino no le vio más; pero quedó muy encendido en el amor de la verdad,
e inclinado a leer los libros de los cristianos en que ella se halla. Por estos
medios entró Cristo nuestro Señor en el corazón de Justino, y de filósofo platónico
y maestro de otros le hizo filósofo cristiano y discípulo suyo. Escribió un
libro maravilloso y divino en defensa de la religión cristiana en el año como
él mismo lo dice, y le dio al emperador Antonino Pío, el cual después de
haberlo leído, hizo publicar en Asia un edicto en favor de los cristianos
mandando que ninguno, por solo ser cristiano, fuese acusado ni condenado. Pero
como muerto Antonino, sucediesen en el imperio Marco Aurelio Antonio y Lucio
Vero, y se tornase a embravecer la tempestad, san Justino que a la sazón estaba
en Roma escribió otro libro o apología a los emperadores y al senado en favor de
los cristianos para aplacarla. Entonces fué el santo acusado por un enemigo
suyo llamado Crescente, cínico filósofo en el nombre y profesión, y en la vida viciadísimo
y abominable; el cual era quien más atizaba a los magistrados contra los fieles
de Cristo. Mandó pues el prefecto de Roma prender a san Justino, y después de
haberle hecho azotar, dio sentencia que fuese degollado con otros seis compañeros,
como se dice en las Actas de su martirio, que escribieron los notarios de la
Iglesia romana.
Reflexión: Dice el glorioso san Justino en su
primera apología estas palabras admirables: «Cuando somos atormentados, nos
regocijamos, porque estamos persuadidos que nos resucitará Dios por Jesucristo;
y cuando somos heridos con la espada y puestos en la cruz, y echados a las
bestias fieras, y maltratados con prisiones, fuego y otros tormentos y
suplicios, no nos apartamos de lo que profesamos; porque cuanto son mayores los
tormentos, tanto más son los que abrazan la verdadera religión; como cuando se
poda la vid da más fruto; lo mismo hace el pueblo de Dios, que es como una vid
o viña bien plantada de su mano.» Pues ¿quién podrá leer estas cosas sin
derramar lágrimas, viendo lo que sentían de la fe de Cristo aquellos filósofos
tan sabios de los primeros tiempos de la cristiandad, y comparando su heroísmo
con la indiferencia criminal de nuestros tiempos?
Oración: Oh Dios, que por la simplicidad de la Cruz
enseñaste maravillosamente al bienaventurado Justino la eminente sabiduría de
Jesucristo; concédenos por su intercesión que rechazando las engañosas razones
de las perversas doctrinas, alcancemos la firmeza de la fe. Por Jesucristo, Nuestro
Señor. Amén.
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